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«Narrar el abismo» es «un reconocimiento de nuestro fracaso como periodistas a la hora de sembrar a la ciudadanía una cultura de derechos humanos y de paz pero también una reivindicación del periodismo como oficio humanista», escribes. ¿Por qué ese fracaso?
Porque me ha sorprendido mucho lo rápido que se han asimilado las propuestas militaristas y belicistas a raíz de la invasión de Ucrania. Con la pandemia vimos la decisión del presidente Sánchez de rodearse de inmediato en cada rueda de prensa de algún militar y cómo una parte de la ciudadanía sintió alivio cuando los militares empezaron a limpiar las calles, por lo que está claro que todavía hay una sección de la sociedad que considera que el autoritarismo, el control, el ejercicio de la violencia.
También lo veo con la respuesta a la propuesta de Europa de aumentar el presupuesto armamentístico sin plantearse cuáles serán las negociaciones para que vayan más allá de sólo la defensa mediante las armas. También con la respuesta que recibimos cuando empezó la invasión rusa de Ucrania, cuando hablábamos de que efectivamente era por supuesto una invasión ilegal, ilegítima e injustificable pero también se despreciaba a aquellas personas que proponían vías dialogadas para salir del conflicto y se las presentaba como ingenuas, ilusas. Sigue habiendo mucho peso en nuestra sociedad, mucha reputación de la vía de la fuerza, de las armas, del ejército, que es contraria a la propuesta de derechos humanos y cultura de paz.
A pesar de este fracaso, insiste en reivindicar y practicar el periodismo como una herramienta para luchar contra el odio, contra el miedo, contra la crueldad. Tozudez? Esperanza? ¿Ilusión?
Los avances sociales y de derechos y libertades que hemos conseguido, no ya en el último siglo, que es abismal, sino en las últimas décadas, deben servirnos de recordatorio de que las sociedades democráticas avanzan muy rápidamente y tienen un papel fundamental los medios de comunicación porque son los que generan una opinión pública y que cuando en el debate presentan determinadas cuestiones las legitiman.
Contamos con una capacidad de sensibilización e impulso democrático crucial. Leía la semana pasada un artículo muy interesante de Antonio Scurati que hablaba de cómo la falta de concentración y de comprensión a la que nos empujaba la tecnología del móvil estaba poniendo en peligro la democracia, que se sustenta en el desarrollo del periodismo, que nos dice qué lugar jugamos a la sociedad y quiénes son los otros actores, y de la literatura, que nos da la capacidad de ponernos. El periodismo sirve para ambas cosas y debemos reivindicarlo. Además, ya no es cuestión del periodismo, es que si nos damos por vencidos lo que está en juego es la democracia.
«La función periodística se cumple cuando ponemos nombres y apellidos a quienes promueven los conflictos y crisis humanitarias y se lucran»
Una de las ideas que transmites al libro es que cuando haces periodismo de conflictos lo primero es no hacer daño, que según cómo se informa y se habla con las víctimas de los conflictos se puede hacer más daño que bien
Sí. En general, no sólo en los conflictos, dependiendo de cómo nos relacionamos con las personas que han sufrido profundas vulneraciones de sus derechos, dependiendo de qué preguntas planteamos, qué repreguntas y desde qué posición adoptamos ante ellas, podemos estar reconociendo su fortaleza para hacer frente a los obstáculos y seguir vivas y seguir adelante sufrimiento como si fueran gente sin capacidad de respuesta.
Si el resultado de la entrevista es un retrato que nos presenta a esta persona como un ser débil, frágil y vejado y sólo interesante por los momentos más duros que ha vivido, se sentirá infravalorada. Esto puede ocurrir entrevistando a un superviviente de la guerra de Sudán oa alguien que ha sido desahuciado.
Además, es injusto, porque ésta no es la realidad. La realidad es cómo los seres humanos respondemos a estas situaciones. Este enfoque es mucho más riguroso desde la fortaleza, desde entender cómo se ha rehecho a aquella persona después de lo que ha sufrido. Es más inspirador para nuestras audiencias que cuando leen todos estos perfiles si el foco está puesto en su capacidad de supervivencia recuerdan también lo que somos capaces, porque parte de la función de la memoria democrática también es ésta; es decir, yo sé a qué afrontó mi abuela y todas las violencias estructurales que sufrió y cómo salió adelante, y yo aprendí de su fuerza.
