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Hijas del hormigón es una alusión directa a otro titulo, Hijos del hormigón. El trabajo de Aida Dos Santos ha durado cuatro años y ha supuesto cientos de entrevistas a mujeres de diferentes edades, todas ellas de clase trabajadora. Una clase entendida en sentido amplio, es decir, desde administrativas, docentes o camareras de hotel. Aquellas mujeres que tienen que trabajar para ganarse la vida.
Es un libro que habla de violencia sexual, patriarcal y laboral. Una descripción en casi 400 páginas que más que leerse, se devoran, de la espiral entre el capitalismo y el patriarcado y cómo sus dinámicas, perfectamente engrasadas, hacen de la vida de las mujeres un lugar difícil de habitar en el que, por más que las leyes lo digan, no ven igualdad de trato. Ni con sus jefes, ni con sus compañeros de trabajo, ni con sus parejas sentimentales.
Aida dos Santos es una joven con gran inteligencia que demuestra tener un muy amplio conocimiento de aquello de lo que habla y que ha tenido la valentía y la paciencia, a veces también el estómago (según se intuye a lo largo del libro) de hablar con más de 170 mujeres y organizar un ensayo que nos habla de lo mucho que queda por hacer y del papel que los hombres tenemos en el malestar de, al menos, la mitad de la población.
¿Por qué este libro? ¿Por qué ahora?
Porque soy hija de mi generación, de tener unos derechos de igualdad consolidados pero cuya correa de transmisión con la realidad social no está completada en su totalidad. Hay un montón de brechas, las que he ido fotografiando en el libro. Muchas en las que las mujeres no habitamos los mismos espacios en igualdad con los hombres. Y conscientes de esas brechas y espacios de desigualdad, ahora hay un discurso que dice que nos hemos pasado con el feminismo y que nos pregunta qué pedimos si sobre el papel lo tenemos todo.
El libro trata de quebrar, además, el discurso del feminismo académico que redunda sobre ciertas cuestiones que ya han llegado a la legalidad. Un feminismo que tiene unos debates alejados de la realidad social de las mujeres que me he encontrado en mi día a día, que están en el libro y que todavía tienen bastantes problemas de desigualdad, de sentirse y ser tratadas como inferiores tanto dentro como fuera de casa.
El feminismo en realidad nunca había olvidado a las mujeres de clase trabajadora
En el libro hay un tema central, la lucha de clases, ¿Crees que el feminismo ha perdido de vista el discurso de clase?
No es que el feminismo como tal lo haya perdido, porque no es una materia universitaria, que se enseñe en un posgrado o en el doctorado. El feminismo es el contemplar las cosas que no funcionan y en las que las mujeres nos quedamos detrás por el hecho de ser mujeres, e intentar mejorarlas. El feminismo en realidad nunca había olvidado a las mujeres de clase trabajadora. Pero la lucha feminista sindical de las mujeres de clase trabajadora no ha tenido ningún espacio en los medios de comunicación porque los mismos medios que reciben financiación de las inmobiliarias no podían hablar de la vivienda como un problema de género; no podían hablar del diseño de la ciudad como un problema de género; ni hacerlo mientras seguían perpetuando la venta de coche y la financiación a plazos. No podían hablar de la explotación laboral cuando son las grandes empresas anunciantes las que explotan a sus trabajadoras a través de la deslocalización y la subcontratación. Los medios de comunicación no hablar de toda la presión estética que sufren las mujeres de clase trabajadora, no solamente cuando van a la playa, sino cuando se presentan a una entrevista de trabajo, mientras estás recibiendo financiación vía publicidad de las grandes industrias de cosméticos. No lo puedes denunciar de igual manera.
Para acotar un poco el campo, ¿qué consideramos mujeres de clase trabajadora o qué deberíamos considerar por el clase trabajadora?
Llevamos los últimos 30 años de democracia definiendo la clase social según la aspiración y no la realidad. Todos somos clase media, pero en realidad no lo somos. La propia definición de clase media es un concepto aspiracional. Hemos dejado de definirnos según nuestra realidad, nuestra nómina mensual y aquellas cosas que nos podemos permitir mes a mes. Todo estos discursos de hacerse a uno mismo, ese estar en el hacerse, en quién quiero ser, mientras que lo que te define es quién eres en el presente.
