‘Una prisión educadora’ quiere transmitir la idea de que un interno tiene derecho a volver a la comunidad como un ciudadano con derechos y deberes, para lo cual es necesario un proceso de transformación. La mirada de una sociedad estigmatizadora, el miedo de algunos presos a volver a una vida que ya no quieren y la necesidad de que haya más profesionales que acompañen en este proceso son algunos de los aspectos a mejorar.
En esta entrevista, Jordi Enjuanes remarca que la cárcel de hoy en día es más heterogénea que la de hace décadas y defiende que una persona es mucho más que el delito que haya cometido; por eso, ve la prisión como un espacio educativo que a veces funciona y a veces no es suficiente. Hay casos de personas que vuelven a estudiar entre rejas, que aprenden a leer, que encuentran trabajo y que toman conciencia de que no quieren volver a las circunstancias anteriores.
En el libro mencionáis la importancia del acompañamiento a la persona pesa y del vínculo para ayudarla en su proceso de transformación. ¿Es la base de una prisión educadora?
Primero tiene que haber un vínculo para después facilitar un acompañamiento. Esta es una primera pata de la prisión educadora, el ‘yo te acompaño en el proceso de cambio’. Esto tiene impacto si la persona quiere cambiar. Y añadiría una tercera pata, la del proceso de transición de salir fuera, hacia la comunidad.
La esencia de la prisión educadora dice que las personas que se encuentran allá tienen que educar, esto quiere decir que tienen que transmitir valores y competencias que permitan que la persona interna salga afuera y no solo que no vuelva a cometer el delito, sino que pueda ser ciudadana, es decir, que sepa vivir en comunidad, defendiendo sus derechos y no saltándose las normas. Todo el equipo, psicólogos, juristas, funcionarios, etc., tiene que poder educar.
Ponéis ejemplos de personas con las que ha funcionado y otros con las que los esfuerzos han tenido escasos resultados. ¿Tenéis que aprender a lidiar con la frustración?
Yo diría que es parte del camino. La frustración se daría cuando estás seguro de que aquello funcionará y siempre irá bien y, por lo tanto, cuando vuelven, crees que no has hecho bien tu trabajo. El proceso de retorno, a veces, es parte del propio tratamiento, sea porque no ha habido tiempo suficiente, por carencia de voluntad de cambio o porque a veces no hay entornos que permitan ayudar.
Dentro de la prisión no se reinserta, sino que creamos las condiciones para que esto pueda pasar
Un educador debe tener claro que la recaída es parte del tratamiento, y tenemos que recuperarlo desde donde lo dejamos. Si estás con él, lo acompañas, es consciente de qué no ha hecho, esta recaída es menor. Vivimos en un medio muy complejo, y hay determinados perfiles más propensos a recaídas, y no lo tenemos que vivir tanto como una frustración, sino que lo tenemos que vivir como parte de un proceso de trabajo. Siempre sabe mal una recaída, pero cuando pasa, volvemos a acompañarlo.
Decís que “el proceso de reinserción social es una amalgama de relaciones, de construcción identitaria, de valores encontrados y de emociones”. Según tu experiencia, ¿es posible la reinserción social plena?
Hablar de reinserción social plena cuando acabas la condena es ser muy atrevido. Sí podemos poner las bases para que haya una reinserción social plena, esto lo hacemos y se trabaja muy bien, porque no solo nos fijamos en qué ha causado el delito, sino en otros factores, como vivir en comunidad, que implica encontrar un trabajo, gestionar la vivienda, gestionar el dinero o no tener problemas de salud, que estaría ligado a las dependencias. Esto tiene que ir arraigando, de forma que dentro de la prisión no se reinserta, sino que creamos las condiciones para que esto pueda pasar.
Habláis de varios cursos que se hacen en la cárcel, algunos más conocidos, como clases de lengua o de agricultura ecológica, y otros que llaman la atención, como yoga y reiki. ¿Dan buenos resultados?
