Gestión de las emociones
El confinamiento que estamos viviendo es una situación excepcional, que conlleva un importante estrés emocional y de gran incertidumbre: nos pone a prueba a todos, pequeños y mayores. Es más que probable que por casa aparezcan la frustración, el desánimo, la rabia, el cansancio, porque el hogar es el gran contenedor de emociones que no son fáciles de digerir, de interpretar ni de contener. Las personas mayores hemos aprendido unos recursos, unos mecanismos de defensa, para hacer frente a situaciones así. Pero los pequeños aún están aprendiendo y sus recursos son más limitados.
Estas personas mayores somos el “modelo” en casa siempre, pero en estas circunstancias es especialmente importante tenerlo en cuenta. Como también hay que entender el inmenso esfuerzo que representa para un niño o niña hacerse cargo de la magnitud y afrontar la inseguridad de este encierro forzoso. Encontrar los mecanismos y las salidas a todo esto es un gran reto en cada casa porque cada persona es un mundo y, este mundo de mundos en el que se convierte el hogar, conlleva convivir con formas de actuar, necesidades y prioridades no siempre coincidentes.
En este océano de incertidumbres, vividas a la vez por pequeños y mayores, nos toca dar seguridad en lo que debe ser una infalible certeza: las personas mayores estamos ahí, y a su lado.
Metidos de lleno en un ambiente que a menudo será propicio a los reproches y a perder los nervios, hay que saber dar valor a las pequeñas cosas que hacemos bien porque seguro que en muchos casos son el resultado de un esfuerzo de contención, de amabilidad, de voluntad de preservar un espacio acogedor y amable: la buena educación y los detalles hacen milagros. Y el buen humor, también.
Preservar espacios y momentos de intimidad es fundamental; negociando y acordando entre mayores y pequeños, claro. Y es que la convivencia forzada y continuada en espacios casi siempre compartidos no ayuda a analizar, desgranar, digerir los propios sentimientos, las propias emociones y reacciones; todo esto se hace mejor si tienes “tu” espacio. Y “tus” momentos. Respetarlos por parte de todos será una buena forma de ayudarles a crecer.
Y es importante que nos “dé el aire”, que respiremos física y emocionalmente. Es evidente que si hay ocasión de estirar las piernas más allá de las cuatro paredes de casa hay que aprovecharla. Pero también hay que encontrar la manera de ventilarnos anímicamente, recurrir a la actividad física, a la ficción, la expresión, el entretenimiento… probar con el aburrimiento. ¡No nos hará ningún daño!
Todos aprenderemos
Ponerse de acuerdo en unos mínimos de convivencia, asegurar un mínimo de espacio y de intimidad para cada uno y respetarlos, hacer soportables los días de confinamiento… es un monumental reto y, seguro, un gran aprendizaje para mayores y pequeños. Todos aprenderemos. Y lo aprendido será más significativo y relevante que nunca porque tiene lugar en el espacio y el tiempo más cotidianos y propios que ningún otro: en casa. Y en este espacio de aprendizaje los protagonistas principales serán madres, padres, hijas e hijos, grandes y mayores, adultos responsables y menores a cargo. No serán los maestros, las maestras ni las escuelas.
Quizás no siempre las cosas saldrán como habíamos planeado, incluso quizás no siempre podremos hacer planes; esta situación nos pone a prueba. Es entonces cuando los mayores de casa debemos dar valor y educar, con hechos, en la resiliencia.
Pequeños y adultos tenemos que hablar de lo que pasa. No temamos mostrar de forma asumible nuestra inquietud por la incertidumbre que percibimos; ¿hay algo que genere más incertidumbre que escuchar de boca de un dirigente de un gran país que quizás sea mejor mitigar los efectos sobre la economía antes que salvar unos miles de vidas? Necesitamos hablar de las emociones, responder a las dudas, explicar la necesidad de cuidarnos y la importancia de una actitud y compromiso colectivos para salir de esta todos juntos. Y poner en valor las buenas ideas, las propuestas y los sentimientos que expresan nuestros hijos e hijas.
