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«Me parece muy injusto», dice Ana. Es una de las muchas madres que hasta hace unos días acudía a la escuela de familias que una de las docentes del CEE Asprona en Almansa llevaba tiempo organizando para madres y padres de niñas y niños con algún tipo de discapacidad o necesidad educativa especial en la comarca de dicho pueblo de Albacete.
El CEE Asprona es pionero en España en ese casi imposible viaje que hay entre los centros de educación especial y los centros de recursos que promulga la Lomloe y a los que se supone que el sistema educativo debe aspirar en su tránsito a la inclusión educativa.
Su viaje empezó hace una década aunque desde hace algo menos parte de su personal estaba realizando visitas para asesorar en aulas ordinarias tanto de centros concertados como públicos de su comarca. Una serie de poblaciones en la provincia que engloban a un total de 47.000 vecinos. En ese tránsito han perdido matrícula y han pasado de 22 a 12 alumnos, de los cuales, solo cuatro están siempre en el centro, el resto están en escolarización combinada, es decir, pasan un tiempo en el centro especial y otro, en el ordinario de referencia. A estos se suman los 38 niñas, niños y jóvenes que atiende el SAAE (servicio de apoyo y atención educativa).
Tras este tiempo, Educación por vía de la inspección y de la delegación provincial han parecido percatarse de que no había ordenación legal para lo que estaban haciendo. Años en los que, como explicaba hace unos días Marta Sánchez, directora del centro, les han felicitado por su labor estas mismas personas que, ahora, impiden que la sigan realizando.
Y en el viaje, se han quedado varadas en la incertidumbre y el enfado muchas familias. Lo explica Alejandro, un joven de 19 años con una parálisis cerebral que este año está cursanso una FP de grado superior. «El servicio que hacen cuando se desplazan es necesario. Hay alumnos que para desplazarse no lo tienen fácil, por disponibilidad o discapacidad».
La delegación provincial de educación envío un requerimiento al centro hace unos días. Bajo muchas líneas de legislación y normativa jurídica, lo que se lee es la obligación expresa de permanecer en su centro y la imposibilidad de salir a otros centros a hacer intervenciones. Solo podrían hacerlo con permiso de la inspección.
Eso es así porque les obligan a cerrar una de las cuatro aulas concertadas que tienen. No tienen alumnado suficiente y, según fuentes del centro, esto supondrá la eliminación de un 25 % de las horas de trabajo de una maestra de audición y lenguaje, un fisioterapeuta, dos ATE (auxiliares técnicos educativos), una maestra de educación física, parte de la orientadora y de la maestra de PT. Sus nóminas no salen del pago delegado habitual de los conciertos. En los centros de educación especial, este pago sale de los gastos corrientes asociados al propio concierto. A menos aulas, menos dinero y, por tanto, bajada de las nóminas o pérdida de personal directamente.
Son los centros ordinarios los que solicitan el servicio del SAAE (servicio de asesoramiento y acompañamiento educativo) que venía brindando este colegio de Asprona. En alguno de los centros donde han estado actuando ha sido complicado porque, a pesar de que el profesorado y las y los tutores veían la necesidad, la reticencia de algunos profesionales de la orientación educativa ha ralentizado las cosas.
«La experiencia ha sido genial, ya no solo para mi hijo, incluso conmigo, psicológicamente, a nivel personal». Lo cuenta Clara, nombre ficticio de una de las madres que hasta ahora se ha apoyado en este servicio. Prefiere guardar el anonimato como algunas de las otras madres con las que hemos contactado para elaborar esta información.
No solo el servicio les ayuda a entender mejor la condición de sus hijos e hijas, o les ofrece herramientas para poder acompañarles en su proceso de aprendizaje y socialización. «Me ha servido mucho psicológicamente, para aceptar el diagnóstico, creer en él, saber cómo ayudarle, para tener esperanza», comenta Clara.
No solo es aprender mates o lengua
El servicio no solo ha sido básico para que niñas y niños adquieran conocimientos curriculares o hayan podido igualar sus capacidades con las de sus compañeros de aula, que también. Lo explica Inma, madre de Irene (ambos nombres ficticios). Su hija, en primaria, este curso ha tenido dificultades para seguir el ritmo de las clases. Su profesorado no sabía exactamente cómo ayudarla y, a pesar de probar diferentes metodologías no conseguían tocar la tecla correcta. Por eso optaron por pedir ayuda al SAAE.
