Somos una Fundación que ejercemos el periodismo en abierto, sin muros de pago. Pero no podemos hacerlo solos, como explicamos en este editorial.
¡Clica aquí y ayúdanos!
El proceso, en su dinámica negativa, es simple. Lo relata José Eugenio Abajo Alcalde, miembro de la asociación Enseñantes con Gitanos: “Ocurre en todas las grandes ciudades y también en las pequeñas, en localidades con 3.000 habitantes donde solo hay dos centros y a uno van los alumnos de clase media y alta y a otro los más desfavorecidos y los gitanos. Justamente este último no está precisamente en las zonas más céntricas, sino en el barrio de peor fama, donde se concentra la población de minorías étnicas. Es triste, pero en todas las ciudades españolas hay un centro que acaba guetizado, y el patrón se repite: los padres payos sospechamos y sacamos a nuestros hijos, los profesores se desaniman y piden huir, todo ese centro queda marcado y las minorías étnicas se desalientan por lo que el gueto constituye de desprecio. El gueto humilla, acorrala, si estás en él estás fuera”.
Una dinámica que se da en las distintas comunidades autónomas, por muy lejanas que estén unas de otras en lo que a inclusión y equidad se refiere, y que ha sobrevivido a las distintas leyes educativas: “La Lomce lo agrava, es la hipocresía suma para estos chavales que han estado desde los tres a los 14 o 15 años en el sistema escolar. La Lomce no elimina la estructura de la LOE, de la Logse, no se atreve a acabar con la comprensividad en teoría, pero en la práctica crea canales que no les conducen a ningún sitio, como la FPB”, añade Abajo.
Para el experto, partiendo de estos centros con una alta concentración de minorías es muy complicado alzarse por encima de tus circunstancias y alcanzar unas altas expectativas. Y, para él, hay una minoría étnica que en nuestro país se acompaña, por encima del resto, de un “estereotipo étnico infamante”: la gitana. “Durante décadas ha calado entre muchas familias de esta etnia el ‘para qué estudiar, si no es para nosotros’, el sentimiento de que, aun con estudios, hay un techo limitado de empleo, ya que al mundo laboral mayoritario y digno se accede sobre todo por la red y las influencias familiares, con lo que, se presupone, queda para los gitanos el reducto del empleo etnificado: convertirse en temporeros, dedicarse a la venta ambulante…”, señala.
Sin embargo, cada vez son más los gitanos y gitanas que logran que, tanto para ellos como para sus familias, triunfe la idea de que el capital académico es importante. Según Abajo, para que el estereotipo negativo no desanime, para vislumbrar un horizonte de futuro, la adolescencia es una etapa clave: “Es un periodo de ebullición y cambio y es difícil esta autoafirmación si a tu alrededor solo percibes factores adversos, de discriminación, de exclusión, mensajes negativos, si no hay en tu barrio algún gitano o alguna gitana que siga estudiando”.
Haber estado escolarizado en un centro gueto transmite, para Abajo, la impresión de no ser admitido por la sociedad, lo que, a la larga, descorazona y desmotiva. Sin embargo, ha habido centros gueto que se han revuelto contra su estigma y han logrado deshacerse de la etiqueta que les acompañó durante años.
Para ello ha sido necesario que se cruzaran diferentes factores: equipos docentes muy comprometidos y cohesionados, con una misma visión; políticas de vivienda y servicios por parte de la administración local que han ido cambiando la fisonomía de los barrios, abriéndolos a otras posibilidades; o un esfuerzo extra para ganarse la confianza de las comunidades desde una visión más social del centro educativo.
El fin del estigma
Santiago Ferreiro lleva 25 años en el colegio María Sanz de Sautuola, los últimos 15 en el equipo directivo. El centro se ubica en el barrio de Cazoña-La Albericia que, aun hoy, en una búsqueda rápida de Google se incluye en la categoría de “barrios que evitar en Santander” (cuarto resultado, ForoCoches).
Y eso no es nada. En los 80, según Ferreiro, “tras la decisión del alcalde Juan Hormaechea de crear allí viviendas sociales y trasladar a toda la población gitana de la ciudad”, en el barrio se concentra un tercio de los gitanos de toda Cantabria, “con importantes carencias sanitarias, sociales, educativas y de todo tipo”. Entonces el poblado chabolista de La Cavaduca, a 150 metros del colegio, todavía no se había desmantelado y el centro albergaba un aula puente a 50 metros para los gitanos.
