Las nuevas corrientes filosófico-educativas surgidas a fines del siglo XIX vieron en el cinematógrafo el vehículo perfecto para el desarrollo de su idea del aprendizaje intuitivo: la intuición como sinónimo de observación, donde el conocimiento entra por los sentidos… y cuando no se podía ir de excursión, el cinematógrafo venía a suplir la visita directa, colocando ante los ojos del espectador “la reproducción exacta”.
Así en 1912 el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes promulgó una Real Orden que decía que era una “tendencia cada vez más acentuada en los modernos métodos pedagógicos facilitar la enseñanza por medio de proyecciones luminosas y de películas cinematográficas. Estas eran de innegable utilidad, puesto que tales procedimientos, de carácter plenamente intuitivo y realista, hieren vivamente la imaginación y dejan en ella una semilla gráfica, base firme de la educación intelectual”, tal y como recoge Txomin Ansola (“El cinematógrafo como instrumento educativo en los primeros textos legales” (1912-1918), en En torno al cine aficionado, José Antonio Ruiz Rojo, coordinador. 2005).
“En mi opinión, del cinematógrafo puede sacarse un partido extraordinario desde el punto de vista pedagógico. Al niño le cautiva todo lo que sea movimiento, acción. Al niño le impresiona hondamente cuantas cosas interesantes entran por sus ojos”. Escribió en 1912 Benita Asas Monterola. Y continúa esta maestra pedagoga, feminista, sufragista y pacifista en su artículo “El cinematógrafo y la pedagogía” (El Nervión, 8-VIII-1912): “Un buen cinematógrafo con un programa enteramente confeccionado por los maestros de la localidad, más un profesor culto, ingenioso, urbano, simpático y revestido de esa especial sencillez que comunica el verdadero talento y el exquisito sentido común, sería una posesión admirable, única para todo Ayuntamiento enamorado de la primera enseñanza”.
Al mismo tiempo, la industria, ponía a la venta proyectores pensados para “colegios y centros de enseñanza” con películas instructivas; pero no hubo presupuesto oficial.
En abril de 1918 y con mejor situación económica el gobierno vuelve al tema – seguimos a Txomin Artola-, y como ya se había hecho en Francia, Inglaterra e Italia, se crea una Comisión para estudiar el uso del cinematógrafo con fines educativos, pero la dimisión del ministro llevó consigo su desaparición. A finales de año, un nuevo ministro mostró interés, pero, falleció un año después y… quedose en nada.
En esos momentos, todo el mundo era consciente de la utilidad del cine como instrumento auxiliar de la enseñanza en las escuelas, más en la teoría que en la práctica, sin faltar los que subrayaron el carácter corruptor del invento, “pero nadie asumió la responsabilidad de su implantación. Las iniciativas partieron, sobre todo, de particulares y asociaciones privadas y la mayoría de las disposiciones ministeriales no pasaron de la Gaceta o se quedaron en vanos intentos, casi siempre por problemas económicos”. (Fernando Camarero Rioja, “Teoría y práctica del cine educativo en España (1895-1923)”, en Cahiers de civilisation espagnole contemporaine [En línea], 2013).
Tras los vaivenes políticos anteriores, Dictadura y República se preocupan por la cinematografía nacional y muestran su interés por el uso del cine en la enseñanza (Nuria Álvarez Macías “Cine y educación en la España de las primeras décadas del siglo XX. Tres concepciones del cine educativo” en Tarbiya, revista de Investigación e Innovación Educativa, Portal de revistas electrónicas. UAM, 2002, nº 31). De este modo en 1931 bajo la protección monárquica y alcanzando su continuidad en el período republicano, se celebró el Congreso Hispanoamericano de Cinematografía, que subrayó el reconocimiento, ya universal, de la integración del cine en la enseñanza, y su consideración como medio superior al resto en la divulgación educativa.