Una de sus profesionales estuvo dos meses, febrero y marzo pasados. «En 2 meses ha pasado de manejar números del 0 al 10, a sumar y restar con llevadas, a manejar las centenas. Solo cambiando algunas metodologías», explica Inma. «Quizá lo que peor lleva es lectura y la escritura porque ahora sus compañeros lo hacen más rápido. Pero han hecho muchas adaptaciones metodológicas y ha logrado grandes avances».
Esa madre lanza algunas preguntas que dan en la diana: «¿Mi hija se tiene que incluir dónde? ¿En un mundo diferente? ¿Qué tiene que hacer para tener que incluirse en un cole donde están el resto?». Centros educativos, docentes y alumnado en general son quienes, según la lógica de la inclusión, deberían entender que hay personas diferentes y deben modificar sus lógicas para que entren en una lógica inclusiva, en la que la diversidad es abrazada.
Este es el leitmotiv de muchas de estas madres. El trabajo que el SAAE a través de sus profesionales ha hecho para que el alumnado con necesidades o discapacidad haya tenido un espacio de socialización y participación seguro y amigable en los centros ordinarios. Es decir, han tumbrado el miedo que suelen tener muchas familias a la hora de elegir por estos colegios e institutos en vez de por centros especiales.
Parte del trabajo de las profesionales de Asprona pasa, como explica Marisa Jover, otra madre, en que enseñen tanto a docentes como al resto de compañeras y compañeros a utilizar el comunicador que Vega, su hija, usa para poder hablar con el mundo. Esta madre explica que, además, observan y detectan posibles barreras, que han de identificarse para poner en práctica las medidas de inclusión que marca el decreto 85 en las aulas y fuera de ellas, las señalan y ponen sobre la mesa herramientas para que la comunidad educativa les haga frente.
«El recurso de Asprona me daba seguridad de que las cosas se hacían bien», explica. «Los profes y orientadores del José Lloret me dan tranquilidad, se han involucrado mucho y se ha dado la conjunción perfecta entre las tres bandas», es decir, centro, familias y alumnado.
Incluir para socializar
Si la inclusión garantiza algo ese algo es la socialización entre iguales. Es decir, con chicas y chicos de su edad, independientemente de la condición o el origen de cualquiera. «Me preocupa, dice Marisa Jover, la segregación de mi hija. Ahora la invitan a los cumples de sus amigos. ¿Qué vida tendrá después? Si recluimos a todos en centros de educación especial, a nivel social ¿qué vida tendrán? ¿con quien se va realizar para convivir en una sociedad normativa?».
María (nombre ficticio, madre de una joven con parálisis cerebral y, además, ATE ha trabajado en centros ordinarios y especiales. «Los CEE lo hacen muy bien, pero ya solo por el hecho de escolarizar a chicas y chicos en ellos, lo que le dices a la sociedad es que hay que segregarlos, y no es así. Observo a los niños en los colegios ordinarios y están muy felices, y tienen mucho apoyo de sus compañeros», hay apoyo de los compañeros y hay mucho apoyo unos de otros».
Además, insiste en que la vida de los centros «cambia de manera significativa (con estos apoyos) porque los niños pueden comunicarse, pueden expresar lo que sienten, y tienen más posibilidades de integrarse académicamente». «El hecho de que estén en centros ordinarios, normaliza la situación» y facilita que puedan comunicarse con su entorno, algo más complicado cuando todo el alumnado de la clase tiene alguna discapacidad.
María Isabel Clemente es otra madre. También del pueblo de Almansa. Ella ya no tiene que lidiar con según qué situaciones. Su hija tiene 23 años ahora y está en un centro ocupacional. Pero durante su paso por la educación obligatoria estuvo en manos de Asprona y sus profesionales.
Gracias a ellas, su hija pasó de primaria a secundaria. Ella no se lo había planteado, pero la convencieron para, en 1º, que estuviera en algunas materias como educación física. En segundo decidieron que e vez de ir algunas horas sueltas aquí o allá, fuera días completos, aunque no entendiese las clases de Física y Química. La joven no lee ni escribe. Este salto fue posible gracias a que, en el lapso de tiempo que la Consejería de Educación envió a un profesional AT al colegio ordinario (tardaron de septiembre a mayo), una de las trabajadoras del CEE de Almansa hizo el acompañamiento a la joven.
