Hijo de maestra y director de colegio, con un apellido que significa maestro en catalán, Javier Mestre parecía predestinado a la docencia. Sacó la oposición en 1998 y, tras enseñar un tiempo en León, asumió la dirección de un instituto de Badajoz durante tres años. Instalado hace casi dos décadas en Candeleda, un pueblo de Ávila a los pies de la Sierra de Gredos, allí imparte Lengua y Literatura, desde 2022 como catedrático de secundaria.
En sus años mozos, a Mestre también le fascinaron la tecnología y la innovación como remedios predilectos para los problemas educativos. Poco a poco fue llegando el desencanto. Las propuestas rompedoras, reflexionó a pie de aula, podían sonar fantásticas sobre el papel, pero su aterrizaje revelaba el sinfín de grietas que aqueja a ocurrencias metodológicas con escaso sustento.
Con la llegada de la Lomloe y su apuesta decidida por el enfoque competencial, Mestre se decidió a escribir —mano a mano con Carlos Fernández Liria, profesor de filosofía de la Universidad Complutense— un alegato contra lo que juzgan como “popurrí pedagógico” que esconde “una agenda ultraliberal oculta”. Desde postulados de izquierda (ambos autores han colaborado con Podemos y Sumar), Escuela y libertad (Akal Educación) defiende una vuelta a los contenidos como eje formativo. También eleva al profesor y a su irrenunciable libertad de cátedra como únicos garantes de la pluralidad que ha de enriquecer a cualquier centro público. Un espacio, consideran Mestre y Fernández Liria, cuyo fin no es otro que transmitir a todas y todos una base sólida de conocimiento ilustrado. Requisito obvio, a su entender, de una ciudadanía democrática, responsable y verdaderamente libre.
Hay quien equipara la defensa de una educación basada en contenidos con un aprendizaje memorístico irreflexivo.
Existe una gran confusión de términos. Para mí, contenido es conocimiento científico, humanístico y artístico. Es lo que se enseña en cada asignatura y corresponde a lo que entendemos como programa ilustrado. La idea de que los contenidos son una especie de memorización mecánica y absurda es un mito que se ha construido desde una tendencia renovadora de la pedagogía que ha intentado desprestigiar a la escuela tradicional. No concibo la formación sin contenidos, que a veces habrá que memorizar. Hemos de saber cosas para poder construir, por ejemplo, un discurso.
Algunos se empeñan en contraponer contenidos y competencias, como si ambos fueran enemigos irreconciliables. La capacidad de síntesis, de relación o de expresión son, entiendo, cosas que para ti sí han de ejercitarse en la escuela, las llamemos competencias u de otra forma.
Los contenidos son en sí competenciales. Hay muchas cosas que no se pueden aprender sin capacidad de síntesis o comprensión lectora, sin ser intelectualmente competente para asumir un determinado nivel académico. La instrucción es, en buena medida, el ejercicio de una capacidad para enfrentarte a textos crecientemente complejos. Y esto, evidentemente, no es una mera cuestión de memorizar. Del mismo modo, no se pueden entender las competencias sin contenidos: eso es papel mojado, pura ignorancia. El problema no es contenidos o competencias, sino hacia dónde enfocamos la enseñanza.
Si priorizas las competencias y dejas en un segundo plano los contenidos, estás sesgando la función de la escuela
¿Y estamos perdiendo el norte?
En mi experiencia, la mayoría de docentes entendemos que nuestra labor es transmitir el conocimiento que tenemos sobre nuestras materias de la mejor manera posible. Y, en el proceso de aprendizaje, los alumnos y las alumnas irán desarrollando competencias de carácter intelectual. Pero si priorizas las competencias y dejas en un segundo plano los contenidos, estás sesgando la función de la escuela. Sobre todo a la vista de la lista de competencias que propone la Lomloe, que está orientada a la formación de un trabajador ideal en lugar de una persona culta.
¿Piensas que, en ese marco pedagógico digamos más tradicional, habría en cualquier caso que replantearse ciertas inercias didácticas algo anquilosadas?
Hay muchos estilos de profe. Hay pluralidad, y eso es lo importante. También abordamos en el libro lo difícil que es determinar qué es un buen y un mal profe. Cuando yo empecé en la docencia, lo tenía muy claro, quizá por mis propias experiencias como alumno. Hoy en día ya no lo tengo tan claro. Y procuro no juzgar a mis compañeros. Es muy difícil decidir cuál es el estilo didáctico más eficaz. Hay chavales que funcionan fenomenal con un estilo súper memorístico. Nunca deja de sorprenderme, pero he visto muchos casos de alumnos que, memorizando mucho y razonando poco, han acabado convirtiéndose en profesionales muy capaces.
¿Cuál es tu estilo?
Intento trabajar con el razonamiento, dando a mis clases un enfoque inferencial y dialogado, animando a mis alumnos a que hagan relaciones. Pero también he comprobado que la mayoría se sienten más cómodos con esquemitas tipo la cuenta la vieja, quizá porque es cognitivamente más cómodo. Y porque su vida fuera de la escuela dificulta mucho la lectura atenta, la concentración o la relación entre conceptos.