Esta pregunta de las entrevistas de trabajo, ¿dónde te ves tú dentro de cinco años?, ha sido lo que ha definido a la sociedad, en lugar de quién eres ahora, cuáles son tus competencias hoy, qué te puedes permitir a día de hoy en tu día a día, qué provees a tu familia, qué pueden esperar tus hijos e hijas de ti. Llevamos los 30 últimos años de democracia definiéndonos a partir de lo que queremos ser y esta definición de clase trabajadora, la mayor parte de la población que depende del trabajo y de su día a día y que no dispone más que de 6-7 nóminas, como mucho, de ahorro; que no tiene una propiedad más que la casa en la que está viviendo; que no puede permitirse seguros privados, ni colegios privados; que dependen al 100% del estado de bienestar para sobrevivir han dejado de sentirse definidos por esa retórica y han preferido imaginar que son lo que quieren ser.
Toda la dinámica social y urbana de cómo está construida la ciudad es una definición por y para el hombre
En el libro hablas de muchos problemas que son comunes a mujeres y hombres, pero obviamente escribes un libro para definir los problemas de mujeres. ¿Podrías darme alguna pincelada? Por ejemplo, cuando hablas del uso de los coches…
La mayor tasa de titularidad de vehículos en España la tienen los hombres. El primer coche familiar lo conduce el hombre y cuando la mujer necesita un vehículo, aparece el segundo. Es muy raro encontrarnos matrimonios o familias en las que solamente haya un coche y lo conduzca ella. Por lo tanto, toda la dinámica social y urbana de cómo está construida la ciudad es una definición por y para el hombre. Y a partir de ahí hay muchas prerrogativas y favores que se le hacen a los conductores y que benefician a los hombres, desde la iluminación de las calles, el sentido de los carriles, definir en qué espacio se puede aparcar y en cuál no, cuáles son las zonas peatonales… Hay una masculinización de la herramienta y, por lo tanto, de las normas. En el momento en el que cambias una norma que tenga que ver con el uso del coche estás cambiándole las normas a los hombres, porque son ellos los que están utilizando el coche. Y a quien te encuentras enfrente es la masculinidad que tiene en el vehículo una extensión de su ser.
¿Qué otras cosas cosas sufrir las mujeres trabajadoras?
Hay una muy concreta y constante relacionada con el acceso al mercado laboral. Hay muchas excusas, barreras que nos encontramos dependiendo de nuestra edad: si tienes hijos o no y las políticas de conciliación que puede ofrecerte la empresa… Una empresa sabe si tiene o no políticas de conciliación y su necesidad de la trabajadora como para ponderar si cuentan con una mujer con hijos o hijas pequeñas o no. Aunque la cosa, como me decían las entrevistadas, ha evolucionado del directamente preguntarte si tienes hijos o no, a preguntarte si tienes familia o cuáles son tus hobbies o qué es lo que te gusta hacer en tu tiempo libre. Es fácil que las madres digan algo relacionado con la infancia o con que les guste pasar tiempo con sus hijos. A los hombres apenas se les pregunta si tienen hijos. Que los tengan o no, no altera tanto la conciliación porque se da por hecho que no van a ser ellos quienes salgan del trabajo si su hija o hijo lo necesita.
Otra brecha muy constante, ya en la educación, cuando se siembra la desconfianza en las mujeres para que no opten por carreras relacionadas con las ciencias y las tecnologías. El último estudio que ha salido estos días ya hablaba que desde primaria ya se abría esa brecha. Y aunque las familias quieran coeducar, los comentarios sobre que las mujeres son peores en matemáticas los van a tener en la televisión, en la calle, en las redes sociales…
También genera inseguridad el que aparten del mercado laboral a las mujeres con hijos, reducirles las horas o no darles responsabilidad en la empresa. Al final eso va sembrando la inseguridad en las mujeres que no saben si no reciben esa responsabilidad para la que están capacitadas y ese trabajo porque no están preparadas o si es por ser madre.

En el libro hablas del papel de los sindicatos, formados por hombres que negocian convenios sin pensar en las trabajadoras. Pensaba en las educadoras de infantil que tienen un convenio duro y se ocupan de algo muy preciado, los bebés…
En el momento en el que negocian patronal y sindicatos y a ambos lados de la mesa hay hombres, el código en el que hablan es muy distinto a si nos encontrásemos a mujeres a los dos lados de la mesa. Ellos tienen unos consensos y se olvidan de muchas cosas como, por ejemplo, la carga mental.