Cuando esta memoria democrática se borra, el papel del periodismo es recordárnosla a través de la gente que nos rodea y que como seres humanos nos dan fuerza.
En los rescates en el Mediterráneo se prevalecen aquellos testigos de la mujer que ha sido violada en varias ocasiones o del hombre que ha sido torturado en lugar de poner el foco en el derecho a la libre circulación
Hay que huir de los relatos que excitan la lástima, victimistas, que sólo se interesan por el dolor de la gente y no por las causas, señalas. ¿El periodismo cae a menudo en este error?
Sí, porque cuando estás en lugares donde todo es violencia e impunidad hay un impulso de denuncia muy fuerte, de explicar lo que está pasando allí que nunca debería haber pasado, pero este trabajo es incompleto.
Cuando los supervivientes nos prestan su testimonio de lo que han vivido o cuando explicamos lo que estamos viendo, la función periodística se cumple cuando señalamos, investigamos quiénes son los responsables, quien está alentando este conflicto, esta crisis humanitaria, esta violencia y poniendo nombres y apellidos a quienes se lucran.
Si no, estaremos haciendo entretenimiento, sin capacidad de transformación y, además, estaremos alentando ese fenómeno tan preocupante al que estamos asistiendo, que es que casi el 40% de la sociedad española, pero es un fenómeno global, evite activamente informarse porque siente que nada puede hacer con todo ese caudal de sufrimiento y de injusticia.
Las personas que cobran por sembrar la discordia, el odio, por romper la convivencia, por manipular, por mentir, son propagandistas, agitadores, o son antidemócratas, pero nada tienen que ver con el periodismo
Solemos etiquetar a las víctimas como buenas personas, que no necesariamente lo son. Otro error del periodismo de conflictos que identificas es presentar a las víctimas siempre como los buenos y los victimarios como los malos. Dices que las cosas son más complicadas a veces
Y de nuevo, no sólo en los conflictos, sino cualquier víctima de violencia de género, de cualquier tipo de atropello. Por lo que se refiere a las víctimas de conflicto, por supuesto, es por eso que me parece tan importante el enfoque de derechos humanos, y digo que hemos fracasado en implantar una cultura de derechos humanos, porque lo que se ha hecho es perpetuar el modelo caritativo, católico, del pobrecito que si merece que no le pasen estas cosas es porque es buena persona.
Debemos estar muy pendientes de la prensa de países, por ejemplo, africanos, que están haciendo un periodismo buenísimo y explicando las cosas desde un prisma radicalmente distinto al nuestro
Practicas ese periodismo de narrar para construir paz pero también hay periodistas al otro lado, que promueven las guerras o que hacen correr falsas noticias para justificarlas. ¿Cómo lo llevas?
Soy profundamente radical entendiéndolo cómo ir a la raíz del significado de ser periodista. Para mí, aquellas personas que están asalariadas o que cobran por sembrar la discordia, el odio, por romper la convivencia, por manipular, por mentir, son propagandistas, agitadores, o antidemócratas, pero nada tienen que ver con el periodismo. El periodismo está muy bien definido, tiene un código deontológico, es un pilar de las democracias porque nos da herramientas para actuar en consonancia y tiene unas reglas muy claras y si no cumples estas reglas, pues no eres periodista. El problema es que hemos permitido que se sigan llamando periodistas a mucha gente que hacen antiperiodismo o algo que nada tiene que ver con este trabajo, que los colegios de periodistas no han denunciado a los grandes promotores de nuestro descrédito, que podría citar perfectamente -Ana Rosa Quintana y compañía, por ejemplo, en este país- y diría más: el tercer sector, y denunciar a todos estos actores que están inundando desde hace treinta años nuestras sociedades de discursos falsos, del miedo y del odio. Entonces no deberíamos estar explicando siempre que estas personas no se dedican a hacer lo que hacemos nosotros.