¿Trabajas mucho la expresión oral y escrita?
Hago lo que puedo. No siempre es fácil, este curso tengo un segundo de bachillerato con 25 alumnos… Aunque sí he observado que, simplemente trabajando los contenidos de la materia, muchos estudiantes mejoran su capacidad de expresión. El mismo examen, tan denostado, permite hacer trabajos de redacción y síntesis increíbles.
En el libro planteáis una crítica a la obsesión competencial desde posiciones de izquierda, que en las últimas décadas ha sido su principal valedora. Sostenéis que esta fijación va en detrimento de la igualdad de oportunidades al alejarse del objetivo primordial de la escuela pública: dotar de una base de conocimiento a toda la ciudadanía.
Tal y como está planteado, el modelo por competencias está reduciendo lo que los chavales aprenden. Esto es muy grave. El nivel de exigencia en el aprendizaje es lo que puede inducir a ciertos cambios sociales. España ha progresado mucho en educación desde los años 80. Y pensamos que esta nueva pedagogía obedece a un proyecto de sociedad de lo más inquietante.
Afirmáis que, aunque se venda como una ley progresista, la Lomloe tiene un claro núcleo utilitarista y economicista.
Como señalaba antes, la ley no está pensada para educar ciudadanos, sino para formar trabajadores según las necesidades del capital. Hay una competencia que engloba a todo el conocimiento técnico-científico. Y, al mismo nivel, está la competencia emprendedora. ¿Tiene algún sentido que ambas valgan lo mismo para titular en ESO? Me hace sospechar que la intención de fondo es cambiar la escuela para que ya no sea un lugar donde la gente va a aprender, sino un espacio para domar a la gente en el dogma neoliberal.
La escuela no tiene que obligar al niño a demostrar que es ecologista. Se tiene que limitar a enseñar qué es el medioambiente, qué contamina, qué es un ecosistema
Advertís sobre la tentación de adoctrinamiento (desde la derecha o desde la izquierda) que ofrecen las competencias. Con los contenidos, argumentáis, resulta más fácil alcanzar un consenso que trascienda las diferencias ideológicas y salvaguarde a la escuela de los vaivenes políticos.
La escuela pública tiene que ser un lugar de pluralidad que permita a los niños formarse su propio criterio. Las familias tienen, por supuesto, derecho a educar a sus hijos como quieran, a adoctrinarlos, si así lo eligen. Pero la escuela es otra cosa. En esa pluralidad de ideologías y visiones del mundo a la que uno se expone en la escuela pública, debería existir un consenso: todos los profesores enseñamos unos contenidos. Y cuanto más sepa un alumno, más criterio tendrá para optar conscientemente por lo que considere. La escuela no tiene que obligar al niño a demostrar que es ecologista, como se pretende en los criterios de evaluación del currículo Lomloe. Se tiene que limitar a enseñar qué es el medioambiente, qué contamina, qué es un ecosistema. Ha de transmitir conocimiento y despertar sensibilidades para que cada cual se forme su criterio con conocimiento de causa y máxima responsabilidad.
Sois muy críticos como la autonomía de centros públicos entendida para que colegios e institutos compitan entre sí vendiendo un proyecto diferenciado.
La escuela pública no es una empresa. Es un espacio seguro con unas determinadas características comunes. Un espacio de razón, libertad de pensamiento y conocimiento protegido de fanatismos, y en el que la única ideología ha de ser la pluralidad y la convivencia de todos los pareceres. En las iniciativas para favorecer la autonomía de centros, subyace una idea de educación muy distinta a la nuestra, más como mercado en el que cada centro vende su propio producto.
Tampoco os gusta esta idea, tan en boga, de centros abiertos a su entorno.
Está bien que las familias participen en los consejos escolares, pero el núcleo pedagógico y de toma de decisiones tiene que corresponder a los profesores, precisamente porque, gracias al sistema de funcionariado —con su concurso de traslados y criterios objetivos, sin ningún tipo de filtro ideológico o pedagógico— son la única garantía de que la pluralidad prevalezca en la escuela pública.
Hacéis en el libro una afirmación polémica: el enfoque por competencias esconde una agenda oculta —de la que participan PSOE y PP— para abaratar costes y convertir al profesor en un mero acompañante de alumnos que aprenden, sobre todo, mediante el llamado Diseño Universal de Aprendizaje (DUA), al que dedicáis una crítica feroz.
Hay una concepción de la educación, vendida desde determinados sectores de la pedagogía, que recuerda a lo que ocurrió con el Plan Bolonia en la universidad. Este supuso una degradación de las titulaciones básicas. Algo parecido está ocurriendo con las enseñanzas pre-universitarias. Se nos dice que el problema de la escuela es pedagógico, y que con las competencias y el DUA todo va a ser mucho más dinámico y chulo, con los niños aprendiendo sin darse cuenta etc. Puro humo. ¿A qué nos lleva todo esto? A una disminución del nivel formativo y al ahorro de costes. Con cada niño aprendiendo en su ordenador mediante el DUA, ya no hay necesidades educativas especiales ni profesores de Pedagogía Terapeútica (PT) ni de Audición y Lenguaje (AL) ni refuerzos ni nada.