Mientras leo para escribir esto, pienso en mi trabajo de misionero del cine o “cinero” -dicho en boca de un informante que recordaba el cine ambulante de posguerra-, con el que recorro treinta poblaciones de Aragón haciendo cinefórums escolares para pasarlo bien, aprender cine y crecer como personas, y recuerdo que he leído que en los años veinte, uniendo el elemento lúdico con el componente formativo, las cátedras ambulantes organizaban sesiones de cine pedagógico en las escuelas de provincias; lo que siendo una actividad puntual por falta de presupuesto, luego tuvo su continuidad truncada en las Misiones Pedagógica que intentaron paliar el analfabetismo y el atraso cultural, con el cine como unos los instrumentos fundamentales.
El caso es que durante la II República el Ministerio recomendó la inclusión del cine en los programas de enseñanza, sí; pero luego vinieron, sin que nadie las llamara, la Guerra civil y la Dictadura, y la denominada “Escuela Activa” por su oposición a la escuela tradicional, entre cuyos principios destacaban la atención a la diversidad, la relación social con el medio y la búsqueda de novedosos métodos didácticos centrados en la educación sensorial valorando la actividad del niño, desapreció.
No fue rápido ni fácil, pero llegó la Democracia, donde no han faltado propuestas: “El cine debe ocupar en los centros docentes el lugar que le corresponde como hecho cultural de primera magnitud, tratando de hacer que desaparezca el carácter que se le ha dado de mero entretenimiento y resaltando sus valores educativos y culturales.” (I Congreso Democrático del Cine Español, 1979). Y así hasta el año 2008, cuando una Resolución del Parlamento Europeo exigió una asignatura obligatoria de educación en comunicación audiovisual para todos los niveles.
En el Congreso Iberoamericano de las Lenguas en la Educación y en la Cultura / IV Congreso Leer.es, celebrado en 2012, quedó claro que en el siglo XXI la alfabetización básica ha de ser híbrida, ligándose especialmente la lectura de imágenes con el éxito personal y académico, además de hacerse hincapié en la necesidad de presentar a los jóvenes las películas como lo que son: productos culturales a valorar como se hace con otras manifestaciones artísticas.
La pregunta es: ¿por qué si hay una serie de nombres propios en literatura o pintura cuyas obras se conocen, estudian y disfrutan durante la escolaridad obligatoria, no sucede lo mismo con el cine? Una pregunta que nos hacemos docentes, cineastas y familias pertenecientes a la comunidad educativa. Y no es una cuestión nueva, como no lo son las respuestas. En los años treinta del pasado siglo, en Hinojosa de la Sierra (Soria), con un proyector prestado, el maestro, estableció los jueves la sesión pedagógica, invitando a los padres y a los niños (Mª. Carmen Calvo Villa. Más de cien años de historia de las escuelas de Soria, 1812-1936. 2002). En 2018, en Teruel, una profesora ha organizado una proyección voluntaria con palomitas en cucuruchos de papel de periódico que simulan ser de 1929, cuando Julia Braden pidió permiso para colocar un puesto de venta de en el hall del Linwood Theater de Kansas City, obteniendo un 2500 % de beneficio sobre el precio de coste… ¿Y qué película han visto los chicos del maíz?
Esta iniciativa no figura en los estudios universitarios que sobre el tema se han hecho en los últimos años, ni en el listado del ICAA, pero se ha hecho. Por el contrario, hay cosas de las que se oye y se lee que… De un periódico de 2013: en septiembre el ministro avanzó la creación de una asignatura: “estas asignaturas incentivarán que los chicos de Secundaria y Bachiller aprendan a amar las artes y que desarrollen el gusto por el cine y que no sólo quieran ver las películas en el ordenador”. En junio de 2015 el hombre ya no estaba en el cargo, y ¿qué fue de esa asignatura?
Curioso paralelismo con lo que sucedió en 1918 y aledaños. Visto lo cual, la exclamación interrogativamente incrédula e indignada podemos decirla a coro: ¡Y que en el año 2018 estemos todavía casi igual?
