Kronos personificaba el tiempo en la mitología griega. El tiempo precisamente en ese sentido cronológico es algo que todos poseemos y que de alguna manera nos igualaba. Los bancos de tiempo democratizaron los servicios más allá de lo importante o relevante que pudiese ser cada uno de ellos. Sin embargo, el tiempo ya tiene precio. El tiempo se ha convertido en un valor transaccional y se ha despojado así a las sociedades de lo único que las igualaba. Hay dos formas en las que nos despojan del tiempo. La primera de ellas es mediante el dinero: se puede pagar por ir a una cola rápida en un parque de atracciones como describe el filósofo Sandel, galardonado con el Premio Princesa de Asturias en 2018, en su libro Lo que el dinero no puede comprar o, incluso, pagar a alguien para que haga esa cola por nosotros. En cualquier caso, el poder adquisitivo determina el valor del tiempo ahí.
Otra forma con la que se nos despoja del tiempo es mediante la transmisión de la idea de que tener más bienes materiales y cuanto antes es alcanzar el éxito. Es la idea de éxito social que se transmite en occidente, una idea de éxito que cuando una persona cree alcanzar pone de manifiesto comprando determinada marca de vehículo, reloj o ropa. Esta idea de éxito lleva a las sociedades a invertir el máximo tiempo posible en producir rápido para consumir rápido. Tanto es así que hemos inventado el fast food, fast fashion y hasta el oxímoron del fast yoga. Hacer yoga debería suponer realizar una disciplina que conecte cuerpo y mente, sin embargo, ya no hay tiempo para esa conexión, hay que hacer posturas rápidas porque no tenemos tiempo que perder, hay que ir a producir a nuestros trabajos.
Para las empresas «el tiempo es oro» porque su rentabilidad se mide en dinero. La rentabilidad de las personas debería ser otra, salud y tiempo. Pero hemos incorporado las leyes del mercado a nuestras vidas y corremos todo el día, producimos y actuamos en esa vorágine que hemos asumido como normal. Relegamos nuestra vida a un tiempo residual de sofá viendo series o al fin de semana, y nos compensamos con un buen restaurante o un viaje. Hemos asumido enfermedades como el estrés y sensaciones como la ansiedad o la desazón como males de nuestro tiempo y ni siquiera tenemos tiempo de preguntarnos el porqué.
Relegamos nuestra vida a un tiempo residual de sofá viendo series o al fin de semana, y nos compensamos con un buen restaurante o un viaje
Pero lo peor de todo esto no es lo que como adultos hacemos, sino lo que transmitimos a nuestros niños y niñas. Esta velocidad se ha incorporado a las aulas. Hay que pasar de un tema a otro en quince días, independientemente de si el alumnado lo ha asumido o no. Si un alumno tarda más en la comprensión de un contenido se le etiqueta como “alumno con necesidades” sin que haya un atisbo de duda sobre si su procesamiento es más lento (pero no por ello menos capaz). Incorporamos la velocidad y transmitimos esa necesidad de prisa.
No hay tiempo en el aula para salir a observar la naturaleza ni siquiera en cada cambio de estación, para ver de primera mano los ciclos naturales, mirando cómo el tiempo se sucede con lentitud y tiene unas consecuencias. No hay tiempo para explicar que el tiempo cronológico asociado al climatológico hace que ciertos alimentos solo se puedan dar en determinados momentos del año de forma natural, que no podemos tener fresas en diciembre, ni sandías, porque son frutas de verano, y esperar es lo correcto. Pero las prisas y el cortoplacismo nos lleva a traerlas de otros países aunque su huella de CO2 no nos la podamos permitir. No hay tiempo para enseñar esto.
Y siendo la educación la base de toda sociedad como transmisora de valores y la que debe acompañar al desarrollo emocional del alumnado teniendo en cuenta los problemas del momento, no hay tiempo para hablar en el aula del cambio climático. No hay tiempo que dedicar a un problema que está cambiando el funcionamiento del planeta y que, por lo tanto, afectará a nuestras vidas y nuestros modos de vida. No hay tiempo porque hay que explicar el mínimo común múltiplo o el sujeto y el predicado. De cómo mitigaremos el impacto o nos adaptaremos en nuestras formas de vida al cambio climático ya se hablará cuando el agua llegue al cuello, en sentido figurado y literal.
El pasado 12 de agosto se publicaba el demoledor Sexto Informe del grupo de expertos que componen Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés). Y digo demoledor porque ya no se habla de algo probable sino de un hecho. El estudio advierte de que el incremento de la temperatura seguirá al menos hasta mediados de este siglo pase lo que pase.
A partir de 2050 las cosas se complicarán porque no se logrará que el nivel de precalentamiento se quede entre 1,5 y 2º a menos que se produzcan reducciones profundas en emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero. Se espera que la barrera de los 1,5º se supere en los próximos 20 años.
Mi alumnado ronda los diez años de edad, para entonces, tendrán en torno a 30 años, y su realidad será mucho más cruda de lo que soy capaz de explicarles. Calculen la edad de su alumnado, hijos e hijas, y calculen la cantidad de fenómenos meteorológicos adversos a los que tendrán que hacer frente. Calculen cuántas olas de calor como las que azotaron Canadá en junio; cuántas inundaciones como las de centro Europa o China en julio; cuántos incendios como los de la cuenca del Mediterráneo; calculen si la estimación de entre 40 y 80 centímetros de subida del mar afectará a su vivienda, o los corrimientos de tierra por inundaciones. Calculen si habrá tierra fértil para tener acceso a alimentos de calidad para todos o si la sequía y la escasez de comida y de agua aumentará el número de conflictos y guerras. Calculen si el derretimiento del permafrost les afectará o no, nunca se sabe qué bacterias han permanecido ahí congeladas y pueden volver a salir. Calculen si la pérdida de biodiversidad o las hambrunas que llevan a consumir animales no adecuados para los humanos pueden provocar nuevos episodios de zoonosis como la Covid-19 y después, preguntémonos de nuevo si era tan importante aprender el mínimo común múltiplo, y preguntémonos por qué este curso, todos los docentes no empezamos las clases con este informe en las manos, explicando cómo será el futuro si no tomamos medidas urgentes. Preguntémonos cómo tras la publicación de este informe seguimos con nuestras vidas y comenzamos un curso más y no explicando que debemos exigir más esfuerzos a nuestros gobernantes y empresas, que como ciudadanía y consumidores tenemos poder, porque como comunicó Antonio Guterres: “La viabilidad de nuestras sociedades depende de que los líderes de gobiernos, negocios y la sociedad civil se unan en apoyo de políticas, acciones e inversiones que limiten la subida de las temperaturas a 1,5 grados centígrados»
Preguntémonos ante este contexto para qué no tenemos tiempo.