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Francesc Tosquelles nace en Reus en 1912. Se forma como médico y se especializa en psiquiatría, recibe influencias significativas de Emili Mira, de la lectura de la tesis de Jaques Lacan y de la obra sobre terapia ocupacional de Hermann Simon. Se implica políticamente en el POUM, Partido Obrero de Unificación Marxista, alejado del comunismo oficial. Durante un breve período, que acabó en 1936, trabaja en el Institut Pere Mata. Al inicio de la Guerra, es movilizado y enviado primero al frente de Aragón y después lo nombran jefe de los Servicios Psiquiátricos del Ejército de Extremadura y director de la clínica de Almodóvar del Campo, donde comienza a desarrollar propuestas terapéuticas que más adelante aprovechará.
Con el triunfo de las tropas franquistas, pasa a Francia por los Pirineos, está unos meses en el campo de Setfons y a partir de 1940 se incorpora en el hospital psiquiátrico de Saint-Alban. Un centro situado en una región pobre, en plena ocupación nazi y durante un período en que murieron cerca de 40.000 pacientes en los hospitales psiquiátricos de Francia, el llamado exterminio dulce. En Saint-Alban no se sufrió hambre, como explicaremos y, además, se inició una revolución del trabajo terapéutico en los hospitales psiquiátricos. También fue refugio de judíos y resistentes, como Paul Eluard; lugar de interés para artistas, como Tristan Tzara y Jean Dubuffet, este último realizó una estancia relevante para la conceptualización del arte sucio; o también espacio de formación, como en el caso de Jean Oury, psiquiatra que dirigirá posteriormente La Borde y que tanta influencia tuvo en el mundo de la educación. Saint-Alban se convierte en el laboratorio donde se desarrolla un conjunto de experiencias que después se conocerán como psicoterapia institucional. A finales de los sesenta, Tosquelles colabora con el Institut Pere Mata y participa en su renovación. Muerte en Francia en 1994.
Curar las instituciones
En el libro y en la exposición del Reina Sofía se encontrará una completa y viva descripción de esta trayectoria, avanzamos aquí unas pocas ideas sobre la psicoterapia institucional. De forma prioritaria se trata de reconocer la dignidad de las personas enfermas, transformar los entornos de vida deshumanizados, dar responsabilidades cotidianas y capacidad de decisión a los internos, combatir las actitudes que recuerden el fascismo y la guerra y, por encima de todo, evitar que estos propósitos queden en simples formulaciones. Para conseguirlo, es necesario curar primero a las instituciones psiquiátricas para conseguir tratar a los enfermos como seres humanos y emprender su curación.
Cambiar los psiquiátricos significa, en primer lugar, abrirlos al entorno para vincular a los enfermos a tareas normalizadas y tan cercanas como sea posible a sus contextos habituales de vida. Hacer de campesinos ayudando a los vecinos de la zona fue una de las claves para no sufrir hambre, además de una actividad terapéutica. Vincularse con los vecinos, pero también rehacer la relación entre los internos y el personal del hospital –profesionales de la medicina y no profesionales–, así como también con los visitantes ocasionales. Y para facilitar este plan, se pone a su disposición la gestión de un conjunto de instituciones que permitirán crear formas de vida deseables. Se instauran los clubes donde los enfermos toman en sus manos de forma cooperativa y autogestionada tantos aspectos del funcionamiento de la vida del centro como sea posible. La organización del trabajo y las tareas artesanales, la toma de las decisiones económicas de la cooperativa, la preparación de obras de teatro y la programación de sesiones de cine, el montaje y realización de las fiestas anuales, la edición de revistas dirigidas a los miembros del centro o destinadas a lectores externos, las excursiones y actividades deportivas, así como otras prácticas que pueden llenar una vida con significado. Se abandona el sistema de aislamiento, empobrecimiento vital y control de los enfermos para instaurar en su lugar una experiencia colectiva de creación y uso de nuevas instituciones –nuevas prácticas– que les pondrá en condiciones de una normalidad sanadora.
