Si no empezamos a nadar contra corriente difícilmente superaremos la charca moral en la que vivimos desde hace años. La quincalla intelectual es tan peligrosa como las ideas más extremas y más violentas porque te deslumbran hasta atarte al palo del inmovilismo. Te piensas que estás en la lucha, pero en realidad estás en un camino marcado de antemano. Las palabras se van deteriorando con el uso indiscriminado hasta perder el sentido original que las hace fuertes y necesarias. Me pasa con la palabra diversidad o con la palabra experiencia. A fuerza de retorcerlas las hemos convertido en quincalla intelectual.
La diversidad es inherente a la existencia de la humanidad, no tenemos porqué adornarla tanto. La experiencia en sí no vale nada, si no distinguimos entre la experiencia que aporta calidad a nuestra existencia y aquella que nos hace rehén de las peores formas de vida y de profesión. En educación insistimos mucho en la diversidad y en la experiencia y nunca en todo aquello que nos une como personas y en la calidad de lo vivido existencial y profesionalmente. La atención a la diversidad, que aparece en casi todos los papeles educativos no es sino el reflejo de un mal sistema educativo. Y la persistencia en el currículo de la catequesis de religión, principalmente católica, es el signo de un tiempo, aún no pasado, que insiste en adoctrinar feligreses en vez de educar ciudadanos y ciudadanas. Si la diversidad humana es la norma, ¿Hay algo más discriminatorio que la atención a la diversidad? Si la libertad de conciencia, creencias y no creencias, es la base de nuestra convivencia ¿Ha existido en la historia de la humanidad alguna creencia que haya provocado más guerras, muertes y represión que las religiones? ¿Algún credo que separe más a los seres humanos que las religiones?
Me perturba la lectura de los quince puntos para un posible pacto educativo, emanados de los trabajos de la Subcomisión de Educación del Congreso de los Diputados. Porque intuyo que pueden pactar, una vez más, sobre aquellos fundamentos que mantienen como rehenes de un sistema educativo inflexible y gris, al conocimiento, al aprendizaje, a la creación y a los valores.
Una vez más aparece la catequesis, de religión católica, como un punto importante que negociar, quedando fuera cualquier alusión a una educación para la ciudadanía tan importante para construir una cultura de paz que asegure y haga efectivo los derechos humanos universales.
Yo propongo que la religión y su alternativa actual queden fuera del currículo y que hagamos efectivo en la Enseñanza Obligatoria una Historia de la Cultura. El propósito de esta asignatura sería dar a conocer entre los menores todo aquello que nos ha unido y nos une como seres humanos, en lo que debemos y deben seguir implicados todos aquellos que se suman a la edad adulta, tras su paso por la etapa escolar, para no autodestruirnos. Que ponga el énfasis en todo aquello que tenemos en común. Que eduque a las personas desde la infancia como ciudadanos y ciudadanas en un proyecto común, la Humanidad, elevándose por encima de términos tan hostiles como patria y nación.
La Historia de la Cultura tendría que orientar un cambio de rumbo en los currículos. Enseñar el impacto que la cultura y la ciencia de unos países ha tenido sobre la de otros, la interrelación de todo lo que acontece a nuestro alrededor. Todo el progreso que los pueblos se deben entre sí. Aprender que la historia de los pueblos es un proceso en el que la Humanidad sólo ha avanzado cuando nos hemos visto como hermanos. La Historia de la Cultura es la historia misma de la humanidad, según Stefen Zweig “la historia de la humanidad: la de la construcción de la cultura, de los grandes inventos, los descubrimientos, los progresos en la moral, la ciencia, la tecnología (…). La historia de la cultura les enseña a honrar el intelecto. Y para esta, el logro es precisamente la paz”.
Propongo una Historia de la Cultura como elemento de cambio, para desintoxicar el sistema educativo de la discriminación, de la moral religiosa intolerante, del predominio de la historia militar política y patriarcal, de la jerarquización curricular y de todos aquellos elementos que en la actualidad tienen como rehén al conocimiento y al aprendizaje.