En un mundo cada vez más virtual en el que todo parece posible, las dificultades del alumnado para alcanzar los resultados que el sistema pide hacen necesario averiguar qué está pasando en el aula. Por qué los contenidos previstos en el currículum no se consolidan como aprendizaje, y si esto es causa o consecuencia del malestar que se expresa en las aulas en diferentes formas, lo han llevado a debate este jueves la Asociación Catalana de Profesionales en Salud Mental-AEN (ACPSM), la Fundación Congreso Catalán de Salud Mental (FCCSM) y el Foro Catalán de Atención Primaria (FoCAP). Y lo han hecho dando la palabra a los protagonistas de estos malestares en el aula: alumnos de ESO ―del Institut Sants―, que en primera persona han expuesto su vivencia de este malestar. Han hablado sin miedo sobre quién y cómo les han podido ayudar a relativizar, superar o angustiarse ante todo lo que se les pide.
Cómo llega a marcar en positivo, iluminando caminos a favor de ciertas materias, y cómo ―al contrario― algunos otros dejan heridas curriculares que, incluso, pueden llevar a abortar algún itinerario profesional es una vivencia que todo el mundo ha tenido en su escolarización. Y es una realidad que sigue existiendo, a pesar de que la sociedad ha vivido muchos cambios y, con ella, los intereses y situaciones familiares y todo el contexto más cercano a los adolescentes de hoy. Asustar o desmotivar al inicio de un curso con afirmaciones como “quien no tenga más de un siete el año pasado en esta asignatura, no la aprobará este año”, tal y como expuso una alumna de secundaria, explica muchas de las angustias que pueden darse en el aula. La sentencia de ejemplo, según explicó la estudiante que la mencionó, le provocó ―dice― “una angustia que no le deseo a nadie, que me hacía llorar todos los días al llegar a casa”.
Estos profesores que marcan dejando herida conviven, afortunadamente, con otros que, como también se dejó constancia, hacen querer la materia que imparten. Lo logran primeramente porque sienten pasión por lo que enseñan. Pero también en gran medida por el trato a los alumnos, no como receptores de contenidos, sino como personas humanas con todo su contexto más íntimo de malestares personales, preocupaciones, dudas, rabias y aquel desconfort de la vida personal, que no se borra cuando el alumno entra en el aula.
Soledad de alumnos y docentes
Con argumentarios como éste, las intervenciones personales durante el debate fueron aportando luz a lo que sucede en los centros educativos, la no conexión entre alumnos, que les lleva a vivir a cada uno sus problemas en solitario, y la soledad también de los docentes. Estos últimos, si bien son parte de un claustro, de una pequeña comunidad, viven ―tal y como se expresó en el debate― cada uno en su materia y organizando, puertas adentro del aula, su propia dinámica docente.
Estas soledades, de alumnos y docentes, dejaron clara la necesidad de acompañamiento emocional, sin el cual la misión de adquirir nuevos conocimientos en las mentes del alumno se convierte, si no imposible, en mucho más difícil. Hablamos de humanizar la enseñanza, incluida toda la comunidad educativa, y hablamos de atención a la salud mental para prevenir el sufrimiento excesivo que puede dar lugar a enfermedades de la psique.
Crear espacios para expresar los malestares ―tengan o no un origen fuera o dentro del centro― y procurar tiempo para ese compartir emocional fueron expuestos como caminos necesarios para elevar la calidad y el valor de la enseñanza, que debe ir más allá de la adquisición de conocimientos.
“Trabajamos con personas, y no es igual que fabricar sillas”, precisaba desde el público un profesor ahora jubilado que hacía su particular radiografía: “En secundaria estamos preparados en la materia que se imparte, no tanto en cómo enseñarla y muy poco para relacionarnos con treinta o más adolescentes”. Y añadía: “Esto afecta a los profesores. O pierden la paciencia, o piensan que entender el comportamiento y el estado emocional de los alumnos no es su tema”. Este profesor planteaba, en consecuencia, que “sería interesante cambiar la formación y el acceso a la docencia, porque ―añadía― poco tienen que ver las oposiciones con lo que después encontramos en el aula”.
