Es en las etapas de educación infantil y de educación primaria donde más tiempo dedicamos, de entre todas nuestras funciones, a la evaluación, ahora renombrada, sociopsicopedagógica. Sin ánimo de exagerar, puede ser que se dedique entorno al 90% de nuestro tiempo, o más, a este menester, teniendo en cuenta los informes, actualización de las plataformas informáticas a través de las cuales se gestionan los diagnósticos del alumnado, etc. Queda un porcentaje muy limitado de tiempo para reunirnos con las familias y para coordinarnos con los equipos docentes, (hay que destacar que, por diferentes razones, no hay tiempos ni espacios destinados a este fin en la mayoría de centros educativos).
En cambio, la repercusión que tiene esta práctica, la de la evaluación psicopedagógica, realizada como se viene haciendo en la mayoría de casos, es decir, sacando del aula al niño o niña, pasándole unas pruebas o tests psicopedagógicos, etc. normalmente con la finalidad de darle una “atención” diferenciada, para conseguir “recursos” para el centro, con la finalidad… Podríamos hablar de las muchas finalidades de la evaluación psicopedagógica y su legitimidad, pero lo que sabemos es que para conseguir un cambio, una mejora en la escuela, son insignificantes, por no decir nulas.
Pero no podemos quedarnos sólo en el poco sentido “utilitario” que tiene esta práctica para lo que deberían ser nuestros propósitos más legítimos en cuanto a mejora de los centros educativos, sino que va más allá y es que con esta intervención estamos presentando al alumnado de una determinada manera.
He tenido la suerte y la oportunidad de escuchar algunas de las ponencias que ha ofrecido Silvana Corso en su reciente visita a España, en las cuales ha compartido muchas cosas interesantes, entre las cuales me gustaría centrarme en unos conceptos que ella desarrolla: presentación, representación, oportunidad.
Se pregunta esta profesional por cómo presentarnos a nuestro alumnado en las escuelas. Porque depende de cómo son presentados así será la representación que nos hagamos de ellos y ellas. Y, según la representación, la escuela puede ofrecerles oportunidades, o no. Dice Skliar: “Dime cómo te han mirado y te diré quién eres”.
Cuando el alumnado es nombrado, por ejemplo, por su (dis)capacidad pierde su identidad para poner el foco en aquello que no puede. Y yo me pregunto ¿qué hacemos cuando realizamos una evaluación psicopedagógica con su
correspondiente informe, sino nombrar por lo que no pueden?.
¿Qué representación de este alumnado propiciamos con este informe en el equipo docente? ¿Qué expectativas generamos? ¿Qué camino le espera o imaginamos para su futuro social, laboral, etc., (pero también en su presente actual)? ¿Qué oportunidad le da escuela para desarrollarse de manera integral?
En algún punto de mi ejercicio de la profesión como orientadora educativa me empezó a inquietar, no la presentación que ofrecía al centro del alumnado al que evaluaba, ni la representación que con ella provocaba al resto de docentes, sino la falta de “utilidad” para introducir ninguna mejora en la vida de ese alumnado. No solo eso, como decía anteriormente, no es que no haya mejora, es que podemos comprobar el dolor que les causamos al ser considerados, -es decir, tanto la presentación como la representación-, y a lo largo de años, en su corta vida, como inferiores (alumno de PT, alumna de ACIs, este es de dictamen… todo docente sabe qué significan estas expresiones en los centros educativos, al igual que lo saben o intuyen las familias).