En el ejemplo de las educadoras de las etapas de infantil, lo que te encuentras es a una patronal que puede estar dedicándose a eso como a cualquier otra cosa, porque las licitaciones van por lotes y muchas veces las empresas no están especializadas. Por otro lado a un movimiento sindical masculinizado que puede que ni siquiera se haya hecho cargo de sus propios hijos, que no tenga ningún criterio de valor para compendiar el esfuerzo que va a necesitar ese trabajo.
No se ha valorado a las mujeres dentro del movimiento sindical como para que fueran ellas las que se sentasen en las mesas de negociación
Hay al final muchas cosas que se quedan por el camino. Los derechos laborales son una de ellas, como la ratio de niños por aula. No solo hablamos de cuánto es la hora de trabajo, sino de si va a la par de la responsabilidad. Las clases trabajadoras dejan a sus hijos y a sus hijas a cargo de personas muy mal pagadas y que no dan para más, y que no le pueden dar la atención personalizada que necesitan los infantes a esa edad.
Por otro lado, hay muchísimas connivencias producidas por negar que el trabajo de las mujeres existiese. Al no existir, tampoco lo hace la sindicación, o no se ha valorado a las mujeres dentro del movimiento sindical como para que fueran ellas las que se sentasen en las mesas de negociación. Hemos estado expulsadas de esa parte de la vida pública.
Una cuestión que me comentan las trabajadoras de residencias es que los trabajos feminizados, realizados por mujeres y entendidos como una extensión de nuestra predisposición biológica a cuidar, no necesitan una remuneración justa. No necesitan ni siquiera estar reconocidos con el salario mínimo dentro del sector. Siempre se ha considerado una extensión de nuestra predisposición biológica al cuidado, algo que históricamente hacíamos gratis, y de repente tienes que explicar que por eso mismo vas a cobrar.
Son trabajos muy penosos que nunca se han contabilizado porque nunca los han desarrollado los hombres. Ellos nunca han dejado un trabajo remunerado para cuidar en del hogar; nunca ha tenido ese coste de oportunidad y no pueden calcular. Lo que comento en el libro de las mujeres que han tenido que dejar de trabajar para cuidar es que muchas trabajaban en el sector limpieza y al ser madres, dejan de limpiar para ser madres a tiempo completo. Se habla de que deja de trabajar quien menos gana y quien menos responsabildades tienen, pero las parejas de estas mujeres tampoco tienen grandes responsabilidades como para no poder dejar su empleo. Pero ingresa lo justo más como para que le merezca la pena a la limpiadora dejarlo trabajar.
Cuando hablas de las trabajadoras de residencias, hablas de la dureza física del puesto, como para las educadoras infantiles. Y toda esta dureza es invisible.
Es algo que siempre ha ocurrido en el hogar. Los hombres han tenido el poder para armonizar, estructurar y ponerle precio a todas las tareas pero no han mirado a lo que que se realiza dentro del hogar, no han podido contabilizar lo que supone. Por ejemplo, el cuidado a personas dependientes va aparejado de levantar peso. Si le pides a alguien que no haya cuidado nunca una lista de lo que debe hacer alguien que cuida, seguramente se le olvide el levantar peso porque piensan en dar de comer, si acaso, en dar un paseo o enumeran limpiar cosas del hogar. De esto se quejan muchas trabajadoras internas, que cuando las contratan para cuidar realmente lo que están contratando es una limpiadora y que de los cuidados se olvidan. Y una persona no tiene un horario para ir al baño sino que es a demanda.
Y con los niños y las niñas pasa exactamente lo mismo. De repente si se ponen a enumerar cuál es el trabajo de una maestra, seguramente en ningún momento aparezca que tienes que aupar a los niños en brazos, pero es algo que se hace con bastante repetición a lo largo de la jornada.
Mientras una mujer se haga cargo de los cuidados, ninguna cabeza pensante del Estado se va a preocupar de la conciliación
La conciliación es otro de los temas repetidos. Una de las políticas principales de conciliación es abrir los colegios más tiempo lo que genera tensiones entre las docentes y las madres. ¿Por qué no hay otras políticas de conciliación más allá de las extraescolares?
