Llega el momento de volver a la normalidad en el ámbito educativo, y ese momento era deseado por todos, sin duda. Pero, ahora que ha llegado, cabe preguntarse si hemos aprendido algo positivo de la pandemia y si lo vamos a aprovechar en beneficio de la educación en nuestro país. Me temo que no demasiado. Porque no es lo mismo volver a la normalidad, pero aprovechando los aprendizajes para salir mejor de lo que entramos en la pandemia, que volver al punto de partida sin la intención de implantar o mantener avances que se han visto positivos. A la vez, no es igual si se descarta todo aquello que se ha demostrado erróneo desde el punto de vista educativo y social, que si se deja o, peor aún, si quienes defienden ir por ese camino siguen dándole vueltas para “vendernos la moto” de otra manera. Me parece que, por desgracia, estamos inmersos en el regreso sin más al escenario de partida.
¿Qué hemos aprendido?
Si tuviéramos que mencionar una medida que haya demostrado su absoluto acierto y su necesidad de mantenerla, estoy seguro que la bajada de ratios sería lo que mencionarían la mayoría de las personas con criterio que fueran preguntadas. También, sin duda, que se puede enseñar y, sobre todo, evaluar de otra manera sin que se acabe el mundo. En sentido contrario, la medida que más ha quedado cuestionada es la enseñanza a distancia, que ha supuesto un fracaso absoluto porque la educación no es llenar la cabeza de contenidos desestructurados que se deban memorizar y vomitar en un examen -aunque la derecha siga defendiendo ese nefasto enfoque educativo y trate ahora de rediseñar el mensaje para volver a impulsarla-, sino construir personas que sepan analizar críticamente la sociedad en la que viven y puedan desenvolverse en ella con, al menos, unas mínimas garantías de éxito personal y social, por estar bien formadas para cuestionar lo que les rodea y hacerse su propia composición de lugar, quedando así liberadas de la trampa de creer lo que les cuentan por no tener capacidad de descubrir la realidad en la que viven. Esa construcción de personas no es posible hacerla a través de una pantalla con videoconferencias; la socialización es básica e insustituible en la educación.
Sabemos, con más contundencia que antes, que el alumnado especialmente por su fragilidad, pero no solo, necesita que se sepan atender sus necesidades socioemocionales. La escuela, con independencia de la etapa educativa en la que nos fijemos, no está atendiendo bien este ámbito. Se puede salvar seguramente la educación infantil en las escuelas públicas de 0-3, cuyo enfoque claramente educativo, y su modelo de enseñanza y cuidado, las hacen estar más cerca del ideal educativo en ese objetivo. Son espacios donde el menor es lo más importante, y su desarrollo personal y social tiene la máxima trascendencia y preocupación. Pero en otros espacios donde solo guardan menores mientras sus adultos trabajan, y en el resto de las etapas, donde se da más importancia al currículo, hasta ahora encorsetado por requerimientos que chocan contra las necesidades del alumnado y de la sociedad por extensión, no continúan esa forma de entender la educación que se tiene en las escuelas infantiles públicas y se alejan de esta manera más acertada de lograr el desarrollo integral de las personas.
La brecha existente, entre lo que pasa dentro de la escuela y la vida exterior, se agranda cuando se cierran las puertas a la participación de la sociedad en su vida diaria
Hemos aprendido también que los centros educativos, en la medida que cierran sus puertas a la interacción con las familias y el entorno social, se empobrecen y pierden gran parte de su función social. Se quedan como meros espacios donde ocurren cosas previsibles, burocratizadas y carentes de vida propia capaz de generar experiencias vitales de gran calidad. Dejan de ser espacios de enseñanza para volver a ser lugares de instrucción, enfoque que gusta mucho a los nostálgicos del pasado que nunca volverá y que, de rescatarse como algunos pretenden, alejaría aún más a la escuela de la sociedad. La brecha existente, entre lo que pasa dentro de la escuela y la vida exterior, se agranda cuando se cierran las puertas a la participación de la sociedad en su vida diaria.
Sin embargo, no aprovecharemos lo aprendido
Llevaban razón, por desgracia, quienes decían que, cuando pasara la pandemia, la inmensa mayoría de la sociedad se olvidaría de todo lo que no fueran sus propias necesidades o apetencias, y que, lejos de hacernos mejores, potenciaría el egoísmo de cada persona para volvernos más individualistas y menos empáticos hacia los problemas del resto. Buena prueba de ello es, por ejemplo, lo rápido que se le ha olvidado a la mayoría el trabajo impagable que han realizado las y los profesionales sanitarios, arriesgando sus vidas, e incluso perdiéndolas, para que otros pudieran tener la oportunidad de conservarlas. Muchos aplausos en las ventanas, justos y necesarios, han dejado paso al más absoluto de los silencios y la mayor de las indiferencias cuando ahora estos se movilizan contra el destrozo que se está haciendo de la sanidad pública en varias comunidades autónomas. Reconozco que me sigue llamando la atención, y enfadando, esta falta de respeto a quienes demostraron respetar la vida de los demás incluso por encima de la suya.