En los 90 se tira el colegio, llamado aun Kanda Landaburu, y se hace uno nuevo, que se rebautiza. “Pero con la actual denominación aún había segregación y problemas de convivencia”, apunta el director. Fueron años duros: “Todas las familias del barrio, gitanas o no, y un 25% lo eran, tenían problemas externos y necesitaban ayudas sociales. Para ellas tener qué comer, agua caliente o que les quitaran las ratas era más importante que la educación”.
Tuvo que darse lo que Ferreiro llama una “conjunción planetaria” para lograr la transformación del centro. Por un lado, confluyen una serie de profesores procedentes del programa de educación compensatoria del Ministerio de Educación que chocaron con otros profesores de la época. De las 10 personas del programa en Cantabria, cinco estaban en el colegio en 1992, y se juntan con otras cuatro que ya les conocían. Surgen “sinergias contagiosas, emocionales”, y se crea la asociación “Bastis (manos en caló) solidarias”, que hoy se ha reformulado como Asociación Sautuola. Los profesores ayudan a las familias de distintos modos: “Les acompañábamos a pedir ayudas sociales, al médico, a realizar formación para el empleo… Y si no disponían de agua caliente teníamos su permiso para lavar a los alumnos para que entraran limpios a clase, sin oler a fogata o a orín, aunque fuera un poco más tarde. Es así como logramos que incluso las familias más guerreras cambiaran la perspectiva del colegio y de las personas que estábamos allí”.
Entretanto, se va fraguando el plan de realojo de La Cavaduca, que finalizaría en 2006. Los hijos y nietos de esas familias siguen yendo al María Sanz de Sautuola, pero ahora sus familias valoran más que los niños vayan al colegio, ya las prioridades no son lograr una vivienda digna, hacer frente a la malnutrición (aunque la crisis también ha golpeado al centro, que cuenta con un banco de recursos desde hace siete años, para sufragar, por 40 euros al año, todos los libros y el material escolar del curso y dispone del comedor de gestión propia más barato de la comunidad).
A día de hoy, de 405 alumnos, el 25% son gitanos; el 9%, de origen inmigrante, y un 20% cuentan con algún tipo de trastorno del espectro autista o problemas de movilidad. Si en su día llegó a haber 70 niños y niñas en el programa de absentismo, la mayoría de ellos, gitanos, hoy hay dos o tres casos.
En lo educativo, el giro data de 1998: se incide en la convivencia, dando al alumnado más protagonismo en la toma de decisiones -hay monitores de convivencia, de medio ambiente, jefes de mesa en el comedor-, con talleres por la tarde para ofrecer alternativas pedagógicas, arranca la relación con la Fundación Botín, con el programa de educación emocional y una subvención para contar con monitores de ocio y tiempo libre. Y poco después con la FSG. También con el Ayuntamiento y la Consejería -son sede del centro de profesores de la comunidad-. Se desarrolla un plan de acompañamiento de las familias y se convierten en referentes en Cantabria tanto en TIC como en atención a la diversidad. Atrás quedan los tiempos en que había que ir a buscar a los niños para llevarlos de la mano al colegio, en que los chavales del poblado, si no estaban a gusto en el patio, saltaban la valla y se iban o en que había alumnos que no aparecían en todo el curso.
Empiezan a llegar premios y reconocimientos, y los maestros sienten que ese “viaje alucinante, que solo se da cuando tienes la suerte de encontrarte con gente con una gran sintonía profesional y personal, de modo que las dificultades no importan” va a alguna parte: “Para nosotros era hacer lo que creíamos, con muchos factores a favor de obra. Con la Logse, la separación de la EGB en primaria y ESO vino al rescate de los más reacios al cambio, que se fueron al instituto, a plazas más cómodas, mientras que los que nos quedábamos veíamos cómo nuestra apuesta se realizaba. De otra manera habríamos acabado cansados o separados”. El mismo Ayuntamiento que en los 80 decide juntar allí todas las viviendas sociales de la ciudad, dos décadas después, desde otra visión, lleva a cabo allí un nuevo desarrollo urbanístico, con lo que mejora el entorno. “Desde luego, las condiciones del barrio eran otras hace 20, 25, 30 años: frente al colegio está la jefatura provincial de policía de Cantabria y tanto unos por el trato con los adultos como otros por el trato con los pequeños hemos sido testigos de su evolución”, señala Ferreiro, que proclama orgulloso : “Hace dos años, el mejor expediente de 6º fue de una chica gitana, que sacó todo sobresalientes, y todos tienen algún hermano, primo o tío en el instituto o en la Universidad, tienen modelos positivos cercanos”.
