El próximo martes 6 de diciembre saldrá una nueva ola de datos e informes de la encuesta PISA que la OCDE realizó en 71 países durante la primavera de 2015. Lloverán noticias, rankings, polémicas y debates infinitos, y nos volverá a surgir la eterna duda: ¿por qué PISA genera tanta atención mediática? ¿Es el hecho de que sea una evaluación internacional? ¿Desvía la atención de otros temas importantes? ¿Por qué PISA se ha convertido en el detonante (o la excusa) a partir del cual se pretenden tomar decisiones de políticas educativas?
En nuestra opinión, una primera razón para entender la enorme trascendencia pública de los datos de PISA es que cada uno de los 71 países participantes se ven retratados en una fotografía bastante nítida sobre la capacidad de los jóvenes de 15 años para utilizar, formular, evaluar e interpretar conocimientos de matemáticas, lectoescritura y ciencias. A partir de ahí, se generan enfrentados debates que tienen su origen en el uso que se le da a la información que PISA proporciona.
Por eso, la primera pregunta que cabe hacerse es qué es lo que mide PISA exactamente. Ya se ha apuntado que mide conocimientos en matemáticas, lectoescritura y ciencias, y lo hace en un contexto más allá del memorístico tradicional, tratando de captar hasta qué punto los jóvenes utilizan adecuadamente las herramientas aprehendidas en las diversas materias para resolver problemas complejos contextualizados en situaciones la vida real.
En este sentido, es importante reconocer que PISA ha supuesto una pequeña revolución en cuanto a cómo entendemos el aprendizaje. De hecho, un estudio elaborado en Canadá, mediante el seguimiento durante varios años a estudiantes que habían realizado las pruebas de PISA mostraba que las competencias que PISA medía resultaban ser indicadores mucho más precisos del progreso educativo, la inserción laboral y el bienestar personal que otros indicadores, como pueden ser las notas obtenidas en los exámenes en la escuela. En consecuencia, las competencias medidas en PISA pueden, de algún modo, ser entendidas como un “indicador adelantado” del éxito laboral y vital de muchos estudiantes.
Además, la riqueza de los datos de PISA nos permite entender mucho acerca de los mecanismos del aprendizaje, ya que relaciona las competencias adquiridas con aspectos importantes de los centros y con preguntas muy detalladas sobre la vida, formas de aprendizaje y auto-percepciones de los jóvenes en los 71 países participantes. Precisamente por esto, PISA 2015 da un paso más al incorporar por primera vez para algunos países (España incluida) una encuesta detallada realizada a una muestra importante de docentes de cada centro para recabar información sobre su carrera profesional, el tipo de formación que reciben, la relación y colaboración con el resto del claustro o sus opiniones sobre sí mismos y la educación en general.
A pesar de esta riqueza informativa, armonizada para 71 países, también es mucho lo que PISA no mide. De hecho, PISA se limita a captar un subconjunto de competencias, que si bien importantes, no pueden entenderse de ninguna manera como las únicas competencias que adquirir dentro y fuera de la escuela. De hecho son muchos (entre ellas la misma OCDE) quienes están ya elaborando un marco que permita a los sistemas educativos avanzar hacia el logro de competencias globales, muchas de las cuales de hecho estaban ya recogidas en la LOE de 2006, y que incluyen, entre otras, competencias sociales y emocionales, como la empatía y la responsabilidad, o competencias y valores como el respeto a la multiculturalidad o la dignidad humana. En este sentido, PISA solo puede ser entendida como el detonante del inicio de un proceso donde los sistemas educativos, junto al resto de la sociedad, se abren a una reflexión conjunta sobre las competencias que los jóvenes adquieren en la escuela así como la discusión sobre cuál debe ser el principal objetivo de cualquier sistema educativo.
Un ejemplo de esta reflexión conjunta podemos encontrarla en Alemania a partir de los datos arrojados por PISA en al año 2000. La comunidad educativa decidió reformular el currículo, el papel de los estados apoyando a las escuelas en entornos vulnerables o el énfasis en la práctica y formación al profesorado. Las mediciones periódicas, como PISA, complementadas con otras nacionales propias, se utilizan como termómetro para innovar, monitorizar y apoyar, pero nunca para sancionar. Por tanto, las evaluaciones y mediciones como PISA no son nunca un fin, sino sólo un medio para la mejora continua. El resultado ha sido un enorme progreso en la última década en todo el país. Progreso que hemos identificado gracias a mediciones como PISA, pero también mediciones nacionales y otros indicadores como la repetición, la continuación de los estudios en etapas postobligatorias y la inserción laboral.
También creemos que PISA ha llevado a equívocos (bien o malintencionados) sobre el tipo de decisiones que tomar. Por ejemplo, en nuestro país los resultados han provocado que el foco se ponga excesivamente en reformas de la escuela secundaria en vez de la educación infantil o primaria. Y sin embargo, una investigación reciente de Choi y Jerrim muestra que los problemas que PISA señala sobre nuestro sistema educativo no se generan en la enseñanza secundaria, sino que están ya presentes en primaria. Allí nuestros estudiantes muestran ya debilidades en las competencias medidas a través de otras evaluaciones internacionales.
En este sentido, es muy posible que la última ley educativa errara en el tiro de manera fundamental ya que su intervención más importante en cuanto a la estructura de las etapas educativas tenía que ver con adelantar los itinerarios al final de la ESO. Otro tipo de equívoco o error tiene que ver con una excesiva obsesión por los resultados mezclada con medidas sancionadoras que pueden llevarnos a callejones sin salida. En Estados Unidos, de hecho, el énfasis en emplear evaluaciones de estándares nacionales para realizar políticas de “rendición de cuentas” a escuelas y profesionales han generado una enorme frustración, con unos resultados muy por debajo de lo esperado e incluso negativos en algunos casos.
Llegados a este punto, merece la pena reflexionar sobre la utilidad y el alcance de PISA, que, ciertamente, genera mucha controversia en nuestro país. PISA ofrece sin duda una información útil que debemos utilizar como herramienta para el progreso de nuestra sociedad. Y este progreso no podrá producirse en ausencia de mediciones sobre el aprendizaje, la experimentación, retroalimentación y apoyo a los centros y profesionales. Toda esta información, junto a otros indicadores no menos relevantes, deben ponerse al servicio de este progreso.
La utilización simplista de los rankings PISA con fines sancionadores es posiblemente el peor favor que podemos hacer a la iniciativa de PISA. La mejora de nuestro sistema educativo requiere que se enciendan las luces de la información, y en este sentido PISA es una bombilla más. Apagarla por miedo a salir mal en la foto nos impide progresar, pero confundir esa bombilla con la única luz posible es hacer un diagnóstico demasiado simplista de la realidad, que es compleja y tiene muchas aristas.
Este artículo se publica de forma simultánea en: http://politikon.es/2016/12/01/pisa-otra-bombilla-necesaria-para-el-progreso-educativo/