Empezamos mayo y los diferentes territorios tienen situaciones muy dispares, lo que lleva a constatar que lo que se ha venido en llamar “desescalada” será desigual entre ellos. Y si, hasta la fecha, el confinamiento ha convivido con debates sobre lo que habría de hacerse -en un país donde todo el mundo parece ser experto en epidemias-, ahora parece que se inicia una carrera para ver quién llega antes a la vida «normalizada».
Pues bien, me parece que no toca seguir jugando a adivinar el futuro, ni a que las comunidades autónomas tomen decisiones arriesgadas con la esperanza de ser las primeras y cruzar los dedos para tener suerte y acertar. Por eso, mi intención es hacer propuestas sólo sobre las certezas que tenemos a día de hoy y centrarme en aquellas cuestiones sobre las que las consejerías de Educación son competentes para actuar.
1. No se podrá volver a las aulas hasta septiembre. Es más, no se debe volver.
La estrategia que se ha dado a conocer así lo indica y, a mi juicio, es correcto. Eso no quita para que territorios donde lleven más de dos semanas sin un contagio, cuando estén en la fase donde se ha previsto que sea posible, puedan ir abriéndolos en los casos excepcionales indicados, pero la inmensa mayoría de los territorios no están en esa situación y algunos se encuentran muy lejos de ella.
Para volver a abrir los centros educativos para toda la población escolar, se deberían tomar estrictas medidas para garantizar que no se convertirán en focos de contagio. Y para ello, si hacemos caso de las medidas establecidas que son comunes para la mayoría de escenarios, entre otras cosas se necesitaría una separación de, al menos, dos metros entre cada alumno o alumna y con sus docentes. Es decir, que las ratios deberían bajarse desde el primer momento, al menos, al 50%. Alguna presidencia de comunidad autónoma dijo que lo haría y, cuando alguien le debió explicar que es imposible, lo dejó de repetir.
Y, ¿por qué es imposible? Porque eso nos obligaría a satisfacer previamente dos necesidades que no podrán ser cubiertas.
La primera, la contratación de un número de docentes que haría casi duplicar las plantillas actuales. Si las ratios bajaran a la mitad, debería hacerse; no hay otra forma. Y estoy dispuesto incluso a creer que tendrían la voluntad de hacerlo los titulares de la consejerías con competencias en Educación -aunque los recortes continuados en muchas comunidades autónomas no permitan ni imaginarlo-, pero como el dinero no es ilimitado, estoy seguro de que los responsables de las haciendas autonómicas no podrían permitirlo. Por supuesto que es necesario aumentar las plantillas y realizar todos los desdobles posibles, pero duplicarlas de un año para otro no es posible.
Incluso, haciendo un gran esfuerzo imaginativo, estoy dispuesto a pensar que en este contexto tan excepcional aprobarían presupuestos extraordinarios que lo permitieran. Sin embargo, sólo la dotación económica no lo haría viable porque faltaría solucionar la segunda cuestión: ¿cómo podríamos tener de repente el doble de aulas sin reducir a la mitad los espacios de las existentes? No hay duda, no podemos. Es imposible que alguien piense en construir en cuatro meses tantas aulas como ahora tenemos. Y tampoco sería una solución establecer dos turnos en los centros, porque además de impedir en ellos otras actividades no lectivas que serán necesarias, no serviría para que conciliaran todas las familias con el mundo laboral -verdadera preocupación de quienes quieren empezar las clases con todo el alumnado cuanto antes- y, además, la medida sería cuestionada por quienes sostienen -no entro en este debate ahora-, que las tardes no son buenas para enseñar.
Así que, volver todo el alumnado ahora a las aulas y, a la vez, mantener las medidas de distanciamiento físico, es sencillamente imposible. Y hacerlo sin guardar esas distancias sería un suicidio colectivo.
Propuesta: dejen de imaginar que es posible volver a los centros antes de septiembre y sométanse a la realidad.
2. Una parte del alumnado y de los docentes ha sufrido la pérdida de algún familiar o amistad, y de alguna puede que se enteren el día que vuelvan a las aulas.
Lo primero que habrá de hacerse cuando se vuelva a las aulas no será aplicar aquello de «como decíamos ayer» y continuar con las clases como si no hubiera pasado algo demoledor. La actividad curricular será posible acometerla sólo cuando antes se haya gestionado bien el estado emocional del grupo y, en donde sea preciso, se haya gestionado correctamente el duelo de algún integrante o de todo el colectivo.
No sólo habrá que dar salida a la necesidad de contar lo sufrido en el territorio familiar o de amistad, sino que habrá alumnado y docentes que no volverán a las aulas más, y eso se conocerá el día que se regrese a ellas. El impacto emocional en las personas y en los grupos afectados habrá que gestionarlo sobre la marcha y no será fácil ni rápido. Y si tratara de obviarse, como se ha hecho en demasiadas ocasiones durante la anterior «normalidad», la gestión del grupo podría dificultarse hasta límites insospechados.
