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Las y los becarios del sistema universitario español obtienen mejores notas que el resto de sus compañeros. Además, son más resilientes, abandonan en menor medida los estudios y, además, se gradúan en tiempo y forma más.
Parece un mundo idílico en el que el sistema de becas español ha conseguido lo que se había propuesto, ayudar a la igualdad de oportunidades para las personas de menos ingresos y, además, hacer posible su continuidad a lo largo de los años de estudio.
Los datos, obtenidos de las estadísticas del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, parecen claras. Las y los becarios abandonan el grado en menor medida (el 18 %, frente al 26,5%), al igual que la universidad en sí (el 10 frente al 18%).
Se matriculan de más créditos, se presentan a más y los superan en mayor medida también. También se presentan a la casi totalidad de los matriculados, y los aprueban también más. Y como se ha dicho, al tener mejores rendimientos académicos de toda clase, el porcentaje de créditos de 2ª matrícula también es menor, frente a sus compañeras y compañeros sin beca.
Parece un mundo ideal en el que las becas están consiguiendo todos los resultados esperados. Pero Lucía Cobreros (EsadeEcPol) y José Montalbán (Institute for Social Research, Stockholm University) querían ir más allá en el análisis y conocer cuáles eran los factores que estaban teniendo lugar y en cuánta medida en todo este proceso. Y, por supuesto, saber si la beca, per se, tenía alguno. Por eso han firmado ¿Quiénes son los beneficiarios de las becas y cómo avanzan a lo largo del periplo universitario? Un análisis descriptivo de las becas universitarias en España.
El primero de los efectos que han visto que influye es la composición socioeconómica de la muestra. Si esta se controlara estadísticamente, el rendimiento de los dos grupos serían prácticamente el mismo. A ella se unirían la fórmula de acceso a la universidad (desde la PAU o desde otros estudios como la FP), así como las elecciones de los tipos de estudios.
Mayor resiliencia
Uno de los efectos que han podido observar es que a lo largo de los cursos, el alumnado becario, conformado principalmente por mujeres, va siendo cada vez más selecto, de alguna manera. Ocurre un proceso de selección positiva de manera que son las y los mejores, las personas más resilientes, las que consiguen mantenerse con beca. Estas, además de contemplar el umbral de renta, imponen unos mínimos créditos aprobados al año. Has de matricularte del curso completo y para las carreras de ciencias, has de aprobar, al menos, el 65 % del total. En las de ciencias sociales, el porcentaje asciende hasta el 90 %.
Lo que han observado es que, de primeras, hay más personas en este segundo grupo. Mayoritariamente son mujeres y en cada curso que pasa, sus rendimientos académicos son mejores. En primero hay un porcentaje grande que pierden la beca, y en ese grupo, las personas que no consiguen el mínimo de créditos tienen cierto peso. En él, además, abundan las personas cuya trayectoria académica estaba en la parte más baja de la tabla.
Este cálculo lo han hecho teniendo en cuenta las notas de la PAU. Aunque no es perfecto ni homogéneo en todo el país, a los investigadores les ha parecido un buen dato externo y bastante parecido en todo el país para conocer el punto de partida del estudiantado. De esta manera han podido discernir que quienes más abandonan en primero están entre quienes peores notas tenían en el acceso a la universidad. Esto va pasando en años posteriores también.
Preguntada Lucía Cobreros sobre el peso que tiene el género en lo esa mayor resiliencia de quienes van pasando año a año los estudios, asegura que aunque no han puesto el foco ahí, tiene importancia. Las mujeres son más en universidad y tienen mejores rendimientos académicos en todas las etapas educativas, también en las superiores.
En primer lugar, las mujeres son mayoría en la universidad, como recuerda la investigadora, el abandono temprano está sobrerrepresentado de chicos, especialmente de rentas bajas (que podrían benecifiarse también de las becas). Y que tienen mucho peso las elecciones de qué estudios se cursan. Hay más mujeres en los estudios que se consideran de menor exigencia académica y, de alguna manera, más fáciles de superar.
Ambos autores dejan para estudios posteriores el análisis causal para determinar cuál es el peso de la beca, por sí misma, en el acceso y, sobre todo, en la continuidad de los estudios. Para ello, explica Cobreros, hay análisis posibles. Se tratan los datos del grupo de becarios y de una horquilla razonable de personas que no la consiguieran, a un lado y otro. Explica al teléfono que esas personas cercanas pueden tener muy poca diferencia de ingresos en relación con quienes sí consiguieron la beca, de manera que así se tiene un universo de personas muy parecidas, unas becarias y otras no, con quienes se puedan establecer comparaciones y determinar el peso de al beca en sí misma.
A lo largo del informe sobrevuela la sensación de que el sistema de becas, que está pensado para dar la oportunidad a quienes no tienen dinero para hacer frente a la exigencia de matricularse porque es caro, o porque en casa no hay dinero y han de trabajar o cualquiera otra razón análoga, es de alguna manera selectivo con quienes pueden disfrutarlo, sobre todo tras el primer año.
Para Cobreros falta eficiencia para poder dar una buena respuesta a la pregunta de si es selectivo, y para ver si puede ser más eficiente en este sentido. Señala al teléfono, como se hace al final del informe, que uno de los temas que pueden estar influyendo en este sentido, tiene que ver con los plazos de resolución y pago, al menos, de la parte fija de las becas. Para el curso 21-22, estudiado en el informe, las becas estaban llegando después del periodo de matriculación, lo que exige a chicas y chicos, o a sus familias, adelantar un dinero que, «según estudios internacionales», dice Cobreros, apuntan a que dejan a un cierto porcentaje fuera del sistema, aun pudiendo ser beneficiarios. Pero resultad complicado saber cuántas personas ni siquiera lo intentan.