“No hay palabra verdadera que no sea unión inquebrantable entre acción y reflexión” – Paulo Freire
En las últimas décadas, hemos presenciado un auge alarmante de los discursos de odio en todo el mundo. Este aumento no se puede atribuir a un solo factor, sino que es el resultado de una compleja interacción de diversas fuerzas. La proliferación de Internet y las redes sociales ha permitido que estos discursos se propaguen de manera rápida y global. Sin embargo, este incremento no es un fenómeno aislado y está estrechamente relacionado con desigualdades sociales arraigadas y la discriminación sistémica. La brecha entre ricos y pobres, la falta de igualdad de oportunidades y la discriminación racial, de género y por orientación sexual han creado un terreno fértil para el resentimiento y la polarización. Los discursos de odio a menudo se dirigen a grupos marginados o minorías, exacerbando estas desigualdades y perpetuando un ciclo de exclusión.
Por otro lado, las crisis económicas y sociales han sido un catalizador importante para el desarrollo de estos discursos. Las crisis a menudo provocan miedo y ansiedad en la población, y algunas personas recurren a los discursos de odio como una forma de buscar chivos expiatorios y culpar a ciertos grupos por los problemas que enfrentan. Esto crea un ambiente tóxico en el que la hostilidad y la intolerancia prosperan. Otro factor clave es la manipulación política, algunos líderes políticos los han utilizado como estrategia para movilizar a sus bases o distraer la atención de cuestiones críticas. Esto ha normalizado estas actitudes en la esfera pública y ha contribuido a la aceptación de estas ideas como parte de la conversación política. Por último, el cambio cultural desempeña un papel fundamental. A medida que la sociedad avanza hacia una mayor diversidad y pluralismo, algunas personas se sienten amenazadas por estos cambios y reaccionan agresivamente como una forma de resistencia. Esto subraya la importancia de abordar la intolerancia y el odio desde una edad temprana, a través de la educación, para equipar al estudiantado con las habilidades necesarias para identificarlos y resistirlos.
Es en este contexto que nace el proyecto Barrios Que Cuentan, que busca formar comunidades educativas comprometidas y capaces de crear narrativas alternativas de ciudadanía global frente a los discursos de odio, discriminación y violencia. El proyecto, financiado por el Ayuntamiento de Madrid, y ejecutado por la Fundación InteRed y Misiones Salesianas fue llevado a cabo durante el curso anterior en ocho comunidades educativas en los barrios de Carabanchel y Vallecas.
En el proyecto hemos experimentado la emoción y la esperanza de ver a los estudiantes convertirse en los protagonistas de un cambio, donde han asumido un papel esencial en la lucha contra la discriminación y la violencia.
El viaje comenzó con itinerarios formativos que tenían como objetivo empoderar a los estudiantes de Educación Secundaria. Los desafiamos a explorar la desinformación, los bulos y las fake news, y a comprender el papel que desempeñan las redes sociales en la propagación de ciertos mensajes. Juntos, descubrimos la importancia de la alfabetización digital, aprender a leer críticamente y cómo buscar y verificar fuentes confiables. Luego trabajamos sobre la conexión entre los discursos de odio y las emociones subyacentes, como el miedo y el enfado. El alumnado comenzó a analizar críticamente los relatos que coexisten en nuestras sociedades. Juntos, revisamos noticias y exploramos su contenido con ojos críticos.
La próxima etapa los llevó a una introspección de su propia vida cotidiana. ¿Cómo experimentaban estos discursos de odio en sus barrios y en sus centros educativos? ¿Con cuáles se cruzaban? ¿Cuáles los afectaban directamente? Las respuestas fueron reveladoras, ya que, aunque algunos negaron inicialmente su existencia, la mayoría los identificó. El racismo, el machismo, la discriminación lgtbiq+, el antigitanismo, el capacitismo, la islamofobia; todos estaban allí.
Con los discursos de odio identificados, comenzamos un proceso de análisis crítico. Nos reunimos en el aula, pero no como maestros que enseñan, sino como facilitadores que hacen preguntas. Los estudiantes se convirtieron en los principales pensadores y críticos de estos discursos. La conversación se profundizó, y se sintieron más cómodos señalando los discursos que habían sufrido en forma de «bromas» o chistes. Este proceso les permitió entender que algunos de sus compañeros se sentían incómodos y heridos por estas palabras y actitudes.
A continuación, planteamos la pregunta fundamental: «¿Qué podemos hacer al respecto?». Los estudiantes tomaron la iniciativa. Propusieron acciones de sensibilización destinadas a sus comunidades educativas. Comenzaron a crear cómics, fanzines, fotografías, carteles, páginas de redes sociales, raps y poemas para transformar sus centros educativos. Cada intervención tenía un propósito: sensibilizar, educar y cambiar. Estas intervenciones no se quedaron en el aula, compartieron sus esfuerzos con el resto de la comunidad educativa. Presentaron sus proyectos a sus compañeros y profesores. Fue un acto de valentía que generó un impacto tangible, impulsando la discusión sobre los discursos de odio y cómo enfrentarlos.
Durante el tiempo que estuvimos trabajando juntos, también tuvieron la oportunidad de participar en eventos adicionales que los vinculaban con las historias de sus comunidades. Recuperar y dar a conocer al estudiantado las historias de sus barrios dentro del proyecto fue esencial para enriquecer su comprensión de su entorno y de la sociedad en la que viven. Estas historias ofrecieron una visión vívida de las luchas y logros que han dado forma a sus comunidades a lo largo del tiempo. Al conectar al alumnado con estas narrativas, se les capacitó para comprender cómo su barrio ha enfrentado desafíos y ha luchado por un futuro mejor. Además, fomentaron un sentido de identidad y pertenencia comprometiéndolos a convertirse en agentes activos en sus propios barrios. La recuperación y divulgación de esas memorias se convirtió en un vehículo para la educación, la inspiración y el fomento de la acción positiva entre los jóvenes participantes.
Finalmente, el proyecto culminó en un gran encuentro que reunió a cien jóvenes de los distintos centros. Fue una oportunidad para que compartieran sus experiencias, crearan red, aprendieran unos de otros y comprendieran que cambiar y mejorar la sociedad es tarea de todos.
La juventud ha demostrado que tiene la capacidad de abordar discursos de odio y trabajar junta para crear una sociedad más justa y equitativa. Ha asumido la responsabilidad y se ha fortalecido para enfrentar los desafíos de su tiempo. Por lo tanto, es esencial que sigamos inspirándonos en ejemplos como el de «Barrios Que Cuentan» y que continuemos colectivizando estas luchas en nuestro compromiso constante por mejorar la sociedad y forjar un futuro más inclusivo y prometedor para todos.