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Una vez aprobada la LOMLOE, un paso imprescindible para volver a poner el sistema educativo en la senda adecuada, llega la hora de realizar los cambios profundos que la nueva legislación nos va a permitir realizar. Sé que habrá quien siga con la campaña de falsedades creadas sobre los cambios en la LOE que la recién aprobada Ley ha trasladado a su articulado, pero me parece que su obstinación en crear falsas polémicas les tendrá ocupados en sus absurdos mientras los demás, si no perdemos inútilmente el tiempo con ellos, nos podremos emplear a fondo en desarrollar la legislación que permita llevar a la práctica todas las posibilidades de mejora que la Ley plasmará en el BOE.
No descubro nada si afirmo que una de las cuestiones fundamentales es el cambio del currículo escolar. En mi opinión, es este un asunto donde con seguridad también nos jugamos el futuro de nuestra sociedad. Y creo que si se hace una reforma inteligente daremos un salto sustancial de muy difícil reversión. Sobre todo si aprovechamos de forma coherente el amplio consenso que existe sobre la idea de que tenemos un currículo escolar que debe ser cambiado porque no responde a las necesidades actuales de nuestra sociedad.
Cada día que pasa hay mayor acuerdo respecto sobre que tenemos que caminar rápido hacia un verdadero currículo competencial, abandonando el obsoleto de contenidos desestructurados que tenemos actualmente. Pero este cambio ni será fácil ni será tan rápido como parece que debería ser. En mi opinión, vamos a necesitar un currículo de transición para viajar desde un modelo hasta el otro.
La situación actual: miedo al abismo
Incluso quienes más convencidos estamos de la necesidad del cambio curricular -y por muy optimistas que seamos-, somos conscientes del abismo al que nos enfrentamos. Sabemos que tenemos que componer la nueva melodía y dudamos sobre qué instrumentos tocar más que otros, pero sí sabemos que tocar teclas incorrectas sería fracasar y desaprovechar una oportunidad histórica. Y estamos ante un abismo, nos guste o no verlo así, porque esa es la sensación que viven todos los intérpretes llamados a componer y tocar la melodía.
El profesorado viene siendo empujado desde hace años a realizar el cambio, pero salvo una parte que se ha lanzado a incorporar el enfoque competencial en su práctica docente diaria, la mayoría no ha dado ese paso aún de forma definitiva. Y es lógico que así haya sido porque, aunque el discurso oficial era sobre la necesidad de hacerlo, la Lomce regulaba su quehacer diario obligando a los docentes a trabajar con un currículo enciclopédico, memorístico y absolutamente encorsetado por el listado detallado de estándares de aprendizaje y criterios de evaluación. Sólo quienes se han atrevido y han podido romper ese corsé, han avanzado por el camino del enfoque competencial. Eso sí, con el miedo a ser señalados como transgresores y a que aparecieran posibles represalias para combatir su osadía.
Las familias también han escuchado el discurso competencial, pero su formación personal no estuvo basada en ese enfoque y de forma general desconocen qué significa exactamente. Su vida diaria está normalmente ligada a un currículo de sus hijos e hijas que se plasma en libros de texto, deberes repetitivos y desmoralizadores, memorización de contenidos separados en asignaturas, y evaluaciones en las que se vomita lo memorizado con el objetivo de obtener una nota numérica que salve el suspenso y la posible repetición. Decirles que todo esto cambiará de la noche a la mañana les produce desconcierto. Ni se lo creen ni quieren creérselo porque piensan que les dejará sin capacidad de seguimiento del progreso escolar de sus hijas e hijos según saben -o creen saber- hacerlo ahora.
Sin embargo, el alumnado está ante un abismo muy distinto, ya que su vida real se desarrolla aprendiendo a ser competente en múltiples aspectos, pero sufre desconexión con la escuela porque la enseñanza que recibe se aleja precisamente de su realidad diaria. Si desde su entrada en el sistema educativo viviera siempre en un enfoque competencial, no sufriría esa desconexión y no tendría problemas en aprender con un currículo configurado con dicho enfoque. Eso sí, quienes llevan muchos años dentro del modelo actual, seguramente sentirían el mismo miedo si todo cambiara repentinamente. Aunque, en mi opinión, su capacidad de adaptación es tal que, cambiando hacia un modelo que guardara relación con su vida diaria, se lanzarían con éxito a un abismo que para ellos no existiría.
Teclas que tocar para un nuevo currículo transitorio
En mi opinión, hay varias cuestiones a tener en cuenta ahora que toca ponerse a redactar los nuevos decretos de currículo. Apunto varias teclas que tocar.
