Somos una Fundación que ejercemos el periodismo en abierto, sin muros de pago. Pero no podemos hacerlo solos, como explicamos en este editorial.
¡Clica aquí y ayúdanos!
El 1 de enero de 2019 tomaba posesión del cargo de Presidente de la República Federativa de Brasil el militar retirado Jair Bolsonaro. Una de sus primeras decisiones polémicas fue autorizar al ejército brasileño a que pudiera realizar en los cuarteles las «conmemoraciones debidas» con motivo de la celebración del cincuenta y cinco aniversario del golpe de estado militar acontecido el 31 de marzo de 1964. Una jueza de Brasilia llegó a prohibir el 29 de marzo que se realizaran dichos homenajes y, pocas horas después, haría lo mismo un juez del Tribunal Supremo, aunque no sirvió de nada, puesto que se descubrió que los cuarteles llevaban ya una semana realizando actos conmemorativos, muchos de ellos en la esfera privada de clubes militares.
Antes, a principios de julio de 2016, cuando era diputado federal, Bolsonaro había afirmado que «el error que cometió la dictadura militar brasileña fue torturar y no matar a los adversarios del régimen». Por ende, no es de extrañar su deseo de conmemorar ese aniversario, y así lo hizo durante los cuatro años de su presidencia, en un intento de reescribir la historia del país. En marzo de 2022, en el último año de su mandato, directamente negaba que hubiera sido un golpe militar, sino un acto contrarrevolucionario, y negaba también las dos décadas de dictadura militar y los crímenes cometidos. Todo ello mientras la Fiscalía brasileña le recordaba que festejar un golpe de Estado era incompatible con el Estado de Derecho y que podía suponer un crimen de responsabilidad, según el artículo 85 de la Constitución, que hace referencia específicamente a los crímenes que pueda cometer el Presidente de la República. El Ministerio Público Federal, a través de la Procuraduría de los Derechos del Ciudadano, ya había subrayado con anterioridad, en un comunicado, que aquel levantamiento, «supuso, sin ninguna posibilidad de duda o de revisionismo histórico, una ruptura violenta y antidemocrática del orden constitucional».

Previamente, en 2014, se publicaba el informe de la Comisión Nacional de la Verdad (CNV) de Brasil, promovida tres años antes por la presidenta Dilma Rousseff. En el informe se documentan las graves violaciones de derechos humanos cometidas durante el régimen militar (1964-1985), concluyendo que «fueron resultado de una acción generalizada y sistemática del Estado, configurando crímenes contra la humanidad». En el documento se catalogan los casos de 434 víctimas, entre muertes y desapariciones, y presenta recomendaciones para el Estado, como la búsqueda de justicia y reparación, a pesar de las barreras legales de la Ley de Amnistía de 1979 (aprobada en plena dictadura), que sigue siendo un impedimento para juzgar a los perpetradores. Se considera que en ese instante quedaban aún vivos más de doscientos responsables entre militares, policías y agentes públicos de la época, todos ellos impunes ante los crímenes cometidos.
El domingo 10 de junio de 2012, los periódicos O Estado de Minas (1928-) y Correio Braziliense (1960-) publicaban por primera vez parte de las actas de la comparecencia en 2001 de Dilma Rousseff en el Consejo de Derechos Humanos de Minas Gerais, en la que narró las torturas sufridas entre 1970 y 1973, cuando fue detenida y condenada por un tribunal castrense como militante de un grupo de izquierdas que luchaba contra el régimen militar. La mandataria brasileña militó en grupos guerrilleros en los que ocupó diferentes puestos de responsabilidad, con los sobrenombres Stela, Luisa o Vanda, primero en la Vanguardia Armada Revolucionaria-Palmares fundada en 1969 y después en el Comando de Liberación Nacional, creado en 1967 en el estado de Minas Gerais, ambas organizaciones enfrentadas a la dictadura militar.

Entre las torturas recibidas destacaba el conocido como «pau de arara», donde el torturado era amarrado de manos y pies a un palo, como si fuese un animal a punto de ser asado, para ser golpeado. Rousseff relató que, además, le aplicaban descargas eléctricas, siempre con la intención de no dejar rastro visible, aunque le rompieron un diente en una de las múltiples sesiones y recibió todo tipo de torturas psicológicas, como la de simular un fusilamiento, estar suspendida boca abajo durante horas o tener la cabeza cubierta durante días. Relató que la utilizaron como instrumento para formar a nuevos torturadores. En el informe se relataban escenas de una violencia extrema, con mutilaciones y asesinatos de todo tipo, y un especial encarnizamiento en niños, adolescentes y mujeres, que sufrieron una violencia sexual que se extendió durante las dos décadas de represión militar. Durante la dictadura, se consideró a los homosexuales como nocivos, peligrosos para la familia, la moral y las buenas costumbres, perseguidos para su exterminio.
Esa sesión de formación que recordó Dilma Rousseff de cómo torturar a los prisioneros aparece dibujada en la novela gráfica Chumbo (2023), del autor franco-brasileño Matthias Lehmann, y que publica en octubre de 2025 en castellano Ediciones La Cúpula, con traducción del francés original de Eva Reyes de Uña y tipografía de iris Bernárdez, una tarea importante en el diseño de la obra. «Chumbo», en portugués, significa «plomo», y hace referencia a «los años de plomo» que es cómo se conoce históricamente al período más cruento de la dictadura militar, donde destaca trágicamente el lustro 1969-1974 bajo la presidencia de Emílio Garrastazu Médici (1905-1985), proclamado por la Junta Militar tras el fallecimiento del anterior dictador. Su firme decisión de acabar con cualquier tipo de oposición, le llevó a ordenar todo tipo de torturas a los detenidos para conseguir sus fines, mientras controlaba la prensa y la actividad política del país. El título Chumbo en la versión original y sus respectivas traducciones funciona ahora como un grito de denuncia, en una década en que, no olvidemos, una gran parte de la sociedad civil votó en 2018 a Bolsonaro para convertirlo en presidente de la república.