En el apartado de narrar por entender, criticas que el periodismo occidental ignore grandes crisis humanitarias en países del sur y sólo se acerque cuando ya son de proporciones enormes, pero que no las ponga en contexto. ¿Qué hacer para que la gente sepa que en Sudán existe ahora mismo una crisis humanitaria terrible?
Tiene solución si a los medios de comunicación nos dan espacios para explicar no sólo los momentos más dramáticos de determinadas sociedades que parecen interesar sólo cuando sufren una guerra o una crisis humanitaria. El ejemplo de Sudán es muy revelador en este sentido, porque es el que ahora sufre la crisis humanitaria más grave de todo el planeta. Pero Sudán, si hubiésemos explicado con seguimiento y recursos la revolución que su población llevó a cabo entre 2018 y 2019, que logró derrocar al dictador más sangriento de las últimas décadas de África con una revolución épica, lo que ni siquiera logró la transición por una persona y una orden de democrática, jóvenes y adultos, hombres y mujeres, si todo esto lo hubiésemos explicado habría sido más difícil que la comunidad internacional abandonara ese proceso de transición democrática y que después el ejército y los paramilitares se declararan una guerra para quedarse con los recursos del país. También se habría logrado que cuando escribimos sobre los sudaneses, parte de la sociedad a la que nos dirigimos no los vean como seres condenados a morirse de hambre o por la guerra, sino como seres humanos iguales, con capacidad para haber hecho esta revolución y que por un conflicto en el que además hay muchos actores internacionales y países implicados están sufriendo esta situación. Si sólo lo explicamos cuando están en el momento de mayor crisis humanitaria, lo que acaba calando es que estas personas no han sido, desde el punto de vista más colonialista, correctamente civilizadas o que no tienen capacidad para salir adelante y que dependen de la ayuda internacional, cuando es todo lo contrario. Son pueblos sometidos a expolio y estos expolios son los que generan muchísima violencia. ¿Hay solución? Esto lo llevamos denunciando generaciones y generaciones de periodistas. Tengo la esperanza puesta en la gente más joven de nuestras sociedades, las del norte global, que ya son mestizas, y muchos de los jóvenes que serán periodistas en poco tiempo, y algunos ya lo son, son descendientes de personas que fueron refugiadas o migrantes de estas sociedades y su visión es mucho más cercana y, por tanto, rica, y lo explicarán. Y después también porque, como dice el pensador indio británico Pankaj Mishra, Occidente no se entera de nada y pinta cada vez menos en el tablero geoestratégico. Debemos estar muy pendientes de la prensa de países, por ejemplo, africanos, que están haciendo un periodismo buenísimo y que lo están contando desde un prisma radicalmente distinto al nuestro. Así que sí, confío en que estamos en un momento de transición y que serán los jóvenes periodistas los que conseguirán lo que nosotros no hemos conseguido.

Vivimos en la más absoluta ignorancia del periodismo que se hace en los países del Sur. Desconocemos el trabajo de sus periodistas por completo
Una periodista sudanesa de The Guardian, Zeinab Mohammed Saleh, ha cubierto la guerra desde dentro y es una pasada. Sus crónicas son todas de premio y siempre poniendo el foco en quienes están detrás: Rusia para financiar la invasión de Ucrania, Ucrania apoyando al ejército poniendo drones para testar su nueva industria armamentística,… Son gente que ha crecido teniendo claro que la guerra es un negocio sino, por tanto, no se pierde en sí su metros. los que han secuestrado tradicionalmente a sus países. Hay un medio llamado Jeune Afrique , con planteamientos, enfoques mucho más jóvenes que los nuestros. Tienen el impulso de gente que, en muchos casos, son las primeras generaciones de sus familias que se han formado en universidades tanto africanas como europeas, que tienen una ideología decolonial y se están explicando de forma súper interesante. Europa se ha convertido en un continente envejecido y se nos ha secado un poco la imaginación.
A veces sientes vergüenza de ser europea, reconoces. ¿Te pasa mucho?