- En lugar de intentar encajar las competencias de forma transversal y agrupar con la nueva normativa distintas materias por ámbitos con la esperanza de que se acierte con dichas agrupaciones, pienso que el nuevo currículo debe estructurarse según dichas competencias y no según las distintas materias. Es decir, que el currículo debería definir específicamente las competencias que todo el alumnado deba haber adquirido al terminar la enseñanza obligatoria (ESO) y fije los puntos intermedios que deban haberse conseguido al finalizar las diferentes etapas previas (infantil y primaria). Las materias serían la herramienta y no el objetivo que superar. Por supuesto, se trata de que esas tres etapas se vean como un continuo que va superando hitos en el proceso educativo, y sin que pierdan su identidad propia.
- Es importante realizar una revisión de los contenidos de cada materia -porque seguirán existiendo-, adelgazándolos al eliminar todo lo superfluo o desfasado, pero yo no le dedicaría demasiado tiempo a este proceso sino que le daría autonomía real a los docentes para que puedan seleccionar y priorizar en los centros lo que consideren oportuno en cada momento para lograr los objetivos marcados. Lo saben hacer, solo necesitan que se confíe en ellos.
- La revisión del currículo, sin menospreciar lo que pueda hacerse por equipos de expertos del mundo teórico, pienso que debería encargarse a grupos de docentes de las diferentes materias y etapas que están en las aulas en la actualidad. Estoy seguro de que el profesorado que lleva años dando clases de una materia en una etapa determinada sabe lo que debe priorizarse en esos cursos y puede argumentarlo perfectamente. Con grupos de trabajo amplios y diversos seguro que se consigue más que por los métodos tradicionales con los que se ha configurado el currículo actual. Y se trata de hacerlo bien, no en tiempo récord.
- No debería hacer falta debatir sobre qué materias aparecen o desaparecen de los decretos curriculares, sino que todas ellas pueden aparecer, incorporando las que se consideren oportunas, pero sirviendo sus concreciones en el BOE y los boletines oficiales de las comunidades autónomas como guías para el docente, en lugar de temarios inabarcables que deban ser abordados en todos y cada uno de sus extremos. Todas aquellas materias que no sean mencionadas expresamente en la ley podrían tener también un desarrollo curricular y ser publicadas en los boletines oficiales, de manera que puedan ser elegidas como optativas por alumnado y centros educativos, siendo impartidas siempre que ello sea posible. Acabemos con debates estériles.
- Tampoco creo que haya que dedicarle mucho tiempo a reglamentar qué materias deben ser agrupadas en determinados ámbitos. Deberíamos confiar en los centros educativos y en las agrupaciones que puedan ir haciendo en función de sus proyectos educativos -verdaderos eufemismos hasta la fecha en la mayoría de los centros- y de los recursos humanos con los que cuenten en cada momento. Puede que haya algún agrupamiento discutible, que seguro que será corregido por la fuerza de la práctica y la participación de una inspección educativa a la que se permita servir de ayuda, pero lo que sí es seguro es que el café para todos no funcionará.
- Se podrían configurar materias optativas para la ESO basadas en el conocimiento elemental de ramas de la formación profesional, de manera que el alumnado que las elija pueda ir tomando contacto con un área que le pueda resultar atractiva sin necesidad de salir de dicha etapa para ir a la FP antes de lo que desee -o sin desearlo- y para que pueda valorar si ese camino le gustaría tomarlo o no después de conocerlo mínimamente. Esto permitiría que un alumno o alumna pudiera contactar durante la ESO de forma muy elemental con varias áreas de la FP.
- Si las materias opcionales pudieran cursarse en horarios distintos -por ejemplo en la tarde- y en otros centros -incluso específicos de FP cuando proceda-, se abrirían nuevas posibilidades organizativas y podría mejorar la optatividad real del alumnado.
- Por supuesto, es imprescindible para tener una enseñanza competencial que la evaluación sea coherente con ese escenario. La nueva regulación de los criterios de evaluación debería centrarse en ello, abandonando un equivocado listado de estándares de aprendizaje y criterios de evaluación tan detallados como los que introdujo la Lomce. El sistema educativo debería plantear una evaluación competencial y dejar que los docentes fijen sus propios criterios de evaluación sobre los contenidos que usen para lograr que el alumnado adquiera las competencias. Dejemos de provocar vómitos ante exámenes y promovamos la cultura de una evaluación formativa que ayude a progresar al alumnado para que llegue a ser autosuficiente en el largo proceso del aprendizaje a lo largo de su vida.
En la configuración del nuevo currículo deberían participar de forma activa personas de todos los sectores que componen la comunidad educativa, mirando ésta de forma tan amplia como sea posible. Y sería importante que quienes sólo suelen buscar su cuota de protagonismo personal o grupal, pero sus intenciones de construir de forma colectiva y con criterio suficiente son limitadas, se autoexcluyeran del proceso. Llevamos demasiado tiempo escuchando a los que utilizan su tiempo en intentar frenar lo que otros proponen, así que estaría bien dar voz de forma prioritaria a quienes estén inmersos -o quieran estarlo- en construir el bien común.