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“De Carme tengo muy buenos recuerdos. Fuiste tú quien me introdujo en la lectura y, desde entonces, devoré libros”. Núria Giner es profesora de inglés en Secundaria y aún recuerda cuando, hace unos 20 años, aprendió a leer de la mano de Carme Ortoll en la Escuela Circell de Moja (Olèrdola).
“Enseñar a leer a las criaturas es una de las cosas más maravillosas que me han pasado nunca”, asegura Carme. “Ver que un día se despiertan, enlazan palabras y comprenden, es emocionante, es precioso”.
Jordi Sánchez, también alumno de Carme, era más de números: “A mí las lenguas no me gustaban y recuerdo estar separando sílabas y pensando ‘qué aburrido, a ver si se acaba esto y Carme nos hace mates’”. Ahora es profesor de informática en FP.
Los tres están en casa de Carme, en Vilafranca del Penedès, el mismo lugar donde Carme, hace un tiempo, echó una mano a Núria y a Jordi cuando querían sacarse las oposiciones a docente. Ella lo es desde abril y él desde hace un año y medio.
Son muchos los recuerdos que tienen de la Escuela Circell, y es que hacían un montón de actividades. Trabajaban mucho desde la observación, desde el descubrimiento, sin una metodología única pero teniéndolas presentes para aplicarlas, fuera Freinet, Montessori… Muchas veces, Carme adaptaba actividades y metodologías que tenían evidencias probadas de que habían funcionado y que encontraba en libros que leía de los maestros de la República, de la Escuela del Mar, la Escuela del Bosque, Rosa Sensat, Artur Martorell o Alexandre Galí, además de las conversaciones pedagógicas en las Escuelas de Verano de S’Afoires con Marta Mata o Maria Antònia Canals y Maria Antònia Pujol, entre otros. Estudió en Reggio Emilia e hizo unos cursos en la Universidad de Dallas para conocer los métodos que se utilizaban: “Queríamos ver cuál era la mejor manera para motivarlos a aprender, e íbamos haciendo pequeños proyectos y rincones”.

Jordi se transporta a los rincones, y sonríe. Eran pequeños espacios dentro del aula donde se trabajaba en grupos de dos o tres alumnos, en los que había unas tareas, el alumnado se autoevaluaba y ponía una pegatina verde si pensaba que lo había hecho bien, y después la maestra lo valoraba. Los rincones llegaron a llamar la atención incluso a Jordi Pujol, cuando fue como presidente de la Generalitat a inaugurar la nueva escuela, ya que se trasladó de las afueras al centro del pueblo. “Oye, chica, me han dicho que haces una cosa que se llama rincones”, comentó a Carme, que le dijo: “Sí, presidente, si quiere se lo enseño”. Y fueron a un aula de P5: “La mejor manera de que yo se lo explique es que usted y yo hagamos un rincón”. Hicieron la actividad correspondiente, delante de toda la prensa, y cuando acabaron el presidente, satisfecho, afirmó: “No me lo tendrán que explicar nunca más”.
A Núria le gustaba la maleta viajera. Era una carpeta de plástico con diversos cuentos que iban cambiando cada semana, según las temáticas que estuvieran estudiando. Un alumno se la llevaba a casa un día y hacía una redacción o un pequeño trabajo sobre aquello que había leído. La maleta iba rotando entre compañeros y compañeras y, finalmente, se hacía una recopilación de textos.
A menudo la escuela recibía algún premio Baldiri Reixac, unos galardones anuales que reconocen las escuelas con proyectos educativos y artísticos. Uno de ellos fue por los cuentos gigantes. Eran cuentos de diez páginas hechos en cartulinas. Primero hacían el cuento en clase, después hacían todos los dibujos en las cartulinas y escribían el cuento en la parte de abajo, primero a lápiz, después lo repasaban y finalmente ponían las mayúsculas. “Era un trabajo de lengua, pero también de matemáticas porque tenían que buscar los espacios para hacer cada cosa”, explica Carme. “Y también trabajábamos mucho toda la parte del medio, estábamos rodeados de viñas”. Y la conversación gira en torno a las jardineras que había en cada aula y de las cuales se encargaba el alumnado.