Digamos que en los 90 fue el boom de las extraescolares, a la par que las mujeres se empezaron a incorporar a los empleos a jornada completa. Es el boom porque a ver qué vas a hacer con tus hijos mientras dura tu jornada. A partir de la crisis de 2008 hay un cierto freno. Un poco se cubrió con la ley de la dependencia. Y cuando la generación de la posguerra empieza a enfermar y las mujeres dejan de trabajar para atenderles, pues deja de haber un problema con el empleo. Mientras una mujer se haga cargo de los cuidados, ninguna cabeza pensante del Estado se va a preocupar de la conciliación porque deja de ser un problema. Porque mientras decides qué política pública hacer, ese niño ha nacido y ese mayor ha enfermado y alguien se tiene que hacer cargo y nadie deja a sus mayores esperando a que alguien apruebe algo.
En estos últimos 20 años, hemos vivido cada vez más en las ciudades (de ahí el hormigón en el título). La conciliación en los pueblos y en las ciudades pequeñas e intermedias es muy distinta a la de la ciudad porque el principal problema que tienen estas son las distancias. No solo está tu horario laboral sino también el tiempo que tardas en ir de un sitio a otro y, por lo tanto, te sale mucho más a cuenta alargar la jornada escolar que llevarte al niño de un punto A a un punto B porque ese tiempo libre no lo tienes.
Creo que nos falta cuestionar a la población adulta sobre qué disfrutaban en su infancia y adolescencia para ver realmente si lo que quieren es no ver a sus hijos durante 12 horas al día. Entre que se alarga la jornada laboral y la jornada escolar, lo que estamos teniendo es una brecha. Una brecha generacional que se relaciona también con el poco tiempo que pasan las familias entre sí. El trabajo nos lleva a vivir en la ciudad y a formar allí nuestras familias. Es donde hay empleo, pero luego la familia no es funcional porque nos pasamos el tiempo en el transporte.
Lo que veía en las entrevista era mucha culpa cada vez que no tienes un hijo modélico, cuando aparecen los problemas de que los niños suspenden, se vuelven más dispersos, rebeldes o que tienen problemas de bandas… Toda la culpa que aparece en la clase trabajadora porque se da cuenta, en la adolescencia, de que no ha estado presente en la vida de su hijo porque no ha tenido políticas de conciliación. Y no es algo que pueda resolver la clase trabajadora porque no estamos en el ala negociadora de la mesa, sino que estamos a cumplir el diseño empresarial que han tenido otros, que sí pueden conciliar.
No necesitas que todos los hombres sean potencialmente acosadores solamente necesitas un hombre por centro educativo para que todas sean víctimas
Otra constante es la violencia. Desde preguntar cosas que no debes hasta violentar sexualmente.
La violencia está todo el rato presente. Me parece curioso que recibimos violencia durante toda nuestra vida. En la infancia nos damos menos cuenta, y luego nos vamos dando cuenta con el tiempo y somos capaces de ponerle nombre.
En el libro recojo el relato de una mujer que siendo alumna en el colegio recibió acoso sexual por parte de uno de los profesores. Termina en el colegio, se va a la universidad, estudia Magisterio, saca la plaza en el colegio donde ya había sido alumna y ve las dinámicas de acoso sexual. Comienza a ser víctima de acoso sexual por el mismo docente que ahora era su compañero y descubre, en las primeras semanas como maestra en el centro que las que habían sido maestras cuando ella era alumna se daban cuenta, intentaban aislar a ese profesor, pero que habían pasado 15-20 años y que ese hombre seguía dando clases, que aquello se había perpetuado. Todo el mundo se había dado cuenta y la cosa pasaba por retirarle de los cursos más bajos para que no tuviese acceso a las niñas más pequeñas, más vulnerables.
Me gustó este ejemplo porque ni siquiera necesitas que todos los hombres sean potencialmente acosadores, pero es que un hombre en un centro de trabajo, en un centro de estudios, lleva prácticamente toda su carrera, tanto en las que son sus alumnas, compañeras de trabajo, sembrando el terror. Y si solamente necesitas un hombre por centro para que todas sean víctimas.
