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Vivimos tiempos en que la educación se ha convertido en un tema central. A los que llevamos tiempo en esto de la educación no deja de sorprendernos que periódicos de grandes tiradas dediquen secciones enteras a presentar nuevos modelos educativos, o que informativos de grandes cadenas de televisión emitan noticias sobre estos nuevos paradigmas o cómo las redes sociales se llenan de “gurús” educativos que con cierto “look” de telepredicadores se han convertidos en “celebrities”.
Este despliegue informativo sin precedentes coincide curiosamente con el fenómeno de la penetración, en el campo de la educación, del oxímoron que supone lo que se ha dado en llamar “filantropía corporativa”.
Conocemos ya, a través de denuncias de Marea Verde y otras organizaciones, la penetración de Fundaciones como la del Banco de Santander (Botín) con el programa Empieza por Educar, versión nacional de programas como Teach for all (EEUU) o Teach First (UK), La Caixa a través de Educaixa, Endesa (Educa Endesa) etc. Pero hay otros casos quizá no tan obvios que conviene a analizar. Ashoka, fundación filantrópica originaria de EEUU y con presencia en más de 60 países pone hoy el foco en la educación con sus “Escuelas Changemakers” que se están extendiendo con rapidez por el Estado Español. Otra de estas macrofundaciones como United Way aterriza en España focalizando sus propuestas en el sector educativo. El lema “Trabajamos por el éxito escolar” encabeza su web.
La primera pregunta, cuando trastea uno en su historia a través de la red, es obvia: ¿Qué anima a Carl F. Muana, fundador y presidente de Ashoka en España, de extenso curriculum en empresas financieras como JP Morgan & Co o MicroVest a lanzarse a este proyecto filantrópico? ¿O a Jorge Antonio Maortua Ruiz-López, presidente y fundador de United Way España3 a hacer un hueco en su nueva labor como presidente de Investment Partners SL con un largo recorrido en otras empresas financieras para dedicarse a “la mejora de las condiciones de vida de las personas, especialmente de las más desfavorecidas, a través principalmente de la educación, educación en salud y formación financiera…”? ¿O a María Calvo a dejar la dirección de EBay España para pasar a Ashoka, o a María Zapata efectuar el tránsito de General Electric a Ashoka para pasar, finalmente, a United Way?
Podríamos pensar que esta estrategia común responde a un cierto “lavado de cara” ante un discurso alternativo que ha ido ampliando su espacio y puesto de relieve los excesos de las grandes corporaciones, pero el recorrido de Ashoka en el ámbito de la ecología (foco inicial de sus intereses) que le llevó a ser denunciado por más de 200 asociaciones ecologistas nos hace pensar que pudiera haber algo más que filantropía en este desmesurado interés por la educación.
Hay tres temas coincidentes en todas estas iniciativas “filantrópicas” en las que estas corporaciones financieras insisten hasta la saciedad.
1) Retórica del cambio. “Queremos vivir en un mundo en el que cada niño, niña y joven tenga oportunidades para convertirse en un “agente de cambio” (changemaker) proclama Ashoka en su definición de “Escuelas Changemaker”. El proyecto Escola Nova21 de Edu Caixa tiene como objetivo “hacer crecer las acciones de cambio educativo”.
La insistencia en el cambio es común y se limita a ser un lugar común que proclama la necesidad de un cambio sin indicar ni por qué, ni hacia dónde. La necesidad de una revolución en el ámbito de la educación se da por sentado centrándose más en definir los agentes del cambio que los horizontes de este.
2) Retórica de la colaboración. Ashoka expone, en su estrategia del cambio, uno de sus objetivos: “La innovación en equipos: trabajar junto a las organizaciones de distintos sectores (público, privado, social) para promover el éxito en un nuevo entorno estratégico, derribando muros y facilitando el trabajo en equipos de equipos fluidos y abiertos». Porque, según Ashoka, es necesario abordar de otra forma “problemas que, hoy más que nunca, son los problemas de todos y casi nunca están siendo abordados ni por las instituciones ni por los enfoques tradicionales”. Así, la ineficacia de las instituciones llama a la necesidad de la colaboración de entidades privadas.