La oralidad era esencial para el proyecto de la escuela. “Nos interesaba mucho”, explica Carme. “Era importantísimo hablar entre nosotros. ¿Sabes aquello que todo el mundo decía ‘¡Callad!’? Nosotras decíamos ‘Hablad’. Evidentemente, de manera respetuosa”. Jordi hablaba y preguntaba tanto que se ganó un carné de charlatanería de parte de Carme. La maestra también motivaba que preguntaran para resolver las cuestiones entre todos. En eso, la biblioteca jugaba un papel primordial, tanto la del centro como las que había en cada aula, ya que la lectura y la comprensión lectora eran otra de las apuestas de la escuela.
“Si aprendían, eran felices”
Para Carme, que fue directora de la Escuela Circell, “ser competente era trabajar con las cosas que íbamos trabajando cada día y que aquello lo hiciéramos funcionar; que pudiera servir, no solo para el día siguiente, sino para aquel momento. Venían a la escuela a aprender y eso lo teníamos muy claro, y si aprendían, eran felices”. Una felicidad, insisten, en la que la parte teórica y el libro eran igualmente relevantes.
Durante la conversación salen nombres de otros alumnos, docentes y personal del centro educativo. Las maestras que daban clase ya están jubiladas, y ahora quedan para merendar cada dos meses, aproximadamente, porque, como dice Carme, formaban parte de un proyecto muy consolidado y compartido: “Trabajábamos muy a gusto porque éramos un colectivo de gente que creíamos en lo que hacíamos, siendo muy diferentes unas de otras, respetándonos. A la hora de planificar, teníamos claro hacia dónde queríamos ir, cuáles eran los principios que queríamos para que estas criaturas crecieran con unos valores. Nosotras trabajábamos mucho a partir del bienestar. Si ellos estaban felices y contentos, aprendían. Eso lo descubrimos hace tiempo e intentábamos que estuvieran lo mejor posible para que aquellos aprendizajes cada vez fueran mejores”.
Así es como lo vivieron Núria y Jordi. Ella tiene un recuerdo, dice, “muy plácido”: “Ibas a gusto a la escuela, tenías ganas de ir”. Y él añade: “Y salíamos preparados. En el instituto, los de Moja, llevábamos una buena base”. Una vez en el instituto, una de las cosas más sorprendentes era que los viernes por la tarde muchos alumnos volvían a esa escuela rural. Coincidía que no había instituto y que en la escuela hacían talleres.
El vínculo, el aprendizaje y el afecto no se cultivan solo en los momentos alegres. La habitación se entristece cuando mencionan la muerte de una alumna y de un exalumno. ¿Cómo tratar el tema del duelo a esas edades? “Fue complicado, pero lo fuimos haciendo”, dice Carme. “Lo fuimos trabajando. Nos ayudó mucho la lectura. Hacíamos muchas lecturas sobre la pérdida de un animal, la pérdida de una persona querida porque, claro, allí, si llegaba alguien triste y le preguntábamos ‘¿qué ha pasado?’ y decía ‘el abuelo está enfermo’. Aquel abuelo lo conocíamos todos. ‘El tío ha tenido un accidente’. Aquel tío lo conocíamos todos. Entonces, si al abuelo le pasaba algo, en aquella aula se trabajaba el duelo porque había muerto el abuelo”.
Conflictos y valores
La mediación era otro de los platos fuertes de la Escuela Circell porque, como resume Carme, “las matemáticas son muy importantes, pero los valores humanos, también”. “Los conflictos se hablaban. Y si teníamos que hablar ratos y ratos, hablábamos. Había cosas que no se dejaban para el día siguiente, sino que se aclaraban”.
