Lola Montejo es mediadora y facilitadora de procesos restaurativos en el Departamento de Justicia de la Generalitat de Catalunya. Está especializada en metodologías que abordan el conflicto desde la prevención mediante dinámicas que permitan estrechar vínculos. “Cuanto más nos conocemos, más amamos. Y cuanto más amamos, menos mal nos hacemos”, asegura Montejo. También ha sido formadora en el ámbito de las escuelas municipales de personas adultas, una etapa de la vida y un alumnado al que no se acompaña tanto en la resolución de conflictos como en primaria o secundaria. Esto, para Montejo, es un error grave, porque hablamos de competencias «esenciales» por la vida en sociedad.
¿Qué debe tenerse en cuenta para enfocar la mediación de conflictos?
Para empezar, debemos tener claro que existen muchas herramientas para tratar un conflicto. Una de ellas es la mediación, que se ha ido introduciendo mucho en el vocabulario de escuelas y centros educativos. Pero no debemos dejar de lado la importancia de la prevención. Si sólo hablamos de mediación, a menudo lo que ocurre es que esta tarea queda en manos de dos o tres profesores motivados que tienen formación o un talante especial para gestionar los conflictos. Y no es eso: debemos pensar qué hacemos con ellos desde una mirada más amplia, abordando el tipo de relaciones que hay en los centros y generando más vínculos entre todos para prevenirlos.
¿Fortalecer, pues, las relaciones para prevenir conflictos?
Exacto. Todo el mundo puede tener herramientas para resolver los conflictos, porque no dejan de ser las mismas herramientas que nos ayudan a vincularnos. Cuanto más nos conocemos, más amamos. Y cuanto más amamos, menos mal nos hacemos. Esto no quiere decir que así desaparezcan los conflictos, porque forman parte de nuestra esencia, sino que quiere decir que cambiaremos la manera en que los enfrentamos. Esto es muy importante, porque un problema mal resuelto puede hacer que la convivencia sea imposible y las escuelas deben ser espacios sin miedo.
¿Es posible que todas estas herramientas para disfrutar de una buena convivencia se practiquen mucho en primaria y secundaria, pero que se dejen a un lado cuando el alumnado ya es adulto?
La secundaria es la etapa en la que el conflicto es más visible, porque se pone más el cuerpo y las relaciones son más intensas. Por tanto, es cuando los mediadores tenemos más trabajo. También es cierto que en primaria cada vez se están instaurando más herramientas para mejorar la convivencia desde las prácticas restaurativas; esto es, desde la prevención.
Pero es cierto que, a medida que crecemos, nos vamos diciendo como sociedad que ya sabemos cuáles son las normas y cómo debemos comportarnos. Damos por supuesto que tenemos las herramientas necesarias, pero no siempre es así. Estas herramientas se van adquiriendo a través de un aprendizaje que dura toda su vida. Ésta es una realidad que, nos ponemos como nos ponemos, acabamos de incorporar. Es relativamente nuevo que en las escuelas hablamos de emociones, de cómo nos equivocamos y de cómo debemos reaccionar cuando esto ocurre. La escuela es un sitio para aprender, en el sentido más amplio del término. Por eso es imprescindible saber gestionar los conflictos, porque no se puede aprender con miedo.
Un problema mal resuelto puede hacer que la convivencia sea imposible y las escuelas deben ser espacios sin miedo
Hablaba de prácticas restaurativas. ¿Qué son?
La mejor formación es aquella que ayuda a perder el miedo al conflicto y entender la importancia de la comunicación. El conflicto puede ser de diversas maneras y, por tanto, necesitaremos diferentes herramientas para hacerle frente. Una vez entendemos cómo funciona el conflicto, entendemos la necesidad de crear espacios para cuidarnos y prevenirlo. Y es aquí donde entran las prácticas restaurativas: si debemos estar todo un curso lectivo juntos, debemos hacer más para conocernos, tener espacios de diálogo, saber cómo estamos y qué necesitamos.
Si nos conocemos más, las clases serán más participativas y ayudarán a que todo el mundo pueda ponerse en la piel del otro. Así no seremos yo y el resto del aula, sino que seremos ‘nosotros’. De esta forma, se puede avanzar con el temario siendo consciente de los obstáculos que van surgiendo. Por eso estas cuestiones no deben tratarse sólo en la tutoría, porque el conflicto no está desvinculado del aprendizaje.
Hablamos de prevención, pero cuando el conflicto ya ha surgido, ¿qué debemos hacer?
Si partimos de un vínculo, podemos abordar el conflicto de forma inclusiva, teniendo en cuenta todas las partes. Esto no quiere decir que haya impunidad: las acciones tienen consecuencias y deben asumirse. Pero las prácticas restaurativas nos ayudan a entender qué ha pasado y las personas que han tenido este comportamiento tienen la posibilidad de hacerse responsables, escuchando a la comunidad o al grupo al que han hecho daño. El conflicto es una realidad muy amplia y las escuelas deben tener herramientas para abordarlo en toda su complejidad, desde la prevención hasta la resolución, y no enfocarse sólo en la mediación, cuando el conflicto ya se ha dado. Esto es clave si se desea generar un espacio seguro para trabajar.
¿Entiendo, pues, que es necesario que el conflicto se aborde de manera transversal, no sólo desde los profesionales formados por la mediación o las clases de tutoría?
Es esencial. ¿Qué haremos cuando aparezcan los conflictos? ¿Cómo prepararnos? Estas preguntas tienen mejores respuestas si se plantean en equipo. Todos tenemos algún tipo de formación, competencias o experiencias valiosas a la hora de abordar un conflicto. En los centros educativos, a menudo por falta de tiempo, estas cosas no se hablan suficientemente, pero es necesario poner en común nuestras estrategias. Y esto no implica sólo al profesorado, sino también al alumnado ya las familias.
¿Cuál es la importancia de trabajar la prevención del conflicto en las escuelas de adultos, donde la mayoría del alumnado se ha sentido expulsado del sistema educativo?
Es crucial. Es un tipo de centro en el que pueden darse muchos conflictos, pero no porque haya ningún problema con su alumnado, sino porque se han sentido expulsados, porque no se han sentido seguros ni han tenido buenos espacios de convivencia. Si una escuela de adultos no es expulsadora, es ya un cambio muy importante. Vienen de un sistema muy punitivo, en el que equivocarse está muy mal visto. Pero la gente no puede aprender con miedo. Por eso, es necesario abrir la puerta a las segundas oportunidades ya las que haga falta. Debemos a estos jóvenes que puedan hacer las cosas de manera diferente.
Además, debe tenerse en cuenta que la resolución y prevención de conflictos es una competencia muy importante, no sólo en el ámbito académico, sino en el mercado laboral. Las habilidades sociales para escuchar, tener feedback, controlar las emociones y trabajar en equipo son esenciales en un trabajo. Hablamos de competencias transversales y necesarias para la vida en sociedad y, por eso, cualquier escuela que piense que sólo debe centrarse en los aprendizajes académicos, se equivoca.