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Se abre el telón en un pequeño teatro de barrio de Bogotá.
En el escenario se puede ver a mujeres que interpretan a lideresas sociales en su trabajo cotidiano por la comunidad. Escuchan las necesidades de ancianos, niños y otras mujeres. Crean redes de soporte mutuo.
La obra avanza hasta su punto de no retorno. Una de las lideresas es asesinada y otra de ellas es abusada sexualmente. Quieren callarlas, amedrentarlas. Los grupos armados que llegan al pueblo se apoderan de las tierras y quieren que las mujeres salgan de allí. Candelaria, la protagonista de “La Comadre”, se despide de sus cultivos, de su casa, de su tierra, se convierte en desplazada después de que los hombres armados asesinan a Pascual, su pareja.
Desplazada y en la gran ciudad, Candelaria busca el contacto y la complicidad, el comadreo de otras mujeres víctimas del conflicto armado. Juntas, tejen las maneras de retomar el proceso organizativo que habían iniciado en su añorada tierra de origen.
Candelaria protagoniza la trama de la obra de teatro que la Coordinación de Mujeres Afrocolombianas Desplazadas en Resistencia (La COMADRE), integrada dentro de la Asociación Nacional de Afrocolombianos (AFRODES), ha creado y representado de forma colectiva en numerosas ocasiones y escenarios, desde que se ideó a principios de 2019. Según informa la coordinadora nacional de La Comadre, Luz Marina Becerra, hasta diciembre de 2019 la habían representado cinco veces. Una de ellas, en las oficinas de ACNUR en Bogotá.
“El nombre de la obra, La Comadre, reivindica lo que somos en las comunidades, en nuestras comunidades de origen, las comadres juegan ese papel de hermandad, de solidaridad, de lucha…. Entonces, cuando salimos desplazadas y llegamos a las ciudades, queremos retomar esas luchas para ver cómo hacemos vivibles las violaciones de derechos humanos y cómo mantenemos nuestras prácticas culturales ancestrales en las ciudades”, explica Luz Marina.
Hemos construido una obra de teatro a través de nuestras propias historias de vida para llevar nuestro mensaje a la sociedad colombiana
La obra de teatro es una de las nuevas estrategias que La Comadre ha diseñado para visibilizar lo que sus integrantes, mujeres afrocolombianas víctimas del conflicto armado, han sufrido. “Hemos construido una obra de teatro a través de nuestras propias historias de vida para llevar nuestro mensaje a la sociedad colombiana, sobre todo a las ciudades ajenas al conflicto. Para que sientan qué es lo que vivimos nosotras. Creemos que es necesaria una obra así porque sentimos que hemos entrado en un proceso de ‘anestesiamiento’ y naturalización de la violencia”, remarca la coordinadora nacional de La Comadre.
El otro mensaje que las mujeres de AFRODES comunican con la obra es lo que significa para una comunidad la pérdida de una lideresa: “Queremos que la gente se dé cuenta de lo que pasa cuando asesinan a una líder. No es solamente la pérdida humana, sino es el rompimiento de un proyecto social comunitario, es un daño colectivo”, afirma Luz Marina.
Muchos países han quitado los ojos de Colombia porque se creen que ya no hay conflicto armado
Luz no esconde su orgullo: “La obra está generando más impacto de lo que nos esperábamos, hasta el punto de poder mostrarla en muchos sitios a nivel nacional y a nivel internacional. Y eso es lo que queremos, que la gente del país se sensibilice y se movilice para decir no más al conflicto, pero también que se vea a nivel internacional, ya que después del Acuerdo de Paz muchos países han quitado los ojos de Colombia porque se creen que ya no hay conflicto armado”.
Pero Luz Marina, junto con muchas otras lideresas y líderes, así como organismos de defensa de los derechos humanos y de seguimiento de conflictos armados, denuncian que la paz firmada hace cuatro años aún no se ha acabado de materializar. Desde la firma del Acuerdo Final de Paz se han asesinado 198 excombatientes en proceso de reincorporación, según reportaba la Misión de Verificación de la ONU en Colombia en mayo de 2020.
La violencia no ha terminado. De hecho, tanto el accionar de las bandas criminales conocidas como “BACRIM” —grupos paramilitares que continuaron con las acciones armadas aún después del proceso de desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia en 2003—, como los grupos guerrilleros disidentes del proceso de paz hacen que se deba hablar de “posacuerdos” y aún no de “posconflicto”, tal y como ya apuntaba el Comité Internacional de la Cruz Roja en 2017.
La lideresa de La Comadre resalta también la ampliamente conocida conexión entre la violencia y el narcotráfico, que afecta en un porcentaje más alto a las comunidades negras debido a las condiciones de pobreza que sufren de forma más frecuente: “Lo más triste es que el conflicto se ha recrudecido en las comunidades negras; las mujeres siguen sufriendo por el reclutamiento de sus hijos, porque estos grupos les entregan un arma. Son sus hijos los que están siendo vinculados a la venta y consumo de drogas, y son asesinados”.
La participación de las mujeres en las negociaciones y acuerdos de paz en la historia reciente de Colombia ha sido residual
Más de medio siglo de conflicto armado ha dejado un rastro de 9.014.766 víctimas. De estas, más de 4,5 millones se identificaron como mujeres. En Colombia las mujeres representan así la mitad del total de víctimas de la guerra, según las cifras de mayo de 2020 presentadas por el Registro Único de Víctimas (RUV). Pese a la indudable afectación de las mujeres en la guerra, la participación de las mujeres en las negociaciones y acuerdos de paz en la historia reciente de Colombia ha sido residual. La lucha por su inclusión en la mesa de La Habana fue también para ellas un camino lleno de obstáculos.
Según recoge Anabel Garrido Ortolá, investigadora de la Universidad Complutense de Madrid, tan solo cuatro mujeres participan en los cuatro acuerdos realizados entre el Gobierno de Belisario Betancur (1982-1986) y los grupos guerrilleros. Ellas solo representaron entonces el 7,14% del total de negociadores. Durante el Gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002), en los 18 acuerdos alcanzados la participación de las mujeres fue de tan solo el 1,97%: tres mujeres entre 149 hombres.
En el periodo de Álvaro Uribe (2002-2010) la exclusión de las mujeres fue total: en la firma de 12 acuerdos negociados con 64 hombres, no había ni una mujer. Una ausencia de mujeres que, tal y como reflexionan las investigadoras Lina Maria Céspedes-Báez y Felipe Jaramillo Ruiz, mandaba el mensaje de que la guerra era un asunto de hombres.
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En las primeras mesas de negociación del último Acuerdo de Paz alcanzado, firmado por el presidente de la República de Colombia, Juan Manuel Santos, y el comandante de las FARC, Timoleón Jiménez (Timochenko) en 2016, también hablaron solo voces masculinas. Parecía que otra vez las mujeres iban a ser excluidas de la esfera política, que su sufrimiento de la guerra volvería a ser invisibilizado, ignorado. Pero mujeres de todas partes del territorio, víctimas supervivientes cansadas de ser tratadas como sujetas pasivas, no lo permitieron.
Helena Rodríguez Gómez y Gisela Martínez Fagella – Proyecto Berracas