Un astrónomo que miraba a través de un telescopio de 5 metros declaró que iba a llover. Su ayudante le preguntó: “¿Cómo lo sabe?” “Porque me duelen los callos”.
McLuhan, M. y Fiore, Q.
Es urgente, la escuela debe cambiar. Llevamos décadas diciéndolo antes del COVID-19. Lo preocupante es que la virtualización de la enseñanza -fruto de la pandemia- no está dirigiéndose hacia la innovación educativa. Está provocando la elaboración de herramientas que facilitan procesos obsoletos y de añejas prácticas educativas -exámenes, tareas, control del alumnado, etc.-. Prácticamente ninguna de aquellas que permiten avanzar en modelos de aprendizaje para espacios híbridos como el que se presentará en los próximos años.
La escuela debe cambiar, pero no anclada en el control y la virtualización de la desigualdad, por muchos cacharros tecnológicos que lo avalen. El cambio debe suponer aprender a vivir en un mundo híbrido en el que las competencias más importantes no son el manejo de dispositivos, si no el compromiso con las personas que los habitan. Estos son los Proyectos de Aprendizaje de los que me gustaría ocuparme en adelante como docente.
Virtual vs. Real
En 1992 Neal Stephenson publica su mítica novela Snow Crash en la que describe un escenario hasta el momento desconocido: el metaverso. Un mundo virtual en el que los humanos interactúan social y económicamente en un ciberespacio.
La visión del autor hizo rebosar ríos de tinta sobre las posibilidades de la virtualidad como espacio alternativo para habitar las relaciones, los consumos e, incluso, el aprendizaje.
Pocos años después -en 2003- una empresa estadounidense -Linden Lab- diseña un mundo virtual en que es posible construir avatares que permitían comprar, aprender o relacionarse. Fue el nacimiento de Second Life y decenas de compañías se lanzaron a la compra de espacios virtuales que luego resultaron ser poco productivos económicamente. Hoy prácticamente nadie los habita, pero en aquellos primeros años del siglo XXI las universidades se lanzaban a este nuevo metaverso asegurando que abría grandes posibilidades en la enseñanza y el aprendizaje: “El futuro de la educación está en la virtualización”, decían. Un ejemplo de ello lo protagonizaron proyectos de investigación internacionales -entre los que participó activamente España- que buscaban explorar las posibilidades formativas de un escenario virtual como este. En 2017 la empresa intentó un nuevo relanzamiento de Second Life apoyado por los avances de la realidad aumentada. Sin embargo, podemos decir que hoy es poco más que un espacio de juego virtual en el que las empresas no invierten de la manera esperada en su momento.
Algunas décadas antes de finalizar el milenio -y en los albores del presente- se inició en educación la fiebre de la tecnología. Recuerdo que los centros -y las administraciones- se lanzaron ávidos a consumir pizarras digitales y toda suerte de cacharros. Hicieron ver a sus docentes la revolución que estos suponían y diseñaron para ellos cientos de cursos de formación. Algunos han soportado el paso del tiempo como herramientas adecuadas para apoyar las decisiones de los docentes o su modelo de formación. Otros muchos supusieron frustrantes inversiones poco o nada rentabilizados.
Hoy asistimos a un escenario similar. El cierre de las escuelas ha sido un revés importante para el aprendizaje de nuestros alumnos. Como era de esperar, docentes, alumnado y familias han hecho lo que han podido: intentar que los cursos terminen con las heridas lo más leves posible. Sin embargo, asistimos a un espectáculo esperpéntico en el que algunos se lucran y otros encuentran un nicho discursivo en torno a una innovación que más bien retrae la enseñanza nuevamente siglos atrás. Eso sí, acompañada de dispositivos y aplicaciones que solo algunas personas y territorios pueden poseer. Una vez más, la educación marca una brecha de desigualdad obscena. Lo triste es que decenas de voces acreditadas parecen olvidar esto para celebrar la existencia de una conectividad que solo llega -en el mejor de los casos- al 50% de la población.
La discusión no es si la educación debe redirigirse hacia la virtualidad. Más bien, se trata de entender que el escenario que habitamos en la actualidad es híbrido -físico y virtual- y profundamente desigual en el acceso a la conectividad, a los recursos y la igualdad. Lo relevante no es disponer de aplicaciones que nos permitan reproducir los modelos tradicionales de la enseñanza con nuevas herramientas. Lo necesario es formar a nuestros aprendices en las competencias que necesitan para habitarlas -de forma crítica y reflexiva-. También ayudar a ampliar la mirada hacia una realidad de desigualdad en las personas, los ecosistemas y territorios. Este es el nuevo escenario híbrido.
La lógica del consumo
Cualquier crisis es un nicho de riqueza para algunos. Era de esperar que cualquier acontecimiento provocara una oportunidad en determinadas empresas educativas y mediáticas. Extender las redes de los productos online como panacea para una docencia adaptada a la pandemia es una inteligente política empresarial.
Sin embargo, agradezco mucho a aquellos docentes que se resisten a este discurso y solo emplean las herramientas tecnológicas en función del servicio que ofrecen y no del escaparate que muestran.