Esperaba encontrar en el libro, aunque no tenía porque, el ámbito de la universidad al hablar de violencia y educación. Es un ámbito donde se dan subyugación y dominio.
Porque va a la par. No puedes completar tus estudios sin la aprobación del acosador y, por lo tanto, ahí se va todo por la borda. El mercado académico es muy restrictivo, y estás totalmente atrapada. Uno de los testimonios en el libro ocurre en un colegio profesional. El mayor drama que tuvo esta víctima es que fue la primera universitaria de su familia siendo la hermana menor. Toda la familia hizo el esfuerzo económico para que hubiera una universitaria y la eligieron porque se le daba bien el colegio. En el momento en el que tiene que empezar a trabajar y está capacitándose en el colegio profesional es víctima de acoso sexual y deja la carrera, deja la profesión. Y tiene que cargar con haber sido víctima de acoso y que su familia no comprenda porqué después de todo el esfuerzo que habían hecho no les parecía bien que ella dejase de tener esa oportunidad que había hecho esa apuesta colectiva.
Los agresores y los acosadores formaban parte de la estructura que tenía que velar porque eso no ocurriese
Tenemos leyes y protocolos antiabuso o antiacoso en las universidades, pero no parece nunca llegar a la realidad de los hechos. ¿Cómo debería ser la correa de transmisión?
Una de las cuestiones que ocurre prácticamente en todos los ámbitos es que el victimario no es el victimario perfecto nunca. La idea que tenemos de un agresor, de un acosador es el que te sorprende en un portal de noche y estadísticamente no es para nada representativo. Son mucho más sibilinas. Lo que me he encontrado a lo largo de las entrevistas es que los agresores y los acosadores formaban parte de la estructura que tenía que velar porque eso no ocurriese.
Han sido perfectamente conscientes de cómo orquestar la norma, estando dentro de ella, siendo plenamente conscientes de lo que estaban haciendo, ganándose el favor y el respeto de la comunidad, porque cómo van a ser uno de ellos. Un poco como en la última denuncia que ha salido ahora en la Universidad de Barcelona. La forma de excusarse ahora es que me están señalando porque yo he defendido a las víctimas de otros. Saben perfectamente cómo situarse y qué causas defender para tener un apoyo social que les blinde.
En las empresas, ¿quién se mete en las comisiones de igualdad y en las que negocian los planes de igualdad?, ¿quién está en los partidos políticos, en las pancartas de las manifestaciones feministas? Y dentro de la universidad, ¿quién está en las cátedras de los estudios de género? Saben cómo posicionarse y es muy difícil detectarlos.
Una de las cosas que quiero hacer en el libro es que las mujeres pierdan la culpa de haber sido víctimas, porque el victimario y los agresores son plenamente conscientes de lo que tienen que hacer para que no les pillen. Por mucho que tú hayas tenido cuidado, por mucho que hayas prestado atención, ellos sabían lo que no tenían que hacer para que no te dieses cuenta. Y que cuando te des cuenta, que sea demasiado tarde, que ya hayas comprometido tu futuro profesional, que ya hayas comprometido tu línea de investigación a sus pesquisas, que ya estés totalmente perdida. Cuando ellos ven que la víctima ya no tiene salida, es cuando pueden bajar la guardia de querer mostrarse.
Lo primero que tiene que hacer el protocolo es, en mi opinión, contar con el mínimo de hombres posible
¿Y qué puede hacerse para que los protocolos funcionen?
Lo primero que tiene que hacer el protocolo es, en mi opinión, contar con el mínimo de hombres posible. Hace unos años, a partir de unas jornadas de formación en igualdad de la Guardia Civil, vino una representante de una organización supraestatal. Decía que en sus grupos de lucha contra el narcotráfico, la trata y la corrupción contaban con el mínimo número de hombres posibles. La forma de luchar contra las células de trata era que tuviesen mujeres que no fueran usuarias de la prostitución, de manera que los corruptores no tenían nada que ofrecerles. Les pueden ofrecer dinero pero las mujeres capacitadas tenían conciencia de que eso estaba mal.
Si de mí dependiese, contaría con el mínimo número de hombres posible. Tenemos que defender de nuevo los espacios no mixtos y seguros donde definir qué consideramos que es violencia, sin que los hombres puedan opinar. Y cuando ya esté definido, que tengan que ser agentes para detectarla y para denunciarla.