Vivir la resolución de conflictos en el aula conversando y tratando de encontrar una solución conjunta es uno de los valores que Núria y Jordi han heredado. Para Núria, “si desde el centro ya enseñas unos valores que te ayudan a ser íntegra como persona, el alumno crece teniendo buenos valores y desarrollándolos a lo largo de su vida. Ya lo has sembrado de pequeño, que es cuando lo aprendes y te lo llevas. Yo encuentro muy valioso tener esta moralidad”.

Con 31 alumnos en el aula, Núria afirma que es imposible que en algún momento no haya una pequeña tensión: “Si alguna vez he visto algún conflicto en el aula, algo que no he encontrado bien éticamente, he parado la clase y he hecho una reflexión. Encuentro que si das clase de inglés, de música, de tecnología… Lo tienes que tratar, tienes que pararlo y hacerles pensar. ¿Qué es lo que he hecho? ¿Por qué lo he hecho? ¿Y cómo puedo corregirlo si es que está mal?”.
Jordi, que tiene alumnos de más de 16 años, coincide en que “cuando 30 personas conviven, pasan cosas buenas y algunas que no son tan buenas. El hecho de convivir tantas horas como convives en un aula, quieras o no, habrá momentos en que habrá fricciones que se tendrán que trabajar. Es lo que dice Núria, hay que parar”. Y ella asiente: “Es como una bola de nieve. Si frenamos el fuego, es más fácil. Una vez tienes una bola grande de problemas, es mucho más complicado”.
Carme los escucha con satisfacción. “Los ves, que han crecido despiertos y guapos y que sacan adelante sus vidas. Tengo alumnos camioneros, profesores, médicos, carpinteros, de todo un poco, y te da una tranquilidad ver que han seguido con su vida (…). Ves aquellas criaturas con quienes tienes hilo desde pequeñas y te las quieres, y vas pensando a ver cómo van creciendo, qué hacen, y también hay una gran relación con las familias, porque nuestra escuela era muy familiar. Allí venían los abuelos, las abuelas. Yo con la abuela de Núria tengo una amistad, y con los padres de Jordi…”
Había 15 o 16 estudiantes por aula, y alguna vez incluso juntaban dos grupos. La relación con las familias, en una escuela rural, debía ser cercana. Las reuniones con padres y madres se centraban en hacerles saber qué habían hecho sus hijos e hijas, qué eran los rincones, qué eran los talleres, por qué se hacían talleres con alumnado de más de un curso, etc.
La escuela también hacía cursos de informática para las familias, artes marciales para adultos e incluso bailes de salón en los que participaban familias y docentes. Para Carme, “la interacción con las familias era magnífica. Trabajábamos mucho con los padres, y toda esta parte repercute en el aprendizaje de las criaturas”. La finalidad era cuidar el bienestar de los niños y niñas, y de todo su contexto. Así, mencionan que había familias más desestructuradas y con dificultades económicas y, desde la escuela, se trabajaba la igualdad de oportunidades y la inclusión: “No se entendía un aula donde no hubiera una inclusión total. La escuela rural, yo pienso que es uno de los lugares donde la inclusión es algo más natural”, sostiene Carme.
La Escuela Circell estaba formada por un equipo sólido. Los tres coinciden en que fue incluso idílico. El comedor era el lugar de reunión de diferentes cursos y allí la convivencia era total. El patio tenía sus normas para que no fueran solo los chicos los que jugaran a pelota, y se planificaba para que todos jugaran a todo. Fuera del aula había educación. Y coeducación. “Todo lo que se hacía en la escuela era educativo”, sostiene la maestra. “Estaba pensado para ellos, para que pudieran aprender algo”.