Lo que contaba el ministro en cuestión no estaba del todo mal (en mi opinión hay mejores opciones que otra asignatura más), aunque llegase tarde. Por ejemplo, en Gran Bretaña lo habían empezado a hacer en 1979 (véase un recorrido histórico-político en “El apagón analógico: el British Film Institute y la educación en los tres últimos decenios, 1977-2007”, Cary Bazalgette en Revista Comunicar, nº. 35, 2010).
Concluyendo este recorrido histórico con proyección de futuro, diremos que hoy no solo queremos que el cine sea un instrumento educativo en los centros de enseñanza, sino que también es preciso introducir el conocimiento de la narrativa audiovisual, no tanto en las aulas como entre quienes las habitan y sufren; hay que conocer, comprender y disfrutar el cine. Por supuesto, sin modelar el gusto de nadie, y menos a imagen y semejanza del propio valiéndonos de nuestra posición de poder; de lo que se trata es de ir al cine y ver películas que forman parte de nuestra cultura más cercana y que construyen nuestra identidad; otras películas además de las que el alumnado y sus profesores conocen; también, acercarnos a diferentes formas de pensar y representar el mundo, conociendo así otras realidades, próximas aunque mal conocidas, lejanas aunque intuidas, totalmente ignotas. Cuando termino una de las muchas sesiones que hago a lo largo de la semana con escolares, sean del nivel que sean, y la mayoría levanta la mano para corroborar que la película es diferente de las que suelen ver, pero les ha gustado, creo que lo estamos haciendo bien, cumpliendo los objetivos.
Si evaluamos con cariño y rigor lo que se ha hecho y lo que se está haciendo, no todas las iniciativas tienen la misma validez, comprobaremos que necesitamos un plan estatal director que encauce y optimice esfuerzos; un plan que dé respuestas a demandas como las que en 1931 se hicieron: “la recomendación a los gobiernos del empleo del cinema como instrumento cultural y educativo y la exención de impuestos en salones públicos a la película educativa”; un plan con objetivos; un plan que encaje en la revolución que el pacto educativo ha de propiciar para terminar con los vicios del sistema; un plan de alfabetización cinematográfica que dentro de los nuevos espacios y tiempos escolares, junto a temarios útiles y reales, facilite rigurosas praxis de disfrute del proceso de enseñanza-aprendizaje.
¿Y cuáles pueden ser los objetivos del plan? El principal es alcanzar la excelencia educativa. ¿Acaso hay alguien que no quiere que nuestras alumnas y alumnos se formen para ser unas excelentes personas, comprometidas con su tiempo y solidarias con su mundo?
Y los secundarios:
- Que el cine sea conocido y apreciado por los jóvenes estudiantes para que juzguen con conocimiento y criterio; educamos así público que identifica la cultura con lo placentero y el aprender no como una obligación, sino como un derecho y una elección consciente para toda la vida.
- Aprovechar bien las posibilidades de las películas por su transversalidad en relación con las diferentes áreas curriculares, fomentando el trabajo interdisciplinar y por proyectos.
- Facilitar al profesorado las herramientas para trabajar con este medio, empezando por la formación.
- Propiciar los conocimientos legales necesarios para su utilización en relación a los derechos de propiedad intelectual y de comunicación pública en entornos educativos. Promover la cultura de la descarga legal en la comunidad educativa. ¿Se entiende por qué no he dicho el título de la película que vieron las chicas y chicos de las palomitas?
Ángel Gonzalvo Vallespí. Coordinador Un Día de Cine. Gobierno de Aragón
Biografía
Este artículo se basa en la experiencia de su autor como lector, espectador, cineasta amateur (del latín amator, el que ama), investigador con el grado de doctor, miembro del grupo consultivo de trabajo de la Academia de cine para el proyecto Cine y Educación y profesor coordinador del programa del Gobierno de Aragón Un Día de Cine. Alfabetización Audiovisual y Crecimiento Personal, que desde 1999 pretende recuperar y dar a conocer el acto social de ir al cine entre las jóvenes generaciones de estudiantes para quienes ansiamos una escuela de más calidad y una vida más feliz.