Los profesores que han sido denunciados hasta ahora son totalmente conscientes de cómo son las dinámicas humanas de poder.

También hay violencia en el ámbito de la salud. La que ejerce el propio sistema de salud contra las mujeres de diferentes maneras, falta de diagnosis, de conocimiento concreto…
Hasta los últimos años no se ha empezado a hablar de que había un androcentrismo médico y que el cuerpo de las mujeres no se ha estudiado igual que el de los hombres. Nos encontramos con varias generaciones de médicos en la consulta que pueden ser excelentes profesionales pero que no son conscientes del sesgo que tienen cuando tratan a una mujer. Puede haber personas que hayan estudiado Medicina sin que nadie les haya dicho que existe el sesgo de género y no son conscientes de que están errando en sus diagnósticos porque no tienen en cuenta cómo reacciona la mitad de la población a un fármaco o cuáles son los síntomas que debería tener la mitad de la sociedad a una enfermedad determinada.
Las dos barreras que tenemos que superar las mujeres en consulta es que lo que nos pasa no es por estar gordas y que es real
Me sorprendió mucho cómo se generalizó que las chicas con problemas de la alimentación, lo que tenían era problemas mentales porque tendían a la anorexia y a la bulimia. En el libro, hay dos mujeres celíacas de diferentes edades y procedencias. A una la quisieron ingresar en psiquiatría porque creían que era una alcohólica preadolescente y a otra la ingresan en psiquiatría, y llega a estar atada en la cama, porque creen que es anoréxica. Lo que les pasa es que son celíacas. Pero se toma esta decisión antes de hacerles una prueba, antes de pensar que hay un problema físico y real. Las dos barreras que tenemos que superar las mujeres en consulta es que lo que nos pasa no es por estar gordas y que es real, que no estamos locas. A partir de ahí pues vienen un montón de falsos diagnósticos y errores que hacen que enfermedades que no serían nada se cronifiquen. Porque no nos dan el medicamento oportuno y el que nos dan no funciona aunque los efectos secundarios, sí. Hablamos de los efectos secundarios como no deseados o espurios y que no le ocurren al 100%. Pero realmente, hay una parte de los efectos secundarios que te va a ocurrir siempre.
Hay, por ejemplo, muchos problemas de dismenorrea con la menstruación porque hay medicamentos que no se han probado en mujeres en las diferentes etapas del ciclo. No sabemos qué puede pasarle a una mujer dependiendo de su ciclo. Un ejemplo de ello fue la vacuna del COVID. Y cuando nos encontramos con el problema, como no estaba planteado como un efecto de la medicación, siguen sin pensar de dónde sale.
Violencia no es que un médico en consulta te pegue una paliza, pero sí es un sistema sanitario, una estructura académica y de transmisión del conocimiento que entiende que el cuerpo de la mujer no merece la atención y la dedicación que sí ha tenido el hombre. Esto lo explica en Carmen Valls en su libro (Mujeres invisibles para la medicina, Capitán Swing, 2020) y es: no hacen la inversión en investigación que tenga que ver con el cuerpo de la mujer porque reconocen que la complejidad de nuestro cuerpo altera las observaciones. Que dependiendo del momento del ciclo menstrual en el que estemos y de nuestra edad, es muy difícil saber si un medicamento funciona o no porque tienen que controlar muchas variables.
Si ves que en la prueba de un medicamento tienes que controlar muchas variables, ¿por qué crees que lo que funciona con un cuerpo lineal de hormonación, el masculino, lo hará en uno cambiante? Cuando están testando un medicamento no es lo mismo indemnizar a un hombre cuyo efecto secundario haya sido quedarse calvo, que pagarle a una mujer que la dejes estéril. El cuerpo de la mujer es tan complejo que preferimos no contar con ellas.
