El término alfabetización mediática podría seguir interpretándose desde la necesidad de potenciar el proceso de implantación de las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) en los centros educativos. Este enfoque ha sido el promovido y respaldado, tanto por las corporaciones tecnológicas (que tan eficazmente realizan su papel para mantener sus intereses de mercado en el ámbito escolar), como por el universo de profesionales, fundaciones y empresas que gravitan y prosperan alrededor de las necesidades sobrevenidas que conlleva la digitalización de la escuela (formación de docentes y familias, prevención, protección de datos, soporte técnico, creadores de contenido y plataformas, etc.).
Con otro enfoque distinto, el cuerpo docente y las familias debiéramos esperar de las administraciones públicas que, en su papel independiente de los intereses económicos, fueran consecuentes con las constataciones con que a día de hoy contamos, en relación a los efectos de la digitalización escolar sobre el aprendizaje. Es apabullante el número de encuestas, estudios, investigaciones, correlaciones o juicios de expertos independientes, que muestran el sinsentido de abundar en la digitalización de la enseñanza, cuando su uso es irrelevante en la mejora del aprendizaje, e introduce interferencias graves en la adquisición de competencias cognitivas básicas, urgentes de desarrollar en las primeras etapas de la vida. No es prudente seguir dejando abiertas las puertas de la escuela, de par en par, a la penetración de dispositivos, programas o redes WIFI, al calor de calculados relatos, suposiciones y frases hechas (“las TIC han llegado para quedarse”, “hay que formar a los niños en TIC para que sean competentes en la edad adulta”, “si la sociedad es digital, la escuela no puede quedarse atrás”, etc.), dando la espalda a una realidad que reclama a gritos reformular el concepto de “competencia digital”, que se consagró en las normativas europea y española cuando aún no se contaba con tantas evidencias como las que hoy tenemos.
En el nuevo escenario de cuestionamiento de las TIC en el entorno educativo, los contenidos de la alfabetización mediática en los centros docentes debieran incidir sobre la formación y la información acerca del papel que juegan las tecnologías digitales en la sociedad, y sobre los riesgos que comporta su uso. Formar e informar a niños y adolescentes no requiere, en cualquier caso, de la disponibilidad de dispositivos, de la misma forma que para abordar contenidos escolares sobre vida saludable (tabaquismo, alcoholismo, sedentarismo, ludopatía, anorexia…) u otros referidos a la vida adulta (relaciones sexuales, derecho al voto, normativas de tráfico, etc.) no es necesario que se experimenten a esas edades. El informe francés de expertos sobre digitalización e infancia, encargado por el presidente Macron y publicado en abril pasado, refleja ya la idea de “educar sobre digitalización sin necesidad de digitalizar” en la batería de medidas de su propuesta nº 18.
Plantear que los problemas de los menores con las pantallas se resuelven a través de su concienciación y formación, es un brindis al sol y una grave negligencia de las políticas públicas
No obstante, la oportunidad de la formación de menores y jóvenes en materia digital no puede ocultar sus serias limitaciones para revertir las consecuencias de la irrupción de las pantallas en edades tempranas. La principal de ellas es la insuficiente capacidad psicoevolutiva de niños y adolescentes para asumir un “uso responsable”, un “uso crítico”, un “uso saludable” o dilucidar los riesgos, siempre novedosos, en el océano de Internet. Solo los adultos se encuentran en disposición de contar con estas capacidades cognitivas, que requieren estar muy desarrolladas, como afirma la neurobióloga, Gertraud Teucher, para hacer frente a las exigencias y retos de un mundo digital. Plantear que los problemas de los menores con las pantallas se resuelven a través de su concienciación y formación, es un brindis al sol y una grave negligencia de las políticas públicas, si las administraciones basan en ese supuesto sus principales diagnósticos y propuestas.
El informe francés, citado más arriba, insiste en la necesidad de “devolver la tecnología a su lugar” en nuestra sociedad. Las propuestas que desarrolla, netamente protectoras de los menores, abogan por preservarlos de la exposición a pantallas y favorecer la recuperación de las experiencias vivenciales, tanto en la escuela como en el hogar o en la calle. Medidas como dotar de juegos de mesa y libros las paradas de autobús, parques y salas de espera; o solo dar entrada en los centros educativos a dispositivos digitales que hayan demostrado científicamente su adecuación y efectos positivos, son en sí mismas síntoma de que comenzamos a cuestionar que, en una sociedad adulta digitalizada, también tengan que estarlo nuestros niños y adolescentes. Si la digitalización “ha llegado para quedarse”, los poderes públicos, los docentes y las familias tenemos el deber de decidir dónde, cuándo y cómo se queda.