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Y es que, con la pluralidad de rankings existentes y la proliferación de más y más instituciones de educación superior, la escena se ha vuelto difícil de entender. Según la Ranking Web, actualmente hay alrededor de 31 mil universidades repartidas en 200 países y territorios, que atienden a cerca de 255 millones de estudiantes. Iberoamérica reúne una cifra superior a 3 mil universidades que ofrecen decenas de miles de programas a alrededor de 30 millones de estudiantes, de acuerdo con cifras de la OEI. Para el 2030, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) aspiran a asegurar, también en esta región, acceso en condiciones de igualdad para todos los hombres y las mujeres a una formación básica, técnica y profesional de calidad, incluida la enseñanza universitaria.
Así, el principal desafío que enfrentan los sistemas nacionales de educación superior es asegurar la calidad de las formaciones ofrecidas, expectativa compartida por los estudiantes, sus familias y las sociedades en su conjunto. En una primera línea, esta garantía pública debe ser proporcionada por los Estados nacionales que cuentan con aparatos cada vez más sofisticados para cumplir ese propósito.
A ellos les corresponde velar por la confianza depositada en las credenciales expedidas por las universidades. Y con tal propósito, basados en el juicio experto de los propios miembros de las comunidades académicas, evalúan periódicamente a las instituciones en todos los aspectos esenciales relacionados con la calidad de su desempeño.
Sin embargo, es importante tener en cuenta que esa garantía se construye además con otros ingredientes, provenientes tanto de agencias públicas como de la sociedad civil y de diferentes partes interesadas en el buen funcionamiento de los sistemas nacionales de educación superior. Por ejemplo, existen organismos públicos especializados en la supervisión de estos sistemas; instancias de protección de los derechos de los usuarios y agencias controladoras que exigen responsabilidad corporativa y rendición de cuentas.
Por su parte, los rankings son un ingrediente adicional de esa trama de dispositivos de información que permite a las personas y partes interesadas formarse un juicio respecto a la calidad de las instituciones de educación superior y discernir comparativamente entre los servicios que ellas ofrecen. Son un medio importante para los postulantes a cursar estudios superiores, sus familias, los propios académicos, los empleadores, las autoridades, los medios de comunicación, los empleadores, los adultos interesados en la educación y la opinión pública en general.
Por lo mismo, los resultados de los rankings no pueden considerase como si existieran aisladamente o fuera de los circuitos de información que continuamente transmiten opiniones respecto de las universidades, sus programas y sus calidades relativas.
En este sentido puede decirse que los rankings son un fenómeno que acompaña de cerca a la masificación de la enseñanza superior. Representan un elemento de orientación masiva en tiempos de sociedades de masas. Durante siglos, el juicio sobre la calidad de las universidades fue elaborado y transmitido estrictamente entre notables y dentro de las élites, consonante con su naturaleza de extrema distinción social. Hoy, por el contrario, dicho juicio se ha popularizado y se transforma en un hecho de interés general. Es propio de la esfera del consumo masivo.
El rol de los rankings es servir en un mercado altamente competitivo de demandas por educación superior, lo que facilita discriminar entre instituciones y programas a partir de una ordenación que—de una manera súper sintética—sitúa a las instituciones en una tabla de posiciones de fácil manejo.
No obstante, si los analizamos por separado, los rankings presentan una serie de limitaciones. Por ejemplo, suele cuestionarse la consistencia de la información de base que utilizan, la diversidad de sus fuentes y la ponderación del peso relativo de las variables consideradas. La cuestión principal es cuán representativo de la calidad de una universidad puede ser el juicio comunicado a través en un puntaje. ¿De qué manera expresa variables intangibles como el ethos y la cultura de una universidad, su efectiva atención hacia los aspectos del bienestar integral de los estudiantes y su compromiso con el bien público?
Capítulo aparte merecen los rankings globales en cuanto a sus efectos geopolíticos y el rol que juegan en la división y estratificación de la academia a nivel internacional. Con razón se señala que tienden a profundizar las brechas entre universidades del Norte y el Sur globales, difundiendo un modelo único; el de la “universidad de clase mundial” que sólo tiene vigencia en unos pocos países, con Estados Unidos a la cabeza. Esta línea divisoria se refuerza con otros contrastes de poder y recursos existentes, por ejemplo, entre el idioma inglés y la densidad de las redes de vinculación con la industria y empresas de alta tecnología.
A pesar de estos cuestionamientos es un hecho que las universidades—del norte y del sur—participan motu proprio en este régimen de jerarquización comparativa provisto por el sistema mundial de rankings. Diversas investigaciones muestran que ellas se preocupan del lugar que le asignan las diferentes tablas de posiciones, escudriñan los cálculos subyacentes, y utilizan esta información para definir estrategias de mejoramiento. Tanto es así que en varias ocasiones se han reportado manipulaciones deshonestas de variables, con el objetivo de obtener una mejor calificación.
Se entiende, por lo mismo, que un completo estudio publicado en 2023 por la Universidad Nacional Autónoma de México concluya, tras un exhaustivo análisis, que “no se espera que estos sistemas de clasificación desparezcan en el futuro próximo. Existe una fuerte demanda entre distintos públicos por acceso a información comparable sobre las universidades, sobre todo en el contexto de la globalización de la educación superior”. Es decir, lo mismo vale para los niveles regional, nacional y global.
Ante este panorama, el reto que debemos asumir más bien tendrá que pasar por profundizar en el análisis de los rankings y de sus usos para aprovechar su potencial informativo en nuestras sociedades, sin perder de vista sus limitaciones, puesto que, sin duda, son hoy una fuente innegable de consulta para deliberar respecto del futuro de la educación superior que necesitamos en nuestra región.