La arremetida de la derecha brasilera contra el filósofo y pedagogo Paulo Freire empujó al también filósofo y especialista en infancia Walter Kohan a dedicarle sus estudios e investigaciones. Argentino de origen, investigador y profesor de Filosofía de la Educación en la Universidad Estatal de Río de Janeiro de Brasil, Kohan, visitó Chile hace unos días para presentar su último libro, Paulo Freire: un niño de 100 años, en la segunda edición Feria Internacional del Libro y las Ciencias Sociales del Recoleta 2024 (FILCS), uno de los barrios más populares de Santiago. Desde allí y evocando el legado paulofreiriano, habla sobre infancia, filosofía y política.
¿Cómo observa el momento actual que atraviesa la niñez, en un contexto en el que se combina, por un lado, una fuerte sobreprotección parental y, por el otro, unos niveles de sobreexposición y vulneración más altos que nunca en medios y redes sociales?
Es muy complejo, porque las niñeces están atravesadas por cuestiones de género, raza y clase social. Están los niños y las niñas en Palestina que están siendo masacrados, están las niñas de la guerra en Ucrania, los niños y las niñas en África. Estamos viviendo un momento del mundo en el que parece que el futuro se acorta o que es muy difícil de pensar hacia adelante. Y la niñez, por lo menos desde una lógica cronológica, es la parte de la vida en la que hay menos pasado y más futuro. Entonces, en tiempos como el contemporáneo, en el que el mañana asusta, da miedo o parece que va a ser cada vez más corto, pensar en términos de futuro es muy difícil. La niñez es justamente un tiempo que está lanzado al futuro y está sufriendo con esa dificultad de pensarlo.
Nuestras sociedades, por lo general, no escuchan porque lo que importa es hablar, convencer, manipular y controlar
La era de las redes sociales nos ha dejado sociedades en las que hay mucho ruido y poco silencio. Es difícil escucharse unos a otros y eso juega particularmente en contra de la niñez y la adolescencia. ¿Qué autocrítica social podemos hacer al respecto desde le mundo adulto?
En griego antiguo hay dos palabras para para decir niños o niñas una es paîs, cuya raíz significa alimento, por lo tanto, el niño es quien es alimentado; y otra que es néos, que significa “nuevo”, como neoliberalismo o neocapitalismo. Son dos raíces antagónicas, en intención, al menos: el niño como quien es alimentado, cuidado o protegido; y el niño como quien porta y trae una novedad. La educación o las prácticas culturales contemporáneas oscilan un poco en eso: hay una educación más conservadora que se preocupa, sobre todo, de alimentar, cuidar y proteger; y una educación más abierta y revolucionaria, que ve en el niño la posibilidad de un nuevo mundo, de una nueva educación, pero también de una nueva manera de habitar el planeta. Yo, en general, no entro en la lógica de que la tecnología o las redes son un problema, creo que la cuestión es más bien que no se escucha con o sin tecnología. Nuestras sociedades, por lo general, no escuchan porque lo que importa es hablar, convencer, manipular y controlar. Cuando no escuchamos es porque pensamos que no hay nada para escuchar. El lugar en el que dejamos a la infancia es precario, bastante debilitado, sin expectativas ni sueños. Es, en el mejor de los casos, un lugar de protección y cuando la vemos como una novedad, es una novedad que da cierto miedo, que da temor. Entonces, la infancia tiene un lugar bastante incómodo en las sociedades contemporáneas.
¿Qué propone usted para revertir este escenario?
Trabajo en los estudios de filosofías e infancias de la Universidad del Estado de Río de Janeiro y analizamos la relación entre filosofía e infancia en dos sentidos. Primero, me interesa desvincular a la infancia de la cuestión de la edad. Hay una confusión entre la infancia y la niñez. La infancia no es una edad, la infancia es un tiempo que se puede habitar a muchas edades y, al mismo tiempo, se puede tener poca edad y no habitar la infancia.
Podemos percibir que la infancia es en realidad una potencia a cualquier edad porque es una fuerza de comienzo
En su obra sobre Paulo Freire ejemplifica esto que explica.
