Somos una Fundación que ejercemos el periodismo en abierto, sin muros de pago. Pero no podemos hacerlo solos, como explicamos en este editorial.
¡Clica aquí y ayúdanos!
En los últimos tiempos vivimos un cierto apogeo en la relación entre el cine y la educación. En mayo la Academia del Cine dedicaba las páginas centrales de su revista a la relación entre estas dos materias, mientras que personalidades como Mercedes Ruiz presionan y agitan la discusión sobre un pacto educativo relacionado con el cine, los programas que introducen el cine en las escuelas e institutos de todo el país no paran de crecer, en importancia y en número.
Uno de estos programas es el campamento urbano que la ECAM (la Escuela de Cinematografía y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid) este año. Con la excusa de saber un poco más de los objetivos del curso hablamos con Sara Cano, una de sus docentes, y con Gonzalo Salazar-Simpson, director de la Escuela, así como responsable de películas como No hay paz para los malvados y Ocho apellidos vascos.
En el aire está la pregunta de por qué el cine no termina de conseguir un espacio en el currículo escolar. Y claro, no hay una única respuesta. Pero fundamentalmente se debe al prejuicio que nos dice que el cine no es cultura, sino entretenimiento. «Tiene que ver con la influencia cultural norteamericana que nos ha convencido de que es entretenimiento y no cultura», asegura Gonzalo, al tiempo que lanza la pregunta de «¿Por qué todo el mundo cuando llega a Nueva York por primera vez considera que ya ha estado allí? Lo has visto tantas veces que es como si fuera tuyo…». A pesar de que parece un entretenimiento, el cine es una forma de expresión, representación e invasión cultural muy importante.
Pero no solo por eso. Para Cano se suman otros dos factores, que la enseñanza ha sido bastante conservadora en los últimos años aunque «empiezan ahora a cambiar cosas», y que muchos sectores han asociado el mundo del cine con unas ciertas posiciones políticas. Pero ahora se produce una cierta urgencia por cambiar las cosas.
Sexo, mentiras y smatphones
Las cintas de vídeo han quedado en un lugar todavía más olvidado que el celuloide, adelantadas por todo tipo de tecnologías como el smartphone que no solo ha democratizado las comunicaciones, sino que ha revolucionado por completo la relación de los más jóvenes con el audiovisual. «Cuando hablo de lenguaje hablo de audiovisual, dice Sara Cano, no comprende solo el cine, comprende todo: RRSS, los vídeos, las fotos…». Y no hace falta hablar aquí de las horas de consumo que chicas y chicos hacen de Internet y de las redes sociales.
Gonzalo ahonda en la cuestión: «El porcentaje más alto de información que reciben las nuevas generaciones es audiovisual. Es el 80% de la información que reciben».
Y por eso es tan importante conocer los rudimentos de ese lenguaje. Porque como dice Gonzalo «todos entendemos que es un lenguaje, que tiene sus códigos y que lo descifras para entender el mensaje que hay detrás». Y los niños y chicos que se acercan a los cursos que ofrece la ECAM más allá de los profesionales (están entre los 8 y los 17 años) «chapurrean lenguaje audiovisual, al tiempo que están empezando a emitir». «Reciben y emiten, sentencia, y no tienen ni remota idea de lenguaje audiovisual».
Son dos los problemas que esto puede suponer: por una parte el ser más fácilmente manipulados por quienes sí manejan los códigos y, por otra, generar graves problemas de comunicación y de convivencia por hacer un uso incorrecto del lenguaje. «Nos preocupa qué va a pasar con una sociedad incapaz de comunicarse», afirma Gonzalo, «que no tienen los mecanismos para ser precisa en la comunicación».
Asegura el director de la ECAM que «queremos formar lo mejor posible a las nuevas generaciones en un lenguaje que van a utilizar constantemente y para el que no están siendo formados».
Romper el cliché y contar «tu verdad»
«Es un canal de creatividad increíble» dice Sara. «La creatividad se trabaja y ves cuándo los niños hacen clic«. Lo primero que hacen en el curso es separar por edades. La horquilla de 8 a 17 es demasiado amplia, así que agrupan, por ejemplo, a los de 8 a 11 años.
Les dan unas cuantas nociones sobre los tipos de planos, les explican qué son las secuencias que se forman con ellos. «Las 4 o 5 herramientas básicas las cogen fenomenal», afirma Sara. A partir de ahí, les piden un poco de imaginación y que preparan sus cortos. Cuanto más jóvenes, más creativos. «Lo divertido de los grupos de 8 a 11 es que no tienen inhibición creativa. Es un chorreo de ideas muy divertidas» centrado principalmente en el género de terror.
Los más mayores «aumentan la variedad de géneros, dice esta formadora, pero en sus historias falta conflicto. Les cuesta mucho sacarlo, se inhiben más». Y aquí, gracias al cine y a la propuesta de trabajar con algunos pies forzados (temas cerrados ya) que les dan sobre los que elaborar sus proyectos, «conseguimos que cuenten historias más cercanas a sus vidas, que salgan del cliché y que se impliquen emocionalmente en la historia».
«El paso inicial para mí, dice Sara, es que me cuenten su verdad; no tiene que ser algo que te ha pasado a ti, pero sí muy cercano. El siguiente paso, en un curso más largo» es ficcionar esa verdad. Para esta médica reconvertida en guionista y profesora, que los adolescentes cuenten historias cercanas «da mucho pudor, vergüenza y se convierte en un reto importante del trabajo en equipo: ser capaz de contarlo al resto y que los demás trabajen sobre tu material». Pero es lo realmente interesante. «Es una pasada cuando llegan» a contarlo.
Los grupos de chicas y chicos son pequeños, para poder gestionarlos con dos o tres adultos, por una parte y, por otra, para conseguir que chicas y chicos tengan siempre una ocupación, que no haya nadie mano sobre mano. No solo evitan el descontrol posible, sino que les enseñan qué es el cine, una herramienta laboriosa, en la que hay que poner mucho esfuerzo y tiempo.
Una asignatura del audiovisual
«Lo interesante sería darle una continuidad, que fuera una asignatura en los colegios», dice Sara. «Debería ser de la manera más comprensible posible» dice Gonzalo. Ambos están convencidos de la relevancia de esta materia, así como de su necesidad. Y también en el enfoque. «Si tuviera que ir a mínimos, empezaría con el lenguaje», afirma Cano, ya que la historia del cine podría meterse «en cualquier asignatura de historia». «En lo que más interesados estamos es en lo más complejo, en el lenguaje. La historia de algo la puedes estudiar, leerla» dice Gonzalo por su lado.
Así que la nueva asignatura podría llamarse Lenguaje audiovisual, y en ella se podrían explicar los tipos de planos, los encuadres y qué significación psicológica o emocional tienen cada uno de ellos.
La importancia del rudimento de este idioma la explica Gonzalo así: «Si yo ruedo esta entrevista y coloco la cámara enfocándote desde abajo y desde arriba en mi plano, he establecido una relación de poder de ti sobre mí». «Si no conoces los códigos del lenguaje te van a manipular».
Y esto habría que hacerlo desde los ámbitos de poder, «que desde las instituciones educativas se plasmara (…). Desde arriba hacia abajo» para llegar a más gente. Y mientras tanto: «Los que tenemos estas inquietudes, a modo de francotirador, estamos generando cosas y hacemos lo que podemos. Mejor eso que nada».