Vaya por delante que yo defiendo la presencialidad total en la educación, formato que se podía haber garantizado para todo el alumnado con ratios bajas si se hubiera invertido lo suficiente y no se hubieran desaprovechado varios meses. La semipresencialidad sólo la contemplo como una opción para la enseñanza cuando al alumnado, mayor de edad, le es imposible asistir de forma presencial a un horario intenso de clases por cuestiones laborales o familiares que lo impidan, cuya aplicación práctica más conocida en nuestro país es la UNED.
Pero dado que algunos gobiernos autonómicos insisten en plantear la semipresencialidad, hasta el punto que figura como posibilidad que desarrollar en el acuerdo alcanzado en la Conferencia Sectorial y se plasmará en realidad en los próximos días, conviene meditar sobre lo que esto supone.
Obviamente, la semipresencialidad no es otra cosa que una mezcla entre enseñanza presencial y a distancia. Y la que ahora se anuncia está orientada hacia dos posibles formatos. En uno se reduce a la mitad la presencia en las aulas, planteando una especie de «2-3 de 5», porque sólo se darían clases en el centro 2 o 3 días y el resto sería a distancia. En el otro, las clases se darían 4 días en el centro educativo y el quinto a distancia. A este formato le llaman ahora «1 de 5″.
En una situación de confinamiento como la vivida, parecía no haber otra opción que dar clases a distancia y se hizo como se pudo con la mejor voluntad, pero la evidencia reciente ha demostrado el fracaso de utilizar este formato en la enseñanza no universitaria. Como las razones de ese fracaso se han expuesto en las últimas semanas, no me extenderé en ellas, pero los análisis coinciden en concluir que no se ha garantizado la equidad en el proceso educativo y la desigualdad de oportunidades se acrecentó. Sin embargo, se insiste en ella sin que sea forzada por un nuevo confinamiento. ¿Por qué? Las razones no son educativas, pero tampoco sanitarias ni de conciliación. Son económicas.
No son educativas porque nada ha cambiado lo suficiente para que ahora sea un éxito lo que fracasó antes del verano. Además, ambos formatos se plantean de manera que determinadas materias puedan quedar para ser impartidas solo a distancia -incluso algunas se ven casi al borde de su eliminación. Ya saben que hay quien sigue pensando en las troncales y las de “relleno que hacen perder tiempo para las importantes».
No son sanitarias, salvo que se haya descubierto que el coronavirus es selectivo y respeta al alumnado los días que está en los centros educativos, teniendo previsto contagiarles justo los días que no van a clase, y así se le da esquinazo. Pero dado que los epidemiólogos dicen que sobran 15 minutos de contacto para poder quedar contagiado, ninguno de estos dos formatos de semipresencialidad sirven para esquivar la pandemia.
Tampoco son de conciliación, puesto que los problemas que genera el formato 1 de 5 sólo serían solucionables, en teoría, si se abordara un cambio que implantara la semana laboral de cuatro días. Pero ni así, porque obviamente el día de a distancia le tocaría a cada alumno/a en uno distinto de la semana, ya que si todos se concentraran, por ejemplo, en viernes, habríamos reducido el tiempo escolar pero no se alcanzaría la reducción de ratios que dicen buscar. En el formato 2-3 de 5, con dos bloques de alumnado, aún hay menos posibilidades de atender esta presencia en las casas manteniendo el trabajo. En ambos casos, nadie ha pensado realmente en las familias, salvo para que vayan a trabajar sí o sí. Eso sí, se sigue pensando en la mujer para que se quede en casa al menor problema de conciliación.
Cierto es que se plantean para «los que ya son mayorcitos» y que se habla siempre de las posibilidades del teletrabajo, pero no todos los trabajos son susceptibles de ser realizados desde el hogar uno o varios días a la semana; y puede que sean «mayorcitos», pero siguen siendo menores y no parece muy adecuado que sea la Administración quien fuerce a que se queden solos en casa muchas horas a la semana.
Y sí, son económicas. Eliminando 1 de cada 5 días de presencialidad, se libera el 20% del horario del profesorado, con lo que se puede desdoblar la cuarta parte de los grupos que estén en el centro. Eliminando 2 o 3 días, se puede llegar a desdoblar todos los grupos. Estos planteamientos reducen sustancialmente las necesidades de contratación de profesorado, buscando una máxima muy presente en el ámbito educativo: los cambios a coste cero. Siendo precisos, a coste cero para la Administración educativa, pero no para las familias.
Quede claro que, en mi opinión, la semipresencialidad en la enseñanza no universitaria, con la legislación actual y fuera de una situación de confinamiento, no tiene respaldo legal. Pero, como insisten en no garantizar la presencialidad total para todo el alumnado, expongo que se considere un sistema que denomino de «presencialidad en alternancia», al que también debería darse un respaldo legal transitorio que ahora no existe. Se basa en lo siguiente:
- Los grupos quedarían divididos a la mitad, salvo los que por su ratio actual o su reagrupamiento y división en grupos más pequeños sea posible y lo haga innecesario. Cada grupo tendría dos semanas de actividad presencial y otras dos a distancia. Y se alternarían, es decir, mientras uno está en presencial, el otro está a distancia.
- Los docentes mantendrían su horario presencial completo y darían clase a los dos grupos, a cada uno en el momento de presencialidad que le corresponda. Es decir, podrían mantener la estructura habitual de horarios y cuando se pudiera recuperar la presencialidad total del alumnado, no habría que volver a configurar horarios ni el resto de la organización diaria del centro.
- Los docentes ajustarían el currículo a impartir para que sea abordado en las semanas de presencialidad. Repetirían con el segundo grupo lo realizado con el primero, para que vayan al mismo ritmo y se pudiera realizar el reagrupamiento sin desfases tan pronto la situación de la pandemia lo permitiera. Ni se eliminaría ni se daría a distancia materia alguna.