El director, el último bastión de aquel equipo de profesores comprometidos de los 90, tras la jubilación de Carlos Rodríguez Pacheco y Francisco Díez García, solo ve un escollo: “La Logse nos dio algunas cosas, como la escolarización hasta los 16 años, y nos quitó otras. Echo en falta más esfuerzos en secundaria, una respuesta adecuada para esos chicos (payos o gitanos) con unas necesidades muy concretas. La organización general de la ESO no tiene una repuesta para ellos, y creo que el trabajo de todos esos años del colegio, según el instituto al que los alumnos vayan y con quién den se tambalea. Nuestro poder llega hasta las paredes del colegio y un poco más allá, pero no tan allá”.
Sobre el colegio Tremañes, en el barrio homónimo en Gijón, había pesado desde sus orígenes la consideración de “el colegio de los gitanos en el barrio de los gitanos”, reconoce su director, Maxi Marín, “pero en los últimos 12 años esto va cambiando, en parte por nuestra labor”.
Marín lleva 18 años en el despacho del director, y reconoce que al principio le daba rabia cargar con ese estigma: “Las familias del barrio y la gente que apostaba por la enseñanza pública no te contemplaban: preferían coger el coche e ir con su hijo al barrio limítrofe, a otra escuela pública”. Hoy, transformación mediante, estas familias no suelen barajar ninguna otra opción.
El centro nace en 1986, resultado de la fusión del colegio Maravillas, con los niños de un asentamiento chabolista cercano y también los hijos de las familias de la zona agrícola, y del colegio público Lloreda, con un perfil más ‘normalizado’.
Desde el Ayuntamiento se decide que una forma de romper con los guetos es levantar un nuevo centro, en una parcela equidistante de ambos, y aglutinar a todo el alumnado. Aunque Marín todavía no estaba allí reconoce que esta medida da lugar a tensiones: “Uno de los centros era prácticamente una escuela puente, y las familias y los profesores protestaron”.
De los 400 alumnos que llegó a escolarizar el centro recién fusionado -200 de ellos gitanos- pasaron a ser 40 cuando, tras la Logse, los de 7º y 8º de EGB se fueron. Entonces, su cierre parecía una posibilidad no muy remota.
Pero “poco a poco, tomando medidas en diferentes direcciones” se logra llegar a la situación actual “de plena normalización educativa y de radiografía socioeducativa, con un alumnado heterogéneo y unas señas de identidad del agrado y la confianza de la comunidad educativa”. Habla Marín de “esfuerzo, tenacidad y paciencia”, pero también de “oportunidad”: “Había señales en el contexto de que eso que pretendíamos era viable, y eso aumentó la dosis de ilusión. La transición ha sido un proceso largo, la cohesión y la armonía tardaron en volver, pero nos han ido favoreciendo factores externos”.
Entre esos factores de acompañamiento, uno muy importante fue la política de vivienda y el realojo de las familias chabolistas del barrio, en un alto porcentaje de origen portugués, en viviendas municipales por toda la ciudad, “con lo que de forma natural se fue reduciendo ese alto porcentaje que no ayudaba”. La Ciudad Promocional -módulos prefabricados que albergaban a un buen número de familias gitanas- desaparece, y sus pobladores se redistribuyen en pisos de protección oficial.
“Nosotros escolarizábamos a una parte del colectivo gitano, que es una realidad muy heterogénea. En nuestro caso, el porcentaje mayoritario, cerca del 90%, pertenecía a grupos vulnerables y marginales”, matiza el director. Hoy, de 200 alumnos, unos 20 son del colectivo gitano, y unos seis aún pertenecen a un perfil más vulnerable, “el resto tienen totalmente normalizada su situación, con un código de funcionamiento escolar muy similar al de los alumnos no gitanos”.
