«¿Por qué E.T. era de color marrón? ¡No tiene sentido! ¿Por qué los personajes de La matanza de Texas no van nunca al baño ni se lavan las manos? ¡No tiene sentido! ¿Por qué se esconde el protagonista de El pianista? ¡No tiene sentido!… Todas las grandes películas de la historia del cine están llenas de sin sentidos, como la vida misma. La película que están a punto de ver es una oda al sin sentido», este monólogo lo pronunciaba mirando a la cámara el personaje que encarnaba el actor Stephen Spinella en el inicio de la película Rubber (2010), dirigida por Quentin Dupieux, una producción que sorprendía en la edición de ese año del Festival de Cannes y triunfaba en su paso por el Sitges-Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya, en el que se ha convertido ya en un asiduo, muy querido por el público aficionado al fantástico.
La película está protagonizada por Robert, un neumático (sí, han leído bien) que, aparentemente, cobra vida después de ser abandonado en el desierto y descubre que posee aterradores poderes telepáticos que le permiten destruir todo cuanto desee sin necesidad de moverse. Sus primeras víctimas son pequeñas criaturas del desierto y varios objetos desechados, pero pronto su poder se convierte en una amenaza para los seres humanos, sobre todo cuando una mujer hermosa y misteriosa se cruza en su camino. El autor reconoce tres influencias evidentes: por un lado, pensó en la película Christine (1983), dirigida por John Carpenter, basándose en la novela homónima de Stephen King, pero no tenía los recursos necesarios y pensó que ya era una película destacada en el género de terror y no se podría acercar nunca a algo similar, así que se le ocurrió dejarlo en un neumático (en la obra de King, Christine es un coche poseído por un ente maligno), y apostar por el humor. Por otro lado, pensó en otra película de terror muy popular: Scanners (1981), con guion y dirección de David Cronenberg, recordada precisamente por las escenas en que estallaban las cabezas de algunos de los personajes debido a los poderes telequinéticos de los protagonistas.
Pero la que de verdad ayudó al director francés Quentin Dupieux para concebir Rubber fue El diablo sobre ruedas (Duel, 1971), la película con la que debutaba en el largo una joven promesa: Steven Spielberg. El guion, escrito por el mítico y añorado Richard Matheson (1926-2013), no era exactamente de ciencia ficción, recordemos que trata de las penurias de un empresario californiano que es perseguido por el conductor de un viejo camión cisterna que se ha sentido ofendido y que, como venganza, tiene la intención de matarlo. La película de Spielberg, producida inicialmente para la televisión, tenía una característica primordial: que sucedía en el desierto de Arizona. Dupieux llegó a afirmar en las entrevistas que «el desierto es un lugar donde puede pasar cualquier cosa, es un lugar muerto, que parece de otro planeta, Rubber no tendría sentido en una gran ciudad, y la película de Spielberg me ayudó a entender la importancia de la estética asociada a esa imagen del desierto de la América profunda».
Algo así habrán pensado los autores de la novela gráfica El rei dels cargols (2024), con guion de David Pamies y dibujo de David Sánchez, que han situado su historia en la ciudad de Amarillo, en Texas (Estados Unidos), que forma parte del conocido como Llano Estancado, una meseta de gran extensión, una zona semidesértica y árida con una densidad de población muy baja debido a las condiciones geográficas, ideal para situar la delirante historia que nos proponen. Los protagonistas de la historia son dos agentes de policía, Gros y Cheto, que deberán investigar un doble homicidio sucedido en una gasolinera abandonada, aparentemente relacionado con un ritual satánico.
El análisis forense de los cadáveres confirmará que la joven probablemente fue asesinada por el joven con alguna intención escabrosa, pero lo extraño era que el asesino habría muerto devorado por caracoles, tal cual. El periplo asociado al proceso de investigación para resolver el caso los llevará de viaje a las puertas del cielo y a las profundidades del infierno, literalmente, mientras deben de preocuparse por una banda de narcotraficantes que está actuando en la zona.
La novela gráfica, publicada en marzo de 2024, ganó hace justo un año la segunda edición del Premi Finestres de Còmic en Català 2023, con un jurado formado por la periodista Anna Abella, la divulgadora Abigail L. Enrech, los autores Max y Nadar y la editora Montserrat Terrones, destacando en la deliberación el siguiente texto: «por crear un universo propio y particular, elaborar una trama bien resuelta y adictiva con un tono negro y surrealista, el uso definido y significativo del color, y la definición y caracterización de los personajes”. El premio está dotado con 25.000 euros, uno de los más importantes en el sector y, lo que vale la pena destacar, que es sobre una obra a producir con el compromiso de ser publicada en lengua catalana por la propia editorial. El veterano autor de cómics que lo ganó, David Sánchez, afirmaba el día de la concesión del premio que era la primera vez que cobraba con antelación un trabajo para realizar un cómic que se publicaría un año después. Una señal de cómo trabajan los autores en el sector (de forma habitual deben de financiar una parte importante de su trabajo), y de la importancia de este tipo de iniciativas impulsadas por la Editorial Finestres.
El guionista de la novela gráfica es David Pamies, doctor en biotecnología por la Universidad Miguel Hernández de Elche, actualmente profesor del departamento de fisiología de la Université de Lausanne en Suiza, donde está realizando su proyecto de investigación en el desarrollo de modelos del cerebro humano para estudiar el mecanismo molecular de diferentes enfermedades y aplicar estos modelos 3D en el ámbito de la toxicología y en el desarrollo de fármacos, un método alternativo a la experimentación con animales. Ya había escrito algún guion corto, alguno de ellos junto a David Sánchez, con el que ahora se estrena en una historia larga, sacando partido al estilo pulido de Sánchez, con unos personajes dotados de una gran expresividad corporal, a lo que se superpone un guion donde el desarrollo de los personajes y las conversaciones son fundamentales, mostrando un perfil característico de perdedor de los dos agentes protagonistas, en un contexto de ansiedad generalizada, expuesta por las surrealistas situaciones mostradas.
Los protagonistas de El rei dels cargols se estrenan hablando en catalán, y auguramos un futuro en varios idiomas, teniendo en cuenta el carácter internacional con la que está concebida la novela gráfica, al fin y al cabo, sucede en el desierto de Texas, un lugar que el filósofo francés Jean Baudrillard (1929-2007) en su ensayo América (1986) definía como el del auténtico Estados Unidos, en contraposición con el más urbanita y tecnológico. Afortunadamente, casi cuarenta años después de escribirlo, el desierto continúa llevando al límite los sucesos que acontecen en él, y si no lo creen, lean a David Pamies y David Sánchez y lo entenderán.