- Los grupos se dividirían considerando los agrupamientos de amistad natural del alumnado, puesto que eso facilitará organizar los trabajos durante los periodos de a distancia. Basta con solicitar al alumnado de cada aula que propongan sus grupos con un aproximado y máximo de 5 alumnos/as por grupo. Estas amistades se mantienen normalmente fuera del aula, por lo que así no se fomentan contactos que no se vayan a producir de todas formas. Se debería tener especial cuidado para hacer coincidir en los turnos a los hermanos que están en diferentes grupos.
- La enseñanza en los periodos de a distancia sería prioritariamente por proyectos, a trabajar en los grupos que se crearan. Esto permitiría que pudieran agruparse en la casas de los integrantes del grupo y reduciría las posibilidades de trabajo individual del alumnado en casas donde se encontraran solos, aliviando con ello los problemas de familias en las que todos los adultos trabajen fuera de casa en horario lectivo. La enseñanza versaría sobre lo enseñado en el tiempo presencial, sin impartir materia nueva, y se potenciaría especialmente la adquisición de competencias.
- Se contratarían docentes cuya función sea exclusivamente la atención a distancia de varios grupos. Esto rebajaría las necesidades de contratación de personal -algo buscado por las Administraciones al plantear la semipresencialidad-, así como liberaría de la enseñanza a distancia al profesorado actual de los centros y cuya jornada laboral presencial seguiría siendo completa. El personal contratado ya lo sería para un trabajo a distancia, por lo que disminuirían teóricamente las posibilidades de que sea contratado alguien que no esté dispuesto y capacitado para trabajar así. El tiempo de coordinación entre el profesorado presencial y el de a distancia podría existir sin necesidad de incrementar las jornadas habituales. Y al profesorado no se le pediría que atendiera a la vez la enseñanza presencial y a distancia, algo que genera serios problemas.
- Al tener una alternancia de dos semanas, cada grupo pasaría una especie de cuarenta fuera del centro después de cada periodo presencial, con lo que las posibilidades de controlar los rebrotes serían mayores, y el aislamiento de los grupos que deban ser aislados es más fácil. Y las familias verían que esta alternancia tiene sentido desde el punto de vista de vigilar la salud de sus hijos e hijas y de controlar cualquier posible rebrote. Si se cuestiona la presencialidad total -no debería hacerse ni consentirse-, que al menos sea para ser coherentes con el escenario de convivir con una pandemia.
- Cuando en un grupo se detectara un contagio, si estuviera en un momento presencial pasaría a estar a distancia hasta pasar la cuarentena, y el grupo a distancia pasaría a ser presencial hasta que se pudiera retomar la alternancia. Si el contagio se detectara cuanto el grupo estuviera a distancia, bastaría con mantener la situación existente en ambos grupos hasta poder recuperar la alternancia.
- Si en un grupo se aislaran los infectados hasta su curación, el resto de alumnado cuyas pruebas confirmaran su no afectación podrían recuperar el ritmo de alternancia tan pronto la superación de la cuarentena lo permitiera.
- Para las familias cuyos adultos trabajaran los dos, se podrían establecer medidas de teletrabajo por periodos de dos semanas en empresa y casa, siempre que su actividad lo permita, para lo que se pueden dar ayudas a estas familias y a sus empresas que lo hiciera viable. Si la actividad no permite el teletrabajo, se pueden plantear medidas laborales similares a los ERTES -una especie de ERTE por motivos de conciliación escolar-, que en este caso serían de dos semanas de trabajo y dos de libranza, en el que las Administraciones aportarían los fondos para complementar el salario que la empresa ya no se vería obligada a pagar y que permitiría mantener el nivel de ingresos a éstas. Esta aportación debería tener topes salariales para no abonar complementos salariales que estén por encima de lo razonable. Incluso podría usarse la figura del contrato de sustitución para que la empresa lo usara para cubrir un horario que quedara sin atender. Y, por otra parte, para las empresas que tengan a su personal teletrabajando durante las semanas de confinamiento, sería más fácil de organizar y de atender las ratios en sus sedes, estableciendo igualmente dos bloques de trabajadores que se alternarían entre casa y empresa.
- Al complementar esta alternancia con una entrada y salida escalonada en los centros educativos en al menos tres franjas, podría mantenerse sin demasiados problemas el recreo y el comedor escolar, porque se concentrarían cada media hora como máximo la sexta parte del alumnado del centro. También sería innecesario modificar su tipo de jornada lectiva diaria -algo que se propone aprovechando el momento y que nada tiene que ver con enfrentar la pandemia. Las actividades extraescolares o las rutas de transporte, con la necesaria ayuda económica, podrían seguir desarrollándose.
Sé que habrá quien diga que una propuesta así no se puede implementar de la noche a la mañana porque, además necesita, en algunos extremos que varias Administraciones se coordinen, pero teniendo en cuenta que el curso está empezando y que aún se está comenzando a contratar docentes en la mayoría de las comunidades autónomas, así como que los equipos directivos todavía necesitan saber algunas cosas para terminar de organizar el curso, imposible no es y, en mi opinión, es más sencillo este formato que inventarnos otros que generan problemas de conciliación más irresolubles.
Dejo claro que lo planteo sólo como solución temporal, alternativa a la semipresencialidad que nos imponen, y para tener en cuenta de manera especial cuando ahora aumenten los contagios en los centros educativos y se piense en su cierre, para evitarlo. Y puede ser una alternativa a cargarse de nuevo la presencialidad para endosar un nuevo periodo de enseñanza a distancia.
No olviden dos cosas: tampoco es perfecto el sistema completamente presencial y querer es poder.