Sí. Me ocurría mucho y me está pasando mucho más con el genocidio de Gaza. Es paradójico porque soy muy europeísta. Europa ha caído en la irrelevancia política porque ha perdido sus valores fundacionales, y si quiere jugar algún tipo de papel debe ser refundándose en base a los valores universales de los derechos humanos y de la defensa del derecho internacional. Exactamente lo contrario de lo que estamos haciendo ahora. Cuando viajo a lugares que no sólo han sufrido el colonialismo europeo sino que ahora sufren el neocolonialismo con toda la impunidad de sus empresas o como en el Sahel, por ejemplo, con el papel lamentable que ha jugado Francia, con el despliegue de tropas que no han logrado ni mucho menos acabar con las guerras y con los grupos armados yihadistas, sino todo lo contrario. lo que mi cuerpo blanco representa en estos contextos de siglos de explotación y de racismo y otros agravios. El genocidio de Gaza ha demostrado la ruptura absoluta que existe entre las sociedades civiles y nuestras instituciones. Digo paradójico porque al mismo tiempo que esto cada vez me pesa más y me da más vergüenza, ahora que he viajado varias veces en el último año a Cisjordania, lo que me encuentro es que pese a que el gobierno de España no ha aprobado lo que aprobó cuando Rusia invadió Ucrania -el embargo de las armas, la expulsión de la embajadora,…- en comparación con otros países, como el discurso ha sido mucho más fuerte y más claro condenando el genocidio y en apoyo al pueblo palestino, en estos momentos ser español o española en Cisjordania te abre todas las puertas porque el pueblo palestino de allí, que sabe que muy pronto puede estar muy bien internacionales con los que cuentan. Y han visto las movilizaciones masivas de España pero también las declaraciones de nuestros representantes públicos. Siendo súpercrítica con lo que no ha hecho nuestro gobierno, es necesario reconocer que nuestra política exterior, que se financia con nuestros impuestos y en nuestro nombre, marca diferencias. Entonces existe esta dualidad, pero el papel que está jugando Europa en todos estos escenarios, pero también en cuanto a la sumisión a Donald Trump que Von der Leyen ha decidido asumir en nombre de la Unión Europea, parece estar al servicio de acabar con el proyecto de la Unión Europea, la verdad.
Europa se ha caído en la irrelevancia política porque ha perdido los valores fundacionales
Tienes clarísimo que el periodismo no debe ser neutral. Dices que debe ser todo lo contrario
Es que la neutralidad es defender el estatus quo , es defender el orden internacional injusto, es defender la creciente desigualdad, como si fueran fenómenos naturales que no se pueden cambiar y todo este escenario supuestamente neutral que a veces se presenta asépticamente como el derecho natural es resultado de decisiones políticas. El papel del periodismo es hacer un señalamiento de que ese escenario que estamos retratando, esa realidad que estamos explicando, no es así por ciencia infusa sino que es el resultado de decisiones de los representantes públicos y podría ser diferente. Y que esta otra forma sería respetando, no diré ya derechos humanos, sino valores básicos que antes, hasta no hace tanto, existía un consenso, que ser buena persona era respetar la igualdad, respetar la justicia, la solidaridad. Este orden reaccionario que no sólo está intentando secuestrar a las democracias, arrasar con ese consenso de valores, sino que quiere imponer otro, donde la maldad, el egoísmo, la falta de respeto y la crueldad -porque yo pasaría de hablar de la era del miedo a la era de la crueldad- sean la norma. En esto están siempre invirtiendo sus recursos y su apuesta comunicativa. La puesta en escena de la reunión de Egipto sobre la tregua de Gaza, en la que sólo había hombres blancos y una mujer, Giorgia Meloni, no precisamente demasiado demócrata, en la que Donald Trump saludó a todos estos hombres ricos de los que estaba rodeado, lo que estaba diciendo es que lo que es valioso para ellos es el lenguaje del dinero y secundarias. Y lo están normalizando. Vídeos como el que vimos de Trump barriendo a los manifestantes con excremento es una manera de arrasar cualquier tipo de ética pública. El periodismo también debe combatir todo esto y estar recordando continuamente que esto es una anomalía histórica al servicio de quienes quieren concentrar cada vez más poder y dinero.
Terminas diciendo que no puede haber un buen periodismo de guerra que no persiga con valentía, paciencia y anhelo la paz. ¿Has encontrado a periodistas que hacen este periodismo de paz en las coberturas de conflictos y crisis humanitarias?
