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No resulta novedoso hablar sobre la formación que reciben nuestros niños y niñas, adolescentes y jóvenes en las aulas. Y menos que periódicamente se publiquen en los medios que no estamos preparándolos para la sociedad en la que están creciendo. Alarma que muestra un problema real: la brecha entre el escenario social y la de nuestras aulas, independientemente del nivel educativo al que nos refiramos.
Esta realidad refleja que la educación que ofertamos no responde a las necesidades de nuestro alumnado en un entorno cada vez más volátil, incierto y complejo. Lo que conlleva su exclusión al no prever ni prepararlos para el futuro. Lo que nos lleva a preguntarnos como educadores y educadoras: ¿sabemos qué tipo de persona queremos formar? ¿Qué es lo que se necesita para afrontar y resolver la vida, por ejemplo, en una década? En definitiva, ¿qué sociedad estamos construyendo? ¿Es acorde con el escenario hacia el que vamos? No hay una respuesta unívoca a estas preguntas. Ahora lo que no podemos obviar es el condicionante más disruptivo de la actualidad: el entorno digital presente en todos los ámbitos de interacción humana, con diferencias y brechas muy significativas entre unos sectores poblacionales y otros, unas regiones geográficas y otras. Pero, a pesar de la realidad de esta brecha, resulta indiscutible que la virtualidad vino para quedarse.
También resulta evidente que nuestros modos de interactuar y estar en el mundo han cambiado a partir de este espacio virtual, que ha transformado radicalmente nuestro entorno y las formas de interactuar en él a todos los niveles: personal, social o profesional. Y si esta es la realidad en la que interactuamos, la educación debe cambiar también, tal como indicó la UNESCO (2015) ya hace una década. No podemos esperar a que cambien las instituciones educativas, de cualquier nivel, ni esperar a que estas sean las únicas responsables de esta formación. Independientemente de lo que se enseñe en ellas, los niños y niñas, los adolescentes, los jóvenes, están aprendiendo lo que les interesa en los escenarios en los que interactúan, en sus espacios cotidianos de comunicación. Buena muestra de ello son los influencers, nuevos “educadores” que han emergido en estos escenarios virtuales. Lo que debe plantearnos la necesidad de formar también en esos entornos, decisión coherente con la realidad en la que interactúan. Sin embargo, la respuesta que se está dando desde diferentes instancias es centrarse en la formación en competencias digitales, la inclusión de herramientas y dispositivos tecnológicos en el aula. Ahora bien, la solución no reside en poner el acento en estas competencias, ni en la incorporación de tecnologías emergentes en los procesos de aprendizaje, ni en la enseñanza en entornos digitales, sino en privilegiar las cualidades humanas sobre las capacidades profesionales o las instrumentales (Moreno Castañeda, 2017). Recordemos que desde siempre “vivimos en entornos tecnológicos y somos seres tecnológicos, por eso insisto en que las tecnologías son básicamente prótesis antropológicas que amplifican lo que ya somos para bien y para mal” (Luri, 2022, p. 185). Tecnologías que no suplen nuestras acciones, ni las otorgan de sentido. Somos cada uno de nosotros los que las elegimos de acuerdo con su pertinencia y con el objetivo que queremos lograr acorde a nuestro ser como persona. O, al menos, deberíamos formarnos para saber seleccionarlas y utilizarlas en cada situación, independientemente del escenario en el que nos movamos, para saber interaccionar con el otro.
En este contexto lo primero que debemos tener claro es que lo real y lo virtual no son alternativas excluyentes una de otra, sino dos entornos cotidianos en nuestra era. La gran revolución de la sociedad del siglo XXI es, precisamente, la posibilidad de interaccionar en ambos espacios: el físico y el virtual rompiendo las fronteras físicas y temporales, facilitando una comunicación síncrona y asíncrona sin precedentes. Incluso tener dos identidades: la física y la digital. Ahora, a pesar de todas estas posibilidades de comunicación con los otros y de acceder a cantidades ingentes de información, no sabemos desarrollar y afianzar nuestra identidad y, menos aún, reconocer al otro como otro yo.
Lo que nos lleva a afirmar que en esta nueva cultura digital debemos educar para que cada uno, en los diferentes escenarios en los que interaccione, se forme como persona con identidad propia, única, independientemente del entorno en el que actúe, de tal forma que contribuya al desarrollo de su grupo, de su comunidad. Aporte respuestas en las diferentes situaciones junto con el otro y lo otro, lo que exige necesariamente generar el encuentro para adquirir este aprendizaje. Contexto en el que resulta imprescindible la permanente consideración y presencia del otro real, no imaginado ni construido para responder a unos cánones sociales, económicos, políticos de cada momento (Moreno Aponte y Vila Merino, 2022).