El trabajo que hacía esta persona con Alba, su hija, consistía en ser su sombra en los primeros compases. Le decía qué tenía que ir haciendo en cada momento. Con el tiempo, sentaron a la alumna en medio de otras dos y lo que hacía la ATE era explicarle a ambas qué tenían que comentarle a Alba para que fuera siguiendo la clase, cómo tenían que hablar con ella. «Les enseñaban a tratarla como a los demás».
El otro quid de la inclusión. El contacto de personas con diversidad funcional, intelectual, motriz… con el alumnado de la escuela ordinaria tiene un impacto de doble sentido, puesto que estos últimos, en definitiva, van a poder leer el mundo en otros términos, con la mirada puesta en que hay persona que pueden tener algunas necesidades, que van a ser capaces de relacionarse con ellas de tú a tú, y no a través del prejuicio, el rechazo o la pena.
Enfado e incertidumbre
Son dos de los sentimientos que más se repiten en las conversaciones. «A la Administración no le importa la inclusión», sentendia Jover, quien insiste en que si no se ha regulado en estos años la situación del CEE Asprona de Almansa, ni los de Villarobledo y La Roda que están en la misma situación, «es por culpa de la Administración».
«Lo veo muy mal, con mucho enfado y rabia», explica Clara. «Mi hijo va a empezar primaria en septiembre ¿qué hago yo sin Eva?». Se refiere a una de las profesionales de Asprona que a partir de la vuelta de semana santa solo podrán hacer acompañamiento vía telefónica o por videoconferencia, pero no presencialmente. «Tengo mucho miedo», asegura. Se trata de un cambio de etapa, la entrada en primaria, en donde todo ya son asignaturas y en el que sus profesionales seguramente no tengan acceso a los apoyos necesarios (y obligatorios) para que su hijo siga la escolarización como hasta ahora.
Y eso a pesar de que el chaval, con TEA, «es un crack en lectoescritura», dice Clara. Un niño que ha comenzado a hablar hace pocos meses y lleva un comunicador para facilitar la labor. El dispositivo también se lo ofrecieron en el SAAE y fue este servicio el responsable de enseñar a familia, docentes y al propio niño a utilizarlo . «Ha aprendido a su modo, es decir, de otra manera», dice, y ya es capaz de escribir al dictado, de hacer cuentas sencillas, de leer sin problema. «Yo sé que aprende de otra manera. Y es necesario que los profes lo sepan», y para eso les hacen falta estos apoyos. Esto lo han aprendido, aclara, gracias al trabajo del SAAE que también les ha dado trucos para que aprenda basándose en sus intereses y con metodologías que le atraigan más y con las que comprenda mejor.
Clara insiste: «No pedimos más recursos, sino que se mantengan los que hay y que se ha demostrado que funcionan, no como cuando eran telefónicos u online».
Perder el miedo al juicio
«Las veo trabajar y me parece importante lo que hacen a la hora de ayudar a los profes que se encuentran desbordados y no saben cómo actuar. Los guían y les dan recursos para poder comunicarse», cuenta María.
La experiencia que han vivido estas madres es que, a veces, docentes y orientadores o equipos de orientación prefieren no reclamar el servicio del SAAE o similares pos miedo al juicio, a estar acompañados por otro adulto en el aula que pueda tomar nota de cómo hacen las cosas o de decirles cómo hacerlas de otra manera.
«Hay profesores que tienen miedo a ser juzgados», explica Inma, «pero en realidad son ayuda, apoyo y trabajan en equipo con los claustros que visitan».
Otra madre insiste en la idea. «No llaman para solicitar el servicio porque temen que entren a juzgar el trabajo de los docentes. Pero ellas solo ofrecen ayuda». Como explica esta misma madre, «en cuanto entran en el aula, el niño despega, porque enseñan trucos a los profesores».
A la vuelta de las vacaciones, según fuentes conocedoras, hay prevista una reunión con el consejero de Educación, Amador Pastor, y Asprona. Las familias tienen confianza en que la situación vuelva a su cauce y puedan volver a recibir el servicio que estaban recibiendo hasta la fecha.
El otro escenario es el de aguantar hasta final de curso ellas, sus criaturas y el profesorado que las atiende ahora mismo, como se pueda y el curso que viene, nadie lo sabe. Habrá quien tenga que escolarizarse en centros de educación especial, quien consiga aguantar en uno ordinario a base de buena fe y tenacidad de familias y profesionales.
Pero como resume Inma, «a nosotras (las madres) no nos pueden presionar, estamos cansadas, pero no tenemos miedo, ni fuerzas para rendirnos».