En el tema de la salud en el libro hay dos vertientes, una que creo que titulas “no me pasa nada” y la otra que es la sobre medicación a base de ansiolíticos…
Una chica adolescente o preadolescente que tenga sus primeras reglas y le duela muchísimo, se lo regulan dándole la píldora. Uno de sus efectos secundarios es la depresión. Le medicas la depresión. Y a lo mejor lo que tenía era una endometriosis. A lo mejor tiene alguna intolerancia alimenticia y está más hinchada y si está menstruando todo le duele más porque el cuerpo es más pequeño de lo que nos creemos. Pero estás todo el rato poniendo parches y el cuerpo genera tolerancias. Si has empezado a medicar la depresión de una chica en la adolescencia, cuando termina la universidad necesita dosis mayores. Y cuando tenga una depresión de verdad, porque la vida se la lleve por delante cuando tenga 30 años, nada de lo que le has estado dando le hará efecto y acabarás dando opioides. Y a lo mejor se hubiera solucionado con un análisis de sangre y ver si necesitaba ácido fólico o magnesio. Muchísimas dolencias musculares nos las tratan con ansiolíticos en lugar de con antiinflamatorio. Es muy difícil que a los hombres les receten ansiolíticos u opioides.
Es importante que se le dé relevancia a la educación física de las niñas para que tengamos una buena salud de adultas
En el libro aparecen las vías de escape que tienen los hombres ante sus frustraciones y las de las mujeres. Ellos han podido, entre salir de trabajar e ir a casa, hacer una pausa en el bar, hacer reset diario a base de alcohol. Las mujeres, no. Una de ellas me decía que como no podía ir al bar porque estaba con los niños en casa, lo que hacía era tomarse un ansiolítico antes de dormir, porque si no, no descansaba.
Las clases trabajadoras están sometidas a mucha presión y si no hay absolutamente ninguna atención a la salud mental. La atención primaria está muy castigada, hay muy pocos minutos por paciente. Cuando llega una persona a la consulta con un problema concreto y hay que pedir una analítica, como no sé cuándo te la van a hacer ni cuándo voy a ver los resultados, pues te dan una solución que debería ser puntual, unos ansiolíticos. Y como todos los procedimientos se alargan mucho en el tiempo, se acaban cronificando los problemas.
En esto de la salud es importante que se le dé relevancia a la educación física de las niñas para que tengamos una buena salud de adultas. Las mujeres acabamos creyendo que el deporte no es para nosotras, ya desde el uso de los patios en los colegios; que nuestro tiempo libre no se tiene que dedicar al deporte. Viene de toda una tradición que analizo cuando repaso los libros de la Sección Femenina hasta la entrada la democracia sobre qué deportes debían y no hacer las mujeres. Los que se nos prohibían eran todos aquellos que desarrollaban la fuerza. Hay una creencia que a mí me hace mucha gracia: a poco que hagas de fuerza, se te van a marcar los brazos y vas a perder tu feminidad. Tienes que hacer mucho ejercicio para que se te marque el brazo y puedas perder esa flaccidez que tú llamas feminidad. Al final no tener una higiene en la postura, ni ser conscientes de cómo tenemos que agacharnos a levantar peso cuando somos las que más peso levantamos en el hogar nos condena mucho la salud. Quien levanta a los niños, sube el carro, etcétera, diariamente son las mujeres y no nos han dado absolutamente ninguna lección con vocación de que aprehendamos eso a nuestro haber.
Me parece muy sorprendente cómo se ha eliminado el deporte, cómo se ha eliminado la fuerza de nuestra cultura mientras que a ellos se les sigue insistiendo. Todas las mujeres comentan que hay un momento en su etapa educativa en la que reducen las horas de educación física y de extraescolares deportivas hasta que desaparecen porque ya no pueden más. Aunque la carga lectiva sea similar, las niñas empiezan a tener responsabilidad de tareas del hogar que los niños no. Ellos lo utilizan para seguir haciendo deporte y ellas dejan de hacerlo.
Ahora que dices esto, pensaba en el rendimiento educativo de las niñas. Hablas del acceso a la universidad muchas veces a lo largo del libro, y la estadística nos muestra que vosotras tenéis mejores rendimientos siempre, el esfuerzo que le imprimís al estudio no se para nunca. No sé si esto es porque entendéis que la única salida posible de una situación social o económica baja es la educación…
Hay una parte de inculcarnos que la única manera de salir adelante es la educación. Es un discurso que todas las entrevistadas me comentaban que les habían insistido sus madres. Una generación de mujeres que no pudo acceder a la educación y que cuando tuvo hijas hizo hincapié en que estudiasen porque querían liberar a sus hijas de esas carencias a través de la educación.