United Way, sin complejos, afirma: “Aspiramos a ser la organización que moviliza, articula y coordina los recursos y esfuerzos de todos los actores de una comunidad (previamente ha mencionado empresas, entidades sociales e instituciones públicas) en torno a proyectos y programas para resolver los problemas de educación, salud y seguridad financiera de los más desfavorecidos en esa comunidad”. Una organización que nace como Fundación caritativa que aspira a elevarse por encima de instituciones públicas y negocios para ayudar a los más desfavorecidos. Ahí es nada.
Donde quiera que miremos existe una expresa llamada a la colaboración entre lo público y lo privado, a las que sitúa al mismo nivel, en el irremplazable cambio educativo. Instituciones públicas que deberían garantizar derechos básicos son absueltas de incumplir sus obligaciones puesto que de ellas pueden encargarse entidades privadas.
El afán por desdibujar con tanto énfasis la línea que separa lo privado de lo público es llamativo. Informes del BBVA o la OCDE insisten en la irrelevancia de la inversión educativa pública en términos de resultados. Mientras, entidades privadas rellenan los espacios de unas instituciones públicas que adelgazan sin parar. Y estas entidades filantrópicas, situándose en un espacio celestial imposible, llaman a la cooperación en la consecución de “un bien común” en lugar de reclamar a las instituciones públicas el cumplimiento de sus obligaciones garantizando los derechos consignados en la Carta Magna.
Podríamos pensar, al constatar esta penetración de los negocios privados en el ámbito público en la que las Corporaciones Filantrópicas actúan como ariete, que estamos realizando un viaje en la línea de la historia que nos sitúa antes de la Proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y, por tanto, de la educación como un derecho básico. Nada más lejos de la realidad. No se trata de una involución sino de una verdadera revolución. El abismo hacia el que nos dirigimos es el de la conversión definitiva de una sociedad CON mercado en una sociedad DE mercado en que no haya resquicio alguno a nada que no se someta a la lotería de la oferta y la demanda en la que siempre, siempre, gana la banca. Una sociedad en que absolutamente todo es susceptible de ser mercancía y solo existe en cuanto mercancía: nuestros cuerpos, nuestros procesos físicos, nuestras relaciones, incluso ese cuerpo global que es nuestro planeta. Una sociedad, en definitiva, incompatible con los derechos.
3) Retórica del emprendedor. Para hacer frente a un nuevo orden mundial necesitamos un nuevo ser humano y la escuela es el lugar ideal para forjarlo. El papel predominante del “líder changemaker” en terminología de Ashoka, la insistencia en la necesidad de formar profesores en términos de liderazgo, el nuevo rol asignado a los directores de centro son temas recurrentes en estas Fundaciones.
Pero, además de la defensa de la necesidad de liderazgo, se nos interpela como individuos. Ashoka estipula la capacidad de “cada persona” para cambiar el planeta; Escuelas Creativas busca “personas que mejoren el mundo”: se nos invita a trabajar solos frente a la pantalla de ordenador con el profesor, a veces, ausente en lo que llaman una “enseñanza personalizada”.
Hay plena coincidencia en un modelo educativo que destruye los vínculos colectivos, sustituye el diálogo y, por tanto, el pensamiento por la manipulación de un material que se nos da ya hecho, cambia el intercambio de experiencias y opiniones por la clasificación de información y da prioridad a un pretendido autoconocimiento frente a la empatía con otros. El espíritu del mercado se extiende a las relaciones humanas y llama a competir por el éxito.
Sí, es la falacia del individuo del nuevo orden mundial, solo, autónomo, independiente, en una lucha perpetua contra todo límite, rompiendo barreras y moldes.
¿Un ser humano independiente con una naturaleza vulnerable y dependiente? ¿Un mundo sin límites en un ecosistema finito y que da muestras ostensibles de su agotamiento? Una huida imposible hacia adelante que dibuja el perfil de una distopía en la que reclamar derechos básicos puede convertirse en una quimera.