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La Escola Virolai es uno de los centros que se puso en contacto con Arrels y este mes de septiembre ha iniciado un proyecto de aproximación a las personas que viven en la calle. Ya lo había hecho anteriormente con la situación del turismo en la ciudad y lo hará más adelante con el consumo de ropa, tal y como explica Quique Vergara, profesor de 3º y 4º de ESO del centro.
“El objetivo no es sólo concienciar, sino fomentar el activismo, la educación en el activismo social. Son jornadas de sensibilización y actuación”, indica Vergara. “Preocupa que el alumnado no se vea como agente del cambio, y es bueno que empiece a ver que existen actividades de actuación. Para ello, hemos incorporado las propuestas de Arrels ”.
Con este fin, 90 alumnos de 3º de ESO (14 años) de la escuela Virolai se han documentado antes de oír en clase las explicaciones de Francisco Moratello, persona atendida por Arrels que vive actualmente en la calle, y de Albert Clapés, prejubilado y voluntario de la fundación. El proyecto que propone la escuela es de 30 horas, unas 6 horas por semana, para profundizar y debatir sobre la situación del sinhogarismo. Ser conscientes de los derechos y desigualdades forma parte de esta iniciativa.
“No os riais de una persona que está en la calle”
Fran se presenta ante el alumnado, que nunca se ha acercado a una persona sin hogar o no ha conocido su punto de vista de primera mano: «La calle es muy dura», explica. “Cuando te despiden de un trabajo, el mundo ya no contesta. Coches fuera, relojes fuera, vivienda fuera… Caes, te deprimes… Si hace frío, tienes que aguantarte; si hace calor, tienes que aguantarte; si llueve, tienes que aguantarte”.
«Lo que se busca es la comprensión, no que te estén escupiendo o insultando», continúa. “No se ría de una persona que está en la calle. Si me miras con mala cara, yo también lo haré”.
Durante la actividad, el alumnado va contestando a las preguntas que plantea Albert, voluntario de Arrels. «¿Sabéis cuántas personas viven en la calle en Barcelona?» «¿Sabéis que algunas son agredidas por el hecho de dormir en la calle?» “¿Quién defiende a estas personas?” “¿Dónde dejan sus pertenencias?” «¿Por qué una persona termina en la calle?» «¿Qué quiere decir aporofobia?»
Y los estudiantes de 3º de ESO van descubriendo que no es lo mismo tener un techo que tener un hogar. Un techo puede ser un albergue, pero esto no es tener una casa propia. En Barcelona hay cerca de 5.000 personas sin hogar, de las que unas 3.000 viven en albergues, 700 en asentamientos, como naves abandonadas, y más de 1.300 en la calle. Hay un equipo jurídico de Arrels que atiende a estas personas cuando denuncian agresiones, y en el centro abierto de la entidad hay una consigna gratuita para quien necesita dejar objetos personales.
El alumnado es participativo y explica, con sus palabras, que “aporofobia” significa “miedo a los pobres”. Cree que la situación de las personas sin hogar a menudo tiene que ver con perder su trabajo, que venga una crisis, quedarse sin dinero y acabar en la calle.
Lo que más revuelo causa en el aula es escuchar una historia que ocurrió en el 2005, cuando tres adolescentes que estaban de fiesta vieron a una mujer durmiendo en un cajero de Barcelona y la quemaron viva, ocasionando su muerte. Son demasiado jóvenes para recordar ese episodio. Hablan a la vez y no se les entiende, pero todo son voces de asombro y caras de incredulidad, como si se tratara de una película. Pero entonces son conscientes de que hay dramas más recientes, como los asesinatos de personas sin hogar durante el confinamiento derivado de la pandemia de la Covid-19, cuando no tenían casa en la que refugiarse, o las muertes de frío en el asfalto por las bajas temperaturas. En su propia ciudad, y no hace mucho.
