Ser niñx no es sin conflictos. Por el contrario, es un momento de intensa actividad, de transitar distintos trabajos psíquicos constituyentes de una subjetividad en armado, y, por lo tanto, inconclusa, con toda la potencia del jugar y de volver a empezar algo, una vez más. El recorrido de la infancia delinea un itinerario, con logros y alegrías, pero también con profundas angustias que permitirán ir trazando el entramado de lo que significa crecer.
Sea para comunicarse, lograr la marcha, controlar esfínteres, ir al colegio, tener amigos, aprender y demás desafíos, un niñx tiene que “hacer cosas”. Eso implica la conjugación, en simultaneidad, de lo intrapsíquico y lo intersubjetivo, y, por ende, la posibilidad de ir construyendo maneras de representación del mundo y de su realidad, cada vez más sofisticadas.
Esta interrelación, que se funda en un reconocimiento mutuo (Benjamín, 1996) y en la sucesión de encuentros sostenidos en una sintonía afectiva, es siempre con otrx adultx, que sea capaz de mantener una asimetría, que comporte cuidado y protección y que brinde las condiciones ambientales propicias para el desarrollo. Esto, dicho así, formulado desde un marco conceptual, parece despojado de sensibilidad. Es nodal entender que lo que sucede en esos “entres” comporta una extrema delicadeza, susceptible de fortalecer, interrumpir o desarmar lo que ahí emerge. Entraña una conciencia de la sensibilidad, en tanto que el cuerpo del otrx no es objeto de nuestros toques (“toques” que, en las situaciones amparadoras devienen en caricias), sino que existe un sujeto de dicha percepción, al cual le pasan cosas.
Cuidar, proteger, ser garante suponen, para un “grande”, poner en juego una cantidad de variables propias, de la historia y del contexto, y por ende también, trabajos psíquico por parte de lxs adultxs, que no pueden ser desvinculados de los procesos histórico- sociales como formas de existencia.
Bleichmar (2003) hacía referencia a que “la producción de subjetividad hace al modo en el cual las sociedades determinan las formas con las cuales se constituyen sujetos de ser plausibles de integrarse a sistemas que les otorgan un lugar. Es constituyente e instituyente”.
Sucede que, pensar en nuestro aquí y ahora me remite a la presencia y a la contundencia de “políticas de dominio” en articulación con “políticas de desapropiación”, que generan un despojo de los recursos materiales y simbólicos y que, además, producen efectos de pérdida, confusión del sentido y aletargamiento de conciencias. Por lo tanto, la producción de subjetividad es mucho más que un concepto. Posee un sentido profundamente práctico y cotidiano porque está ligado a las condiciones de existencia, pero sin disociarse del porvenir, en tanto idea de esperanza y de apertura.
¡Qué difícil resulta ser adultx en estos tiempos! Muchxs han sufrido una vulneración de sus derechos y han visto, a su vez, trastocarse valores éticos y morales. Aun así, imaginar, crear y sostener condiciones de cuidado y protección supone, en simultáneo, hacer preguntas sobre cuestiones identificatorias, de traducción mítica y cultural, que trascienden cualquier tipo de herencia, como también dar lugar a la elaboración emocional del otrx.
Bleichmar (2003) sostenía que “la asimetría entre adultos y niños es una cuestión de responsabilidad, ya que se basa en funciones y en diferencias de saber, y no en relaciones de poder”. La figura del padre/madre-amigx complica el panorama la mayoría de las veces. Si los pares están en el núcleo familiar, ¿para qué sería necesario salir en su búsqueda? Ello traería aparejado no sólo la obstaculización de la exploración del afuera, sino también una paridad que muchas veces puede ser el campo propicio para desarrollar vivencias de desolación y desamparo, que más que revestir un carácter sintomático, enmarañan la organización psíquica. Es fundamental diferenciarla de la capacidad para estar a solas (Winnicott, 1993). Esta última estaría emparentada con el arribo a un potencial, una adquisición, a la que se llega partiendo de experiencias de fusión, del ser-con-otrx. En relación a ello, considero que, aún así, en una sociedad en la cual el lazo social ha quedado resquebrajado y el individualismo ha ocupado espacio en la transmisión generacional, es urgente trabajar en multiplicar lo edificante que es contar con condiciones iniciales para relacionarse, fundadas en “cómo juntarse con”, antes que en “cómo diferenciarse de”. Las formas de existencia del capitalismo han horadado en ello y, en consecuencia, han desconfigurado algo del ámbito de la sensibilidad y de la empatía.