Propuesta: contraten los recursos humanos especializados necesarios para atender esta necesidad y hagan que estén en los centros desde el mismo instante en el que se empiecen a incorporar alumnado y docentes, y pongan estrategias en marcha para aplicarlas y perfeccionarlas antes de que en septiembre llegue todo el alumnado.
3. Garantizar que los centros educativos no se conviertan en focos de contagio exigirá que estos tengan los recursos humanos necesarios para evitarlo.
En septiembre el coronavirus no habrá desaparecido. Es más, parece que podemos tener un nuevo brote hacia octubre. Y habrá que tener un control sanitario muy constante de la población escolar para frenar en seco cualquier punto de nuevo contagio en los centros educativos, hasta que, al menos, tengamos una vacuna efectiva o medicamentos que eliminen el coronavirus de cualquier cuerpo infectado.
Ante la imposibilidad de mantener medidas de distanciamiento físico, se deberán tomar otras. No parece muy eficaz, ni viable, que el alumnado lleve guantes y mascarillas diariamente y durante tantas horas como permanezcan en los centros, por lo que la apuesta parece más sensata hacerla por medidas de control de temperatura corporal y de observancia de síntomas. Y antes de que alguna mente privilegiada piense en encargar todo ello a los docentes, dejaré claro que, en mi opinión, no debe ni pensarse. Seguro que todo el mundo estará pendiente de los síntomas que otros puedan experimentar, pero el control de la temperatura y la observancia profesional de estos síntomas deberá hacerse por personal cualificado para ello. En algunos centros habrá, pero serán muy pocos.
No debe obviarse que, si se detectan rápidamente menores contagiados, desde los centros se podrá informar con celeridad para que las autoridades sanitarias actúen y acoten con prontitud cualquier nuevo escenario escolar y familiar de presencia del coronavirus, contribuyendo con ello al control y extinción de la pandemia.
Propuesta: contraten personal de enfermería para que haya, como mínimo, una persona con dicha función en cada centro educativo desde el mismo momento en el que algún alumnado vuelva a las aulas, y establezcan una coordinación efectiva con personal médico y epidemiológico.
4. La comunidad educativa tendrá que reforzar las medidas de higiene, por lo que los centros educativos deberán contar con los medios adecuados.
Con carácter global, la desinfección de los centros educativos deberá realizarse con alta frecuencia, por lo que deberán contar con los medios suficientes. Es lógico pensar que habrá lugares de los centros que podrán esperar a tener sólo una desinfección diaria o en periodos superiores, pero otras zonas, como aseos, seguramente no. El personal de limpieza del centro, siempre que esté formado para ello, lo podrá realizar, pero debe tenerse en cuenta que, salvo raras excepciones, sólo está presente fuera del horario lectivo. Garantizar la desinfección de los centros no sólo requerirá más tiempo diario de trabajo del personal sino presencia durante dichos tiempos lectivos.
Además, no debería pensarse que los docentes podrán controlar perfectamente lo que suceda en los aseos del centro educativo, por lo que debería reforzarse el personal de limpieza también para que puedan realizar dicha supervisión.
Por otra parte, la limpieza personal, tanto de alumnado como de docentes y resto de personal de los centros, exigirá dotar a todos los aseos de los materiales necesarios. Ya no se podrá convivir más tiempo con estos espacios sin, por ejemplo, geles y secadores eléctricos o papel para la limpieza de manos, y papel higiénico y cobertores para las tazas. Nunca fue aceptable, pero ahora ya es inexcusable.
Propuesta: incrementen la contratación del personal que presta servicios de limpieza, priorizando a quienes estén formados en tareas de desinfección de zonas y formando a quienes no lo estén, y doten a los centros de suficientes materiales para limpieza y aseo personal.
5. Tenemos cuatro meses para poner los centros educativos al día.
Cada año nos encontramos con un par de meses mal contados para que se hagan las reparaciones y ampliaciones en los centros educativos, pero esta situación excepcional nos facilita un periodo mayor, si se quiere aprovechar. Y debería hacerse.
Todas las comunidades autónomas tendrán obras de mayor o menor envergadura pendientes, y los ayuntamientos actuaciones de mantenimiento. Además, se podrían realizar otras que son importantes pero que no estaban previstas para este verano y que, por similar vía de urgencia que ha permitido la contratación de múltiples cuestiones ligadas con efectos directos o indirectos de la pandemia, se pueden aprobar rápidamente.
Propuesta: pongan rápidamente en marcha obras que no deberían seguir esperando y adelanten otras, ayudando además con ello a revitalizar la construcción y sus servicios auxiliares, algo que preocupa a muchos responsables autonómicos y a una buena parte de la sociedad.
6. Las TIC ya no pueden ser el futuro a implementar en la educación, sino el presente como herramientas en nuestras aulas.
Si algo ha demostrado este periodo de educación a distancia es que nos ha pillado con el pie no sólo cambiado sino fuera del presente.
