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Que un director del talento de Christopher Nolan estrene la película Oppenheimer (2023) es un evento cinematográfico de primera magnitud, y su impacto mediático en la sociedad será importante, tanto a nivel nacional como internacional, tanto para los que la vean en salas o, posteriormente, en plataformas audiovisuales desde sus televisores, como para los que, simplemente, la vean anunciada en cualquier medio y de todo tipo de maneras. La realidad incuestionable es que el tema y el producto llega y llegará a millones de personas.
Es una indudable garantía que la película esté inspirada en el libro Prometeo americano. El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer (American Prometheus: The Triumph and Tragedy of J. Robert Oppenheimer, 2005), de Kai Bird y Martin J. Sherwin, publicado en castellano en 2023 por el sello Debate del Grupo Editorial Penguin Random House. El libro ganó un año después de su publicación el Premio Pulitzer de Biografía, reconociendo el trabajo de investigación durante veinticinco años sobre la vida de una de persona a la que se le reconoce popularmente como “el padre de la bomba atómica”, al ser uno de los responsables del conocido como Proyecto Manhattan, una iniciativa que condujo a la creación de un arma de destrucción masiva, con el objetivo de dotar de un factor diferencial determinante al bando aliado, en el marco de la Segunda Guerra Mundial.
En este
contexto, es un buen momento para recordar dos grandes obras maestras universales que, sin duda, contribuyen, cada una a su manera, a divulgar diferentes aspectos relacionados con el desarrollo del arma nuclear, tanto las motivaciones y desarrollo del proyecto, como las consecuencias del desenlace final. Las dos obras en cuestión se han reeditado en 2023 y son las siguientes: La bomba (La bombe, 2020), publicada por Norma Editorial con traducción de Eva Reyes de Uña, y Pies descalzos. Una historia de Hiroshima (Hadashi no Gen, 1974), publicada en cuatro tomos por el sello Distrito Manga del Grupo Editorial Penguin Random House, con traducción de María Serna y Víctor Illera Kanaya.
La bomba, de 472 páginas en un único volumen, está escrita a cuatro manos por el belga Didier Alcante y el francés Laurent-Frédéric Bollée, y dibujada por el canadiense Denis Rodier, los tres artistas consagrados con gran experiencia y reconocimiento en el sector. En el posfacio de la obra, Alcante explica que la fascinación con todo lo relacionado con el trágico evento se manifestó en todo su esplendor cuando tenía solo once años, en 1982, cuando visitó por primera vez la ciudad de Hiroshima. Especialmente, destaca el impacto que le supuso contemplar la sombra que se quedó grabada en la escalinata del banco Summitomo el 6 de agosto de 1945 a las 8:15, y que, desde hace unos años, se puede visitar en el Museo Memorial de la Paz de Hiroshima. Esa marca es lo único que queda de la persona que, sentada en un escalón, se encontraba a apenas 250 metros del epicentro de la explosión, en el que se alcanzó una temperatura de más de 3.000 grados.
Explicar de forma entendedora cómo se llegó hasta ese instante fue una apuesta personal de Alcante. Pronto reconoció la necesidad de trabajar en equipo con otro guionista ante la magnitud de lo se le venía por delante (en 2014 realizó el primer borrador del guión, y fue cuando decidió que otro profesional, menos involucrado emocionalmente, le ayudara en la reescritura). Y había un objetivo que lo complicaba todo: la intención de publicar la novela gráfica en 2020, coincidiendo con el septuagésimo quinto aniversario del lanzamiento de las dos bombas atómicas, sobre Hiroshima y Nagasaki (en este caso, el 9 de agosto, tres días después de la primera bomba).
El dibujante escogido para titánica labor fue Denis Rodier, que destacaba por trabajos previos en blanco y negro y, sobre todo, como entintador durante años de cómics de Superman. El proyecto, ya a seis manos, se realizaba con una cuenta atrás de cinco años, con el apoyo financiero de la editorial, en este caso Glénat, lo que da una idea del esfuerzo creativo y empresarial que implica esta obra en sí misma, y de la que hasta la fecha se anuncian más de 100.000 ejemplares vendidos en menos de tres años, aunque su publicación, justo antes de agosto de 2020, estuvo condicionada con todo lo que supuso la pandemia de la covid-19 en el sector editorial.
