Los sistemas educativos en América Latina y el Caribe enfrentan un desafío crucial para su transformación de cara a los retos del siglo y las carencias acumuladas. Se puede sintetizar de la siguiente forma: debe aumentar el número de docentes y la calidad de sus capacidades.
La matrícula en los programas de formación inicial docente apenas ha crecido y su leve incremento parece corto para cubrir las demandas pronosticadas. Se estima que para 2040 la región necesitará un 70 % más docentes que en 2017. Al mismo tiempo, las iniciativas deben atender efectos no deseados, pues políticas dirigidas a elevar los estándares en dichos programas parecen contraponerse al aumento de la matrícula, al incrementarse las exigencias, fenómeno que se suma a la adversa condición de la profesión magisterial, en general, mal pagada y poco competitiva en comparación con otras.
Las anteriores son las conclusiones más relevantes (y preocupantes) del documento ¿Quiénes estudian en América Latina y el Caribe?: tendencias y desafíos en el perfil de los futuros docentes, preparado por un grupo de expertos de la División de Educación del Banco Interamericano de Desarrollo, publicado en diciembre pasado.
La nota técnica comprende información de programas y políticas de la formación inicial docente en 16 países. Está firmada por Gregory Elacqua, Analía Jaimovich, Graciela Pérez-Nuñez, Diana Hincapié, Constanza Gómez, María Jesús Sánchez, Gonzalo Escalona y Joaquín Walker. Constituye un muy interesante material para la reflexión sobre el contexto regional y para que los ministerios, en lo particular, diseccionen las dimensiones examinadas.
Entre los años de 2015 y 2020, periodo de estudio, la región aumentó la matrícula de educación superior en 0,6 % cada año, y 0,9 % en los programas de formación inicial docente. Con diferencias entre cada circunstancia nacional. Así, por ejemplo, en Chile y Uruguay hay casi 6.500 estudiantes de educación superior por cada 100 mil habitantes; en República Dominicana, 5.500; en Colombia 5.000; en Argentina, cerca de 5.000 y en México, 3.500. Por su parte, el indicador de estudiantes de formación inicial docente por cada 100 mil habitantes coloca a República Dominicana como la más alta, con cerca de 1.000 inscritos; seguida por Uruguay, Brasil y Argentina.
En promedio el 12 % de la matrícula de educación superior corresponde a formación docente, superior al promedio de los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (8 %) y los Estados Unidos (menos del 1 %). Sin embargo, es más bajo el peso en países con mayores exigencias para la acreditación y el ingreso a cursarla.
Aunque ese porcentaje promedio se expresa de formas disímbolas: en Honduras es de 30.6 %; Brasil, 19.2 %; República Dominicana, 18.8 %. En el otro extremo, El Salvador tiene al 6.3 %, Santa Lucía, 4.7 % y Perú, 3.5 %. Por debajo del promedio: Ecuador (9.6 %), Chile (8.8), México (8.3) y Colombia (8.2).
El reporte analiza distintas categorías. Los avances son heterogéneos. Hay países donde la selectividad se elevó, como Perú, Colombia, Chile y Ecuador. Aunque también lo advierte en el caso de México, mi interpretación difiere de los autores. Por otro lado, hay países con baja selectividad, como Argentina, Brasil, República Dominicana, Panamá o Uruguay.
La escasez de docentes varía dependiendo del nivel de enseñanza, la asignatura impartida y ubicación de la escuela. En ese sentido, hay mayores carencias en preprimaria, secundaria, y en matemáticas y ciencias, así como en programas interculturales bilingües, en escuelas de contextos rurales y desventajas socioeconómicas, en donde son sustituidos por profesores sin experiencia ni habilidades. La más pobre educación está destinada a los más carenciados. Se repite la nefasta distribución.
La condición femenina predominante es uno de los rasgos que definen al oficio docente en esta región del mundo: 73 % de la matrícula en programas de formación inicial docente está conformada por mujeres. Por niveles educativos la predominancia femenina se agudiza: en preprimarias el 97 % son mujeres; 77 % en primaria y 57 % en secundaria.
Un capítulo compara dos casos: Chile y Colombia. De los hallazgos, resalta que los padres con educación superior prefieren que sus hijos cursen o elijan otras carreras de altos prestigio y remuneraciones. También encontraron que los estudiantes de formación docente tienen menor rendimiento al ingresar a estudios superiores; provienen de contextos económicos desfavorecidos (menor escolaridad de los padres, egresados de escuelas vulnerables y menores ingresos familiares) y en mayor proporción proceden de grupos originarios.
Son pocos los casos donde puede documentarse progresos en el reconocimiento social del magisterio, como sucedió en Chile con la pandemia, donde pudo elevarse el prestigio y colocarse entre la quinta más valorada.
Las condiciones del oficio docente, como ha sido abundantemente expuesto, son adversas: bajos salarios y falta de apoyos, lo cual redunda en alta rotación, deserciones y jubilación anticipada. Con la pandemia, a esos factores se sumaron ansiedad, cansancio y estrés.
En una región tan desigual como la analizada, el peso de lo educativo es clave. Y los hijos de quienes enfrentan las peores condiciones reciben la peor preparación. Los programas de formación inicial docente intercultural bilingüe son insuficientes respecto a la población a atenderse, y escasas las políticas y recursos que los fomentan. Como se afirmó, quienes aspiran a estudiar para maestros no son los de mejores rendimientos formales y condiciones en su generación.
El desafío de América Latina es simple de expresarse: necesita más y mejores docentes.
Desde mi punto de vista, el optimismo no tiene mucho espacio para crecer, por las condiciones observadas y porque no se aprecia, en general, proyectos de políticas públicas y transformación de los sistemas de formación magisterial.
La perpetuación del estado de cosas podría estar condenando a los sistemas educativos por los próximos 30 años, pues los estudiantes que hoy se forman en las aulas estarán cerrando su etapa laboral a la mitad del siglo. El costo de la miopía es enorme y lo pagarán, como se asienta, los más pobres, condenados como la triste y cándida Eréndira con su abuela desalmada.
Ojalá la historia me corrija.