Influencia educativa
La influencia de Tosquelles no se reduce al ámbito médico. La psiquiatría institucional iniciada por él se transfirió a la educación dando lugar a la pedagogía institucional. Aparte de la influencia directa de Tosquelles, los trabajos de Jean Oury y de su hermano Fernand Oury fueron determinantes para desarrollar la metáfora de la escuela-cuartel y traducir al ámbito educativo los supuestos de la psicoterapia institucional. Pero retrocedamos un poco, las instituciones terapéuticas de Tosquelles encontraron en las técnicas de Freinet una propuesta similar: rehacer la escuela introduciendo un conjunto de técnicas o instituciones que transforman la vida del aula y dan protagonismo al alumnado. A pesar de su parecido, las formulaciones de la psicoterapia institucional provocaron la separación de sus impulsores del movimiento de la Escuela Moderna de Freinet del que formaban parte. Escisión que protagonizó Fontvieille, y que poco después se subdividió en dos grupos: el Grupo de los Educadores Terapéuticos –Oury y Aida Vasquez– y el Grupo de Pedagogía Institucional –Lobrot, Lapassade y Lourau. No nos detendremos a describir sus elaboraciones y diferencias, a nuestro entender algo exageradas, ya lo hizo de manera excelente Antoni Colom (La pedagogía institucional. Síntesis, 2000), sino que deseamos insistir simplemente en tres ideas: el rechazo de la escuela-cuartel, el trabajo con las instituciones como espacio de análisis crítico y de transformación de la vida escolar y, por último, el impulso de la participación del alumnado, desde la clase cooperativa a la autogestión más radical. Un conjunto de propuestas que enriquecieron el panorama de las pedagogías renovadoras.
Entre nosotros, Joaquim Franch, sin estar seguros que conociera de forma directa la obra de Tosquelles, recibió una influencia profunda a través de los autores franceses de las dos líneas de la pedagogía institucional. En su obra La autogestión en la escuela (Nueva Tierra, 1972) narra una experiencia conducida por él mismo en la que aplicó las ideas de la pedagogía institucional: autogestión de la vida del grupo y del trabajo escolar a partir de la participación del alumnado en la asamblea del aula. Vale la pena leer el libro de Jaume Trilla (Pedagogía del grupo y del proyecto. Una aproximación a la obra de Joaquim Franch. Eumo, 2000) en el que, como anuncia el subtítulo, revisa la biografía, las influencias, las realizaciones y las aportaciones teóricas de Franch.
¿Cómo pueden ayudarnos hoy las ideas de Tosquelles y la pedagogía institucional? Quizás calificar la escuela de cuartel no sea lo más acertado, pero tampoco podemos afirmar que no sea necesario curar la escuela de nuevas enfermedades. Hay escuelas saludables, pero también algunas han sido atacadas por nuevos virus. Se ha hablado de la escuela-aeropuerto: un centro frío en el que cada uno sigue su ruta sin fijarse en la trayectoria de los demás, y de la escuela-supermercado, un centro donde cada uno obtiene lo que puede adquirir con sus medios sin preocuparse de los demás. Una escuela individualista, interesada, competitiva, meritocrática y orientada al éxito más que a la formación humana. Una escuela que también es necesario curar con nuevos valores y nuevas instituciones.
Esta nota de lectura, además de recordar a Tosquelles y una parte de su influencia en educación (hay vertientes como el encuentro con Fernand Deligny y otras contribuciones que no hemos ni mencionado), ha sido escrita para sumarse al alud de elogios que ha merecido el trabajo de Joana Masó y de la editorial Arcadia. Es un libro magnífico que nos sitúa en la vida, la obra y la época de Tosquelles y lo hace trenzando el texto de la autora, las muchas imágenes que recoge, algunos escritos de Tosquelles y otros autores, así como múltiples citas de diferentes autores que se esparcen por toda la obra. Todo ello con un diseño, un papel y un precio inmejorables. Un libro que vale la pena leer por muchos motivos. Y ahora el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía ofrece una exposición, bajo el comisariado de la propia Joana Masó y de Carles Guerra, –Francesc Tosquelles. Como una máquina de coser en un campo de trigo– que vale la pena visitar.