El enfoque de la historia es singular: el protagonista explícito en la novela gráfica es, curiosamente, el uranio, que actúa de hilo conductor, acompañando al lector a modo de anfitrión. Aunque, de forma implícita, lo que destaca realmente en la narración es el papel de la ciencia y de los científicos, y de cómo el proyecto y su éxito final cambiaría las relaciones internacionales para siempre. Uno de esos científicos es Leó Szilárd (1898-1964), un físico húngaro que participó activamente en la construcción de la bomba, pero que, cuando estaba casi concluido el proyecto, desaconsejó enérgicamente su uso, tanto antes como después de los lanzamientos. Defendió que se utilizara la bomba de forma disuasoria, para que Japón se rindiera, pero las suicidas acciones de los kamikazes hicieron decidir a los mandos militares por una acción directa, que es lo que acabó sucediendo. Szilárd tampoco consiguió que la decisión de qué hacer en el futuro con las armas nucleares estuviera en manos de científicos y no de militares o políticos.
El relator ficticio (el uranio) facilita las transiciones entre los diferentes escenarios en que transcurren los acontecimientos: el científico, el universitario, el industrial, el militar y el político, entre otros, 42 en total. El texto permite entender perfectamente lo que sucede y el porqué de las decisiones tomadas, y el dibujo ayuda a vislumbrar las personas y lugares, en una gran demostración de la capacidad pedagógica del cómic. Además, la lectura de la novela gráfica permite seguir el ritmo que uno mismo necesite. El recurso de no incluir texto en algunas páginas, especialmente las relacionadas con el momento de la explosión, intensifica enormemente el impacto emocional en el lector, por ejemplo.
El manga Pies descalzos, en cambio, muestra la otra cara de la misma historia. Protagonizada por un niño de seis años, es, prácticamente, la historia real del autor, el mangaka Keiji Nakazawa (1939-2012), que, a esa edad, sobrevivió a la explosión pese a encontrarse a poco más de un kilómetro del epicentro, en Hiroshima. Perdió a toda su familia en la explosión, a excepción de su madre embarazada, que se puso de parto unas horas después del impacto, provocado por todos los acontecimientos vividos ese fatídico día. El manga muestra sus recuerdos, antes, durante y después de caer la bomba sobre Hiroshima.
El autor decidió que su personaje (que era él mismo, en realidad), se llamara en la ficción Gen, con “la esperanza de que pudiera ser el origen de una nueva generación de la humanidad, una generación que pueda caminar descalza sobre la tierra arrasada de Hiroshima, sentir la tierra bajo sus pies descalzos y tener el poder de decir “No” a las armas nucleares” (el título en japonés significa, literalmente, “Gen el descalzo”). El manga, de lectura obligada e imprescindible a nivel internacional desde su publicación, tuvo una adaptación en cine, dirigida por Tengo Yamada, con el título homónimo Hadashi no Gen (1976), así como dos películas de animación: Hiroshima (Hadashi no Gen, 1983) y Hadashi no Gen 2 (1986).
Se estima que el número de muertos en el instante de la deflagración fue de 70.000 en Hiroshima y 40.000 en Nagasaki. Esta cantidad se duplicaría en solo cuatro meses. En los siguientes cinco años se calcula que murieron 200.000 solo en Hiroshima. En verdad, Nagasaki fue una masacre innecesaria cuando Japón ya estaba valorando la rendición. Oppenheimer y Szilárd expresaron su preocupación y desacuerdo sobre el uso de la bomba en Nagasaki, puesto que parecía más una prueba de otro modelo de bomba, en este caso de plutonio, a diferencia de la de uranio que se había probado en el desierto, en Estados Unidos, pocas semanas antes de agosto.
En la novela gráfica La bomba, todos sabemos lo que sucede al final, pero, ¿conocíamos también la operación militar en Noruega, fundamental para que Alemania no dispusiera de materia prima para su bomba?, o ¿sabíamos que la primera reacción en cadena controlada con material radioactivo se realizó en un laboratorio de la universidad de Chicago que, si no hubiera salido bien, hubiera destruido toda la ciudad? ¿Sabíamos que el gobierno de Estados Unidos realizó experimentos con productos radioactivos en humanos sin su consentimiento, para analizar los efectos que producía el plutonio y el uranio en las personas? En realidad, no lo supimos con detalle hasta que la periodista Eileen Welsome publicó su investigación en sus artículos en el The Albuquerque Tribune, y lo recopilase en su libro The Plutonium Files: America’s Secret Medical Experiments in the Cold War ([Los archivos de plutonio: los experimentos médicos secretos de Estados Unidos en la Guerra Fría], 1999), con el que ganó el Premio Pulitzer un año después. Ahora, todo esto y más, lo podemos ver dibujado por Rodier en esta magnífica novela gráfica.
Lo que sí sabíamos antes de estas lecturas es que el miedo a las armas de destrucción masiva ha servido para que no se enfrenten entre sí los países que disponen de bombas atómicas, y, también, que ha servido para justificar invasiones de países (aunque no tuvieran realmente dichas armas), y, recientemente, para una operación militar especial que, aunque la excusa fuera otra, sabemos que esa última invasión se realiza bajo la sombra, invisible, de las armas nucleares.