Sí, en personas con un perfil concreto y que quieren cambiar, es muy eficaz. Los que no están tan motivados y no entienden los programas o no los quieren, con estos, tenemos que ampliar la mirada. Lo que da muy buen resultado es la combinación. En prisión hay una alta diversidad de internos, y tienes que adaptar el programa al individuo. Hacer yoga o reiki ayuda el interno a trabajar o a que vea que necesita trabajar algunos aspectos. Sin estas actividades, no llegaríamos a un volumen de gente. Al final, funcionan como catalizadores de procesos de cambio, como pueden ser el deporte, las artes plásticas o la música. Cuantas más propuestas tengamos, a más personas llegaremos y será más fácil provocar el cambio. No estamos hablando de un grupo de 60 internos haciendo yoga, sino de un grupo reducido.
Igual que pasa fuera de prisión, puede ser que el médico de cabecera te recomiende meditación porque impactará positivamente en la salud y será mejor para ti. El planteamiento sería similar. Meditar o hacer yoga puede ser bueno para quien quiera y tenga la posibilidad, y si esto tiene que servir para que no haya otra víctima, el impacto positivo es muy grande, y si tenemos en cuenta el coste de este curso, sale barato económicamente y socialmente.
A pesar de que hay excepciones, ¿las desigualdades sociales están detrás de un gran número de delitos?
Depende mucho del perfil. En el caso de la toxicomanía, es un perfil con un entorno muy empobrecido porque el consumo te lleva a un aislamiento social. En cuanto al resto, la amalgama es muy curiosa, cada vez hay más gente con unos niveles de formación más altos, y hay personas con un riesgo de exclusión bastante significativo, no de pobreza económica, sino de aislamiento social importante, de no tener amistades, no participar en actividades de ocio, tener dificultades para mantener un trabajo… En general, el proceso migratorio comporta un entorno excluyente, son personas con procesos de alfabetización más deficitarios y con un acceso a recursos comunitarios también más deficitario. Cada vez la prisión es más heterogénea, y tiene un perfil muy amplio de personas en comparación con los años 60, donde había un perfil de heroinómano y persona de barrio marginal. Este perfil no desaparece, pero sí que van apareciendo otros.
¿Cómo es el proceso de luto cuando se pierde la libertad?
Es muy difícil de explicar, incluso para la propia persona, porque no reconoce que hace el proceso de luto. Te dice ‘no he perdido nada, pero sí he perdido la libertad’, que es mucho, que es una experiencia que no ha conocido sí es la primera vez que ingresa. Damos mucha importancia a la acogida y hacemos una primera entrevista muy humana y muy poco centrada en el delito. Aquí los psicólogos y los funcionarios ayudan muchísimo en la idea de intentar explicar que tendrán una nueva vida, no desde la mirada de ‘has perdido la libertad’, sino de ‘pasas a vivir una nueva manera de hacer que te tiene que llevar a la libertad’. Los primeros días es complicado porque está la parte de rechazo y tienes que permitir que haya rabia. Son los pasos del luto que tienen que pasar hasta llegar a la aceptación y, a partir de aquí, podemos empezar a construir. Algunos lo hacen rápido y otros despacio.
¿Quién es y qué función tiene un promotor cívico?
Son internos que hacen la acogida de inicio. Cuando un interno llega nuevo, le explican qué se encontrarán y cuáles son las reglas del juego. Desde el equipo de rehabilitación proponemos a personas que puedan tener un impacto bueno para que hagan este trabajo. Ahora, por ejemplo, tenemos a un señor de comportamiento de autolesiones continuado y de rechazo a la institución, hemos percibido un cambio y le hemos dado esta tarea de responsabilidad para empoderarlo, sabiendo que lo puede hacer bien. Es una maravilla porque se ha creído el rol y porque el retorno de los otros es muy bueno.
Cada vez la prisión es más heterogénea
La prisión educadora quiere romper con la idea de funcionario e interno enfrentados. Los educadores necesitamos de compañeros profesionales y también de internos para poder avanzar, de toda la comunidad. Los internos no están para pagar una pena, sino para asegurar un trabajo que permite que no vuelva a cometer el delito. Esto no pasa para castigar, no funciona, tendríamos más reincidencia.
¿Y qué hace el delegado de presos?