En ese escenario algo distópico, tampoco haría falta, señaláis, bajar ratios.
Está claro que, cuanto más difícil es dar clase, más profesores hacen falta. Pero la tendencia es la contraria. Con todas estas reformas progresistas, desde que tenemos el rollo competencial en marcha, la financiación de los programas de compensatoria está cayendo en muchas comunidades autónomas. A la vista de todo esto, sospecho que debe de existir en las altas esferas como un acuerdo para convertir a la escuela pública en una especie de mercadillo. Me preocupa enormemente porque se está poniendo el solfa la propia democracia: cuanto menos sepan los chavales, más van a estar en manos del griterío de las redes y de fanatismos.
Dedicáis varias páginas a la evaluación por competencias que, en vuestra opinión, es donde se revela en toda su crudeza esta supuesta sinrazón pedagógica.
No solo carga al profesor con tareas burocráticas surrealistas, sino que introduce distorsiones en una evaluación razonable. Estamos viendo casos de chicas y chicos que titulan en ESO con la competencia lingüística aprobada y una nota de dos en Lengua. Es decir, con un nivel competencial en lengua escrita ridículo. Pero claro, hablamos de un sistema en el que los profes de Educación Física o Iniciativa Emprendedora evalúan la competencia lingüística. Se está quitando relevancia al conocimiento real a la hora de tomar decisiones sobre promoción y titulación.
En esta idolatría de la innovación educativa per se, ¿hay algo consustancial a nuestra época? Como si todo envejeciera muy pronto y lo nuevo fuera mejor por el hecho de serlo.
Desde algunos sectores de izquierdas, hay quien nos acusa de ser profes viejunos que queremos seguir teniendo poder y estamos enrabietados por la evolución de los tiempos. Las cosas no son mejores por el hecho de ser novedosas. De hecho, hay un buen número de estudios que concluyen que lo que mejor funciona en educación es el profe activo-instructivo: el que da clase, dialoga y se preocupa por estar encima de lo que hacen los chavales. Lo de toda la vida, vaya.
Según están las cosas ahora, estoy convencido de que las escuelas tienen que ser reductos analógicos
Sois muy anti-tecnología en las aulas. ¿Cero pantallas en la escuela?
Fui un entusiasta de las tecnologías en educación. Con el tiempo fue decayendo ese entusiasmo y, al final, las deseché por completo. Según están las cosas ahora, estoy convencido de que las escuelas tienen que ser reductos analógicos. También hay cada vez más estudios que demuestran que la formación digital es un atraso desde el punto de vista cognitivo. Merma la capacidad de concentración y la profundidad del aprendizaje. Las pantallas entrenan la desatención y perjudican al alumno si lo que queremos es una formación intelectual sólida. Es de una irresponsabilidad llamativa que se siga apostando por ellas. La escuela tiene que ser un lugar para pausar y entrar en un tiempo más lento, que es el preciso para aprender a pensar.
La tecnología tiene ese potente reclamo de lo lúdico que, en teoría, lo hace todo mucho más fácil y entretenido. Y que, en consecuencia, aumenta la motivación de los alumnos.
Sin esfuerzo no hay aprendizaje. ¡Hay que estudiar! Hemos llegado a un punto en que se plantea si los niños van a tener que seguir estudiando o no. Nosotros pensamos que sí.
Quisiera terminar con lo que afirmáis al principio del libro: habéis querido resignificar la libertad de enseñanza, que tantas veces se utiliza para defender a la escuela concertada. Para vosotros, esta expresión implica, más bien, que los profesores puedan ser libres para formar a alumnos lo más libres posible.
La realidad es que los profes de la pública tenemos mucha más libertad que los de la privada (concertada o no), en la que estás sujeto a lo que el dueño exija. En la pública, somos funcionarios para poder ser libres. Y eso está directamente relacionado, como decía antes, con el derecho de los niños a crearse su propio criterio y a convertirse en personas libres.
5 comentarios
Este Sr. no parece muy listo. Y de izquierdas tiene lo mismo que Feijóo y Abascal. No creo que vaya a leerme su libro, el enésimo que propone lo mismo: volver a la educación franquista.
Vaya ad hominem te has marcado, Grillo; pero es que ante la falta de argumentos para rebatir, es lo único a lo que aferrarse.
Claro…
Porque los de izquierdas tienen que pensar todos igual como en una dictadura porque si no eres de derechas…
Yo, militante de podemos hasta hace 2 años, financié varias campañas y toda mi vida votante de IU.
Lo siento, soy de izquierdas y ni peor ni mejor que tú.
Absolutamente maravillosa la entrevista.
Nos cargamos el futuro de nuestros hijos con este sistema.
Javier Mestre dice verdades como puños. La vergüenza es que la mayoría de profesores estemos con la cabeza agachada sin decir nada