Sí.
¿Sois muchos o sois pocos?
Es una pregunta muy filosófica. Cada vez hay más periodistas que repudian la guerra, no les resulta en absoluto un escenario atractivo ni les estimula la exaltación de la violencia, y cuando cubren conflictos lo hacen como cuando cubren una crisis migratoria o un hambre. Tienen un afán de denunciar y recordar que todo conflicto termina con una negociación. Hay muy pocos conflictos que terminan por el exterminio de la otra parte, afortunadamente. Estos periodistas están intentando todo el tiempo identificar cuáles son las dinámicas que hacen que este conflicto se perpetúe. Creo que nunca ha habido tantos periodistas formados en esta cultura de paz y que la transmiten a sus medios. Lo que ocurre es que después hay determinados personajes que tienen mucha difusión y mucho reconocimiento, mucha visibilidad, que siguen encarnando esta vieja figura del hombre reportero de guerra al que encantaba salir rodeado de supuestamente bombardeos y que lo que le gustaba era sólo contar la primera línea del frente y no los que hacen posible la vida en estos contextos, que suelen estar en la guerra. Creo sinceramente que es un modelo en extinción, que quedan varios dinosaurios pero que es ley de vida que vayan desapareciendo y que cada vez son más los que hacen un periodismo mucho más enfocado a la población civil y al derecho a la paz de estos pueblos.
Cada vez hay más periodistas que repudian la guerra, no les resulta un escenario atractivo ni les estimula la exaltación de la violencia
El periodismo, además de las causas, tiene el deber de identificar a los causantes, conseguir que se abran investigaciones judiciales, escribes. Esto requiere valentía y comportar riesgos. Muchos periodistas han pagado con su vida trabajar así. ¿Compensa?
A mí, sí. Tener la oportunidad de ejercer el periodismo en sitios que o están definiendo históricamente nuestra era o donde se están librando batallas de poder, es un privilegio absoluto. Estamos cada vez menos porque la precariedad de este oficio ha ido dejando a mucha gente fuera, porque la han tenido que abandonar por este motivo. En medio de todos estos escenarios, además de mucha violencia, te encuentras a gente que las circunstancias hacen que tengan que hacer hazañas de las que aprendemos muchísimo de la capacidad que tenemos como seres humanos. Y sobre todo estableces relaciones muy enriquecedoras y que en muchas ocasiones se mantienen en el tiempo porque se dan en circunstancias muy difíciles. Quienes defienden los derechos humanos, los activistas militantes, son gente muy apasionada por la vida y que transmiten esta pasión porque lo que quieren es que todo el mundo pueda disfrutarla. Son espacios donde encuentras también lo mejor del ser humano, que no necesariamente debe estar en un conflicto, que pueden ser las asambleas de barrio que luchan contra el racismo institucional. Todo lo que sean espacios donde se defiende activamente la decencia, me reafirman que estoy dedicando mi tiempo, mi energía y mi esfuerzo a lo que hace que valga la pena todos los días.
Llevas dos décadas dedicada a este tipo de periodismo. ¿Qué huellas han dejado en tu carácter, en tu ánimo?
No sé. Esto lo tendrá que decir la gente. Me siento superagradecida a todas estas personas y poder seguir en contacto con ellas. Tengo una sensación de gratitud muy honda. Cada vez tengo más afán por ser capaz recoger en mi trabajo toda esa complejidad, salir de los maniqueísmos, combatir las trincheras partidistas, ideológicas o del blanco y negro. Me doy cuenta de que mi compromiso, aparte de los derechos humanos, es cada vez más con la democracia y cómo reivindicar los espacios de convivencia, de la pluralidad y del debate de ideas, del convivir con quien piensa diferente. Gran parte de mi esfuerzo y de mi trabajo versa ahora sobre intentar mostrar que es posible que convivan formas muy diferentes de concebir la vida porque si nos damos por vencidos en este sentido acabaremos como lo que ocurrió en Colombia durante décadas y décadas, que quien pensaba diferente o luchaba por cosas diferentes eran seres de un solo uso y había que exterminarlos. Esto me parece el escenario más temible de todos. El compromiso democrático y el sentimiento de gratitud son los que más se han ido reforzando en mí en los últimos años.
