No. Con el título de este artículo espero que se note la intención de hacer una crítica severa a diversos comportamientos en actores educativos que he podido presenciar en mi experiencia educadora. Al menos en esta parte del mundo.
Para muchas autoridades educativas, directores, docentes y padres de familia, la pandemia fue ese gigantesco paréntesis en la vida de todos, y ahora ya se cerró y a seguir iguales que como estábamos antes de la presencia del Covid. Ya habíamos expresado anteriormente, que todo indica que estamos ante un dilema que se puede plantear así: O nos quedamos atrapados en la pandemia, o la pandemia no existió.
En la práctica esto ha significado caer en los mismos errores pedagógicos profundos, como las tóxicas relaciones establecidas entre los actores pedagógicos. ¿Acaso no aprendimos en los más oscuros momentos de la pandemia lo fundamental que es la vida, que es la calidad de esa vida y que esto depende de cómo construimos el mundo mediante las interacciones con los demás? La prepotencia, la indiferencia, el desinterés por los demás, ha vuelto a estar presente en los ámbitos escolares. En algunos centros privados, el interés por el lucro se agigantó a tal extremo que el estrés del miedo por la enfermedad aquella se queda enano frente al estrés que la dinámica presencial está generando en profesores de todos los niveles. Pareciera que la pandemia vino a justificar con mayor fuerza que la educación puede ser el negocio más rentable que algunos sectores pueden encontrar.
Otro comportamiento que evidencia que parece que la pandemia “pasó de largo” en la vida de directivos o funcionarios educativos es la incapacidad de preguntar a los docentes. Ninguna decisión importante es tomada mediante diálogos o con la mirada de quienes están todos los días viviendo la realidad de personas que, aunque no lo digan o se niegue, siguen afectadas socioemocionalmente por lo vivido en la pandemia. Las y los docentes de todas partes conocen mejor lo que significa el tiempo pospandémico en las aulas. Desde las actitudes de adolescentes y jóvenes (que vivieron siendo niños aquel tiempo) hasta las carencias de aprendizaje que aquello causó y se refleja en el presente. Nunca se pregunta a quien está en el aula, pero se toman decisiones tan trascendentales para ese lugar tan maravilloso y crucial para la vida escolar.
El elemento que más debe llamar la atención de todas las sociedades es el relativo a la recuperación socioemocional en las escuelas. Está claro que el activismo de la vida diaria más la ausencia de visiones más profundas sobre lo educativo, han causado que esto parezca un tema esotérico o tan raro que mejor nos quedamos solo con la Matemáticas, las Ciencias y el Lenguaje. ¡Porque hay que recuperar el tiempo perdido! No se trata de insistir solo en los aprendizajes informáticos que ahora parece que nos ofrecen la tranquilidad de estar preparados para otra pandemia u otro covid más poderoso. Pareciera que ante cualquier tragedia global o local que se nos venga encima, ya estamos listos porque ya sabemos cómo usar Moodle, Zoom o cualquiera de las plataformas que dominaron el escenario de la educación a distancia o virtual. ¿Estamos preparados para enfrentar y desarrollar resiliencia ante nuestros dramas personales, como producto de un aprendizaje que obtuvimos en la pandemia? ¿Aprendimos, para aplicar en las aulas, la importancia de la salud emocional, de las sanas relaciones, del cuidado y amor por el entorno natural?
Aprender para la Pedagogía de la pandemia no debiera reducirse a la adquisición de habilidades y capacidades técnicas, que son tan importantes y necesarias. Debiera constituir la llamada de atención más firme que hemos tenido, como humanidad, para reconocer la importancia que tiene para la vida una educación que no es solo para la vida futura. Una educación que educa para vivir hoy con plenitud y responsabilidad.