Los 90 eran otra historia: “Había un alto grado de absentismo, pero también problemas de convivencia que implicaban cierto riesgo y nos encontrábamos cómo los gitanos portugueses con aquellos, por así decirlo, autóctonos no corrían bien… así que teníamos problemas personales, sociales, de convivencia y familias recelosas”.
En los 15 últimos años se va desarrollando una estrategia pedagógica y metodológica que explica dónde está el centro ahora. Los profesores más mayores se habían jubilado y los que habían encontrado “opciones más agradables” se habían marchado, al tiempo que había ido llegando gente nueva, “pero las personas aguantaban dos, tres o cuatro años, no es hasta hace 12 años que hemos logrado más estabilidad”. Se junta en 3-6 un grupo de personas que empieza a trabajar por proyectos: “Y poco a poco esa línea va madurando y extendiéndose, de forma que actualmente es una seña de identidad reconocida en educación infantil y 1º y 2º de primaria”. “Son cosas que, desgraciadamente, la escuela pública no ensalza ni facilita, el configurar realidades educativas más buscadas, no dependientes del azar”, lamenta Marín. A esto, hace cuatro años, se suma el inicio de las relaciones con la red estatal de Aprendizaje-Servicio.
Marín no oculta que otra decisión jugó a su favor: “Nuestro barrio es periférico pero prácticamente colindante con otros de la ciudad, y con la expansión de la red de escuelas infantiles 0-3 hace 12 años le planteamos al Ayuntamiento ceder parte de las instalaciones para crear allí una escuela, con las adaptaciones pertinentes. Hoy es una de las canteras del colegio, con niños de familias próximas al barrio”. La configuración del alumnado comenzó a cambiar y el centro se fue normalizando al tiempo que el barrio, antaño más industrial, adquiría un nuevo carácter residencial.
Los premios no se han hecho esperar, el Tremañes ha estado hace nada presentando un proyecto de geolocalización en SIMO, es al centro al que se recurre en el Principado para visibilizar cómo se trabaja por proyectos y el director nos compra el titular De centro gueto a centro innovador: “Da un poco de vértigo, no porque esa trayectoria no sea real, sino porque nosotros simplemente hemos intentado hacer las cosas de otra manera lo mejor posible. Pero milagros no hacemos. Y estoy convencido de que sin los factores externos, sin las cuestiones sociales y culturales del contexto que fueron de la mano, seríamos un centro haciendo las cosas razonablemente bien, pero nuestra realidad hubiera cambiado lo justo. Nos acaban de llamar de un centro de profesores de la zona de las cuencas, con realidades escolares en que predominan los colectivos desfavorecidos. Te puedes acercar y contar tu experiencia, pero no tenemos recetas mágicas”.
Realidad educativa gitana en cifras
Según datos del Ministerio de Educación, España ocupa uno de los primeros puestos de Europa en las tasas de escolarización de alumnos de población gitana -con Grecia en el otro extremo, con un 35% de menores en edad escolar que no asiste a la escuela-. Sin embargo, el problema está a la hora de cumplir lo que la Agencia Europea para la defensa de los Derechos Fundamentales considera una condición indispensable para lograr un empleo: completar la educación obligatoria (en España, hasta los 16 años).
Si entre la población general tan solo hay un 13,3% de chicos y chicas de 16 a 24 años sin la ESO, entre los jóvenes gitanos este porcentaje se eleva al 64,4%. Solo un 8,9% han finalizado bachillerato o FP de grado medio y un 2,6%, estudios superiores. En 2º de ESO la tasa de repetición es de 12,8%, pero en alumnos y alumnas gitanos se eleva al 41,8%. Hasta ese curso los niveles de escolarización de la población gitana son muy similares a los de la población general. A partir de los 15 años se van quedando por el camino, con una caída de 30,8 puntos porcentuales entre los 15 y los 16 años. De los 10 a los 14 años son más las chicas que dejan los estudios, pero a partir de los 15 son más los chicos que abandonan. Sus motivos: ayudar en casa, ponerse a trabajar, estar cansados de estudiar o no gustarles lo que estudian.