Sí, Paulo Freire ayuda a pensar eso. Él nunca se dedicó a la educación de los niños o niñas pequeñas, pero pensaba que la infancia era de una importancia extraordinaria para que los docentes eduquen a las personas de cualquier edad. Él se preocupó de educar a las personas adultas en condiciones muy precarias, que son las que más sienten el robo de la infancia, no como una edad, sino como un tiempo. A partir de eso, podemos percibir que la infancia es en realidad una potencia a cualquier edad porque es una fuerza de comienzo, de interrupción, de sueño, de ver las cosas como si fuera la primera vez. Uno puede tener 70 años y nunca dejar de pensar que puede nacer un nuevo mundo o que se puede comenzar una nueva vida o que basta preguntarse.
¿Y la otra cara de sus análisis?
La segunda idea que aporto es la de “filosofizar” la educación, de entender la filosofía no como un sustantivo, no como una teoría o una doctrina. No pensar en la historia de la filosofía, en lo que produjeron los filósofos, sino como una relación al saber. La filosofía no es un saber en sí, no es sofía. Es, por un lado, como dice mi amigo italiano Giuseppe Ferraro, un saber sin contenido, un saber de preguntas, un saber de búsqueda. La filosofía vive de preguntar, como la infancia, por eso para nosotros es tan importante reunir a la filosofía y a la infancia. Es habitar la filosofía, vivir la filosofía, estar en la filosofía.
¿Esta tesis se desmarca totalmente de la idea de la filosofía como asignatura, para plantearla como un concepto transversal a lo largo de toda la vida, al colegio, a las familias?
Sí. Se puede enseñar música con filosofía, se puede enseñar matemáticas o historia. Pero también se puede enseñar filosofía sin filosofía si se enseña como una cosa muerta, como un saber consolidado. La filosofía es algo que le da vida al saber, que lo remueve, que lo hace respirar.
La filosofía vive de preguntar, como la infancia, por eso para nosotros es tan importante reunirlas
En uno de sus libros dedicados a Paulo Freire se pregunta si las tesis del educador y filósofo brasilero podrían ayudarnos a pensar en lo que hoy nos interesa pensar, pero no concreta la respuesta. ¿En qué problemas de las sociedades de hoy, entonces, podría ayudarnos a pensar Freire?
Freire escribió un libro que se llama Por una pedagogía de la pregunta con el chileno Antonio Faundez, donde dice que uno de los problemas de nuestras prácticas educativas es que afirmamos pedagogía de la respuesta y no de la pregunta. Freire dice ahí que una respuesta castra la curiosidad que está en la base de toda pregunta. Cuando me piden una respuesta, muchas veces me viene esta idea a la cabeza y me sale devolver la pregunta. ¿Piensas que puede ser interesante Paulo Freire para pensar los problemas contemporáneos?
A mí me parece que sí, sobre todo en estas sociedades que no escuchan, tan adultocéntricas.
Si yo te diera una respuesta, en realidad estaría traicionando a la filosofía y estaría contradiciéndome. La gracia sería que quienes lean esta entrevista, encuentren en nuestro diálogo una inspiración para pensar otra relación con el saber o con la educación o con la infancia. Pero coincido completamente en que somos sociedades muy adultocentristas.
Nosotros tenemos una revista que se llama Childhood and Philosophy y en este momento estamos elaborando un dossier sobre críticas al adultocentrismo, que se manifiesta de muchas maneras e, incluso, con la centralización de la infancia. Una centralización que supone una desvalorización, una falta de escucha o una mercantilización en el sentido que cuando se coloca al niño o a la niña en el centro es para vender algo, para hacer del niño un consumidor. Raramente es para escuchar o para que la infancia pueda traer una diferencia o ser otra voz.
¿Cómo observa el impacto en las políticas educativas de los gobiernos emergentes de ultraderecha, como por ejemplo el de Javier Milei en Argentina?
Es un desastre, una tragedia, un horror, una pesadilla. Además, aquí en Latinoamérica está pasando una cosa particular. Yo vivo en Brasil y vivimos cuatro años horrorosos de (Jair) Bolsonaro, un proceso que tiene varias semejanzas con Argentina. Primero uno piensa que no puede ser, que no es posible que elijan a Bolsonaro o ahora a Milei. Después se acercan las elecciones, hay una serie de factores que coadyuvan y salen electos. Uno se repone del golpe, que le parece que no es real y, al final, las políticas efectivas acaban siendo peor de lo que uno esperaba. Si lo que se decía o se prometía era un desastre, lo que termina haciéndose es aún peor, y parece que cada semana se supera el límite de lo peor.
