Somos una Fundación que ejercemos el periodismo en abierto, sin muros de pago. Pero no podemos hacerlo solos, como explicamos en este editorial.
¡Clica aquí y ayúdanos!
Históricamente, en países como los latinoamericanos, las brechas han sido enormes entre ricos y pobres, entre el sector urbano y el sector rural, entre poblaciones mestizas y poblaciones originarias o indígenas.
Con la pandemia, las brechas se han agigantado. Poblaciones enteras, con graves condiciones de pobreza y pobreza extrema, han viso agudizadas sus carencias, con lo cual su acceso a recursos y a posibilidades diversas se hace mucho más limitado. Las comunidades rurales vienen viviendo una realidad pandémica de enorme sufrimiento y negación de todo tipo de derechos, que se suma a una historia innegable de exclusión de parte de estructuras e instituciones prevalecientes.
Dentro de estas realidades de negación sostenida y agravada, es preciso que reafirmemos el drama específico del derecho a la educación. Este ha sido uno de los más negados o postergados en medio de la alarma, la incertidumbre y el terror justificado al contagio y la muerte por covid 19. En las escuelas rurales, las que antes de la pandemia ya mostraban su desventaja concreta y material frente a escuelas de entornos urbanos, la pandemia hizo que lo poco a lo que tenían acceso quedara aplazado, negado, invisibilizado. Antes del 2020, la capacidad tecnológica en estas áreas era mínima y, al aparecer la gigantesca necesidad de entornos virtuales para mantener las conexiones, los ritmos, el acceso a contenidos escolares, esas escuelas no supieron ni pudieron tener respuestas institucionales. Las niñas y los niños de estas escuelas fueron testigos de cómo se les abandonaba, cómo no se encontraban salidas o respuestas útiles o adecuadas para mantener o sostener cierta su vinculación o relación permanente con la institución escolar.
Sin embargo, en el entorno urbano, en al menos países como el mío, la realidad tampoco fue o es absolutamente distinta en cuanto a capacidades técnicas adecuadas de parte de la institución escolar. Tampoco en ciudades o entornos urbanos se garantizó el mantenimiento del vínculo educador entre las jóvenes generaciones y sus escuelas o institutos. Aquí también fue evidente el impacto sumamente doloroso del desempleo, la destrucción de proyectos productivos o de ingreso económico, la incertidumbre del sistema económico.
Aunque existen brechas entre la niñez del área urbana y la del área rural, la principal brecha que la educación presenta en estos tiempos, con una tendencia clara al alza, es la brecha entre niñez con acceso a recursos y niñez pobre o extremadamente pobre. Las diferencias empiezan por el hecho de que unos tienen y otros no tienen dispositivos (computadora, teléfono móvil y otros), así como conexión a internet. Pero también la brecha se hace patente por la calidad de respuesta, organización y ejecución de los procesos educativos que muestras instituciones de uno u otro sector.
He visto cómo niños y niñas del área rural, principalmente indígenas, muestran interés y deseos de mantener su ligamen con la escuela. Pero también he visto la falta de respuesta institucional ante ese interés. Y eso, realmente es doloroso y dramático.
Los efectos más graves y profundos de estas brechas, agrandadas por la pandemia, se van a ver cuando esta niñez tenga acceso al mundo laboral y productivo, y de la brecha educativa se pase a la brecha económica.
Por supuesto que el ingreso, permanencia y egreso del sistema escolar no es garantía en realidades donde las condiciones económicas, políticas y sociales son completamente inestables o inciertas. Pero sí es un indicador y una llamada de atención de que la niñez en el mundo de la pandemia puede ser parte de un mundo mucho más difícil que está por venir.