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Los prejuicios LGTBfóbicos, como buen producto heteropatriarcal, tienen la perversa facultad de replicarse destructivamente, en una multiplicación viral que nos va consumiendo poco a poco, en una homofobia, tanto externa como interna, que nos convierte en una sombra de lo que realmente somos o podemos llegar a ser y sólo podemos salvarnos de ellos con una efectiva vacuna.
Para conseguir la vacuna necesitamos desmontar los prejuicios que nos impiden visibilizarnos como docentes LGTB, o como docentes aliados, para poder incluir de forma efectiva y real la diversidad afectivo-sexual y de género en nuestra práctica docente diaria. Porque mientras el trabajo por la diversidad siga siendo anecdótico y restringido a unos pocos centros donde nuestra voluntariedad consigue pequeños logros, oasis en medio del gran desierto del sistema educativo, no podremos de verdad hacer frente a la violación de los derechos humanos que supone la LGTBfobia y muches docentes y muchísimes más alumnes, seguirán sufriendo.
Mis principales antígenos para esta vacuna fueron los siguientes:
Prejuicio número 1: ¿Por qué tengo que visibilizarme si les heterosexuales no lo hacen? ¡Qué injusticia!
Pues sí, es así, y cuanto antes se asuma, mejor. El tener que visibilizarnos es una prueba de homofobia, es uno de los peajes que tenemos que pagar por no ser heterosexuales, es una injusticia, por supuesto, pero más injusto y sobre todo, más dañino es tener que esconderse de por vida. Este es el principal prejuicio que debemos desterrar, y uno de los más difíciles porque supone librarse de uno de los autoengaños más efectivos, el de la supuesta comodidad o facilidad para nuestras vidas si nos mantenemos invisibles.
Prejuicio número 2: Voy al instituto/escuela/facultad a dar clase, no a hablar de mi vida privada.
Otro prejuicio muy común, casi tanto o más que el anterior. Para el que la respuesta más obvia ya la escribió la histórica feminista Kate Millet, por la década de 1970, y es que “lo personal es político”. No se puede desligar, somos lo que somos en todos los ámbitos y el cómo somos y el cómo defendemos, o no, lo que somos, es personal pero
también afectará a nuestro entorno. En las aulas estamos constantemente transmitiendo construcciones de pensamiento, significados y creencias que configuran y determinan las relaciones sociales. Transmitimos todo un sistema de pensamiento, un curriculum oculto. No sólo transmitimos conocimientos.
Por ello, la educación nunca es neutral. Cuando no nos visibilizamos como docentes LGTB, cuando callamos, estamos enseñando miedo y vergüenza y ese será el referente que estará asimilando nuestro alumnado. Por tanto debemos tomar una importante decisión: ser un referente de miedo o un referente de valentía.
Prejuicio número 3: No me visibilizo porque no quiero que nadie piense que me puede atraer mi alumnado (sobre todo con alumnado menor de edad).
De entrada podría decir que este prejuicio es una solemne estupidez pero lamentablemente, hace mucho más daño y se le tiene mucho más miedo del que podría pensarse. Hay que decirlo alto y claro, a modo de mantra, si se tiene
interiorizado este prejuicio: la homosexualidad y la pedofilia son cosas totalmente diferentes y no existe ninguna base real que sustente la relación entre ambas. Sí existe, en todo caso, un imaginario colectivo que se ha construido para descalificar y agredir a las personas LGTB de modo totalmente cruel e irracional. Para empoderarse, librarse
de dicho prejuicio y desterrar el miedo, repetir el mantra varias veces al día hasta exorcizar semejante barbaridad.
Prejuicio número 4: No me visibilizo porque no quiero que me acusen de incitar a la homosexualidad.
Este prejuicio es similar al anterior, la ecuación conocimiento=incitación es una falacia absurda y sin sentido, pero ahí está, presente en el inconsciente colectivo. Bien, por supuesto, el conocer las cosas, el saber que existen múltiples posibilidades de afectos, deseos y géneros, no incita a nada salvo a que cada persona pueda encontrar el camino que más feliz le haga, entre todas las alternativas posibles. Nada más, es así de simple. No hay incitación alguna, del mismo modo, que si se asiste a una charla sobre drogas no se incita al consumo de drogas, ni dar a conocer el pasado bélico europeo incita a la guerra. Conocer la diversidad humana enriquece nuestro conocimiento, no conocerla, nos convierte en personas ignorantes, de mente cerrada y tendremos mayor probabilidad de seguir perpetuando los prejuicios LGTBfóbicos y, con ellos, el sufrimiento de muchas personas.
Prejuicio número 5: No me visibilizo porque no quiero sufrir LGTBfobia en mi centro de trabajo.
El antígeno contra este miedo no es otro que una dosis generosa de empoderamiento, para ello, ayuda mucho acercarse a asociaciones que defienden nuestros derechos, al activismo LGTB, rodearse de personas que ya lo han superado y fortalecer la autoestima para defender la propia dignidad y el derecho humano a amar y desear en
libertad y con orgullo. Como docentes tenemos mucha más capacidad para poder luchar contra la discriminación que el alumnado, nos guste más o menos, tenemos cierta “autoridad” que nos permite utilizarla precisamente para luchar contra la discriminación y el acoso, tanto el que nos pueda afectar directamente como el que pueda sufrir nuestro alumnado. Por tanto, empoderamiento, redes de apoyo mutuo y a por ello, ¡sin miedo!.
Prejuicio número 6: No trabajo la diversidad afectivo sexual y de género en el aula porque no quiero que piensen que soy LGTB.
La discriminación por razón de orientación sexual o identidad de género tiene esta particularidad, el contagio del estigma y puede afectar tanto a profesorado como a alumnado. Es más habitual entre el alumnado y tiene que ver con la necesidad de pertenencia al grupo, el miedo a ser diferente, cuestiones sensibles, como sabemos, a
determinadas edades pero como adultes ya deberíamos tener superadas esas cuestiones. Como este prejuicio influye sobre todo al profesorado aliado, os pido, por favor, que no dejéis que os afecte, que os necesitamos y que vuestro alumnado os necesita. No es necesario ser parte del problema para formar parte de la solución porque tenemos la capacidad humana de la empatía.
Si no nos vacunamos, y ahora que comienza el curso es un momento perfecto, no podremos nunca decir que somos una sociedad evolucionada, seremos una sociedad estancada o incluso retrógrada ya que no podremos progresar nunca si no atendemos, si no respetamos y si no aceptamos plenamente la diversidad afectivo-sexual y de género en la educación formal.