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Mireia Orgilés es doctora en Psicología y profesora titular de la Universidad Miguel Hernández de Elche en el área de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico y dirige el máster en Terapia Psicológica con niños y adolescentes. Además, es una de las autoras del estudio que analiza los efectos psicológicos inmediatos de la pandemia sobre los niños y jóvenes de Italia y España.
¿Es normal, en el contexto de confinamiento domiciliario, un aumento de síntomas entre niños y adolescentes como dificultad de concentración, aburrimiento o irritabilidad? Es, al menos, lo que se ha reportado en su estudio, ¿correcto?
En un contexto extraño las reacciones de los niños pueden ser diferentes a las habituales. Hasta que no desarrollamos el estudio no sabíamos cómo habían reaccionado los niños al confinamiento, porque no había se había estudiado a nivel internacional.
Había diversidad de opiniones: algunos profesionales pensaban que los niños tienen una gran capacidad de adaptación a situaciones nuevas y que podían superarlo sin dificultad ni impacto y otros que creían que si que iba a mermar su salud mental.
Nuestra hipótesis era que, aunque tienen una gran capacidad de adaptarse a situaciones nuevas incluso superior a la de los adultos, un confinamiento como el vivido, de seis semanas sin salir a la calle, no les aporta lo necesario para su desarrollo. El estudio confirma que ha habido un impacto emocional y conductual.
¿A qué se debe este impacto? ¿Hasta qué punto son importantes las rutinas?
A un niño una rutina le da seguridad sobre lo que debe o no hacer, lo que se espera de él… Necesitan una guía y las rutinas y hábitos lo son. Hay que tener en cuenta que se cancelaron todos sus hábitos académicos, sociales… De pronto se vieron en casa, sin despedirse de amigos, profesores, con unas normas nuevas.
Se debería fomentar el contacto social directo, evitando redes sociales y pantallas
No es que cambiaran todas las rutinas, es que se pusieron patas arriba y de una forma muy brusca. Normalmente cuando hay un cambio de hábitos se puede informar al niño y eso le ayuda a aceptarlo, pero el confinamiento fue un cambio radical en todas las áreas de su vida y sin poder darles información para una buena adaptación.
Además hay que añadirle el estrés de los padres y demás miembros de la familia, porque nadie estaba acostumbrado a este nuevo tipo de vida.
En su estudio encuentran una diferencia importante en el impacto entre los pequeños italianos y los españoles, con los segundos más afectados. Plantean como hipótesis que en Italia se les permitió pasear antes.
Defendemos que todos los niños necesitan aire libre para tener estímulos nuevos. Estar en una casa seis semanas significa ver siempre lo mismo, no hay nuevos estímulos, es muy aburrido para ellos porque necesitan estimulación continua y una casa no lo proporciona. También les hace falta una activación física que es difícil de conseguir en una casa. De hecho, hemos visto que quien tiene un espacio exterior, como un jardín, pasó mejor la cuarentena.
España siguió en el primer pico una de las medidas más restrictivas de toda Europa. Los niños no pudieron salir más que a acompañar a los adultos a las pocas actividades permitidas, lo que puede explicar el alto impacto reportado. En Italia los niños pudieron salir antes, algo vital para su desarrollo.
¿Ha sido tan profundo el impacto como para hablar, en términos generales, de un hecho que marcará una generación?
Nuestro estudio ha continuado y, en la última evaluación que hicimos, cuando los niños ya podían empezar a salir a la calle, vimos una ligera mejora. Pero hasta que no tengamos estudios rigurosos sobre el estado de la salud mental de los niños, no podemos decir si están bien o mal.
Mi hipótesis es que la mayoría de niños se ha podido adaptar bien a la pandemia y no ha tenido repercusiones negativas que los impacten a largo plazo por culpa del confinamiento. Como decía, tienen una gran capacidad de adaptarse a situaciones nuevas, les ha venido muy bien volver al colegio, recuperar rutinas, volver a ver a los amigos…
A un niño una rutina le da seguridad sobre lo que debe o no hacer, lo que se espera de él
Entonces, hipotetizamos, aunque habría que contrastar, que no tiene por qué marcar a esta generación. Otra cosa distinta son los niños con factores de riesgo, que son más vulnerables a nivel psicológico y en los que el impacto psicológico puede perdurar. También es el caso de quienes han perdido a algún familiar durante la pandemia. En estos casos sí habrá dificultades psicológicas importantes que necesitarán de atención.
¿A partir de qué edad los niños son conscientes y pueden entender lo que está pasando? ¿Cómo explicarle esto a cada niño según sus edades?
La información que hay que darles es la misma: hay una pandemia. A los niños pequeños se les puede decir que hay ‘un bicho’, parecido a una gripe oun resfriado, pero con el problema de que es más contagioso y peligroso para la salud.
A partir de los tres años y medio o cuatro un niño ya puede entender la importancia de lavarse las manos, de no tocarse la boca, que no podemos tocar algunas cosas, que no podemos salir, que hay que llevar mascarillas… Lo pueden aceptar bien, pero con un lenguaje adaptado a la edad. Los de entre seis y ocho entienden mejor qué es un virus y la responsabilidad que ellos tienen.
En general, lo entienden sin dificultad. Casi todos los niños de a partir de seis años llevan mascarillas sin mostrar rechazo u oposición, lo han normalizado. Si lo explicamos bien, son capaces de entender y seguir estas normas. Muchas veces lo pueden aceptar más que los adultos.
En el caso de los adolescentes y jóvenes, esta pandemia impacta de lleno en una época de socialización destacada. ¿Cómo de importante son estos rituales y momentos vitales?
