La migración es un fenómeno social con el cual debemos vivir. Una de las formas que nos permitirá comprenderlo de mejor manera, es desarrollar mayor conciencia desde la educación. Ya lo decía Paulo Freire, nadie libera a nadie, nadie se libera solo. Las personas se liberan en comunión.
Las cifras del año 2020, según el Instituto Nacional de Estadística, nos hablan de 465.721 personas que ingresaron a España de distintos países y que 249.477 son los españoles que salieron del país para buscar nuevos espacios de desarrollo en otros lugares del mundo.
La gran cantidad de grupos de migrantes están dedicados, principalmente, al comercio, el turismo y el pequeño emprendimiento. Y si bien llega una cantidad de personas para estudiar, la mayoría está en la máquina de producción para tener un mejor vivir, moviéndose de una ciudad a otra, buscando una oportunidad, un sueño, un nuevo espacio donde habitarlo.
Lo cierto, es que los trámites migratorios son bastante engorrosos y burocráticos. Es más, la sensación de muchas personas que llegan a este país es encontrarse un terreno tan difícil que pareciera ser “a propósito” y así desistir lo antes posible. No solo son los requisitos, es la burocracia de la cita previa y tal vez los españoles desconocen, pero tomar una cita previa es casi imposible, debes estar actualizando la página y casi siempre con un resultado negativo. Me pregunto: ¿todos los migrantes llegan con un ordenador o tienen acceso fácil para estar todo el día intentando tomar una hora en extranjería? Lo más probable que no, por lo tanto, las alternativas son: buscar ayuda legal o en varios casos, realizar trámites fuera de los plazos o en otros casos, desistir y quedar en una situación irregular.
Es importante destacar que en España, el año 2020 se pudieron registrar un total de 41.861 personas que no tienen papeles regularizados por extranjería. Y no solo son las personas que han entrado por vía marítima, también hay muchos que no han podido regularizar por la precariedad del trabajo e, incluso, poder tener una fuente laboral que no implique estar contratado.
Es un círculo vicioso de irregularidades, donde nadie se hace cargo del problema real: tratar al migrante como un residente más, que aporta al país, que quiere tener un mejor lugar para vivir, un trabajo, con acceso a salud, educación y beneficios. Finalmente, nadie deja su país de origen, sus costumbres, sus vínculos, si no es por una necesidad tan fuerte.
Hay un punto clave que puede orientarnos a cómo mejorar esta situación, por un lado, políticas públicas migratorias, accesibles, donde haya requisitos, pero no trabas del sistema. Y, por otro lado, una política educativa focalizada en agilizar el proceso de aprendizaje y sociabilización de niños, niñas y jóvenes. No solo grupos de acogida, en el caso de orientarlos en el idioma que estén estudiando, más bien deberían ser estrategias que fomenten la democracia al interior de la escuela, el diálogo, la expresión oral, la argumentación, el compañerismo, la expresión de las emociones. Y algo muy importante, tomar en cuenta el contexto para comenzar a educar desde ahí. Contextualizar la enseñanza para que el aprendizaje tome mayor relevancia y haya posibilidad de trabajar con y en la diferencia.
La escuela pública debe apuntar a formar a todos y todas sin distinción. Sin buscar responsables ni excusas de lo que se ha hecho mal o lo que no se hizo. Es hacer un buen trabajo de inclusión. La escuela pública juega un rol estratégico, ya que es allí donde la mayoría de los migrantes puede matricularse y donde se define un espacio inclusivo, aunque el acceso no quiere decir a priori que se incluya al migrante con todo su contexto y que comience a trabajar desde ahí. Pero la escuela pública tiene una tremenda oportunidad.
El mejor ejemplo de inclusión escolar no es solo adaptarse al nuevo sistema, es traer sus propias vivencias y poder compartirlas – vivirlas con su nuevo mundo educativo y social. Como menciona Paulo Freire en su libro La pedagogía del oprimido, se trata de entablar una pedagogía, con una nueva forma de relación entre educador/aprendiz y entre sujetos sociales. Es más que tener una buena relación, es sumergirse en la riqueza del migrante.
Cuando hablamos del planteamiento de Paulo Freire sobre el oprimido, nos referimos a los opresores, que en su búsqueda de “ser más”, minimizan la historia del oprimido. Y este último, teme que el día de mañana pueda opresor, porque es la vía en que fueron educados. Por lo tanto, en el mundo escolar, no sólo los oprimidos son los estudiantes, también maestros y directivos que no pueden desplegarse.
Pero volviendo a nuestro tema central y conectando con lo planteado recientemente, los migrantes se sienten oprimidos en muchos contextos.
Si la educación nos desafía a trabajar, de manera equilibrada, el desarrollo de las habilidades de distinto orden, es porque nos hace personas más preparadas para enfrentar las distintas dificultades que podamos encontrar, con acceso a la información y a la interpretación de esta, entonces, educar a migrantes en esta misma lógica (incluso con mayor énfasis) fortalece al país en su desarrollo sostenible, en una mirada amigable, en el cuidado de la naturaleza, siendo un ejemplo para otras naciones. En definitiva, sería una ganancia como sociedad y así evitar cualquier forma de racismo que pueda existir en todos los espacios que habitamos.
Si saber no es un derecho, seguro será un izquierdo, así habla una de las frases de la canción El Escaramujo de Silvio Rodríguez, un juego de palabras que ahora ponemos en cuestión para esta columna: si migrar no es un derecho, tampoco será un izquierdo. Porque esto no es de izquierdas o derechas. Es un derecho humano y la voluntad política debe asegurar una estructura migratoria que va más allá de la entrada o salida al país.
La educación, motor de la sociedad, nos debe llevar a mirarnos desde la alteridad, cuando voy a encontrarme contigo, ahí también estoy. La naturaleza del ser humano es el movimiento, todos lo hacemos, todos migramos.
Si esto no lo vemos con urgencia, se nos va de las manos.
Veámoslo siempre como una oportunidad.
Y parafraseando a Paulo Freire, cierro esta columna, pero con la importancia de abrir ideas.