Ha pasado menos de un mes desde que dio comienzo el curso escolar 2024-25 en el que, como cada año, estudiantes, familias y docentes han apostado para que sea un éxito. La certeza de que las aulas de nuestros centros escolares son el mejor entorno donde los estudiantes pueden desarrollarse; la confianza en que este año sí se conseguirá dar todo temario, y la ilusión por los nuevos proyectos que se van a implantar en la escuela están impregnando los pasillos de las escuelas e institutos este primer mes. Efectivamente, el inicio de curso también es la primera ronda en nuestra particular apuesta.
Este último curso se ha conseguido que haya más del 64% de la población española mayor de 25 años cuyo nivel formativo es o supera la educación secundaria obligatoria. Se trata de 10 puntos porcentuales más que hace una década. Un ritmo de crecimiento que aunque es muy positivo, también indica que más del 35% de la población adulta sólo ha superado la educación infantil, primaria y la primera etapa de educación secundaria. Un alarmante 15% más que la media de la OCDE, con cifras muy similares a las de, por ejemplo, países como Colombia (37%) o Brasil (40%).
El 3 de octubre de 1990 la Ley General de Educación fue sustituida con la aprobación de la Logse (Ley Orgánica General del Sistema Educativo). La EGB, a términos conocidos desaparecería y daría paso a lo que se denominaría la ESO, educación secundaria obligatoria. Entre otras novedades, este cambio de ley reguló la ampliación en dos años el tiempo en el que los estudiantes deberían permanecer en la escuela, retrasando así su posible salida al mundo laboral hasta los 16 años. Efectivamente la edad mínima para trabajar en España son los 16 años pero esta afirmación sería capciosa para los lectores si no se habla de todas las limitaciones asociadas a los contratos laborales de los más pequeños. No podrán ni firmar su propio contrato de trabajo (no se obtiene capacidad jurídica hasta cumplidos los 18 años), se requerirá de un consentimiento de los progenitores o tutores legales, aparte de otras limitaciones en el tipo de contrato o el número de horas.
De esta manera, en España, la educación obligatoria dura 10 años, comenzando a los 6 años y terminando a las 16, tal y como sucede en países como Irlanda, Italia, Noruega y Suecia. Existen grandes diferencias entre países de la OCDE tanto en relación a la edad de finalización como a la de inicio. Por ejemplo, Alemania es de los países donde los estudiantes finalizan la educación obligatoria con mayor edad (19 años) y, en Brasil, por ejemplo, se han hecho obligatorios todos los años de lo que llamamos educación infantil. A lo largo de la última década 11 países de la OCDE han optado por añadir a la educación obligatoria, al menos, un curso de educación infantil. Francia, por ejemplo, modificó en 2019 la ley para que fueran obligatorios tres cursos de educación infantil con lo que destacaron la importancia de los aprendizajes académicos en la primera infancia y el papel tan fundamental que juega la escuela en la reducción de las desigualdades entre los más pequeños.
El establecimiento de una etapa educativa obligatoria, unido al fijación de resultados de aprendizaje de obligado cumplimiento al finalizar un curso académico problematiza las reuniones de la junta de evaluación, especialmente, entre los estudiantes con más dificultades. El debate en la escuela y la calle está servido: ¿obligar a quienes no quieren estudiar a seguir “calentando” la silla?, ¿pasarles de curso sin dominar los contenidos necesarios para seguir aprendiendo? E incluso, puede subirse el tono a ¿son conflictivos?, ¿boicotean las clases?, ¿retrasarán al grupo clase yendo más lentos?
Frente a todas estas preguntas nuestro sistema educativo ha ofrecido siempre una misma respuesta. Por cierto, cabe decir que se trata de la misma respuesta desde 1970 en las nueve leyes educativas: repetir y repetir (sí, un máximo de dos veces a lo largo de toda la educación obligatoria), o lo que es lo mismo, obligar a los estudiantes a permanecer en el mismo curso. Dado que pocas cosas se han mantenido tan estables en las diferentes leyes educativas como la obligación de repetir de curso, sería deseable que su eficacia estuviera más que probada ¿o no?