Son muy importantes para los adolescentes, pero la tecnología ayudó mucho. Durante el confinamiento se pudieron conectar a través de videollamadas y redes sociales con el resto de compañeros y amigos. Aunque es un momento importantísimo para su desarrollo social y su creación del autoconcepto, pudieron estar en contacto con sus iguales más que los niños pequeños.
Todos los niños necesitan aire libre para tener estímulos nuevos
Sin embargo, esto nos lleva a otra preocupación que es el problema de adicción que pueden tener los adolescentes a las pantallas. Fueron importantes durante el confinamiento, pero esto debería ir desvaneciéndose. Se debería fomentar el contacto social directo, evitando redes sociales y pantallas que sí fueron de utilidad en su momento.
¿Cree que es justo el enfoque de los adolescentes como culpables de los rebrotes, cuando son el grupo de edad, junto con los jóvenes, que más afectación mental reportan? ¿Qué efectos puede tener sobre una persona que se siente atacada o culpabilizada?
Se está focalizando en los adolescentes por sus características de independencia y oposición a normas… La pandemia ha comportado normas: no te puedo dar la mano, no te puedo abrazar, no te puedo besar, hay que llevar mascarilla… cosas a las que han tenido que habituarse, pero que van en contra del adolescente, caracterizado por la independencia y el desacato de normas.
Cualquier campaña debe ir enfocada a que todos somos responsables, porque en todos los rangos de edad hace falta responsabilidad. Existe un sesgo optimista que nos hace pensar que no nos pasará a nosotros, pero todo el mundo puede contraer la enfermedad. Es otra ilusión, como creer que con amigos o conocidos la probabilidad de contagiarse es menor.
La adolescencia es una etapa vital ya de por sí vulnerable, porque se está formando las características de la personalidad
A veces nos sentimos inseguros si pasa un desconocido a nuestro lado sin mascarilla y en cambio nos sentamos a cenar o tomar algo con un amigo y nos relajamos en las normas porque creemos que al ser conocido o familia hay más seguridad.
¿Por qué todas las encuestas indican que el impacto de la pandemia ha afectado a más adolescentes y jóvenes si suele ser una franja de edad que percibe menos el riesgo?
La adolescencia es una etapa vital ya de por sí vulnerable, porque se están formando las características de la personalidad, existe un rechazo a las normas y los cambios vividos… En resumen, es el momento de crear el autoconcepto, y aquí las relaciones sociales tienen mucha importancia.
Con la pandemia y los confinamientos las relaciones sociales han cambiado mucho, no han sido tal y como estamos acostumbrados y ha habido restricciones. Estos cambios han hecho aún más vulnerable la etapa vital de la adolescencia.
En un contexto para la juventud a nivel laboral, climático, residencial… ¿Nos encaminamos a generaciones con muchos trastornos de salud mental? ¿Tiene la percepción de aumento de casos o sólo de mayor sensibilidad y atención a la salud mental?
Por un lado, sí hay más conciencia. Antes ir al psicólogo era únicamente para tratar problemas exteriorizados, sobre todo en niños pequeños y adolescentes. Sólo se atendían las conductas que se manifestaban, las observables. Ahora es común que se vaya a consulta por ansiedad, por un estado de ánimo bajo, por falta de autoestima… Hay más conciencia de necesidad de ayuda para afrontar situaciones de la vida.
Si lo explicamos bien, los niños son capaces de entender y seguir las normas. Muchas veces, más que los adultos
En cuanto a valorar los casos derivados del impacto directo de la pandemia, todavía es pronto. No tenemos datos que nos digan que todos los casos que llegan sean derivados del contexto actual. Hacen falta estudios profundos que buscan si existe una vinculación.
¿Qué consejo le daría a profesorado, familiares o amistades cuando ven a algún niño o joven que muestra síntomas depresivos? Asimismo, ¿cómo acudir a terapia rompiendo el tabú y sin que parezca una imposición?
Es importante estar atentos a manifestaciones que sean atípicas. Que un niño o un adolescente esté irritable, triste o preocupado un día es normal. Pero si es continuado y afecta a su vida, o tiene reacciones muy intensas que crean un malestar, es muy probable que necesite ayuda.
En cuanto a la forma de que acepten la terapia, es que sea vista como algo que reportará un bienestar y que no es una imposición. Hay que ofrecerles la posibilidad de trabajar en algo para que todos los miembros de la familia, incluyendo al joven o niño, estén mejor.
Podemos esperar que el problema pase, algo que no ocurrirá, o poner de nuestra parte con la idea de que se reduzca el malestar. Cuando hay un problema exteriorizado, como las discusiones con familiares, el adolescente es el primero que lo pasa mal. Por ello, hay que focalizarse en el objetivo de reducir el malestar y que el adolescente se encuentre mejor.
En su estudio dicen que «los datos obtenidos podrían ayudar a los gobiernos a decidir las reglas de confinamiento que se aplicarán a los niños para preservar su salud mental» en caso de nuevos confinamientos. En concreto, ¿qué pediría a los gobiernos?
Que se tenga en cuenta que los niños están en desarrollo y necesitan salir. Es totalmente absurdo que se pudiera sacar a los perros a pasear y, sin embargo, nadie velara por la salud mental de los niños. Los confinamientos alargados producen problemas psicológicos, sobre todo, si hablamos de niños y adolescentes.
Por ello, si hubiera otro confinamiento las restricciones deberían tener en cuenta la necesidad a nivel psicológico de los niños. Siempre con todas las medidas de seguridad, pero los niños necesitan estar en la calle. Se deberían permitir los paseos, aunque sean cerca de casa, para que estén en contacto con el aire libre