Tiene la función de portavoz. Una vez al año se hacen unas votaciones, como pasaría en una clase con el delegado o la delegada de clase. Hasta ahora, era una votación más dirigida y se iba a buscar el voto celda a celda. Ahora, constituimos unas mesas electorales en el patio, en unas horas determinadas, con el interno más joven, el interno más mayor, un representante de tratamiento y uno del equipo de interior, que son los funcionarios de vigilancia. Hay internos que te dicen que es la primera vez en la vida que votan, y algunos son gente mayor. En las últimas elecciones hemos tenido una participación del 92 %.
Este delegado está en las comisiones de módulo, que hay una quincena. Presentan quejas y sugerencias a la dirección. Una vez cada dos meses, todos los delegados hablan con el equipo directivo del centro y expresan propuestas que son de interés común. Pueden tratar temas de alimentación o de los horarios de la comida o de disponer de MP3. A veces hay pequeñas ganancias y a veces es más complejo.
¿En qué prisiones se da esto?
En Lledoners se hace en todos los módulos. En las otras prisiones catalanas se está aplicando el modelo de participación y de convivencia y es una figura a implementar que no se da en todos los módulos. La particularidad es que es la primera prisión que no establece módulos específicos de perfil educativo. Hasta el 2013, lo que había en el panorama catalán y español eran unos módulos en los que los internos podían acceder y en ellos había un clima más agradable con una normativa más estricta y un ambiente más tranquilo. Si el interno no seguía la norma, era expulsado. En Lledoners, la idea es que todos los internos tienen derecho a tener el mismo clima y entorno y todas las unidades tienen comisiones, y esto hace que haya un trato más humano y más próximo basado en el respeto entre las personas. Ha funcionado, hay menos conflictos y menos violencia estructural en comparación con otras prisiones.
¿Y fuera de Catalunya?
Hay dos unidades: los módulos de respeto y las unidades terapéuticas educativas (UTE). Aquellos internos que tienen ganas de hacerlo bien y que tienen un perfil bajo delincuencial se envían a estas unidades. En caso de ser expulsados por no seguir las normas, se envían a unidades más ordinarias, donde la vivencia de la prisión antigua por así decirlo está presente, y se nota el contraste. Cuando vas a unidades de perfil más educativo, es una maravilla, tanto hablando con los funcionarios como con los internos, pero en las otras unidades que he visitado da realmente miedo.
La prisión es como un espacio educativo, como una escuela que tiene sentido por ella misma siempre que esté dentro de la comunidad
En Lledoners, en cambio, vayas donde vayas el clima es muy parecido. El estándar de calidad en comparación con el módulo de respeto es más bajo, pero en el global de la prisión es medio.
Hay personas presas que tienen miedo a volver a la calle, por recaer en una vida que ya no quieren o por el rechazo social. Explicáis que, en Catalunya, el 70% de los internos que salen de prisión no vuelven a cometer un delito, según un estudio del Centro de Estudios Jurídicos y Formación Especializada. ¿Se tendría que cambiar la mirada de una parte de la sociedad que los ve eternamente como delincuentes?
Muchas veces el problema que encontramos es de fuera. Antes comentaba que el vínculo, el acompañamiento y la transición a la libertad son los tres pilares de la prisión educadora. En este proceso de salida, es muy importante que afuera tengas complicidades. Los internos tienen que esconder, literalmente, que han estado en la cárcel. A veces, te comentan: ‘He encontrado trabajo, pero no les he dicho que estoy en la prisión por la noche’. Cuesta mucho a la hora de encontrar una vivienda, de generar vínculos, y cuando hay recaídas y vuelven a la prisión, lo que te explican es: ‘Y acabé volviendo al barrio’. El barrio en sí no tiene por qué ser malo, lo que quiere decir esta frase es que volvió al entorno en que se movía, que es el que es, y si es de bar acabará volviendo al bar.
Tenemos el prejuicio de que el delincuente de prisión es un delincuente de película: ladrón, consumidor, agresor sexual… Hay de muchos tipos, a veces solo se trata de alguien que está sin carné. A pesar de que cuesta mucho, los acompañamos a que entiendan que tiene que haber este factor en el cual tienen que esconder que han estado en la prisión. Hace poco, un interno me decía: ‘Me dices que sea sincero, y ahora después de cinco años me dices que me esconda. Aclárate’. Tiene razón, en parte lo decía con humor, pero es una parte difícil de entender. La realidad es que cuando una persona sale, la probabilidad de cometer un delito es relativamente baja. En Lledoners es del 20% y en Catalunya el porcentaje general es del 30%.
