Una tesis doctoral es, por definición, el desarrollo de un trabajo original bajo la supervisión de una dirección a partir de un análisis de un determinado tema o hipótesis. Tiene, inherentemente, un componente relevante de trabajo individual, reflexivo y a menudo necesita de una interacción relacionada con un determinado trabajo de campo. Son muchas las metodologías que ayudan a los doctorandos a validar sus hipótesis, pero muy pocas son las que se han podido escapar del alcance de la pandemia.
Y más allá del trabajo en sí, es en el ámbito de la salud mental en el que los efectos de la covid pueden tener un impacto más nocivo, en el caso de este colectivo. Y podríamos decir que llueve sobre mojado, puesto que existen estudios (anteriores a la pandemia) que demuestran que un investigador predoctoral tiene hasta seis veces más posibilidades de sufrir ansiedad o depresión. La sensación de soledad y aislamiento, la visión del reloj que corre (el tiempo para sacar adelante el proyecto de tesis es limitado y muy ajustado) o la incertidumbre por el futuro posdoctoral de la situación pospandémica son factores que hacen que este trabajo tan vocacional pueda resultar traumático.
No pretendo, en estas líneas, ser exhaustivo en la lista de dificultades que los doctorandos han experimentado durante estos ya casi dos años de pandemia, pero sí quiero citar algunas sobre las cuales hay que reflexionar, porque, bien interpretadas, pueden generar oportunidades de cara al futuro o, en el mejor de los casos, mostrarnos qué acciones de mejora podemos emprender las universidades para enriquecer la experiencia de estos investigadores en formación.
Es bastante evidente que los doctorandos han visto notablemente reducidos los encuentros presenciales con sus directores y sus compañeros. Este hecho ha limitado su capacidad de colaborar con otros grupos y obtener el apoyo moral que la sensación de pertenencia en una comunidad da en el día a día. Las restricciones en la movilidad han reducido también la capacidad para viajar, asistir a congresos, talleres, escuelas de verano o invierno, hacer estancias de investigación, realizar cotutelas y, en definitiva, completar su formación mediante las tan necesarias colaboraciones internacionales. Las universidades hemos intentado adaptarnos de forma transitoria a estos problemas sobrevenidos, pero seguramente tenemos que reflexionar ahora sobre cuál de estas medidas pueden ampliarse, enriquecerse y pasar a formar parte del régimen estacionario.
Uno de los primeros efectos de la pandemia en las escuelas de doctorado fue la imposibilidad de poder hacer actos públicos de defensa de tesis. Este hecho nos hizo repensar estos acontecimientos, y prácticamente todas las universidades hemos incorporado temporalmente un protocolo para poder hacer defensas en línea de manera síncrona. El proceso, no exento de dificultades a la hora de garantizar todos los pasos que una defensa de tesis requiere (en términos de seguridad, identidad y confidencialidad), no puede volverse a guardar en un cajón cuando la situación cambie. Las defensas en línea han venido para quedarse y supondrán una gran oportunidad para incrementar la internacionalización de nuestros estudiantes y comités de evaluación.
En cuanto a la formación transversal en investigación de nuestros doctorandos, ya hacía tiempo que los modelos mixtos (aquellos que hibridan la modalidad en línea y presencial) o los recursos de aprendizaje en línea habían experimentado un crecimiento relevante. Pero las restricciones en los desplazamientos nos han mostrado que es perfectamente posible impartir estos cursos en el formato no presencial, mancomunando esfuerzos entre diferentes centros. Podemos incrementar la calidad formativa de nuestros programas si todos actuamos con generosidad y ofrecemos formación y recursos en abierto, reduciendo costes y permitiendo que los mejores expertos en cada ámbito comuniquen sus conocimientos a una audiencia más grande.
La otra realidad que se ha impuesto durante la pandemia es la posibilidad de ofrecer los congresos en formato en línea. Muchas son las voces que defienden que no se ha logrado plenamente el mismo retorno que el investigador obtenía con la experiencia presencial, puesto que es obvio que el doctorando no puede desarrollar su red de contactos con la misma eficiencia. Pero cometeríamos un grave error si en el futuro, después de la crisis, volviéramos a un modelo cien por cien presencial. Los congresos en línea han democratizado también el acceso al conocimiento de frontera de cada ámbito, y dan acceso a segmentos de la población que no tienen la capacidad económica o la disponibilidad temporal para asistir a un congreso. En el caso de la UOC, siempre recuerdo un dato cuando debatimos este punto con mis colegas: aproximadamente un 75 % de los investigadores predoctorales de nuestra institución hacen la tesis a tiempo parcial, de modo que sea compatible con sus obligaciones laborales y familiares.
La pandemia nos obliga también a trabajar mucho más intensamente en el bienestar de los investigadores predoctorales. En una primera fase, la mayor parte de las universidades hemos optado por ofrecerles apoyo psicológico profesional y acompañamiento. Pero durante los últimos dos años hemos tenido que improvisar también mecanismos para ayudar a desarrollar el plan de carrera profesional futuro de cada estudiante. Las dificultades que el estudiante ha experimentado para construir una red de contactos internacional solo se han podido mitigar involucrando a las direcciones de tesis y los grupos de investigación. Esto ha generado un conjunto de buenas prácticas en las que el estudiante ha estado en el centro y que no se pueden dejar perder. Y lo hemos hecho en línea. No hemos conseguido, en cambio, construir herramientas digitales específicas que nos ayuden a crear comunidad doctoral. El reto aquí es mayúsculo, y arrancó hace mucho tiempo.
En definitiva, la transformación digital forzada a la cual nos hemos visto sometidos nos ha permitido solucionar graves problemas, y tenemos que aprovechar este conocimiento para utilizarla de la mejor manera posible una vez estos problemas hayan dejado de existir. Una de mis frases preferidas es de un colega muy próximo, que dice: «A menudo, cuando hablamos de transformación digital, la palabra que más nos llama la atención es el adjetivo, digital, pero quizás es más importante el otro aspecto, el de la transformación». De alguna manera, tenemos que saber hacia dónde queremos dirigir nuestros pasos, el cómo hacerlo no es tan relevante, y la pandemia nos ha mostrado o amplificado muchos problemas que ya eran latentes en la investigación predoctoral; aprovechemos este aprendizaje y lleguemos lo más lejos posible.