Con relación al alumnado, una buena parte no puede seguir dichas enseñanzas. Ni tenían dispositivos que lo hicieran posible, ni se les han facilitado a la inmensa mayoría de los que carecían de ellos. Ni tenían destreza en su uso para aprender sólo con ellos, ni ha dado tiempo a enseñarles incluso a quienes tenían los dispositivos. Y de cara al próximo curso, al menos de momento, las actuaciones de la mayoría de las consejerías con competencias en Educación se centran de nuevo en mantener los programas de préstamo de libros de texto en papel. Sin que ahora sea prioritario eliminarlos, por varias razones, no son suficientes estos programas y deberían convivir con planes específicos para dotar de herramientas tecnológicas a todo el alumnado.
Por otra parte, se ha dado por supuesto que todo el profesorado está trabajando sin problemas a distancia -teletrabajando como se dice ahora- y eso no es cierto. Cuando tenemos elecciones a cualquiera de los parlamentos estatales o autonómicos, elegimos unos representantes cuyo trabajo se considera tan esencial que se les facilitan nuevos teléfonos móviles y tablet con conexiones a internet. A nuestras y nuestros docentes, que desde luego no son menos esenciales, para su trabajo en sus casas -que por la legislación actual es un mínimo obligado de siete horas y media a la semana-, en el mejor de los casos, se les da las gracias por poner sus propios equipos. Obviamente, estos dispositivos y las aplicaciones que tienen instaladas dependen del nivel de inversión que cada docente puede y quiere permitirse, así como su interés y capacidad para realizar una inmersión real en unas herramientas de enseñanza a las que las consejerías de educación no suelen prestar la debida atención.
A día de hoy, hay plataformas educativas autonómicas que siguen sin funcionar correctamente -después de lustros de gastar mucho dinero en ellas- y otras alternativas, privadas y sobre las que no se ha hecho un debate suficiente sobre lo que suponen, tampoco llegan a todo el profesorado por diferentes razones. Hablar de utilizar programas de uso libre muchas administraciones lo dejan para el siglo XXII, si acaso.
A esto hay que añadir que el profesorado necesita un tiempo que no tiene para ponerse al día con cada cambio que se hace en las plataformas o con las nuevas herramientas que se ponen a su disposición. Su nivel de entrega está siendo máximo de forma mayoritaria, pero el apoyo que recibe es escaso y suele llegar tarde, porque se sigue actuando como si estuviéramos en la sociedad del siglo XX, aquella en las que las TIC eran unas recién llegadas. No es casual. La actuación deliberada por la que se hace agrandar diariamente la brecha digital muestra ahora una realidad tremendamente cruel. Si no fuera por el esfuerzo impagable del profesorado, que dedica horas y horas de confinamiento a aprender sobre la marcha, la actividad lectiva se habría paralizado casi en su totalidad. Es más, un debate que se ha rehuido es si debería haber sido así por el bien del alumnado, sus familias y sus docentes. Y hablo de la actividad lectiva curricular, no de seguir con el contacto entre el alumnado y sus docentes, algo que considero emocionalmente imprescindible que se mantenga en la medida de lo posible.
Lo anterior supone que cada docente está trabajando de forma desigual a sus compañeras y compañeros de profesión, llegando más o menos lejos en su tarea docente a distancia -y presencial- en función de múltiples factores que escapan, muchas veces, a su propio control. Y no es lo mismo tener nuevos materiales elaborados por el docente orientados a potenciar las competencias del alumnado, que este último sólo tenga acceso a clases magistrales grabadas que reproducen lo que hubiera pasado en las aulas en un entorno presencial. Sin entrar en qué es mejor en cada caso, los resultados de una y otra no serán los mismos y, quizás, se usen de forma errónea en muchos casos. Eso sí, seguro que con la mejor de las voluntades. Pero la voluntad, siendo imprescindible, por sí sola no basta.
Y no solo de cara a cambiar la realidad de la educación actual sino porque es posible que en octubre tengamos un rebrote de la epidemia y quizás deban cerrarse los centros de nuevo algún tiempo, no podemos volver a pasar por un momento como el actual sin que los responsables políticos hayan aprendido algo sobre este tema y actuado en consecuencia.
Propuesta: doten de equipos informáticos y conectividad a alumnado y docentes, con aplicaciones comunes que permitan una interacción sin complicaciones añadidas por estar trabajando con medios desiguales y deficitarios, o por carecer de ellos.
Seguro que podremos llamar la atención sobre otras cuestiones más adelante, pero sobre estas me parece imprescindible que se actúe en este momento. Espero que las tengan en su mente las personas que están al frente de las comunidades autónomas y, especialmente, de las consejerías con competencias en Educación. De lo contrario, les pido a estas personas que mediten seriamente sobre ellas y las pongan en marcha. Sin todo lo anterior resuelto, no deberían abrir los centros educativos.