No dejar de aprender
Carme Ortoll, que enseñó a leer a tantos alumnos, que ocupó distintos cargos públicos, como el de directora general de Infantil y Primaria del Departamento de Enseñanza (2014-2017) y que vive rodeada de libros, se contagió de covid en marzo de 2020 y eso le provocó una encefalitis vírica que le dejó graves secuelas. Estuvo en silla de ruedas durante un año, y tuvo que volver a aprender a leer, a conducir y a hacer muchas de las actividades cotidianas.
Jordi todavía recuerda que cuando fue a casa de Carme, ya más recuperada, para que le ayudara con las oposiciones, alguna vez ella le había dicho que lo tenían que dejar, que tenía que ir a descansar porque no se encontraba bien. Ahora está mucho mejor, sobre todo de la parte intelectual, pero necesita tumbarse 10 horas en la cama, aunque no duerma, y tiene un vehículo eléctrico para personas con problemas de movilidad que coge cuando tiene que ir al centro del pueblo porque se cansa.
“De todo lo que me ha pasado he aprendido. De estar con ellos como maestra, de todo el trastorno de estar en casa con la covid… Colaboro con un programa de Radio Olèrdola, también con un diario, InfoCalafell… Este no parar y este no dejar de aprender es lo que me ha ayudado mucho a salir adelante”. “Yo he aprendido del alumnado que las criaturas son personas importantísimas, que tienen unos derechos y unos deberes, que todos son diferentes y que todos deben recibir la atención que necesitan. Núria y Jordi no tienen nada que ver. Son como un huevo y una castaña, y yo de los dos he aprendido muchísimo. Núria me ha enseñado que con la calma, también se aprende. Cuando era más pequeña a mí me daba tranquilidad. Era decirle ‘ala, Núria’, y ella decía ‘vale, espera’”.
Los tres ríen reafirmando que era así, y Núria lo corrobora: “Tenías una paciencia de santa. Yo me despistaba muy fácilmente. Ella decía, ‘nu, venga, vamos’. Era muy cariñosa”. La maestra continúa: “Yo me decía, a Núria no le puedo pegar un grito porque si le pego un grito, no aclararemos nada, ella no avanzará y yo me pondré nerviosa. Ella tiene que ir a su ritmo. Por tanto, ¿qué he aprendido? Que cada uno tiene un ritmo. Jordi era un movido, con una buena cosa, que te hacía unas preguntas interesantísimas. Había días que me iba de la escuela, entonces no había Internet ni ChatGPT, y yo iba directa a la biblioteca Torras i Bages de Vilafranca a buscar libros, si no los teníamos en la escuela. Los llevaba y le decía a Jordi: mira, aquí lo tienes, ya lo puedes buscar”.
Jordi la escucha. “Carme es una apasionada. Lo que hace, lo hace de corazón, le sale innato, lo lleva dentro. Ella ha venido a enseñar y venía cada día con la voluntad de enseñar al máximo, dentro de sus posibilidades, al máximo. Yo estoy muy agradecido por eso, a ella y a todo el equipo. Aparte de ser una apasionada, tiene mucha paciencia, pero pone los puntos sobre las íes cuando hace falta. Ha sido un modelo para muchas personas que han pasado por allí, y no solo Carme. Cuando hablo con los compañeros, todos tienen un buen recuerdo del Circell”.
Núria también se lo agradece: “Es una persona muy cariñosa, muy cercana y muy innovadora. Siempre que pienso en un referente en educación, el primer nombre que me viene a la cabeza es Carme. Maestros y profesores buenos he tenido, pero que dejen tanta huella es complicado. Si ahora mismo soy profesora, es gracias a ella”.
Han pasado muchos años, y Carme defiende que ser maestra es la mejor profesión del mundo. Lo disfrutaba, y lo disfruta, porque no ha dejado de aprender ni de ofrecerse en cuerpo y alma a su alumnado: “Trabajábamos para que estas criaturas crecieran con la máxima dignidad y calidad posibles, y además, nos lo pasábamos pipa”.


