La digitalización de las aulas es un hecho. Y desde marzo de 2020 con mayor motivo. Pero ¿puede hacerse de otra manera a la que se ha venido haciendo hasta ahora? Esta es una de las preguntas que en el día de ayer intentaron contestar expertos de Brasil, México, Cabo Verde y España durante la mesa Filantrocapitalismo Digital en Educación, celebrada en el marco del Foro Social Mundial de Porto Alegre.
A pesar de lo rimbombante del nombre, el filantrocapitalismo digital no es otra cosa que la unión de la antigua filantropía de las grandes empresas, mediada por sus diferentes fundaciones, puesto al día en su relación con la educación. Ahora, centrado en buena medida en la creación de herramientas y recursos digitales para que la enseñanza pueda llevarse a cabo. La educación es uno de esos nichos de mercado enormes y cautivo que desde hace ya años empresas como Google o Microsoft (y un larguísimo etcétera) intentan conseguir con mayor o menor fortuna. Mientras las administraciones se esfuerzan, más o menos, en aceptarlo o no.
Tal vez uno de los últimos ejemplos de este filantrocapitalismo digital lo viviéramos hace unos pocos meses cuando el gibante de la distribución y la venta por internet, Amazon, puso sobre la marcha un sistema para «donar» parte de las ventas que hicieran, a centros educativos de todo el país.
Durante esta pandemia y, principalmente, durante los meses de confinamiento social y cierre de las escuelas se ha demostrado la imposibilidad de los sistemas educativos para dar una respuesta satisfactoria en cuanto a equipamiento, redes y contenidos para que la enseñanza fuera posible. Al menos, con ciertos estándares. De ahí que buena parte del profesorado se haya visto abocado a utilizar herramientas privadas, incluso en contra del mandato de sus propias administraciones, para hacer posible que la educación no parase en seco durante semanas o meses.
Expertos como Vera Peroni (del grupo de investigación sobre la relación entre lo público y lo privado en educación, de Brasil), Rosa Zúñiga (del Consejo de Educación Popular de América Latina), Geo Saura (docente e investigador de la Universidad de Granada) o Florenço Varela (doctor de la Universidad de Cabo Verde y miembro del Instituto Paulo Freire) intentaron contextualizar la situación de la educación en diferentes partes del mundo en relación al papel de las empresas digitales en sus sistemas de enseñanza.
Una situación no especialmente positiva o halagüeña, pero que, creen, es posible enfrentar tanto desde posturas individuales como desde otras más colectivas. Por ejemplo, Geo Saura proponía hasta siete acciones diferentes y necesarias para ello: acceso universal e igualitario a la red, alfabetización crítica digital, gobernanza digital radical, protección de datos seguro, creación de algoritmos éticos, uso de software libre y derechos y ética digitales.
Más allá del negocio que pueda suponer para estas grandes empresas ir metiéndose en los sistemas educativos de formas más o menos discretas, alguno de los expertos, como Vera Peroni, destacaron el papel que muchas de ellas juegan a la hora de modificar la lógica de la enseñanza, los contenidos del currículo, la formación docente o las metodologías utilizadas en las aulas.
En España, son varias las comunidades autónoma que incluyen en sus formaciones para docentes capacitaciones en el uso de herramientas de Google en las aulas (Madrid es un ejemplo de ello, al mismo tiempo que prohibe expresamente la utilización de otras herramientas que no sean sus plataformas oficiales), o también las que formalizan acuerdos con Microsoft para el uso de sus desarrollos relacionados con la educación (como el firmado el pasado mes de diciembre con la Generalitat Valenciana).
En el trasfondo de buena parte de ello, siempre están las dudas sobre el uso de los datos personales de chicas y chicos (las grandes empresas defienden que esto no es un problema nunca, que no tienen intención de utilizarlos de ninguna manera) o la creación de potenciales usuarios para el futuro o el trasvase de unos fondos públicos que, en vez de ser invertidos para la creación de plataformas digitales públicas, acaban en manos privadas.
Parece, según el relato de los expertos, que una de las bases importantes para poder hacer algo desde la educación, pasaría porque Internet fuera puramente neutral, o que chicas y chicos, también el profesorado, pudieran utilizar en buena medida software libre y, por supuesto, ambos colectivos, tuvieran una importante formación crítica sobre el uso de herramientas digitales, sobre sus riesgos y sobre sus posibilidades.