Matthias Lehmann pudo dedicar más de tres años a la producción de la novela gráfica, gracias a conseguir residencias en la Maison des auteurs en Angoulême, en la Villa Medici de Roma y en la fábrica de dibujo de París, además de recibir ayudas del Centro Nacional de Libros (CNL) y de la editorial belga Casterman, que acabó publicando la primera edición de la titánica obra, de 370 hojas repartidas en nueve capítulos, en un argumento en el que había estado pensando durante quince años. La historia dibujada sigue las vicisitudes de una familia brasileña a lo largo del siglo XX. En concreto, comienza en 1937 en Belo Horizonte, con un protagonista destacado en primera instancia, un empresario autoritario y explotador, propietario de una mina en la que trabajan unas decenas de operarios que hace meses que no cobran la nómina, mientras continúan yendo cada día ante las promesas de que cobrarán en un futuro inmediato. El torturador del líder sindicalista de la mina se acabará convirtiendo con el tiempo en policía torturador del régimen, las piezas del puzle irán encajando poco a poco en el futuro, mientras contemplamos un caleidoscopio racial y de diferentes estratos sociales con diversas biografías en paralelo. 1937 es el año del golpe de estado de Getúlio Vargas (1882-1954), que prácticamente se mantuvo en la presidencia hasta su suicidio en 1954 en extrañas circunstancias, disparándose en el corazón en la sede del poder ejecutivo del país.
En los tres primeros capítulos que suceden en 1937, 1944 y 1954 contemplamos la antesala de lo que acabaría aconteciendo en 1964 con el fatídico golpe de estado, que se circunscribe en el contexto de la Guerra Fría. Coincidió prácticamente con el aniversario de dos años de la crisis de los misiles de Cuba, y de tres de la construcción del Muro de Berlín. Estos dos episodios habían intensificado la lucha entre Estados Unidos y la Unión Soviética en la escena internacional, más de una década después de la Revolución Cubana liderada por Fidel Castro (1926-2016), que había derrocado al golpista Fulgencio Batista (1901-1973). Estados Unidos entendió que los países neutrales eran una potencial futura amenaza. El nuevo presidente electo de Brasil, João Goulart (1918-1976), que gobernó el país entre el 8 de septiembre de 1961 y el 1 de abril de 1964, no ofrecía garantías de adhesión completa a las élites locales brasileñas y al proyecto global de Estados Unidos.

Quién tuvo una influencia notable en el golpe militar fue la administración del presidente Lyndon B. Johnson (1908-1973), que ejerció entre 1963 y 1969, prestando juramento pocas horas después del asesinato de John Fitzgerald Kennedy (1917-1963) en Dallas. Johnson apostó por Brasil como un candidato ideal para la lucha contra la izquierda en toda su extensión, mientras abogaba por una doctrina de la seguridad nacional, para justificar la extrema violencia con la que estaba dispuesta a defender el giro democrático del país. La excusa fue proclamar una conspiración comunista para tomar el poder, provocando el alzamiento de los militares en Río de Janeiro, donde residía el Presidente, quien voló a Brasilia solo para constatar que el alto mando iba a deponerlo.
Goulart decidió exiliarse en Uruguay, aunque los militares no se detuvieron y cercaron al Congreso para demandar el abandono de cargos por parte de los parlamentarios de izquierda. Casi cuarenta lo hicieron por lo que los otros 360 restantes estuvieron de acuerdo en nombrar al general Humberto Castelo Blanco (1897-1967) como nuevo mandatario. Fue un golpe militar atípico, permitiendo que el Congreso siguiera funcionando, aunque con limitaciones y forzando a los partidos políticos a encuadrarse en un sistema bipartidista en el que oficialismo y oposición estuvieran bajo control.