Una parte de la sociedad desconfía de las personas que han estado en la prisión y no les da una oportunidad. ¿Se les priva de los derechos más básicos, como el acceso a una vivienda o a un trabajo?
Se les priva del derecho a ser reinsertados, del derecho a volver a ser ciudadano. La sociedad misma rechazamos a la gente que ha pasado por prisión. En Catalunya, al menos, tendría que ser más una garantía que un estigma. Hay casos muy localizados, que son los que salen en prensa, y están, y con estos también hemos trabajado y trabajamos.
Habláis del caso de un empresario que sufría acoso laboral por parte de su socio y, un día, en una discusión, estalló…
Hay muchas personas que en un momento de su vida pueden cometer un delito. Tenemos que ser capaces de separar el delito de la persona, porque cometer un delito no quiere decir que siempre estemos haciendo lo mismo, y tenemos que mirar las circunstancias y el momento en que se da. Hay perfiles muy complicados en que la reiteración delictiva es muy alta, pero son un porcentaje muy bajo.
Hay muchas personas que en un momento de su vida pueden cometer un delito
Ahora tenemos a un señor que, en una pelea, le rompió las gafas a otro y el cristal se le clavó en el ojo. Esto es muy grave. Pero este señor es la primera vez en su vida que está en la cárcel. Entonces, ¿es un señor violento? Es un delito violento. Lo que tenemos que trabajar en prisión y lo que tenemos que poder explicar fuera es que hay delitos que son muy graves, hay delitos que son graves, y tenemos que trabajar el delito. Las personas no son el delito.
Hay presos que hacen un auténtico proceso transformador. Habláis del ‘Chino’, que leyó su primer libro en Lledoners y que, con el tiempo, quiso pedir perdón a las familias de las dos personas que había matado. En un caso lo consiguió, y en el otro no. Un cambio de este tipo, ¿es una excepción?
No es tan excepcional; al contrario, la gente hace cambios importantes. La diferencia está en que él mismo empezó a aprender cosas que no había hecho, como la lectura del libro. Acercarse a las víctimas con mediación penal se usa muy poco. La mediación penal es un espacio que posibilita generar un diálogo entre víctima y victimario. El diálogo puede tener el beneficio moral de poderse explicar. Tenemos a gente que pide mediación penal para poder aproximarse a la víctima, para pedir perdón, o para explicar el porqué, y a veces la víctima necesita saberlo.
En este caso concreto, él fue insistente, y decidimos llamar a mediación penal. Explicó que no quería matar, sino robar, y que se daba cuenta de que hay otras formas de actuar y que seguramente no se le ocurriría llevar una pistola. Él entró como analfabeto y, cuando salió, lo primero que hizo fue enseñar a sus amigos un libro que había leído. Va más allá de la lectura.
¿Tiene que ver con el empoderamiento?
Muchísimo. Hay muchos cambios transformadores. Hay gente que se saca la ESO o la primaria. Se hace mucho trabajo a nivel de estudios. Pasan de un terreno de fracaso académico continuado a hacer un cambio importante, y muchos salen con la idea de: ‘Si he superado esto, lo puedo superar todo, ahora puedo ser otra persona’. Pasa con las toxicomanías, que tienen una vida que se ha ido hundiendo a causa del consumo.
¿Qué mensaje queréis dar con La prisión educadora?
El libro quiere transmitir la idea de que la prisión es como un espacio educativo, como una escuela que tiene sentido por ella misma siempre que esté dentro de la comunidad. Demos la oportunidad de que la gente pueda cambiar, y que las prisiones sean espacios donde se produzcan estos cambios, no solo los lugares donde te priven de la libertad. No pidamos aumento de penas, pidamos aumento de tratamiento penitenciario para las personas que cometan un delito porque será más efectivo y nos saldrá más a cuenta.