¿Cuál fue tu primera salida como periodista para informar de un conflicto o crisis humanitaria?
La primera crisis humanitaria fue la lucha contra el trabajo esclavo en Brasil y el primer conflicto fue la guerra en Líbano, en 2007-2008. Llegué cuando ya terminaba, pero todavía ataques. Me sirvió para constatar la impunidad de la que se sabía Israel dueño y señor. No sólo en estos ataques arrasó barrios enteros, sin que la comunidad internacional moviera un dedo sino que a los que nos acercábamos a la frontera, lo que se llamaba línea verde, se dedicaban a disparar por encima de nuestras cabezas para demostrar su fuerza aunque ya había una tregua, un acuerdo. Y éramos claramente periodistas. Además de cubrir este conflicto tuve la oportunidad de conocer la situación del pueblo palestino que vive allí refugiado sin derechos básicos de ciudadanía desde hace décadas. Pensaba mucho en aquellos niños que eran nietos de los primeros refugiados que vivían su primera guerra provocada por Israel pero ni siquiera en su país. Fue el primer conflicto en el que establecí un vínculo muy fuerte con los derechos del pueblo palestino que he continuado trabajando siempre.
¿Eres más escéptica hoy que hace veinte años?
No. Es más, diría que toda mi esperanza está muy depositada en la gente joven, que fue la primera que se movilizó contra el genocidio, que fue la primera que se movilizó contra la crisis climática. Soy consciente de todas las amenazas que existen pero es muy difícil que yo me olvide de cómo ha cambiado nuestro país en los últimos cuarenta años y todos los derechos y oportunidades que he tenido en comparación con mi abuela e incluso mi madre. Mi abuela no pudo ir a la escuela y mi madre estuvo un año y el resto tuvo profesores que iban por el campo. Ese salto tan enorme que significó la transición democrática y los derechos que logramos como mujeres a mí me sigue sirviendo de motor de propulsión para ser consciente de que aunque incluso parece que estamos bajo una nube muy gris no estamos en el peor de los tiempos posibles. No me he vuelto más escéptica sobre la naturaleza humana, todo lo contrario. Cuanto más conozco, más hallazgos sobre grandes conquistas hechas por gente anónima voy conociendo y más esperanza tengo que saldremos adelante como salimos de otros contextos incluso peores.
Cuanto más conozco, más hallazgos sobre grandes conquistas hechas por gente anónima voy conociendo y más esperanza tengo que saldremos adelante como salimos de otros contextos incluso peores
¿Alguna vez has caído en la tentación de creer que tu “narar” era inútil, que caía en el vacío?
No, porque incluso en los momentos en que puedo pensar que una historia no tiene suficiente difusión mediática o no han querido publicarla, ya sólo recoger los testigos, como explico en el libro, cumplía funciones muy importantes. Para las personas que están en estos contextos y han sufrido estas situaciones el poder poner palabras a lo que nunca debería haber pasado, el poder hablar de sus seres queridos que fueron asesinados como una forma de hacer memoria y combatir ese olvido, que es uno de los objetivos de los responsables, de los victimarios, cumplir con esa aspiración última que nunca abandona al ser humano y hasta el hecho de que alguien coja lo recogido. de impunidad, donde son plenamente conscientes de que difícilmente se hará justicia, lo más parecido a esta justicia, verdad y reparación será ese proceso de dar testimonio, o incluso en el caso de los palestinos que ya narran simplemente para que sepamos que existen, que es algo que Israel quiere borrar desde el principio, todo esto aunque después no se publique, el encuentro entre el mismo. Por eso digo que nuestro oficio es profundamente humanista, preserva nuestra humanidad y tenemos el gran desafío de conseguir que ese 40% de ciudadanía que no sabe qué hacer con tanto dolor vuelva a informarse para que entienda que ya en el hecho de escuchar está haciendo justicia.
El compromiso democrático y el sentimiento de gratitud son los que más se han ido reforzando en mí en los últimos años


