En Alcalá de La Vega (Castilla La Mancha), constan noventa personas en el censo. De ellas, viven durante todo el año en el pueblo unas veinte —tirando a lo alto—. “Aquí con el temporal aquél nos quedamos encerrados”, cuenta haciendo referencia a Filomena un alcaleño de los que viven aquí “de verdad”, como él mismo dice. El punto de encuentro es la plaza, dónde está el ayuntamiento y el único bar del lugar. También es el único punto de WiFi en todo Alcalá. Depende la compañía telefónica con la que operes, olvídate de llamadas. No hay cobertura. Solo llega la de Movistar, porque un vecino que viene de veraneo a ver a la familia impulsó la iniciativa, y esto es nuevo: hace apenas unos años —siete u ocho— tocaba subir a la ermita para encontrar un punto concreto desde el que enganchaba una antena y tenías que aprovechar para hacer de una vez todas las llamadas pendientes.
La juventud local va al colegio e instituto de Cañete, población a unos veinte minutos en coche. Había un bus habilitado para ello. Ahora ya, el habitante más joven tiene dieciséis años.
La brecha convertida en boquete
Si hay brechas de todo tipo entre lo urbano y lo rural en España, un informe del Ministerio de Agricultura demuestra que con los pueblos agrícolas de pequeño tamaño, más que brecha hay un boquete: el porcentaje de población joven en estos lugares es apenas de 11’2%. La conectividad no va mucho más allá: un 13,4% de la ruralidad española no dispone de Internet de como mínimo 30Mbps.
Aquel habitante “de verdad” que contaba las vicisitudes del pueblo durante el Filomena, muestra su teléfono móvil: un Nokia de aquellos de primera generación. No quiere un smartphone ni le hace falta. Tiene aproximadamente sesenta años y nunca le ha hecho falta moverse con Google Maps, por eso le impacte que una urbanita le explique que se perdió de camino al pueblo al quedarse sin cobertura en el GPS. En invierno, cuando las nevadas son frondosas, los alcaleños en edad escolar no pueden llegar hasta Cañete —al menos durante un día, ya que cuentan que están preparados para todo y pueden limpiar toda la nieve del pueblo con bastante eficacia para los niveles a los que nieva—. Tampoco pueden conectarse vía telemática. Bien sabemos que la llegada de la pandemia fue un terremoto en todos los sectores de la vida. El cambio de paradigma ha venido para quedarse, teletrabajo, clases online, compras por e-commerce… En la educación parece que el modelo Internet ha calado a fondo. ¿Qué pasa con los lugares como Alcalá?
Si la implantación de Internet y cobertura llegara a los niveles de las zonas urbanas, más allá del virus, cuando venga el temporal, el joven de dieciséis años podría seguir sus clases a través de Zoom. Él y todos los adolescentes y niños que conforman en total ese 11’2% de población juntando los tantos «Alcalás» que conforman España.
Garantizar una educación digitalizada e inclusiva
Los hándicaps de la escasa población joven, que está además dispersa —puesto que la pequeña ruralidad se conforma en pueblos y aldeas con pocos habitantes y separadas entre sí—, y la poca conectividad, hacen de los modelos educativos online algo casi imposible en estos puntos de España. Entra en juego otro factor: las habilidades con las TIC (Tecnologías de la Información y las Comunicación). Si los chavales crecen con poco contacto hacia las tecnologías, no es loco presuponer que habrá también una brecha en el uso de estas entre los jóvenes urbanos y rurales.
La investigación “Las TIC y los escolares del medio rural” apunta a la formación inicial y continua de los docentes, su motivación y buena predisposición hacia el uso de las TIC como elementos para la reducción de la brecha digital de los alumnos de escuelas rurales. Por tanto el problema del acceso a equipación, cobertura y Wifi erige a los colegios y en concreto a los profesores como puntos de garantía de una educación digitalizada e inclusiva. Un análisis centrado en las escuelas rurales asturianas también enfatiza el peso determinante que tiene la implicación de los profesores a la hora de aplicar las habilidades TIC en sus clases. Los docentes rurales han aprovechado las posibilidades de las nuevas tecnologías para remarcar la necesidad de ofrecer una enseñanza más individualizada, atendiendo a las necesidades cognitivas, sociales y emocionales de sus estudiantes. Paralelamente, las ha utilizado como medio para favorecer la colaboración con otros centros alejados geográficamente, tal y como apunta el trabajo mencionado.
Si desde los pueblos, dispersos, el acceso escaso a la red hace que las habilidades de sus habitantes estén por debajo de las urbanas, los centros de educación reforzados en materia digital son lugares enclave para garantizar que la brecha se reduzca entre estos jóvenes.
Paliativos de presente y futuro
La necesidad de digitalizar las áreas y escuelas rurales ya era materia en agenda estatal a finales de los noventa. El programa Aldea Digital duró dos cursos académicos, entre el 97 y el 99. Se dividió en tres fases: equipar de conectividad los centros (los colegios que entraron en el programa, en muchas ocasiones se convirtieron en el único punto conectivo en sus respectivos pueblos), formar al profesorado, y desde ahí, el programa de integración de las competencias TIC a los alumnos. Durante el 2010, desde el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes, se impulsó Escuela 2.0, aquel proyecto bajo el que todos los institutos de España —incluidos los rurales— pasaron a tener una pizarra digital, la cual nunca se usaba porque no se formó al profesorado para ello.
Los cambios constantes en política educativa, el atisbo de voluntad de ofrecer conectividad a la ruralidad, pero no dotar de recursos hábiles en su uso, condenan normalmente a este tipo de proyectos al fracaso. Es por eso que investigaciones académicas como las mencionadas, apuntan y condenan a los docentes a ser la conciencia sobre la importancia de dotar a los jóvenes rurales de conocimientos en las TIC a partir de los —muchas veces escasos— recursos de los que disponen.
Los profesores son la última bala: son ellos quiénes pueden dedicar más o menos importancia a la materia tecnológica, puesto que generalmente en los pequeños pueblos rurales, son —y parece que va para largo— ellos quienes pueden dedicarse con más o menos ímpetu a formar a los chavales en competencias digitales. Los centros educativos se erigen, en lugares como Alcalá, ese enclave conectivo y equipado para que sobre la brecha se acabe tendiendo un puente.