Uno de los elementos que en la actualidad impide este desarrollo es, precisamente, el desencuentro que identificamos entre la persona y la educación. Un desencuentro que no aprovecha las oportunidades de sociabilidad humana presentes en todo espacio en el que convergen personas. Oportunidades que surgen tanto en los escenarios físicos como digitales, por lo que excluir alguno de ellos es mermar las ocasiones de aprendizaje para saber vivir en una sociedad atravesada por lo digital. Ahora bien, ya sea en uno o en otro, toda acción educativa debe estar dirigida a generar el encuentro entre cada ser humano consigo mismo, con los demás y con lo que le rodea. Aprender a dialogar, a colaborar, a trabajar, a jugar, en definitiva, a vivir y convivir en cualquier entorno, también en el digital, única forma de sustentar las redes que tejen la convivencia. Por ello, formar para una sociedad digital no puede reducirse al ámbito de las herramientas informáticas y/o digitales. Ni tampoco reducirla a la adquisición de las competencias digitales. Importantes, sin duda, pero limitantes si nos conformamos únicamente con su logro.
Si continuamos con este enfoque educativo seguiremos manteniendo un sistema educativo como un universo paralelo al propio de los jóvenes, cuando lo que se trata es de enseñarles a vivir y a interactuar en la sociedad actual. Y esto únicamente se alcanza si sabemos encontrarnos con el otro reconociéndole tal como es, escuchándole, conversando, respetando la diferencia.
Sin embargo, esta dificultad para encontrar y reconocer al otro no reside en la resolución de una pantalla, sino que es una cuestión más compleja que demanda nuestra capacidad de desarrollarnos primero en lo analógico para saber actuar e interaccionar en lo digital (Moreno Castañeda, 2017). Es decir, recuperar nuestra capacidad de experienciar y narrar nuestra historia, enseñar a pensar y a querer lo que dotará de sentido a nuestra vida, reconocer al otro tanto en lo que nos une como en lo que nos diferencia. En definitiva, compartir lo común y lo ajeno, los encuentros y desencuentros a través de la conversación y del silencio, del interés por el otro, del respeto, del tiempo dedicado a los otros, ya que nunca será posible separar nuestra vida del otro. No olvidemos que la profundidad en las relaciones se consigue en la medida en la que se establece un vínculo afectivo profundo, y esto también es válido tanto para el espacio físico como el digital.
En el momento en que incluyamos como prioridad la formación para el encuentro con el otro en nuestros espacios cotidianos, el reconocimiento de los diferentes entornos como escenarios de aprendizaje, la interacción en el entorno digital no planteará ninguna divergencia. En definitiva, se trata de educar en los espacios propios del siglo XXI en los que sabremos, en cada momento, cómo participar, interactuar y reconocer al otro como persona que es.
*Este tema fue debatido en el Seminario Interuniversitario de Teoría de la Educación -SITE en su encuentro celebrado en la Universidad de Jaen en 2023, bajo el tema Educación. Encuentros y desencuentros. La entrada se apoya especialmente en Ruiz Corbella, M. y Perochena, P. (2023). Escenarios presenciales vs digitales ante la educación para el encuentro. En África M Cámara, et al. Educación. Encuentros y desencuentros (pp. 196-200). Universidad de Jaen.
Referencias
Luri, G. (2022). Lo que permanece en educación. Teoría de la Educación. Revista Interuniversitaria, 34(2), 177–188. https://doi.org/10.14201/teri.27573
Moreno Aponte, R., y Vila Merino, E. S. (2022). Identidad narrativa en la relación educativa: promesa, solicitud y don. Teoría de la Educación. Revista Interuniversitaria, 34(1), 125-138. https://doi.org/10.14201/teri.26397
Moreno Castañeda, M. (2017). ¿Dónde está y a dónde va la Educación en la Cuarta Revolución Industrial? ¿Tecnologías para qué? En Patricia Ávila y Claudio Rama (eds). Internet y educación: amores y desamores (pp. 1 – 30). INFOTEC. https://bit.ly/3pdSaYL
UNESCO (2015). Replantear la educación: ¿Hacia un bien común mundial? https://bit.ly/2S55Cc6