Tenemos la obligación de tener esperanza
¿En qué sentido?
Los recortes de derechos en general, el avasallamiento de las políticas construidas en derechos humanos, en salud, en educación pública, en las universidades e institutos de investigación como el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), en el cine. Argentina duele en este momento.
Después de ver la experiencia bolsonarista en Brasil, ¿qué proyecta para Argentina?
En Brasil parecía que no terminaba nunca y un día terminó y se ha vuelto a comenzar. Tenemos la obligación de tener esperanza.
¿Y se vuelve a comenzar con un aprendizaje sobre lo vivido, con más consciencia social y política para no repetirlo?
No lo creo. Desgraciadamente la historia muestra que aprendemos muy poco, si no Milei no hubiera sido electo. Argentina ya vivió cosas parecidas a Milei en los años 90 y 2000.
¿Y en Brasil, con Luiz Inácio Lula, observa cambios a nivel educativo respecto a al gobierno antecesor de Bolsonaro?
A nivel educativo no ha cambiado demasiado. El Gobierno de Lula es muy complejo, muy variado, y en la política educativa hay el dominio de una política pública que tiene mucho de neoliberal y que insiste en cosas como las evaluaciones masivas estandarizadas y que se alía con grandes empresas u organizaciones que contribuyen a la privatización de la educación. No ha habido una consolidación de políticas educativas que tengan algo del espíritu de Paulo Freire.
En Brasil no ha habido una consolidación de políticas educativas que tengan algo del espíritu de Paulo Freire
¿Y hay diferencia entre este gobierno de Lula y los dos primeros (2003-2010)?
Sí, hay muchas diferencias. Brasil, como muchos países del mundo, se ha derechizado, no solo por Bolsonaro, sino también porque incluso dentro de la izquierda, el pensamiento se ha vuelto menos radical y más conservador. En dimensiones como la educativa hay mucha disconformidad en muchos sectores que han apoyado y apoyan a Lula porque es necesario. Pero es un apoyo crítico y expectante de cambios radicales en las políticas actuales.
¿Cómo se puede explicar a la niñez la amenaza que suponen las ultraderechas para los derechos de las personas?
Yo soy muy crítico de la idea de explicar. Creo que a la infancia no hay que explicarle nada. La idea de explicación no me gusta porque supone una cierta inferioridad. (El filósofo francés) Jacques Rancière en su libro El maestro ignorante dice que cuando alguien explica es porque supone que el otro no puede comprender por sí mismo. Mi lucha es para escuchar a la infancia y crear las condiciones para poder pensar juntos, por lo tanto, lo que yo quisiera no es explicarle a la infancia cómo está el mundo porque sería imponer una verdad que supondría un desconocimiento del potencial de la infancia. Uno cuando explica no escucha, porque cree que es el otro el que tiene que escuchar. Mi posición política más fuerte tiene que ver, justamente, con resistir esa lógica, también instalada en la izquierda más revolucionaria, de que hay alguien que sabe y alguien que no sabe, y que quien sabe tiene que explicar cómo entender el mundo a quien no sabe. Para mí todos los seres humanos sabemos alguna cosa. Nadie tiene derecho a imponer su saber y a no escuchar el saber de otro. Y lo que me gustaría es un mundo en el que nos escuchemos de igual para igual y juntos soñemos con un mundo diferente.
1 comentario
La entrevistadora estaba empeñada en obtener una condena a las redes sociales y la tecnología del entrevistado. Basta leer las dos primeras preguntas. El propio entrevistado se da cuenta de ese objetivo de la entrevistadora y lo zanja en la respuesta a la segunda pregunta:
«…Yo, en general, no entro en la lógica de que la tecnología o las redes son un problema, creo que la cuestión es más bien que no se escucha con o sin tecnología. Nuestras sociedades, por lo general, no escuchan porque lo que importa es hablar, convencer, manipular y controlar»,
Muy interesante el entrevistado (y su libro, que seguramente compraré). A la entrevistadora se le ve mucho el plumero, Creo debería escuchar más, como propone el entrevistado.