La actual situación de pandemia ha obligado a la reclusión del planeta. Los efectos de este confinamiento no pueden medirse -exclusivamente- en relación con el primer mundo. El agua potable no es un bien generalizado, las mascarillas no son de uso habitual en decenas de espacios que he tenido ocasión de visitar con decenas de docentes en formación. La alimentación básica tampoco está asegurada en el planeta. El confinamiento no es igual en una familia de un barrio empobrecido de Madrid que en otro de la misma ciudad. Mucho menos en las condiciones de vida de millones de personas que habitan nuestro planeta sin comida, casa o agua potable.
Sin embargo, se ofrece la tecnología como solución a la educación en tiempos de pandemia. La razón que asegura el desarrollo de la tecnología como recurso es la rentabilidad que ofrece. Las empresas tecnológicas pueden estar contentas con la inmersión de sus productos en el ámbito educativo.
Fruto del cierre de escuelas y confinamiento provocado por la COVID surgen altas las voces que ponen encima de la mesa las posibilidades que ofrece la tecnología y la educación online.
Sobre esta discusión hay dos elementos que exigen solución:
- La tecnología y la conectividad no llega a todo el mundo. Lo hace -en condiciones aceptables para diseñar un proceso educativo- a menos de la mitad de la población del planeta. Por lo tanto -como bien alertan numerosas voces- puede ser un importante elemento que aumente aún más la desigualdad.
- Los canales tecnológicos, las redes y las aplicaciones diseñadas para la enseñanza -como para cualquier otra cosa- no son neutros. Al margen del destacable sesgo ideológico que tienen, también reproducen modelos tradicionales de enseñanza. Son los procesos de control, tareas, fiscalización y estandarización de los procesos los ejes sobre los que se construyen. En definitiva, no sirven a la innovación educativa en tanto que compromiso ideológico con la construcción de personas críticas y comprometidas.
La lógica del aprendizaje
Desde mi punto de vista, la educación es un arma para el cambio social. Debe servir a las necesidades de los aprendices para comprender -críticamente- el mundo que habitan y transformarlo. Esta transformación no solo es una opción global en términos políticos o estructurales. También lo es en términos micro: su forma de vivir sus deseos, sus relaciones personales, sus afectos, sus ánimos laborales y de participación comunitaria.
Creo que el valor más interesante que puede tener la educación, para nuestros aprendices es el de dotar de competencias para ampliar la mirada sobre la realidad que habitan y emprender acciones que lleven a cambiarla.
Desde esta mirada de la educación es desde la que te hablo. Y es desde ella desde la que debo decir que la lógica del aprendizaje en una realidad hibrida como la que habitamos es la de conseguir que las personas que aprenden lo hagan sobre las destrezas que permiten adquirir estos procesos de pensamiento y acción. La reproducción de contenidos, valores y destrezas útiles hace siglos de poco pueden servir a ciudadanos de la realidad hibrida.
Esto no es algo nuevo. Ya en 1967 Mc Luhan y Fiore lo decían así:
Es de la mayor urgencia (…). El aula lleva a cabo una lucha vital por la supervivencia con el “mundo exterior”, enormemente penetrante, creado por los nuevos medios informativos. La educación debe apartarse de la instrucción, dejar sus clisés e ir hacia el descubrimiento, hacia el sondeo, la exploración y el reconocimiento del lenguaje de las formas. Hoy los jóvenes rechazan las metas. Quieren desempeñar roles … R-O-L-E-S. Es decir, compromiso total. No quieren objetivos o puestos fragmentarios, especializados. (Mc Luhan, M. y Fiore, Q. (1967): El medio es el masaje. Un inventario de efectos. Barcelona, Paidós)
La buena noticia
La COVID-19 es una lupa de aumento. Es la lupa que hace visible que la educación debe cambiar. La urgencia es centrar la mirada en el desarrollo de competencias relevantes para habitar y cambiar un mundo en colapso.
No es la tecnología la que va a protagonizar el cambio. Serán los docentes que apuestan por el cambio los que harán.
La necesidad es hoy -más que nunca- formar ciudadanos capaces de desarrollar una mirada ética y solidaria. Una mirada crítica que responda a la urgencia que ha hecho visible la pandemia y se manifiesta incompasible en el norte y devastadora en el sur.
El desarrollo de un pensamiento crítico y la capacidad de acción congruente con este pensamiento no lo ofrecen los modelos tradicionales de enseñanza aunque sean protagonizados por nuevas herramientas tecnológicas. Decenas de voces están denunciando su uso obsceno en la pandemia. Lo que necesitamos es reconocer humildemente que la educación necesita un cambio radical. Que este solo será posible gracias a un cambio de mirada sobre ella. Este cambio de mirada debe ser una alianza entre quienes la protagonizan -alumnado, docentes, familias, comunidad y administraciones-. La tecnología puede ser un gran aliado, pero solo lo será si sabemos situarla como la herramienta que es. No como la innovación misma. Esto sería un gran error.