La experiencia de trabajo en contextos sociales diversos me cuestiona repetidamente. Si en este momento socio-histórico el derecho a ser cuidado se aplasta, se vuelve incierto, resulta indiferente, es vulnerando, desplazado y minimizado, ¿podría esto equivaler a que “los grandes se achican”? Y si esto sucede, ¿podría, entonces, pensarse que la infancia se “vuelve transparente”? Esto supone un estado de absoluta gravedad, de despojo de la singularidad, en el cual la infancia adquiere valor de mercancía en la configuración política, como objeto de exposición, de operatividad, al que hay que optimizar (Han, 2013).
A la luz de lo expuesto, hay una serie de cuestiones que me parece importante puntualizar:
- en este contexto, uno de los principales “grandes que se achica” es el Estado, toda vez que por “ajuste”, intencionalidad, ausencia, omisión o ineficiencia no coloca en agenda la importancia y necesidad de políticas públicas que sean promotoras y garantes del desarrollo integral de los niñxs, y que efectivicen acceso a formas de vida digna y no lastimosas para ellxs, sus padres, madres y/o sus adultxs cuidadores;
- en contextos sociales diversos aparece esta problemática: la pulverización de los recursos simbólicos de los adultxs, siendo evidente y contundente cómo la realidad cotidiana impregna la vida psíquica. Es frecuente encontrar que quienes cuidan no puedan jugar con los niñxs, ya sea porque no comprenden la relevancia, por no estar disponibles o por lo dificultoso que puede llegar a ser para compartir estados afectivos. Compartir como estar enlazado; jugar no como pasatiempo sino como alternancias instituyentes de presencias, no presencias y ausencias;
- ser adultx hoy, en estos tiempos, implica desplazarse entre espacios y tiempos hechos de otras consistencias. La “dureza” que ha sido tantas veces representativa de una manera de posicionarse ha caducado y cada vez se vuelve más insostenible, no sólo ante la fuerza de discursos que convocan a reconfigurar posiciones, sino también ante las evidencias de que no hay construcción posible de autoridad que sea disociada de la ternura, del diálogo y de la escucha. No es el poder, en esta construcción, lo que inaugura formas genuinas de relación. En esos casos, será el sometimiento y la adaptación como expresiones de ellos.
Que “los grandes no se achiquen” es un trabajo que implica intervenciones que brinden investimiento psíquico, que apunten a fortalecer su consistencia, a reincluirlos socialmente, sosteniendo que la vida no es supervivencia. Esto no es magia. Es convicción. Es el camino de una perspectiva de derechos, la que se lleva adelante cuando las políticas públicas son coherentes y efectivas.
Mientras tanto, lxs profesionales seguimos tejiendo lazos artesanales mediante prácticas cotidianas en los ámbitos en los que transitamos, donde, con absoluta pasión, pensamos en las singularidades, en abrir posibilidades, siempre con los pies en el barro.
Bibliografía
Benjamin, J. (1996). Los lazos del amor. Buenos Aires: Paidós.
Berardi Bifo, F. (2007). Generación post alfa. Buenos Aires: Tinta Limón Ediciones.
Bleichmar, S. (2009). La subjetividad en riesgo (2da. Edición). Buenos Aires: Topía editorial.
Han, Byung-Chul (2013). La sociedad de la transparencia. Barcelona: Herder.
Winnicott, D. (1993). Los procesos de maduración y el ambiente facilitador: estudios para una teoría del desarrollo emocional. Buenos Aires: Paidós.
Rodulfo, R. (2013). Andamios del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.