Desafortunadamente para quienes lo sufren (los estudiantes), la eficacia de la repetición de curso es nula durante la etapa de educación primaria. Análisis realizados con la base de datos nacional de Educación Primaria demuestran que los estudiantes repetidores ni mejoran su rendimiento académico (ni en Matemáticas, ni en Lenguaje, ni en CC. Sociales, ni en CC. Naturales), ni mejora su satisfacción con la escuela, ni la relación con sus compañeros, ni su autoconcepto académico y, lo que es más grave, empeora su autoestima.
Para aquellos a quienes se les obliga a repetir de curso en educación secundaria la investigación es clara al afirmar que no sólo no mejora, sino que empeora la actitud hacia la escuela y se aumenta la probabilidad de que se abandone el sistema educativo antes de finalizar la educación secundaria.
Desgraciadamente, España está a la cabeza de la OCDE en obligar a los estudiantes a repetir de curso. Repite un 0,7 % más de estudiantes que la media de la OCDE en primaria y a un 5,6 % más de estudiantes que la media de la OCDE en secundaria. Esto significa que a más de un 10 % de los niñas y niñas menores de 15 años matriculados en la educación obligatoria se les está señalando, destacando en negativo, se les está separando de su entorno más cercano hasta el momento y, por si fuera poco, se le está, de alguna manera, amenazando con que si no lo logran tienes una oportunidad más o si no, están fuera.
A estas alturas, aunque no deje de ser decepcionante, supongo que es más entendible que alcancemos la cifra del 35 % de la población que no consigue finalizar la educación secundaria obligatoria. Quizá sería necesario matizar este análisis indicando que no se trata de que los estudiantes no consigan finalizar la etapa obligatoria, sino que son estudiantes que están sufriendo las consecuencias de no contar con un nivel de desarrollo típico o de no contar con un apoyo educativo familiar suficiente. Son quienes más lo necesitan a quienes más se persigue.
Afortunadamente para quienes creemos que la educación, Educar en mayúsculas, es algo más que la adquisición de competencias, sabemos que hay muchas alternativas. Por ejemplo, en países como Japón, Noruega y el Reino Unido se eliminó la posibilidad de repetir de curso de manera que se permite que todos los estudiantes progresen automáticamente al siguiente al final del año escolar en ambos niveles educativos. En Finlandia, por su parte, desde 2021 se ha puesto en marcha el diseño y aplicación de vías alternativas a la escolarización como cursos de formación especializada, servicio cívico, medidas de integración social y profesional específicamente para los cursos superiores.
Para los inferiores quizá la solución sea aún más sencilla. Actualmente el sistema educativo cuenta con una enorme cantidad de profesionales que por falta de recursos económicos no están pudiendo realizar su labor en las aulas. Por poner un ejemplo, sólo en la Comunidad de Madrid más de 3.000 profesionales de la educación optaron por una plaza dentro de la especialidad de Pedagogía Terapéutica. De estos sólo 300 consiguieron una plaza (más allá de lista de vacantes o plazas extraordinarias). Esto significa que, hoy por hoy y sólo en la Comunidad de Madrid, hay 2.700 profesionales especializados en dar la atención diferenciada que necesitan los estudiantes y que por falta de recursos económicos del sistema no podrán poner un pie en la escuela.
Iniciamos este escrito destacando la enorme apuesta que estudiantes, familias y docentes hacen por el sistema educativo cada curso. Apostemos por lograr el máximo desarrollo de cada estudiante en particular, porque mejore su autoconcepto y su autoestima en lo personal y en lo académico, porque se sientan seguros, tranquilos y felices en la escuela. Apostemos por una educación individualizada, diferencial y para todos poniendo en valor todo aquello que la escuela puede lograr de los estudiantes. Porque Educar, lo sabemos, va mucho más allá de hacer cumplir con una norma impuesta y porque si una norma no sirve, habrá que cambiarla.
1 comentario
Qué bonito análisis y cómo llena de esperanza a nostros, como papás, podamos acompañar a nuestros hijos en una formación educativa más adaptada y quién sabe si mejorada, para un mejor futuro de nuestros hijos. Con el ambicioso objetivo de poder desarrollar una actividad profesional el día de mañana en la que sean felices.