Vivir en la calle acorta la vida
“Si digo que la soledad mata, ¿qué quiere decir?”, cuestiona Albert, para introducir que si la media de edad de los barceloneses y barcelonesas es de 83 años, la de las personas que viven en la calle no llega a los 60 años . “La soledad hace que tengan pocas ganas de vivir. Y la depresión puede llevar a acortar su vida. En Arrels se intenta que la persona recupere la confianza en sí misma”.
Entre las propuestas que plantea el alumnado para mejorar la situación de las personas sin hogar, figura cambiar los presupuestos y preguntar a las empresas que gestionan los pisos cómo deben ser las viviendas para adecuarlos a las necesidades de estas personas. Hay quien pide quien financia Arrels, y aprenden que el 75% de sus donaciones son privadas y el 25% de carácter público. ¿Y cómo encuentra la fundación los más de 100 pisos en los que viven unas 250 personas? Muchos de ellos vía herencia de personas que así lo dejan en su testamento. ¿Y por qué no trabajan? Si ya es difícil para una persona sin limitaciones ni vulnerabilidades, lo es aún más para las personas en situación de calle.
Las preguntas del alumnado
Oída la teoría, la mayoría de preguntas se dirigen hacia Fran, que está acostumbrado a hablar entre los jóvenes y aclarar sus dudas:
“¿Dónde vives?” “Soy sevillano, y he hecho cuatro veces el camino de Santiago. Es bueno para pensar, para meditar. Montjuïc es mi chalet de verano, y el resto del año me bajo y duermo casi siempre tranquilamente”.
«¿Por qué terminaste así?» “Pasamos de la burbuja a las vacas flacas. Te despiden y no sabes qué hacer. En España, te contratan según la edad… Hacía trabajitos que me servían para comer”.
«¿Has sufrido agresiones?» “Verbales, que eso también duele. A veces pasa gente por delante de ti y te dice lo que sea. Yo contesto, no soy cobarde, y la gente, digamos, normal, se marcha; otros te acabarán insultando y escupiendo”.
«¿Cuántos años has estado en la calle?» “Once. He estado por varios sitios de España y Francia. Los últimos cuatro años he estado en Barcelona”.
“¿De dónde consigues el dinero?” “Ahora llevo tres euros y pico. Son por seguridad, porque si no comes o no cenas, te compras algo. Un poco de pan y algo y arreglado. Cuando tienes buen corazón, la gente también te da”.
«¿Estás pidiendo dinero?» “No. Yo cobraba una paga de 400 euros. Hice algunos trabajos en festivales de música, a seguridad, y me la quitaron. Ahora tengo que intentar renovarla”.
«¿Cuál ha sido la situación más dura que has vivido?» “Cuando vi que pegaban a un señor y tuve que avisar a la policía. Si ve a alguien durmiendo en la calle, déjelo. Y si está despierto y queréis hablar con él, acérquese poco a poco, para ver si le apetece”.
“¿Has pasado hambre?” “Sí. Bufff. Antes de conocer los comedores de Barcelona, había días que iba donde tira la basura y abría las bolsas, comía un poco de pan o un poco de fruta. Muchas veces he ido a dormir con el estómago haciendo ruido. La calle es muy dura”.
El interés del aula continúa una vez terminada la actividad y un grupo de estudiantes se acerca a un agradecido y comprensivo Fran para conocerlo un poco más de forma más distendida.
Cambiar la mirada
Fran y Albert están acostumbrados a hacer este tipo de encuentros con la juventud. El voluntario lo tiene claro: “Si hoy conseguimos que tengan una mirada distinta sobre las personas que viven en la calle, habrá merecido la pena. Quizás algún día salen de marcha y algún amigo quiere molestar a alguien que está entre cartones y alguien le dice: ‘No. Es una persona y no tenemos derecho a molestarla’”.
Albert es consciente de que cambiar las políticas y la sensibilidad hacia el sinhogarismo no es algo que se haga a corto plazo, y que la juventud de hoy puede crecer formando parte de una sociedad activa y participativa: “Ellos y ellas decidirán qué se hará”.