En las viñetas dedicadas a las sesiones de formación en cómo torturar organizadas por el DOPS, el Departamento de Orden Político y Social, el experimentado profesor hace referencia a su mentor, al agente de la CIA, Dan Mitrione (1920-1970), del que destaca un lema fundamental para poder realizar este trabajo de forma correcta: «El dolor preciso, en la cantidad precisa, para el efecto deseado». Según el personaje del cómic, esa sentencia lo aprendió de él en el curso que recibió en 1962 en el Instituto Brasil-USA, un aprendizaje sobre todas las técnicas posibles de interrogatorio, una técnicas que se utilizarían cruelmente en los siguientes años, una vez instaurado el golpe. Los datos cronológicos alertan claramente de la presencia de Estados Unidos de forma intensa en el país desde años antes al golpe. En la novela gráfica, el curso de aprendizaje acontece en el verano de 1970 (en plenos años de plomo), y coincide, precisamente, con el secuestro y posterior asesinato de Mitrione, acontecido en Uruguay, perpetrado por los Tupamaros.
El Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), comúnmente denominado como Tupamaros, fue un movimiento político armado de Uruguay que adquirió notoriedad por devenir en una guerrilla urbana de extrema izquierda durante los años sesenta y principios de los setenta. Ante la negativa a negociar con los secuestradores, tanto por parte del gobierno uruguayo como el estadounidense, se acabó produciendo el fatal desenlace en la madrugada del 10 de agosto de 1970, cuando fue encontrado acribillado en el interior de un coche abandonado, algo que desencadenó la repulsa internacional, con medios destacados que mostraban el desenlace, pero sin entrar a indagar y descubrir el verdadero perfil del sujeto asesinado. La novela Una historia americana (2017), del veterano escritor uruguayo Fernando Butazzoni, ficciona los acontecimientos relacionados con este suceso, reconociendo el autor que el libro fue el resultado de una larga investigación en la que fueron entrevistados los autores del secuestro y un miembro del comando que ejecutó el crimen.

Matthias Lehmann reconoce que se inspiró en familiares para definir el perfil de los protagonistas, básicamente los hijos del empresario citado y un séquito de personajes secundarios en ambas facciones, un devenir coral con historias que se entrelazan en diferentes lugares y momentos. El autor diseña una familia burguesa con unos hermanos con perfiles muy diferentes entre sí, con los dos varones en extremos opuestos políticamente, y con tres hermanas que acaban viviendo experiencias vitales muy diferentes. El papel de la mujer queda retratado en esos tres perfiles, o cuatro, si contamos el de la madre, cinco, si contamos con la hija del sindicalista torturado, que tiene un papel predominante en la historia. Pero, no es un guion basado en hechos reales, emula a su propia familia, pero, aunque sí existieron esos familiares, solo le sirvieron de inspiración sus vivencias. En especial, Lehmann realiza un homenaje encubierto a su tío, Roberto Drummond (1933-2002), un periodista y escritor brasileño en el que se inspira el personaje de Severino (protagonista de la portada de la novela gráfica), que en el cómic vive entre 1930 y 1994, aunque los dos acabarían, en la realidad y en la ficción, siendo homenajeados con una estatua conmemorativa erigida en ciudad de Belo Horizonte.
Severino es capturado, encarcelado y torturado en la novela gráfica y, posteriormente, se convierte en un escritor de éxito y muy popular en el país, representando en su propia piel el efecto de la represión y la posibilidad de poder explicar desde la experiencia las vicisitudes de toda una generación. A veces, la historia de un país se puede ver a través de los ojos de una familia, de su esplendor y su degradación, como es el caso. Una familia superviviente del Acto Institucional número 5 de fecha 13 de diciembre de 1968 que es considerado como un golpe dentro del golpe, consolidando el sistema político de la dictadura e institucionalizando las represiones y la abolición, la liquidación de los derechos políticos y civiles, la restricción del derecho electoral y la prohibición de los partidos políticos. En este periodo llegó a ser formal el funcionamiento del Congreso Nacional, y en aquel entonces introdujeron el poder presidencial sin límites, aprobaron la Ley de Seguridad Nacional y ampliaron de los poderes y competencias del Servicio Nacional de Información.
En ese sentido, Brasil fue premonitorio de los golpes futuros. Solo hay que recordar que Dilma Rousseff fue destituida como presidenta en 2016, y que Lula da Silva ganó las presidenciales de 2022 después de pasar 580 días en la cárcel y ser puesto en libertad por la anulación de todo el proceso, aunque esa prisión le impidió presentarse a las presidenciales de 2018. El juez que lo encarceló, Sergio Moro, fue nombrado por Bolsonaro como Ministro de Justicia en 2019, parece que en agradecimiento a los servicios prestados. En el siglo XXI, los golpes de estado son diferentes, aunque eso sí, no hay que olvidar que Bolsonaro perdió las elecciones de 2022 con el 49% de los votos con más de cincuenta y ocho millones de papeletas, apenas dos millones menos que Da Silva. No estaría mal que todos esos electores se leyeran esta novela gráfica para que comprendieran mejor su propia historia. Y aquí tampoco nos iría mal.