Me di cuenta de que lo que estábamos haciendo y las repercusiones que tenía esto en el alumnado y sus familias no les beneficiaba, para decirlo suavemente. Recuerdo una alumna, que fue la gota que colmó mi vaso, y cómo su madre y yo llorábamos en la lectura del des-dictamen. Una alumna que tenía un dictamen de escolarización desde los cuatro años con un diagnóstico de “retraso mental” sólo porque en una prueba, sólo una prueba, que se realiza un rato, en media mañana, había obtenido una puntuación que se consideraba por debajo de lo “normal”. ¿Qué expectativas podría tener ningún docente en el centro para alentar el aprendizaje de esta alumna?. Después de unos años de que le hubieran realizado este informe, me encontré una alumna con falta de autoestima, con el cuerpo encorvado sobre sí misma y que hablaba con un hilo de voz apenas audible; hasta que le pregunté por su comida favorita. Su cuerpo se enderezó y su voz se hizo audible. En ese momento, igual que al escribir estas palabras, se me erizó el vello de todo el cuerpo, pensé que no había derecho. Era una alumna responsable, trabajadora y un sinfín de cualidades. Pero esto no importa, no importa qué características tuviera para hacerle pasar a nadie por lo que ella y su familia tuvieron que pasar. No podemos seguir haciéndole a nadie este daño.
En ese momento, desde mi más absoluta ignorancia (La falta de formación inicial y continua de los profesionales de la orientación educativa es un handicap para el desempeño como profesionales y, lo que es más grave, si cabe, repercute negativamente sobre la vida del alumnado y sus familias), empecé un periplo, si no lo había empezado antes, en un camino de búsqueda. Una búsqueda como la que realizan las madres cuando lo que piensan es rechazado y desvalorizado por los profesionales; estaba pensando fuera del pensamiento que en ese momento consideraba como único, fuera del pensamiento de la comunidad de profesionales que me rodeaban, y buscaba, como esas madres, legitimidad para que lo que pensaba y lo que sentía, y que no fuera cosa de una “radical desadaptada”. En ese camino encontré a muchas personas que me han ayudado y ayudan mucho a mi transformación, no sólo como profesional, sino lo que es más importante, como persona.
Quiero destacar a una de ellas a la que me aferré para salvarme de la angustia que supuso quedarme sin suelo que pisar, sin creencias a las que aferrarme y sin saber llevarlas a la práctica. Esa persona fue Nacho Calderón. Para quien no lo conozca es doctor en pedagogía y profesor en la UMA. Nunca le daré suficientemente las gracias por encontrármelo en mi camino. Con sus investigaciones y publicaciones pone de manifiesto, entre otras muchas ideas, que los profesionales de la orientación podemos ser obstáculos a la inclusión educativa. (Echeita, Calderón 2014)
Y cómo no, a su madre que, con su sabiduría natural, ha posibilitado tantas cosas. Gracias, Basilisa, por tanto. Su: “Si tú lo dices, será”, una frase de una madre, me devuelve a la reflexión sobre la presentación y las representaciones que nos hacemos de las personas.
Porque un diagnóstico no es otra cosa que una perspectiva desde la que miramos a una persona, o mejor, desde la que obviamos a la persona. No se trata de qué le pasa, sino de quién es, dice Silvana Corso.
Es necesario dar el salto al modelo social, en este aspecto como en tantos otros de nuestra sociedad, donde la responsabilidad no es individual, sino social y es por tanto ahí donde debemos poner el foco para cambiar esta realidad, porque como dice Nacho Calderón “La realidad no esta hecha, sino que la hacemos”.
Tendremos que reflexionar entre todos y todas y, desde la ética, sobre cómo llevar a cabo eso que tenemos encomendado de la evaluación sociopsicopedagógica, y que se nos encomienda realizarle sólo a determinadas personas (¿?).
REFERENCIAS:
Calderón Almendros, I.; Habergger Lardoeyt, S. 2012: Educación, hándicap e inclusión: Una lucha familiar contra una escuela excluyente. Granada. Ed. Octaedro.
Calderón Almendros, I 2014: Educación y esperanza en las fronteras de la discapacidad. Estudio de caso único sobre la construcción creativa de la identidad. Madrid. Cinca.
Calderón Almendros, I.; Verde francisco, Paula 2018: Reconocer la discapacidad. Barcelona. Octaedro.
Pagina Web: http://www.ignaciocalderon.uma.es
Corso, S. 2015: Un recreo tan loco como ideal.
Echeita, G.; Calderón, 2014: Obstáculos a la inclusión: cuestionando concepciones y prácticas sobre la evolución
psicopedagógica.