En educación, poco han tardado las Administraciones educativas, por ejemplo, en volver a las ratios anteriores a la pandemia, o en aprovechar este campo para enmascarar decisiones ideológicas en perjuicio, como no, de la escuela pública.
Entiendo las dificultades del Estado para imponer una rebaja de ratios generalizada por norma de obligado cumplimiento. Desearía que así fuera, pero me temo que no es muy viable que ocurra. Si el Estado obliga a bajar las ratios por una legislación que apruebe al efecto, entonces habrá comunidades autónomas que aprovecharán esa norma para pedir la partida económica con la que poder cumplir con dicha obligación. Es así, si el Estado obliga, el Estado paga. Pero luego una comunidad autónoma puede usar ese dinero de forma que, si no le consigue dar la vuelta a la tortilla, se le parezca mucho. Porque no es la primera vez que vemos cómo el dinero del Estado se usa para liberar presupuesto propio que se desvía a la privada concertada e, incluso, a la privada sin concierto. O se hace pasar como presupuesto propio sin serlo; basta ver cómo, por ejemplo, está vendiendo la Comunidad de Madrid las rebajas en los transportes de viajeros, como si fuera gracias a su iniciativa, siendo que está generada desde el Gobierno del Estado y financiada por éste.
Rebajar las ratios, en la práctica y no solo con el discurso, es imprescindible. Pero si se trata de engañar a la ciudadanía con ello entonces no servirá de nada
Rebajar las ratios, en la práctica y no solo con el discurso, es imprescindible. Pero si se trata de engañar a la ciudadanía con ello, como ocurre en la Comunidad de Madrid, entonces no servirá de nada, salvo para intentar ganar unas elecciones y desviar más alumnado desde la escuela pública hacia la privada concertada, algo que el gobierno madrileño lleva décadas provocando con cada medida política que aprueba en el ámbito educativo.
El Gobierno encabezado por Ayuso anunció la bajada de ratios en todas las etapas educativas. Y eso que el curso pasado despidió a miles de docentes argumentando que no era posible económicamente mantener los refuerzos por el coronavirus que habían posibilitado la bajada real de ratios, mientras que anunciaba esta medida en su segundo discurso de investidura.
Este curso comenzará una implantación escalonada de esa supuesta bajada, pasando sobre el papel en el primer curso del segundo ciclo educación infantil -alumnado con 3 años de edad- de un máximo de 25 alumnos por aula a solo 20. Un descenso del 20% que sería positivo si ello fuera acompañado de la financiación para crear las nuevas unidades públicas necesarias, contratar el profesorado y resto de personal necesario, y dotar de recursos económicos a los centros educativos para que estos puedan abordar la medida con garantías de éxito. Pero en los presupuestos de la Comunidad de Madrid no existe la partida económica que lo haga posible, al menos no para la escuela pública. Sin esa inversión, lo único que ocurrirá es que la escuela pública verá reducida su oferta de plazas en un 20% en cada curso que se implante la bajada de ratios, ya que las unidades nuevas necesarias no se crearán. Puede llegar a perder uno de cada cinco puestos escolares actuales.
El alumnado que será desalojado de la escuela pública por esta vía, recalará, ¡Oh, sorpresa!, en la escuela privada, mayoritariamente en la concertada claro. El desvío forzado de ese alumnado ayudará a estos centros privados a rellenar las nuevas aulas que se crearán -aquí sí- por la bajada de ratios. Más alumnado, más dinero para financiar las nuevas aulas, y más cuotas, de esas “voluntarias que no existen”. Todo ello incrementará las cuentas de resultados y el beneficio que estos centros dan a los inversores que están detrás, haciendo negocio con la educación. Así que, una medida largamente demandada por quienes defendemos la mejora de la educación, en manos de la derecha se convierte en otra forma de reducir la presencia de la escuela pública. Son tan inagotables como inaguantables. Pero luego lo unen a ese falso mensaje de libertad de elección y el resto, por la falta de resistencia crítica de la sociedad madrileña, ya se conoce.
Así que, nos debemos alegrar que la pandemia vaya quedando atrás, pero no es una buena noticia volver la normalidad. Porque volver al escenario en el que importen más unas cañas en una terraza que defender el derecho a la educación, no es una buena noticia.