La forma en la que muchas de las chicas de clase trabajadora han logrado una identidad y definirse a sí mismas ha sido a través de la educación
Los chicos, además de los estudios, tienen una extraescolar que les evalúa ante el conjunto de la sociedad. Nosotras, como no tenemos más espacio que nuestro pupitre, tendemos a competir contra nosotras mismas. La forma en la que muchas de las chicas de clase trabajadora han logrado una identidad y definirse a sí mismas ha sido a través de la educación porque era la forma de obtener reconocimiento, de ser vistas, de que apostasen por ellas. Dentro de un sistema que no apuesta para nada por el talento femenino, la forma de situarse y de hacerse valer es estudiar y estar siempre sobre la bicicleta que si dejas de pedalear te caes. Por eso hay más tasas de universitarias, de máster. Pero cuando se tiene que transformar en una responsabilidad laboral o un sueldo justo, esas oportunidades empiezan a desaparecer.
Sobre el acceso a la universidad, la brecha que tenemos en España no es de acceso, sino de vocación, que no es una cosa innata, sino trabajada. No se promueven las vocaciones en sectores laborales que luego de estabilidad económica y un proyecto de futuro
Al final del libro, aunque hablas de identidades a lo largo del libro, dejas un capítulo específico a las identidades, en el que abres un melón interesante. Parece que en los últimos años hay esta contraposición entre la clase y las identidades en los feminismos. No sé si son incompatibles.
En el debate de las identidades no hay en enfrentar a supuestas minorías con una supuesta clase obrera. Existe la creencia de que cuando hablamos de mujeres de clase trabajadora hablamos de mujeres blancas. La idea de que la clase trabajadora en España solamente tiene un color de piel, una etnia, una lengua. Pero en España, donde hay comunidades y regiones periféricas con una lengua cooficial, te das cuenta de que la lengua también juega un papel de clase.
Quedarse fuera de la lucha de clases es quedarse fuera del mercado laboral y quedarse fuera del mercado laboral es depender de la beneficencia del Estado
Por ejemplo, en Cataluña los charnegos eran clase obrera porque no sabían hablar catalán y se les limitaban los puestos de responsabilidad por el idioma y se quedaban en trabajos de baja cualificación. Pero en ciudades como Madrid, a los andaluces también les relegaban a los trabajos de baja cualificación y aquí no había un segundo idioma. ¿Cuál es la identidad que está funcionando ahí? ¿Qué es lo que está vertebrando quiénes son los de abajo y quiénes los de arriba? No podemos dejar de denunciar que, por el hecho de pertenecer a una etnia, a una minoría, el capital tiene muy claro cómo nos organiza. Y la ideología colonial ha tenido muy claro quién tenía que trabajar para otro, quién era el dueño de los medios de producción y a quién se le iba a restringir el acceso al poder. Y cuando tenemos que orquestarnos como clase trabajadora ponemos reparos si una persona es migrante, pertenece al colectivo LGTB o tiene una discapacidad para poner sus demandas sobre la mesa. Como persona que necesita de su trabajo para salir adelante todas aquellas cuestiones de adaptabilidad del puesto de trabajo para seguir adelante tienen que estar sobre la mesa; lo contrario ¿qué es? ¿relegar a esas personas a la beneficencia? Quedarse fuera de la lucha de clases es quedarse fuera del mercado laboral y quedarse fuera del mercado laboral es depender de la beneficencia del Estado. Y cuando hablo de las personas trans, de si sus derechos no entran dentro de la lucha de clases, quiere decir que le relegamos a la prostitución fuera del mercado de trabajo.
Es un llamamiento a que el mismo ejercicio que deben hacer los feminismos en las diferentes asociaciones y niveles en los que haya un área de igualdad, que es ejercicio de ser antirracistas, ser anticolonialistas, ser antihomofobia y demás, todo ese ejercicio que tenemos que hacer de amparar a aquellas personas que se valen de su fuerza de trabajo para sobrevivir, también los debemos reclamar al resto de entidades y de asociaciones que son, digamos, monotemáticas. No solo es trabajo del feminismo amparar todas las luchas de desigualdad sino que todo el resto de los colectivos que dedican su tiempo a luchar contra una desigualdad principal, tienen que prestar atención a los derechos de las mujeres, por ejemplo, con discapacidad, y a las barreras que tienen por delante.