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El juego en la etapa 0-6 no es una actividad unívoca, ni mucho menos. Es algo que cambia, evoluciona con el tiempo (con muy poco tiempo) y pasa de ser una actividad en la que, principalmente, la criatura está conociéndose a sí misma a ser una actividad que desarrolla el conocimiento sobre el otro y sobre cómo nos relacionamos con los demás.
Alicia Vallejo, José Luis Linaza y Elena Lobo fueron las personas encargadas de conducir la conversación el pasado viernes en la mesa redonda ‘Conversatorio sobre e juego’ desarrollada en la Universidad Autónoma de Madrid que llenó a última hora de la tarde el salón de actos de la Facultad de Formación del Profesorado. Una mesa redonda organizada por la Plataforma en Defensa del 0-6 de la Comunidad de Madrid, representada por Alicia Alonso, una de sus integrantes.
Junto a Alonso, también intervino Blanca Azanza, presidenta del colectivo Ameigi. Tanto este como la Plataforma y la Junta de Portavoces de Educación Infantil 0-6 llevan tiempo desarrollando un trabajo conjunto que se ha materializado en un documento de propuestas que quieren lanzar a los partidos de la Asamblea de Madrid con las reivindicaciones del colectivo de educadoras de esta etapa. Azanza, además de presentar el documento, insistió en la importancia de considerar el 0-6 una etapa educativa y no asistencial, un momento en el que se colocan los cimientos. «La administración no se está preocupando porque los niños tengan la educación que merecen, de calidad, por la que luchamos».
Definir qué es juego es y será la primera dificultad. ¿Es un aprendizaje sobre uno mismo? ¿sobre la relación con el otro? ¿una enseñanza de qué es y cómo funciona la realidad que rodea a las criaturas? ¿una simple diversión? En realidad es un poco de todo eso. Dependiendo de la edad. «El juego es elemento de comprensión de quién soy yo y el otro. Qué puedo hacer y qué no. Aprendo sobre mí y sobre los demás. Y necesito esa experieancia», resumía Alicia Vallejo.
El juego, de un modo u otro, es un acercamiento de las criaturas de 0 a 6 años a la realidad. Primero a sí mismas (quién soy, cuáles son mis límites, qué soy yo y qué las cosas con las que juego), pero también es una herramienta que me acerca al conocimiento del funcionamiento de «la vida real» y, en mucha medida, de las relaciones con los demás. Por que si en algo estaban de acuerdo los tres ponentes es en el hecho de que no hay juego sin conflicto con el otro. También, claro, dependiendo de la edad.
Y este conflicto enseña a las personas a esas edades mucho sobre autorregulación, sobre cómo y con quién se relacionan en el momento de jugar, sobre los límites entre uno mismo y las cosas con las que juega.
También esán de acuerdo en una condición básica e inicial para poder jugar, la seguridad. Hace falta que niñas y niños se encuentren en un espacio seguro, delimitado por unos adultos que les dan todo aquello que necesitan, que cuidan y protegen. Elemento básico para que las criaturas puedan realizar esta actividad con confianza. «La condición para jugar es que alguien se ocupe de proteger, de la comida, de la temperatura», aseguó Linaza. «Solo puedes jugar cuando hay un espacio de confianza con las personas con las que te relacionas», insistía Alicia Vallejo. «El juego es una relación y la complicidad es importantísima».
Aunque para Vallejo, el juego no es algo que practiquen demasiado los niños y niñas. Para esta educadora, la actividad principal que se desarrolla en estas edades es la exploración (de uno y del entorno), algo volitivo. Mientras que el juego, como el arte, es algo emocional, afectivo. Para esta educadora «la exploración nace de la emoción de la curiosidad. Mientras que el juego y el arte nacen del asombro. No busco la explicación, entro en una situación de sensibilidad estética diferente del conocimiento del mudo».
Para Vallejo, igual que a jugar se aprende de los mayores, es necesario que estos creen el ambiente idóneo para el juego. Y esta preparación tiene que ver con crear confianza, está basada en la relación de la persona adulta con el grupo. El clima de confianza es el que genera las posibilidades de que haya espontaneidad en un momento determinado.
El conflicto
Otro de los elementos difícilmente discutible que lleva aparejado el juego es el conflicto. Elena Lobo insitió en esta características. Para esta psicóloga, el conflicto dentro tiene un papel principal en el aprendizaje de la socialización y que traducen «la necesidad de autoafirmación y el interés por el otro, por jugar con él». En cualquier caso, afirmó que «no hay juego sin conflicto, como no hay vida sin conflicto».
Para ella, el conflicto dentro del juego también sufre una evolución, como la propia acción de jugar, a lo largo del tiempo. Mientras que los bebés hasta los 10 meses tienen conflictos con la posesión de cosas relacionado con «la dificultad de las criaturas de saber dónde empiezan y acaban» ellas mismas, «a partir del 2º año, la naturaleza del juego cambia y predomina el juego de ficción; juegan con la realidad, a ‘como si… ‘, cogen la vida, la realidad, la manejan; vamos a perseguirnos como si nos odiáramos pero jugamos».
Es en esta relación con el otro en la que las criaturas siguen afirmándose a ellas mismas, pero ahora quieren realizar la actividad con otras. Y entonces surgen los conflictos. «Que sean capaces de resolverlos por sí mismos supone un paso enorme en la socialización».
En este sentido, Lobo aseguró que el grupo en el que se encuentra la niña o el niño también tiene un papel fundamental. A partir de los dos años, «el grupo empieza a ser un ente con cierta vida propia y uno tiene que conocer su papel en él».
Eso sí, no existen recetas (como en casi cada) sobre qué debe hacer la educadora ante una situación conflictiva. Lo primero, conocer muy buen a cada criatura y al propio grupo. En cualquier caso, según Elena Lobo, el conflicto debe resolverse en el momento en el que se produce, poco puede hacer alguien desde fuera sin ese conocimiento previo fundamental. Y este conocimiento pasa por las condiciones de trabajo de quienes están con las criaturas: tener tiempo, calma y un nivel de estrés no demasiado elevado que permita un mínimo de reflexión antes de la acción.
Alicia Vallejo abordó también la cuestión de la intervención adulta en el conflicto entre iguales para asegurar que lo suyo es intervenir lo menos posible. «Yo no intervengo en el conflicto entre iguales porque lo tienen que resolver ellos y, a veces, lo hacen mejor que yo», aseguró.