Detrás del sufrimiento
Educadores, médicos de atención primaria, profesionales de la salud mental y del ámbito del trabajo social escucharon a los estudiantes de secundaria, estableciendo juntos un diálogo necesario, pero que se da pocas veces. Las entidades de profesionales de la salud mental y de la atención primaria han organizado la puesta en común, bautizada como Ágora de Debate, para promover una atención sanitaria de calidad y con voluntad de servicio a la ciudadanía.
Desde el público se iban aportando ideas para la reflexión. Una de ellas la aportaba Elena, educadora social y terapeuta que trabaja en el servicio de apoyo emocional en un centro de alta complejidad. “Mi trabajo ―decía― es con alumnos, familias y el claustro”. Ella constata que “el malestar está presente todos los días”, y que hace falta “una nueva mirada”. Y se explicaba: “Cuando un alumno realiza una conducta disruptiva es que tiene un sufrimiento y una necesidad no cubierta detrás. Pero a menudo la reacción del docente es la rabia, el miedo, la frustración, la sensación de agresión por parte de los alumnos. Nos dejamos arrastrar”.
Este argumento dio pie a la otra gran evidencia ineludible: el malestar emocional está en el alumno y en el docente. “Nuestro sufrimiento es nuestra responsabilidad, el alumno lo que hace es poner el dedo en la llaga en un malestar que tengo yo”, se aportaba también desde el público.
Conscientes de que la educación emocional “la hemos tenido que aprender cada uno por nuestra cuenta”, como decía otro miembro del público, añadía, “si no conseguimos un buen clima de aula, no habrá un buen aprendizaje. El aula debe ser un espacio de confianza, donde alumnos y docentes sientan que están en un espacio seguro”.
Enseñar, pero también acoger
Por eso, durante el debate se habló del centro educativo como espacio de acogida, y no únicamente como lugar al que se va a aprender. Solo así se podrán evitar sensaciones de exclusión y de incomprensión como las vividas y compartidas en el debate por algunos alumnos participantes. Y cuando se habla de acogida se habla de abrir estos espacios y tiempos de expresión de inquietudes, miedos, dudas, malestares que, bien entren ya en clase desde fuera o surjan dentro, se convierten en obstáculos para la armonía necesaria para lograr bien los aprendizajes. Como decía África, psicóloga del CSMIJ Sants-Montjuïc, “cuando alguien está bien lo transmite y hace mejor su trabajo”. Y apelaba a la responsabilidad común en los claustros de poner límites y no hacer como quien no ve pequeños y grandes abusos por parte de algunos docentes, en alusión a las humillaciones que pueden llegar a infligir a ciertos alumnos y que los estudiantes asistentes al debate expusieron tan claramente con ejemplos reales vividos por ellos.
Con el encuentro se quiso abordar los impases y dificultades de los y las docentes a la hora de ejercer sus funciones de transmisión cultural y formación, dentro de un contexto socializador y de convivencia como es la escuela. Para llevar a cabo su encargo, dicen desde la organización del acto, “hará falta que cuenten con una comunidad educativa amplia, con el apoyo de las familias, de la Administración y de los servicios de salud y bienestar y familia, haciéndoles corresponsables en el proceso”. Y, como quedó evidenciado en el encuentro, es necesario hablar de ello poniendo la atención en los alumnos. Así se manifestaba la profesora de psicología y orientadora del IES Sants, Trini Marín, que acompañaba al grupo de estudiantes al debate: “Siempre hablamos de vosotros, pero nunca con vosotros. Y a mí, mi experiencia compartiendo horas con los alumnos me ha hecho ser consciente de que los adultos os oímos, pero no os escuchamos, os miramos, pero no os vemos, y ser consciente de ello ha sido para mí una gran lección como profesional”. Por eso, añadía como docente, que conviene “replantearnos nuestros roles y compartir más con los alumnos, porque las materias son importantes, pero es una parte muy pequeña de la vida adulta y no estamos dedicando, en cambio, ni espacios físicos ni temporales a hablar con ellos”.