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Me refiero a Umberto Eco. Ese italiano que nos hizo aprender en sus libros, pero también nos encantó con su El nombre de la rosa, una obra tan inteligente como emocionante, exquisita y profunda.
Eco murió en febrero del año pasado, y antes de morir entregó a la imprenta su último libro, llamado De la estupidez a la locura, que recoge artículos -escogidos por el mismo autor- de quince años de producción.
En un breve homenaje, comparto con ustedes, queridas y queridos lectores, algunas expresiones sobre la educación que Umberto Eco nos presenta en dicho libro. Creo que alguien que siempre fue un maestro, tanto para escribir, investigar como para ejercer la docencia, mucho puedo ofrecernos pedagógicamente.
En el artículo ‘El libro de texto como maestro’, sin despojarse de su filiación al libro, también reconoce la necesidad de ciertos cambios que permitan la convivencia entre libros e internet. Y es en esa vinculación que Eco nos dice: “Internet no está destinado a sustituir a los libros, no es más que un formidable complemento de los mismos y un incentivo para leer más. El libro continúa siendo el instrumento principal de la transmisión y la disponibilidad del saber. (…) Además, internet proporciona un repertorio extraordinario de información, pero no los filtros para seleccionarla, y la educación no consiste solo en transmitir información, sino en enseñar los criterios para su selección”. Más adelante, en el mismo artículo propone que internet sí sustituya, pero a los diccionarios y bromea expresando “que son los que pesan más en las mochilas”.
En un siguiente artículo, que tituló «Cómo copiar de internet», Eco hace una propuesta que bien podría ser un eje de discusión y formación docente, incluso podría plantearse como una orientación metodológica para nuestros tiempos. Dice: “Considero que existe una forma muy eficaz de aprovechar pedagógicamente los defectos de internet. Planteen ustedes como ejercicio en clase, trabajo para casa o tesina universitaria el siguiente tema: ‘Encontrar sobre el argumento X una serie de elaboraciones completamente infundadas que estén a disposición en internet, y explicar por qué son infundadas’. He aquí una investigación que requiere capacidad crítica y habilidad para comparar fuentes distintas, que ejercitaría a los estudiantes en el arte del discernimiento”.
Pasamos a otro artículo, con un título muy sugerente: «¿Para qué sirve el profesor?». Empieza por plantear que, para provocar a un profesor, cierto estudiante hizo la pregunta: ‘Perdone, pero en la época de internet, ¿usted para qué sirve?’. En este mismo artículo, leemos de Umberto Eco: «Los medios de comunicación de masas nos dan mucha información y nos transmiten incluso valores, pero la escuela debería saber debatir sobre el modo en que nos los transmiten, y valorar el tono y la fuerza argumentativa que se utilizan en el papel impreso y en la televisión. Y luego hay que comprobar las informaciones transmitidas por los medios”. Regresa nuestro autor a ese estudiante del inicio del artículo, al expresar que él, en la pregunta crítica que hace, en otras palabras, plantea que “las informaciones que internet pone a su disposición son inmensamente más amplias y a menudo más profundas que las que posee el profesor. Y omitía un punto importante: que internet le dice casi todo, salvo cómo buscar, filtrar, seleccionar, aceptar o rechazar todas esas informaciones”. En estas palabras podemos encontrar líneas didácticas para el trabajo crítico con el estudiantado de hoy: buscar-filtrar-seleccionar-aceptar-rechazar.
Una última. En el artículo «Aquí está el ángulo recto», Umberto Eco se coloca del lado de quienes conectan ciencia con literatura; conocimiento con narrativa. Plantea que la niñez tiene dos caminos para aprender a conocer el mundo: Aprendizaje por ostensión (cuando la madre, el padre o un adulto le enseña, respondiéndole todas sus preguntas). Y el otro aprendizaje es el de las narraciones. “La verdadera curiosidad surge cuando se quiere saber (sobre árboles, por ejemplo) por qué están ahí, de dónde vienen, cómo crecen, para qué sirven, por qué pierden las hojas. Y es ahí donde intervienen las historias. El saber se difunde a través de historias: se planta una semilla, luego la semilla germina, etcétera… Me cuento entre aquellos que consideran que también el saber científico debe tomar la forma de historias”.