En esta aventura hay que dar voz a todos y todas, y todo el mundo debe participar de alguna manera en las decisiones sobre los tiempos, los espacios, las actividades que hacer en casa durante este tiempo de encierro. Y asumir las responsabilidades, mayores o menores en función de la edad y las situaciones, que asumimos ante toda la familia. Esta es otra de las grandes lecciones que podemos llevarnos estos días.
La escuela, ahora, no es el centro de la vida en casa
La escuela y las tareas escolares, a pesar de que hay docentes y centros que se esfuerzan en ir proponiendo actividades y hacer su seguimiento, no somos ni podemos ser el centro de la vida en casa. Pero pueden ser una salida y un recurso interesante en muchos momentos, sin duda.
A diferentes situaciones, diferentes respuestas; no existe una única fórmula. Aprovechar las cosas cotidianas a nuestro alcance como recurso o situación de aprendizaje, siempre funcionará. Desde la perspectiva de docente, veremos grandes oportunidades en el ámbito de las competencias personales (autonomía, responsabilidad, mirada crítica, aprender a aprender) y de las competencias sociales (de relación y cuidado de las otras personas, cooperación, empatía). Captar e interpretar la realidad y expresarse pueden ser la base sobre la que hacer pivotar todas las actividades propuestas en casa.
Para con los pequeños siempre es oportuna una invitación a expresarse, a dibujar (preparémonos para algunas expresiones de agresividad, también, de miedo, de dureza, de desconcierto), a hojear cuentos (a solas o en compañía), al juego simbólico, en solitario o compartido con algún hermano o hermana si los hay.
A los y las mayores hay que dejarles que se expresen a su manera. Y que se comuniquen con compañeros o amigas. Y acordar los tiempos y las actividades; además de las creativas y libres también puede haber lugar para las intelectuales y más metódicas. Todo es posible ¿por qué no?
Hay un sinfín de recursos digitales a disposición. Pero no al alcance de todo el mundo; por tanto las propuestas virtuales deben ser voluntarias, no obligatorias, y evaluadas individualmente. Incluso la inflación de propuestas, sugerencias y actividades recomendadas que circulan por las redes puede llegar a resultar inquietante. Todo ello nos obliga a ser cuidadosos, críticos y prudentes.
Y cuando la actividad, la tarea hecha en casa, llegue a la tutora o profesor, hay que darle todo el valor que tiene por la dedicación y el esfuerzo que hay detrás de todo ello. Tiene que ser una valoración personalizada, individual, no estandarizada, porque fuera de la escuela las circunstancias en las que está cada niño, niña o joven, son diferentes y poco homologables. La evaluación, el curriculum, serán un entretenido tema de debate cuando los centros vuelvan a abrir las puertas.
Confinamiento y desigualdad
La realidad nos dice que no todas las casas son un buen espacio educativo. Que las alumnas y alumnos que más dificultades tenían cuando iban a clase también son los que más desatención educativa pueden tener ahora. Que, efectivamente, el confinamiento no tiene la misma afectación, en términos de acceso a entornos favorecedores del aprendizaje, en todos los jóvenes y niños por igual. Por eso hay que estar atentos a este problema y a estas necesidades. No tener escuela es una circunstancia difícil de compensar desde casa. Hacerlo con equidad parece una quimera, hoy por hoy. Sobretodo para este alumnado que no tiene otro espacio educativo que los acoja y atienda dejando en la puerta, como hacen la mayoría de centros, algunas diferencias aún demasiado determinantes e insalvables. Cada día que se quedan sin escuela pierden mucho más que un día de clase.
El oficio imprescindible
No tiene sentido, ni lleva a nada bueno, el debate sobre la mayor o menor utilidad de los oficios en tiempos de excepcionalidad. Lo que parece seguro es que el de madre y el de padre serán imprescindibles siempre.
Ricard Aymerich. Maestro y psicólogo. Confederación estatal de Movimientos de Renovación Pedagógica.