I. Tres universidades latinoamericanas se ubican entre las cien mejores del mundo, según el listado 2024 de Quacquarelli Symonds: la Universidad de São Paulo es la número 85; la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ocupa la posición 93 y la Universidad de Buenos Aires (UBA), la 95. Las tres, públicas y gratuitas.
El ranking de la compañía británica Quacquarelli Symonds (QS World University Rankings) ordena anualmente a 800 universidades. Las clasifica por áreas académicas, regiones geográficas y globalmente. Los criterios que considera son cinco: reputación académica, reputación del empleador, relación estudiante-facultad, citaciones por facultad y relación de catedráticos internacionales y estudiantes internacionales.
Con todas las críticas que penden sobre las clasificaciones de este tipo, y los cuidados analíticos que es preciso, representan una imagen relativa del prestigio académico de las instituciones de educación superior.
En el mundo la universidad con el puntaje más alto es el Instituto Tecnológico de Massachusetts, después las universidades de Cambridge, Oxford, Harvard y Stanford. Entre las diez primeras, sólo dos no tienen sede en Estados Unidos o Reino Unido: la Escuela Politécnica Federal de Zurich (Suiza) y la Universidad Nacional de Singapur.
Pese a ubicarse en la élite mundial, las universidades emblemáticas de México y Argentina han sido recientemente blanco de la artillería gubernamental en sus países, y avizoran un horizonte oscuro, por deficiencias y rezagos históricos, pero también por complicaciones presupuestales con políticas austeras.
II. Andrés Manuel López Obrador, el carismático y controvertido presidente mexicano, sistemáticamente durante los cinco años de su mandato, y Javier Milei, con algunas semanas despachando en la Casa Rosada, han fustigado a las universidades públicas con argumentos basados en impresiones o prejuicios, más que en evidencias.
Mientras López Obrador, desde una izquierda autoritaria, ha dicho que la más importante universidad en su país se ha “derechizado”; Milei, en las antípodas del espectro político, acusa a las universidades públicas de lavar los cerebros de los estudiantes. Las privadas no escapan a su crítica. Más radical en sus posturas, el argentino plantea recortes al presupuesto que amenazan su viabilidad financiera, agravadas por la inflación que enfrenta su país. Si faltara pólvora, Milei insulta al rector de la UBA.
El caso argentino parece hoy más delicado por la convulsa situación política, aunque la candidata oficial a la presidencia mexicana, puntera en todas las encuestas, creíbles o mercenarias, ha fijado una posición dura, pidiéndole a la UNAM una disciplina financiera que el gobierno nacional denomina “austeridad republicana”, eufemismo para recortes en áreas no estratégicas para él, como educación, con derroche discrecional y opaco a sus proyectos de ineficiencia comprobada, al mismo tiempo que crecen los escándalos en el oficialismo, alrededor de la familia presidencial y en varias de sus figuras prominentes, que destrozan el mantra del fin de la corrupción, la bandera más alta de López Obrador para ganar las elecciones en 2018.
III. El 23 de abril los estudiantes, profesores y otros actores políticos de distintos signos se lanzaron a las calles de la capital argentina y las principales ciudades de esa nación para protestar contra las medidas anunciadas por Javier Milei. El lema convocante: “En defensa de la universidad pública”, uno de los símbolos que puede unir a diferentes, incluso en sociedades fracturadas.
La magnitud de la movilización es considerable. Depende de la fuente el cálculo de participantes. El Ministerio de Seguridad habla de unos 100 mil manifestantes. 500 mil habrían inundados las calles bonaerenses; unos 800 mil en todo el país, según estimaciones de los organizadores y distintos medios. Las protestas habrían ocurrido en 14 de las 23 provincias del país.
En su cuenta de X, Milei retó con una imagen que lo muestra bebiendo una taza en donde se lee: Lágrimas de zurdos. El desafío puede escalar peligrosamente. Las universidades en Latinoamérica (ahora mismo en Estados Unidos, por otras razones) han sido focos de rebeldía, como atestiguan los hechos de 1918 en Córdoba (Argentina), México en 1968 y Chile más recientemente.
La motosierra verbal y económica de Milei podría incendiar un territorio donde con un poquito de chispa basta para estallar un conflicto que puede tener fecha de inicio, pero desenlace incierto. ¿A quién le conviene una explosión de magnitud incalculable?
El gobierno de Milei, todavía con una base de apoyo amplia, habrá de mover sus piezas con tacto, aunque la cortesía parece distante del autollamado “liberal libertario”. La base social de las universidades, su poderío política y la empatía con otros sectores sociales podrían comenzar a cavar muy temprano la tumba del gobierno naciente.
En el otro polo de América Latina, México, la historia está en suspenso. Las elecciones serán el 2 de junio. Después de eso el mapa podría reconfigurarse.
Conclusión
Un libro nuevo (2023) publicado por la UNAM, la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior en México, así como el Centro Latinoamericano de Ciencias Sociales, advierte los desafíos que encaran las universidades en América Latina y el Caribe. El texto colectivo se llama “Nuevos desafíos para la educación superior regional”, coordinado por Martín Unzué y Daniela Perrotta. Contiene las reflexiones y propuestas que en la materia se presentaron dentro de la 9ª Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales, realizada en México en junio de 2022.
Los autores de los capítulos advierten como desafíos para la educación superior en la región el respeto a la autonomía, garantizar el financiamiento, educación inclusiva, calidad y criterios para evaluar la pertinencia, superación de distintas brechas, evitar la mercantilización, erradicar la violencia y el acoso en las instituciones educativas. La relación entre las universidades y los gobiernos siempre está latente, no es novedad. Otra vez sucede.
Por ahora, dos de las tres mejores universidades latinoamericanas escuchan el eco de los tambores de guerra. La historia depara capítulos por escribirse y los finales son ignotos. Desde la derecha y la izquierda, las universidades públicas, en el norte y en el sur de América Latina, tendrán que prepararse para batallas cruentas. Además de los argumentos positivos, las casas de estudio deben revisarse profunda y autocríticamente. El autoritarismo del gobierno y la corrupción o la chabacanería (como la llamaba Ortega y Gasset) en las universidades, no tienen asiento en sociedades democráticas, ni son bienvenidos.