De acuerdo con su sitio web, la CEPAL se fundó para “contribuir al desarrollo económico de América Latina, coordinar las acciones encaminadas a su promoción y reforzar la relación económica de los países entre sí y con las demás naciones del mundo. Posteriormente, su labor se amplió a los países del Caribe y se incorporó el objetivo de promover el desarrollo social”.
Informar el avance en el cumplimiento de tales propósitos es el sentido del Panorama social de América Latina, 2021, difundido a finales de enero. El diagnóstico que se desprende no es optimista ni desesperanzado: es la repetición de la pobreza, miseria y desigualdad que vieron nacer, crecer y estacionarse a esta zona del mundo, la más castigada por la pandemia en vidas humanas hasta el 31 de diciembre, cuando acumula el 28.8 % de los fallecidos, mientras que su población representa el 8.4 % de la mundial.
Cruzo páginas entre el informe y el libro. La lucidez del periodista ilumina perspectivas, da sentido a datos, profundiza comprensión y despierta otras interrogantes.
La democracia era una meta anhelada para los latinoamericanos durante la segunda mitad del siglo 20. Pensemos una década; por ejemplo, los sesentas, cuando los jóvenes mexicanos eran reventados a tiros por el ejército en 1968, a unos días de celebrarse los Juegos Olímpicos en la capital azteca; o en Brasil, el otro gigante, devastado por la dictadura militar inaugurada en 1964. Más desgracias hubieron, pero basten ese par de muestras.
Avancemos años. En los setentas, las dictaduras ensangrentaban al Cono Sur. Su secuela fue terrible. A principios de los ochenta, resume Caparrós, sólo cuatro países latinoamericanos no eran gobernados por dictaduras militares: Colombia, Costa Rica, México y Venezuela.
Llegó la democracia, pero el paquete de promesas e ilusiones no la acompañaban. Es cruda la síntesis del periodista argentino que recorrió lo que llama “Ñamérica” para escribir su libro. Instaladas las democracias, tenemos “con menos dramatismo, gobiernos que simplemente mantienen un estado de cosas donde la pobreza, la desigualdad y los variados privilegios funcionaron tan bien como siempre, siempre gracias a elecciones”. La puntilla es feroz: “Ese es, probablemente, el fenómeno más notorio de estos tiempos: el descrédito de las democracias formalmente correctas, donde se vota y se ejercen todos esos derechos y las vidas de millones siguen tan duras como siempre”.
Panorama social en América Latina
La emergencia sanitaria por COVID-19 podría convertirse en una crisis social prolongada y aumenta el riesgo de perder una generación; frente a los efectos devastadores, se necesita un gasto público social sostenible, que invierta en el bienestar y ponga en el centro a la infancia y a la juventud; además, se requieren sistemas de protección social universales, integrales, sostenibles y resilientes, para transitar hacia una sociedad de cuidados.
Las anteriores son algunas ideas principales del informe de la CEPAL, que repasa los efectos de la pandemia en una región que ya estaba en crisis para revertir desigualdades y empujar el crecimiento económico, insuficiente para “mitigar los efectos sociales y laborales de la pandemia”, profundos y desiguales.
El informe, con datos de 18 países, constata un aumento de la pobreza y pobreza extrema, que alcanzó los 201 y 86 millones, respectivamente: 45.9 % de la población en la región. Casi tantos pobres como en 1990. Cinco puntos porcentuales más alta que en 2010. Significa que se produjeron 60 millones de pobres en una década, pues en 2010 había 176 millones de personas en pobreza y 48 millones en pobreza extrema.
Los perdedores en esta contabilidad funesta son los mismos de siempre: mujeres, niños, jóvenes, indígenas, habitantes de zonas rurales.
La pandemia, además de destruir empleos, interrumpió la educación de los jóvenes, que también sufrieron mayor desempleo, sumando 7 millones de personas con edades entre 15 y 24 años. La cifra de la población joven que no estudia ni tiene un trabajo remunerado alcanza el 21.6 %, esto es, uno de cada cinco, pero se distribuye de forma desigual: 29.6 % entre mujeres, 12.6 % entre hombres.
Los infantes enfrentan muchos riesgos que la CEPAL califica como “los silencios de la pandemia”: rezago y abandono escolares, desnutrición, malnutrición, deterioros de salud física y mental, mayor exposición a la violencia o maltrato en el hogar, trabajo infantil y pobreza. Un coctel que cancela posibilidades de futuro y esperanzas.
Esos silencios también juzgan la insensibilidad gubernamental. Ejemplifico: antes de la pandemia cerca de 85 millones de niños en América Latina recibían desayunos o almuerzos en la escuela; al suspenderse, como fue el caso de México, aumentó el riesgo de la desnutrición infantil, en un continente que entre 2019 y 2020 padeció una más alta inseguridad alimentaria moderada o grave que África o Asia.
En materia educativa, el Panorama admite “Aun es muy difícil saber a ciencia cierta cuál ha sido el impacto del cierre de escuelas en América Latina y el Caribe”, pero ya hay hipótesis y evidencias: brechas en el desarrollo de habilidades cognitivas, pérdida de oportunidades de aprendizaje, aumento del abandono escolar e impacto sobre la salud mental y socioemocional.
Ante la ausencia de estrategias para la recuperación de aprendizajes y prevención del abandono, estima que la región podría perder entre 800,000 y un billón de dólares.
Conclusión
Al despegar la tercera década del siglo, América Latina sigue estacionada en las mismas coordenadas de pobreza, desigualdad y estancamiento económico. Tan pobre con y sin democracias. La constatación es despiadada para gobiernos que fueron eficientes en maquillar desigualdades con el cuento de las elecciones. En la derecha y en la izquierda.
En América Latina, antes de la pandemia, Latinobarómetro 2018 (dice Caparrós) encontró que nueve de cada diez latinoamericanos reconocían que su situación económica no era buena. Ocho de cada diez negaban que su país estuviera mejorando. Enfatizo: antes de la pandemia. Después, la pintura se desdibujó.
En ese contexto, vivir en democracia u otro régimen interesa poco a los más jóvenes, que preferirían otra condición económica sin importar el modelo de gobierno.
El Panorama social de América Latina, 2021 es un llamado a adoptar políticas transformadoras, con igualdad y sostenibilidad en el centro. A fortalecer y ampliar el Estado de bienestar sobre la base de un nuevo contrato social, donde tengan prioridad la salud universal, educación de calidad y sistemas de cuidado. De no hacerlo, son improbables los Objetivos del Desarrollo Sostenible.
En ese contexto, los riesgos para los sistemas educativos son altos, desde mermas en financiamiento, hasta las expresadas en los “silencios de la pandemia”, silencios ominosos que podrían ser el réquiem de otra generación aniquilada.