Aunque los propósitos y contenidos de estas actividades abarcan un sinfín de temas y movilizan a un gran número de profesionales –tanto organizadores y ponentes como asistentes-, creo que merece la pena hacer notar que no han sido pocas las propuestas que se han dirigido al cuestionamiento más profundo de los enfoques epistemológicos sobre los que descansan nuestros planteamientos educativos. Reflexionar en profundidad sobre los análisis de la realidad que subyacen en las propuestas curriculares es, para muchas personas, un imperativo. Y además, urgente. Como lo es preguntarnos de nuevo –o no dejar de preguntarnos nunca- sobre el tipo de escuela en la que queremos educar a nuestras hijas e hijos, alumnas y alumnos.
En un momento en el que a muchos nos parece que el debate educativo se escora demasiado hacia las propuestas metodológicas, organizativas y de gestión, y en el que la comunidad educativa tiende a enzarzarse en encendidas polémicas, desde mi punto de vista bastante estériles, sobre si las aportaciones que pretenden ser innovadoras y quienes las desarrollan son más bien galgos o podencos, algunas y algunos profesionales siguen cuestionándose el papel de la escuela en un mundo que cada día va dando pasos más decididos hacia la desigualdad, la xenofobia, el miedo al otro y la destrucción de la naturaleza.
La idea de una educación emancipadora, crítica, con compromiso social ha presidido muchos de los debates que han tenido lugar en estos primeros días del verano. Su necesidad parte de la constatación de que nuestras sociedades caminan sin rumbo o al menos con un rumbo profundamente equivocado y casi suicida; de que el desarrollismo a ultranza está agotando los recursos del planeta y las fuerzas de millones de personas y territorios; de que la insolidaridad y el rechazo al diferente se viste de progreso y posmodernidad; de que la hipocresía y la mentira presiden los imaginarios hegemónicos y anulan la participación real de la ciudadanía en la construcción de unos entornos más limpios, más justos, más cohesionados y, por ello, más habitables.
En estos días muchas compañeras y compañeros, docentes o no, han compartido análisis, temores y certezas y de una u otra forma se han conjurado para hacer frente a esta deriva reaccionaria. Porque también han imaginado escenarios posibles, no tan distópicos como en general nos quieren hacer ver. Han conocido iniciativas ciudadanas a las que ya cabe denominar de “resistencia”; han compartido el trabajo de movimientos sociales y personas que siguen –seguimos- pensando que otro mundo es posible y que es imprescindible trabajar para que así sea. Propuestas de auto-organización y cooperación; de cambio en los modelos de producción alimentaria; de relación con la naturaleza, con el entorno próximo o con la tecnología; propuestas de incorporación de perspectivas eco-feministas en la escuela o fuera de ella; alternativas para cambiar las formas y los contenidos del consumo o para decrecer en la esfera material sin renunciar o más bien apostando por una mayor calidad de vida…
Muchas personas queremos otra escuela y tratamos de entender o imaginar cuáles han de ser los ejes sobre los que es preciso construirla. Y en algunos encuentros muy recientes hemos hablado de ello. Veamos algunos ejemplos de aquellos en los que hemos participado.
En la 43ª Escuela de Verano de Acción Educativa, llamada “La escuela habitada: educación, ecología y justicia social”, sus promotores han planteado un encuentro en el que los profesionales, a partir de la reflexión acerca de las relaciones entre la sociedad y el resto de los elementos que conforman el ecosistema general, puedan profundizar en la investigación y el intercambio de experiencias educativas para mejorar la situación, conseguir una cultura centrada en la vida, que tenga en cuenta los límites de la Biosfera, que respete y promueva la diversidad…
ESenRED, el espacio de articulación de Escuelas hacia la Sostenibilidad en Red, celebró su 4º Simposio en el CENEAM. Más de 100 docentes de las 14 redes de ESenRED territoriales y unos 20 técnicos y técnicas de la administración, debatieron acerca de la educación que necesitamos en la era del Antropoceno. Se compartieron experiencias, saberes y dificultades de las escuelas ante la crisis ecosocial.
El colectivo de Pedagogías Invisibles ha centrado su encuentro de 2018 en las “Pedagogías feministas”, entendiendo que nuestros contextos educativos y nuestras prácticas pedagógicas reclaman revisión y transformación para afrontar los retos contemporáneos y desarrollar prácticas que sean igualitarias e inclusivas con todas las personas que participan en cualquier espacio de aprendizaje. Han analizado cómo el feminismo, en intersección con el arte contemporáneo, puede destruir el proyecto patriarcal hegemónico del sistema educativo.
También en FUHEM hemos querido aportar nuevos argumentos al debate pedagógico. En el curso desarrollado en nuestra V Escuela de Verano, “Educación Ecosocial. Hagamos posible lo deseable”, hemos querido analizar los principales retos a los que se enfrentan las sociedades modernas, en términos de sostenibilidad, cohesión y justicia social, inclusión y participación democrática. Hemos
compartido iniciativas de transformación de la práctica educativa que puedan ser experimentadas o promovidas en otros contextos y tratado de configurar redes futuras de colaboración y apoyo mutuo.
La perspectiva de seguir trabajando en esta senda resulta muy esperanzadora. Y la posibilidad de crear redes de profesorado y otros profesionales implicados nos impulsa a continuar y nos ilusiona. Parece que, en efecto, la educación ecosocial se abre paso.